ENTREVISTA A MIGUEL BARNET

La UNEAC proyecta y defiende la política cultural de la Revolución

Elaine Cabrera, Ingrid González
26/8/2016

El 22 de agosto de 1961 nació la UNEAC, en la culminación del primer Congreso de los Escritores y Artistas Cubanos. Cincuenta y cinco años después, la organización sigue siendo una referencia de primer orden en la vida social y cultural de la nación, en tanto desde ella actúa la vanguardia del movimiento intelectual y de los creadores artísticos y literarios.

Sobre los orígenes de la UNEAC, los hitos de su evolución y los alcances y desafíos que marcan su ruta actual, dialogó con La Jiribilla su presidente, el poeta, narrador y antropólogo Miguel Barnet.

¿Usted participó en el Congreso fundacional?

No fui delegado, pero estuve al tanto de lo que allí sucedió e intercambié por esos días con los que sí asistieron, pues me relacionaba cotidianamente con varios de ellos, en especial con mi maestro Argeliers León. Recuerdo la clausura del Congreso en el teatro Chaplin, que así se había rebautizado el teatro de Avenida Primera y Calle 10, en Miramar, hoy día el Karl Marx. Allí habló Fidel y sus palabras calaron muy hondo en nosotros. 

Antes del Congreso, tuve el privilegio de asistir a las tres reuniones de la Biblioteca Nacional con el líder de la Revolución. En realidad, ya se estaba gestando el Congreso; su idea no surgió de aquellas reuniones, pero, sin lugar a dudas, el diálogo de los escritores y artistas con Fidel en la Biblioteca definió la pauta de lo que acontecería en agosto.
Fotos: Archivo La Jiribilla


¿Se refiere a las reuniones donde Fidel pronunció, en sus conclusiones, el discurso que se conoce como Palabras a los intelectuales? ¿Puede compartir sus recuerdos de esas jornadas?

Argeliers me trajo a trabajar a la Biblioteca Nacional. Imagínense a un joven de apenas 20 años codeándose con intelectuales ya reconocidos: Juan Pérez de la Riva, Manuel Moreno Fraginals, Isaac Barreal, Zoila Lapique y otros. Un día, mientras trabajaba en mis investigaciones, Argeliers me dijo que Fidel estaba en la Biblioteca. Mi inquietud era tanta que bajé al teatro y me senté al lado de Argeliers. Claro, vino alguien y me ubicó al final del teatro, en los files, como se diría en términos beisboleros. Desde allí escuché aquel discurso extraordinario. Los apuntes de ese discurso los perdí, pero sé que para mí fue revelador, me cambió completamente la vida. Decidí que, a pesar de mi sangre catalana, no iba a ser empresario de una editorial, ni tampoco profesor de español en un college norteamericano. Me iba a quedar en Cuba. O, como he dicho otras veces, me fui quedandoen la medida en que fui viendo cómo se iba desarrollando el proceso socialista, un proceso tenso y lleno de contradicciones. Sobre eso escribí un poema que titulé “Contradicción”: Entre tú y yo/ hay un montón de contradicciones/ que se juntan/ para hacer de mí, el sobresaltado,/ que se humedece la frente/ y te edifica.

La palabra socialista al principio me asustó muchísimo, porque se asociaba con el socialismo del Este, con el realismo socialista, con Stalin. Yo venía de una clase media, pero tenía una vocación sociológica, antropológica y una vocación de Patria muy grande, que es la que me hizo permanecer en Cuba.

Recuerdo que ese día, 30 de junio de 1961, Fidel bajó con la doctora Freyre de Andrade y habló con todo el personal del Departamento de literatura para niños, muy preocupado por los libros y la lectura que se les orientaba. Cuando llegó a la sala-teatro hubo una ovación. Hubo gente que aplaudió frenéticamente y otras no tanto, pues en aquel recinto había de todo.

Admiré mucho a aquel hombre de 34 años, desaliñado, con su traje verde olivo, que venía con otro discurso, no el de los políticos anteriores. Todavía se respiraba el olor a la Sierra Maestra.

Ya lo había escuchado cuando llegó a Columbia con ese discurso fresco, moderno, directo, coloquial, que le llegaba al alma de todo el mundo porque estaba diciendo verdades extraordinarias. Y eso fue lo que más me impresionó. Esa convicción la confirmé en la Biblioteca Nacional. Estábamos ante un líder que hablaba claro y cumplía con su palabra.

¿Cómo era la UNEAC de aquellos primeros tiempos?

