La versión Zizek

Víctor Fowler
20/3/2020

I

Llevo semanas tratando de escribir sobre un evento que tuvo lugar a finales de abril del año pasado y al cual los medios llamaron “el debate del siglo”: el encuentro (enfrentamiento) del psicólogo clínico canadiense Jordan Peterson con el filósofo esloveno Slavoj Zizek, en el Sony Centre for the Performing Arts, Toronto, ante una audiencia de alrededor de tres mil personas, a lo largo de casi tres horas. Expusieron ideas (opuestas) a partir del lema que los convocó: «Felicidad: capitalismo vs. marxismo».

Encuentro entre Jordan Peterson y Slavoj Zizek. Fotos: Internet
 

Ese día, en una combinación de antigua academia y espectáculo mediático, los contendientes expusieron sus argumentos. Si bien, no recuerdo que el hecho haya levantado especial atención en la pequeña geografía cubana. El caso es que, durante días, páginas culturales de numerosos periódicos del mundo mostraron entre sus titulares destacados referencias a la batalla del Toronto Hall.

Son tres los puntos de interés en la anterior convocatoria:

a) que el encuentro haya ocurrido cuando, al menos en los mapas políticos, el marxismo ha retrocedido a la condición de protagonista menor;

b) que el debate nazca de la oposición entre un sistema social (el capitalismo) y una filosofía de la historia (el marxismo);

c) que la esencia del intercambio sea la felicidad (tanto la idea como su realización).

¿Por qué sucede este encuentro ahora? Si bien la realización efectiva de la felicidad es tema habitual de discusión en cualquier sitio, ¿qué ocurre a nivel global que se hace necesario convocar a dos pensadores sociales en un ágora mediática, para intercambiar argumentos sobre el tema? Si luego de la ofensiva neoliberal de las últimas décadas parece claro que existe un núcleo conceptual al cual podemos dar el nombre de “capitalismo”, ¿de qué hablamos hoy cuando hablamos de marxismo?

El encuentro estuvo organizado de manera que ambos expositores dispusieron de media hora para desarrollar su argumento, diez minutos para replicar y un agregado de cuarenta y cinco minutos para intervenciones —si así lo querían—, del público asistente, o a través de preguntas por la vía de Internet. Dos momentos fueron especialmente perturbadores. En el primero, entre confundido e irritado por la conducta del público, que aplaudió y celebró los argumentos con los que Zizek terminó su exposición para hacer lo mismo minutos después cuando Peterson concluyó, el filósofo esloveno recordó al público que no se trataba de una competencia, sino del serio intercambio de ideas a propósito de temas igualmente serios.

Ya en la parte final, cuando Zizek pidió a su contendiente que ofreciese nombres específicos de aquellos pensadores contemporáneos de filiación marxista contra los cuales había enfilado sus razonamientos y Peterson no fue capaz de hacerlo, tuvimos otro momento extraño. En realidad, Peterson quedó descolocado desde la misma intervención inicial de Zizek, y así lo confesó al decir que esperaba una defensa de la idea (fuera esta cual fuese), de una idea de la felicidad de inspiración marxista, pero que su oponente había empleado su tiempo en lanzar un ataque a los problemas del capitalismo. Las palabras de despedida fueron dedicadas por Peterson a señalar su coincidencia con la necesidad de criticar al capitalismo, a precisar la conexión entre erradicación de la pobreza y felicidad, así como a insistir en su confianza en que el capitalismo puede resolver y enfrentar estos problemas (u otros que le toque confrontar) gracias al, y a través de, el libre mercado.

Se reunieron, en el Sony Centre for the Performing Arts, cerca de tres mil espectadores, para escuchar al psicólogo clínico canadiense y al filósofo esloveno.
 