Mi primer trabajo aquí fue en 1968, pero desde antes era miembro de la organización y venía a la UNEAC a escuchar los recitales de Virgilio Piñera, José Lezama Lima, Eliseo Diego y, por supuesto, venía a ver a Nicolás Guillén. Era un lugar idóneo para conocer escritores y artistas, y acudir a las lecturas que se hacían. Casi toda la gente que colaboramos con la Editorial El Puente nos veíamos aquí. La UNEAC era un centro de reunión, y aunque yo no era un miembro militante de El Puente, publiqué con esa editorial. En realidad, mi primer libro, La piedra fina y el pavorreal, salió bajo el sello de la UNEAC en 1963. Creo que fue el tercer o cuarto libro que se publicó. El primero fue uno de Aracely de Aguililla sobre la alfabetización; después, Con las Milicias, de César Leante; posteriormente, Pasajes de la Guerra Revolucionaria, del Che. Y  vino entonces el mío, por ese orden.

El problema es que yo era muy amigo de Calvert Casey, quien me visitaba en la Biblioteca Nacional cuando entré a colaborar con Argeliers León y él pensaba que debía darme a conocer como poeta. Había acabado de dejar aquella diabólica oficina, donde trabajaba con una máquina de escribir y tenía que hacer no sé cuántas palabras por minuto para mecanografiar facturas de neumáticos de la Firestone. Como dijo William Faulkner, no hay nada más terrible y demoledor que ocho horas continuas de trabajo ante una máquina en una oficina. Aquellas máquinas eran antiguas y había que engrasarlas todo el tiempo, y Argeliers me salvó la vida porque me llevó a trabajar con él. Lo conocía desde 1958.

Ya había escrito algunos poemas y los habían leído Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero, Pablo Armando Fernández. Los tres se entusiasmaron con aquella poesía, fresca, exteriorista, coloquial, con mucho lirismo. Nunca he sido partidario de ninguna tendencia, pero esa poesía mía era lírica, muy discursiva, descriptiva, casi narrativa, y ellos se entusiasmaron y publicaron mi primer libro.

Los primeros poemas que publiqué fueron en La Gaceta, con una nota introductoria de Calvert Casey. Yo me pasaba la vida aquí. Había una biblioteca muy buena, que estaba donde se encuentra ahora la Asociación de Cine, Radio y Televisión. Allí estuvo durante mucho tiempo una bibliotecaria que perdió un hijo en la Segunda Guerra Mundial. Después entró a trabajar como bibliotecario Nicolasito Dorr, dramaturgo, que se hizo miembro de la UNEAC muy joven. Nosotros éramos los más jóvenes. Yo ingresé aquí porque llené una planilla en los primeros momentos y me vinculé a toda esa generación. Siempre he tenido la tendencia de aprender de las personas mayores que yo; de querer husmear y olerlo todo, palparlo todo, saborearlo todo. Era un lector omnívoro de todos ellos, de Virgilio, de Lezama; también hice amistad con el pintor René Portocarrero, le caí muy bien, y empecé a ir a su casa; pero ya era miembro de la UNEAC por Argeliers, que era uno de los vicepresidentes. Creamos después el Instituto de Etnología y Folclor y trabajé allí desde 1961 hasta 1969. En 1968 entré a la revista Unión, en el momento en que la dirigía Fayad Jamís; yo era redactor, luego fui jefe de redacción, pero en un primer momento continué en el Instituto de Etnología y Folclor.

Recuerdo una UNEAC muy activa, con mucha efervescencia de programas y acciones, siempre más tranquila que hoy; una UNEAC pequeña, reducida, incluso había figuras importantes de la cultura, que hoy son miembros de la UNEAC y en aquel momento eran muy jóvenes, tenían una obra emergente destacada, pero no fueron fundadores.

En la UNEAC nos reuníamos por las tardes, se jugaba mucho ajedrez. Hice amistad con un hombre que admiro y me enseñó mucho, Oscar Hurtado, precursor de la literatura fantástica, que sí era un gran ajedrecista. Había una vida social, de participación muy intensa.

Sentía un gran placer en venir a la UNEAC. Aquí me encontraba a todo el mundo; en la Academia de Ciencias, en el Instituto de Etnología, estaban los antropólogos, los sociólogos, los folcloristas en formación, que no eran tan entretenidos como los poetas ni tan locos como los escritores. Aquí hice mucha amistad con Retamar, Lisandro, Carpentier, quien había fundado la Editorial Nacional y me pidió que tradujera unos libros: A sangre fría, de Truman Capote y Soy negro, de Richard Wright. En esos años escribí Biografía de un cimarrón y Alejo me dijo muchas cosas halagadoras sobre ese libro. La UNEAC era muy movida y ahora es muy movida también. Ahora hay más actividades que antes. La sala Villena es como el Moulin Rouge, hay que pedir con meses de antelación para ir al Moulin Rouge y a nuestra sala Villena, porque siempre está comprometida.

Nos gustaría que evocara a Nicolás Guillén, el presidente fundador.

La presencia de Nicolás Guillén era como un espíritu. El espíritu Nicolás, el espíritu Guillén. Él traía gallitos de pelea, palomas, gatos; porque era un niño, muy ocurrente. Pero, no olvidemos, era un hombre esencial, un poeta con un prestigio extraordinario, un poeta universal, con una convocatoria universal también, y muchas amistades en el mundo entero; por eso lo nombraron en el Congreso presidente de la UNEAC, porque era el que más conocimiento y convocatoria reunía en ese momento.

La presencia de Nicolás Guillén era como un espíritu.

Nicolás siempre estaba en su atalaya y cuando bajaba, irradiaba respeto, lo  reverenciábamos porque él era el grande. Nunca fue autoritario, sino un hombre muy cordial. Ya dije que era un niño grande, entonces, teníamos de presidente a un niño grande maravilloso. Íbamos a su oficina y él me decía: ¡mira, mira!, y me enseñaba los zapatos que se había comprado en Bulgaria o el reloj que le habían traído sus amigos de Buenos Aires, tanquecitos que tenía de colección. Se entretenía, se divertía mucho dirigiendo la UNEAC, pero era muy serio.

No se me olvida nunca un día que me llamó y me dijo: “¿Usted fue quien organizó ese homenaje?”, ―eso fue años después de estar trabajando yo en la revista Unión―. “La próxima vez que usted organice un homenaje, siéntese, cierre los ojos y vea el homenaje del principio hasta el final y analice quién va hablar, quién no, quién va a ser un elemento disuasivo, un elemento negativo, piénselo bien”. A mí me gustaba organizar homenajes a Bola de Nieve, Luis Carbonell, Esther Borja, Merceditas Valdés, figuras que son parte de mi Olimpo. Tuve la oportunidad de hacer todas esas cosas aquí, pero a veces el público se sentía con derecho de hacer disquisiciones sobre esos personajes. Recuerdo que le hice un homenaje a Rita Montaner y había mucha gente, amigos de Rita, y aquello no terminaba nunca. Empezó a las 4:00 p.m. y a las 8:00 p.m. todavía había gente hablando, y Nicolás estaba sentado allí, estoicamente. Ese fue el día que me regañó y me dijo: “usted tiene que pensar quién va hablar primero, quién va hablar después”. Nancy Morejón es testigo de todo eso, ella trabajó muy cerca de Nicolás.

¿Alguna otra vivencia de aquella época?

Recuerdo la UNEAC de los días de la Crisis de Octubre en 1962. Aquí nos reunimos todos, Nancy Morejón, Gerardo Fulleda León, José Mario y otros más. Nicolás tuvo la idea de hacer un taller permanente para publicar poemas en una especie de folletos. Ahí surgió mi poema “Patria”:

No puedo esperar más
digo y vuelvo a repetir ahora
que cada día que pasa
quiero más este viento debajo de las hojas.

Esta casa que mis ojos han visto diariamente

Que yo sabré cuidar
y la sombra del jagüey
Y la tierra.

Pero no basta. Ahora van a oírme una voz
templada en el fuego
porque han preguntado por mí.

Y me parece que se trata
de un amigo cercano
Y mi corazón me entiende
Y yo sé que a mi lado, en los pueblos, lejos, en el campo
hay una fuerza como el viento
que está dispuesta a defender la vida.

Ese poema le gustó mucho a Nicolás y llamó al director de Bohemia, Enriquito de la Osa, que me abrazó y me dijo que escribiera para Bohemia. Yo me asusté muchísimo porque tenía 22 años. Y escribí una serie de artículos que se llamaron “Visión de Cuba”; después Rine Leal le dio continuidad a esa serie. Escribí muchos artículos allí, atrevida, osadamente.

La Crisis de Octubre me acercó más a la UNEAC porque vi que era un hervidero, un laboratorio de ideas. Hablaba con gente simpática, con gente menos simpática, con extremistas de izquierda, de derecha. Aquí había de todo. Los de derecha ya no están aquí porque se fueron decantando, volando, con unas alas de hierro. Duro oficio el exilio, dijo el poeta turco Nazim Hikmet. Yo los compadezco. A veces los veo fuera de Cuba, tan envejecidos, tan tristes, publicando revistas que no tienen trascendencia alguna. Lo que me da es pavor, ni siquiera pena, porque no merecen eso. Ese destino no lo quise nunca para mí.

Tengo que decir algo importante. Creo que la UNEAC me acercó más a la Revolución. No tenía ideas socialistas en mi juventud ni mucho menos, pero mediante ese diálogo con intelectuales y artistas, fui tomando conciencia del porqué había sido declarada esta Revolución socialista.

Nicolás siempre tuvo una claridad meridiana en ese sentido; por muchas cosas que pasaran aquí, duras, difíciles, él estuvo por encima de todos los problemas. Esa lección de vista de águila o de cóndor la aprendí, en gran medida, de Nicolás Guillén y Alejo Carpentier: el hecho de ir por encima de las tribulaciones personales, porque estamos impregnados de pequeñas amenazas desde que abrimos los ojos. En ese sentido, me dieron la lección de cuál debía ser la conducta social, humanista, de un intelectual.

La UNEAC me acercó más a la Revolución. No tenía ideas socialistas en mi juventud ni mucho menos, pero mediante ese diálogo con intelectuales y artistas, fui tomando conciencia del porqué había sido declarada esta Revolución socialista.

Aquí había gente muy bella, recuerdo con mucho cariño a la pianista y compositora María Álvarez Ríos. No olvido los diálogos de Nicolás Guillén con gente querida por él, como el hijo de Lino Dou, José Luciano Franco, siempre muy atildado, mayor que Nicolás, y Manuel Cuéllar Vizcaíno.

Nicolás y yo hablábamos mucho de Fernando Ortiz; Nicolás lo admiraba mucho. Hablábamos de Rita Montaner, que es una de mis ídolos y fue una de las grandes pasiones de Nicolás Guillén. Su admiración por ella era artística, pero también, por qué no, erótica.

Ahorita recordé a Nazim Hikmet. Imaginen a un muchacho de 21 años tomándole fotos aquí con mi camarita Kodak, mientras él leía y dialogaba; ese fue un privilegio para mí.

Aquí pasaron muchas cosas, pero no me puedo acordar de todas. Lo que sí recuerdo es que en la zafra del 70 tuve un accidente de moto y cuando me sentí mejor, Nicolás me dijo: ‘vas a hacer ejercicios ahora’. Entonces me pidió pintar la reja porque no había suficiente personal. Me pasé como 15 días en eso. Fue una cosa graciosa de Nicolás, pero me lo tomé a pecho.     

¿Qué sitios prefiere de la sede nacional?        

Siempre me gustó mucho el jardín. Aquí hubo un secretario ejecutivo, Ramón, que trabajó mucho por ese jardín. Yo le sugería algunas plantas, y todavía me meto en eso, porque me gusta la jardinería. Creo que tenemos el privilegio de tener el jardín más lindo del Vedado, en la casa social.

En alguna ocasión usted dijo que la historia de la organización no puede leerse de un modo rectilíneo. ¿Pudiera abundar al respecto?

La UNEAC ha tenido sus años luminosos y sus años oscuros. Los 70 fueron oscuros para todos y eso no hay que olvidarlo, pero tampoco se debe tener un pensamiento obsesivo, porque nos crea rencor y el rencor es estéril. Yo recuerdo el caso Padilla como una página negra de la historia de la cultura cubana. Todo eso se superó, afortunadamente, y todos esos debates, algunos de ellos a mediados y después de los años 70, encabezados por Armando Hart como ministro de Cultura, se hicieron aquí. Participamos todos, en lo bueno y en lo malo, tratando de organizar, de darle a nuestra política cultural un sentido.

¿Es muy diferente la UNEAC de hoy?

Es más numerosa, más promiscua, más compleja, porque son 15 comités provinciales y más de 9 000 miembros. Antes no, solo era La Habana y después Santiago de Cuba. Ahora están las asociaciones con sus diferentes secciones. Parecería que la organización ha crecido desmesuradamente, pero también creció el movimiento artístico.

Los talentos han proliferado a lo largo y ancho del país, formados por las escuelas de arte o egresados de nuestras universidades. Cada día es más estrecho el margen que la vida cultural deja al fatalismo provinciano.

Los talentos han proliferado a lo largo y ancho del país, formados por las escuelas de arte o egresados de nuestras universidades. Cada día es más estrecho el margen que la vida cultural deja al fatalismo provinciano.

Nadie podía suponer, en los años de fundación, que en Camagüey hubiera un ballet de primer nivel, ni que en Holguín la escena lírica musical cosechara méritos, ni que Villa Clara fuera uno de los centros más activos de la renovación teatral, ni que en Pinar del Río la literatura para niños y jóvenes tuviera una expresión de avanzada. Cada territorio aporta voces al arte y la literatura, y aunque el desarrollo aún es desigual, se acortan las distancias. Eso lo apreciamos particularmente cuando la Presidencia de la organización, al menos una vez al año, sesiona fuera de la capital.

Acabamos de procesar el crecimiento de las Asociaciones a nivel nacional. Mucho talento joven ha ingresado. Todavía no estamos satisfechos, pero las nuevas generaciones van irrumpiendo en la organización con sus ideas y propuestas. Se hace evidente la articulación entre la Asociación Hermanos Saíz y la UNEAC, vínculo que estamos en la obligación de fortalecer.

Contamos en todo el país con un sistema de eventos y presentaciones que debemos perfeccionar, sobre todo desde el punto de vista cualitativo y atendiendo a lo que pretendemos sembrar en los públicos.

¿Cómo valora el papel de la organización en la formulación y aplicación de la política cultural?

Se trata de un compromiso y una realidad. La Unión de Escritores y Artistas es un instrumento de diálogo, un taller permanente de ideas, de planteamientos; es una plataforma y un apoyo que tiene la política cultural diseñada por el Estado y el Ministerio de Cultura para desarrollar sus lineamientos, su trabajo. Hasta ahora siempre hemos tenido vínculos muy estrechos con el Ministerio de Cultura, también con el Partido y el Comité Central, puesto que desde siempre hemos sustentado una fecunda relación entre la vanguardia política y la intelectual que representamos.

La UNEAC es fundamental, a veces opera como un amortiguador en medio de aguas procelosas. Después de una tormenta viene la calma, y la UNEAC siempre debe proponerse establecer esa calma necesaria para pensar las cosas de modo reflexivo, no fríamente, pero sí de modo pausado. No tenemos que apresurarnos, pues coyunturalmente se han tomado en nuestro campo medidas contraproducentes y la UNEAC ha estado muy atenta a respetar la vanguardia y los valores esenciales de la cultura cubana. La UNEAC es un filtro.

Siempre digo que esta organización es como una correa de transmisión de todo lo que ocurre en el medio cultural de Cuba y el extranjero. Aquí hemos luchado contra el bloqueo denodadamente, contribuimos a la creación de la Red en Defensa de la Humanidad.

Todo paso a paso. Mi maestro Fernando Ortiz me enseñó una frase lapidaria: “ciencia, conciencia, paciencia”. Yo no tengo tanta ciencia como sí tengo conciencia y alguna paciencia; ojalá tuviera más ciencia, aunque tengo la ciencia de la poesía, que es la que habla y dice la última palabra. Eso decía Balzac, “yo no quiero llevar a mi libro la historia, sino la música de la historia”.

La UNEAC ha sido para mí una escuela, un seminario permanente desde que funjo como presidente. Puedo afirmar, categóricamente, que los escritores y artistas de nuestra organización defienden y proyectan la política cultural de la Revolución.

¿Se ha avanzado del VIII Congreso hasta acá?

Se ha avanzado mucho, hay mucha más participación. Hemos prestado atención al funcionamiento de las comisiones permanentes de trabajo, a las que tributan muchos compañeros con vocación social y compromiso con la cultura, a quienes agradezco su participación, pues esta trascurre paralela a la creación de sus obras. Las comisiones existen en todo el país y algo interesante de ellas es su carácter multidisciplinario.

No podemos ser rehenes del olvido ni de la desidia, por obligación tenemos que estar permanentemente en contacto, no solo con la membresía, sino con los gustos del pueblo de Cuba.

Mediante la labor de las comisiones la UNEAC se halla en mejores condiciones para relacionarnos con organismos del estado, diversas instituciones y otras instancias de nuestra sociedad civil, diagnosticar problemas, abordar asuntos complejos y aportar soluciones.

Soy particularmente cercano a nuestra contribución a la cultura comunitaria. La UNEAC tiene entre sus objetivos fundamentales llegar a la base, a la población. No podemos ser rehenes del olvido ni de la desidia, por obligación tenemos que estar permanentemente en contacto, no solo con la membresía, sino con los gustos del pueblo de Cuba, y ayudar a encauzar ese gusto estético, que es muy importante porque en la UNEAC están las figuras más notables de las artes.

Hemos jerarquizado el seguimiento del funcionamiento orgánico de las Asociaciones, sus secciones y filiales provinciales, para satisfacer en la medida de lo posible las exigencias promocionales de los miembros, socializar la obra de nuestros escritores y artistas y poder aportar, como dije antes, a la materialización de la política cultural.

Advierto en esta etapa una mayor integración colectiva de los órganos de dirección electos en el proceso del último Congreso de la UNEAC. Quiero hacer público mi reconocimiento y agradecimiento al equipo que me acompaña al frente de la organización, incluyendo a los ejecutivos de las Asociaciones y los Comités Provinciales y a los responsables y trabajadores del área administrativa, encabezada por un Secretario Ejecutivo que ha impregnado entre los suyos el espíritu de servicio que debe prevalecer a favor de nuestros objetivos culturales.Porque son personas modestas, a ellos no les va a gustar lo que voy a decir ahora, posiblemente se sonrojen cuando lean la entrevista. Pero tengo un vicepresidente primero, Luis Morlote, que tiene una mente fresca, lozana, muy organizada, viene de la AHS y dirige el muy necesario Noticiero Cultural de la Televisión Cubana; tengo a Digna Guerra, que es una gloria de este país; a Ares, dedicado a los problemas de las industrias culturales y el mercado, uno de los mejores dibujantes de Cuba; a Pedro de la Hoz, que para mí es un periodista insignia por su visión proteica, culta; y colabora conmigo en múltiples tareas.

Y aunque padecemos dificultades de abastecimiento, transporte, falta de piezas, problemas con los portadores energéticos, creo que el portador energético más poderoso que tenemos, que ese nunca se debilita, es la masa de escritores y artistas con que contamos; ese es el portador energético que nos alimenta, y soy parte de ese portador. 

¿Qué significa formar parte de la vanguardia artístico-literaria de la UNEAC? ¿Cómo define esa vanguardia?    

Debemos ser heraldos de las ideas más nobles y humanistas, del mayor rigor en nuestra creación, pero sin discriminar ninguna estética, sin suprimir ninguna forma de arte por muy transgresora que sea, al contrario, mientras más transgresora, más interesante y seguramente más vanguardista. Por eso cada día debemos ser más exigentes en cuanto al ingreso de nuestra membresía a la UNEAC.

Sabemos que si hay un conflicto, nosotros estamos ahí para decir lo que pensamos, para aportar nuestra humilde voz. En el plano internacional, no callaremos ante los peligros que amenazan a la especie humana. Tenemos esa facilidad que da el socialismo, otro sistema no.

Volvamos al punto de partida. Ahí está Fidel.

Fidel es el artífice de toda la política cultural cubana y a mí que no me digan otra cosa, porque puedo estar un mes convenciendo a cualquier interlocutor de que es así, pues fui testigo de Palabras a los intelectuales y le di continuidad a ese proceso hasta ahora. Fidel ha sido el creador de todo esto que estamos viviendo hoy. Fidel es un iluminado, es El iluminado, no solo para Cuba, sino para el mundo. Él lo ideó todo: la UNEAC, la formación de instructores de arte, el sistema de la enseñanza artística, el movimiento de aficionados, la red de editoriales en los territorios… Él ha sido el creador de una política cultural inclusiva, democrática. Es un poeta, porque el poema mayor de nuestra vida es la Revolución.

Y usted, ¿no se cansa?

En la UNEAC hay de todo, personas a las que les caigo bien, otras a las que no. Estoy aquí cuando pudiera estar en mi casa viviendo de mis derechos de autor, escribiendo, leyendo. Me faltan muchas cosas por hacer y sé que no me alcanzará la vida. Pero estoy aquí porque quiero seguir siendo útil. De todos los premios nacionales o internacionales que he tenido, el que más me ha estremecido es el de la Utilidad de la Virtud que me dio la Sociedad Cultural José Martí y no tuvo divulgación, casi nadie se enteró.

Me siento útil todavía y quiero seguir sintiéndome útil hasta el último suspiro. No sé cuando me retire —porque un día me tendré que retirar—, cómo me voy a sentir, porque esta es mi casa.