Lo divertido y espectacular del encuentro es que justo en este desconcierto (gracias a él, a través o a partir de él) es que fue desplegada la maniobra de Zizek: no empeñarse en defender el marxismo o los territorios por este inspirados como espacios modélicos de la felicidad, sino desvíar la pregunta en dirección al límite del capitalismo como sistema de dominación mundial. Para entenderlo hay que, primero aceptar, a la manera de axioma, la existencia en el capitalismo de un ordenamiento dinámico, una lógica, según la cual es consustancial al sistema la creación de núcleos de plus-desarrollo, así como bolsones de pobreza y una enorme diversidad (y cantidad) de colocaciones intermedias entre ambos.

En aquel momento, Zizek se valió de la noción de “cambio climático” para enfocar la demanda de ganancia como una tragedia, y el movimiento hacia la catástrofe como una deriva que la obligatoriedad de la ganancia impide sortear. De esta manera, el sistema es prisionero de sí mismo, su expansión es su autodestrucción misma y solo puede ser “corregido” estableciendo regulaciones que sofrenen su auténtico potencial. El punto extremo de este capitalismo anti neoliberal regulado sería el advenimiento de un tipo de situación global en el que se necesite el florecimiento de la solidaridad y la igualdad: este punto sería la catástrofe.

II

Es triste, amargo, complejo, sorprendente, increíble, alucinante, desagradable, estremecedor, desconcertante lo que a diario ocurre a nuestro lado, con la recién llegada epidemia global del virus Covid-19. Es tanto lo que ha sucedido en los últimos días que, por momentos, parece que vivimos en el interior de una película de ciencia ficción. Para un trastorno de la cotidianidad que tuvo su inicio en el pasado mes de diciembre de 2019 (escribo esto el 18 de marzo de 2020, apenas tres meses más tarde), ya es universalmente común hablar con toda seriedad sobre multiplicación exponencial de los contagios, fronteras nacionales cerradas, ciudades completas sometidas a cuarentena, mutaciones del virus, obligación de llevar nasobuco, toques de queda, desplome de las industrias turística y de aviación, nueva recesión planetaria e, incluso, como parte de una pesadilla darwiniana, usar los recursos médicos en aquellos que tienen más posibilidades de salvarse (entregando a los otros en las manos de Dios).

Para colmo, el embate que hoy sufrimos de este virus no significa que hayamos tocado una zona límite, luego de la cual nada peor va a poder sucedernos; por el contrario, el pronóstico de la comunidad científica es que, a medida que sea intensificada la explotación de recursos naturales (con el consiguiente trastorno de la ecología y el aumento en las interacciones del hombre con nuevos espacios de naturaleza), igualmente crece la posibilidad de establecer contacto con nuevos virus. No solo esto, sino que tampoco hay garantía de que este de hoy, en la variante presente y con una letalidad de alrededor del 3% de las personas infectadas, vaya a ser el peor virus global que nos espera.

III

Es aquí donde pensar que la catástrofe demuestra ser una obligación permanente y no un ejercicio ocasional, agregado a cualquiera de las tareas principales orientadas al desarrollo. La catástrofe, con todo derecho, se convierte en parte del curriculum, y entonces, la propuesta de Zizek es tan espectacular como el virus mismo; si las estructuras profundas del capitalismo son sacudidas, agrietadas, rotas por la extensión e intensidad de la catástrofe, entonces no hay otra deriva “lógica” sino recuperar el espíritu de la solidaridad, la regulación, la colaboración, en una escala tal y con una transparencia insospechable, nunca vista. La ecuación operaría con tales presupuestos, que mientras más absoluta sea la radicalidad de la catástrofe menos posibilidad de capitalismo (ortodoxo, tradicional, acaparador, dominador) habría; no quedaría así más remedio que intentar el equilibrio, el diálogo, el intercambio mutuamente beneficioso, el respeto estricto a las diferencias, etc.

El pasado mes de febrero, cuando la locura de hoy apenas comenzaba, Zizek publicó un artículo de título provocador donde —además de profundizar la misma línea de pensamiento que identificamos en el debate con Peterson— se inspira en los trabajos de Frederic Jameson sobre las conexiones entre ciencia ficción y utopía, junto con algo de parentesco con Las amenazas de nuestro mundo, una de las obras menos leídas de Isaac Asimov. Después de elegir como título del artículo una frase que funciona para entendidos en el cine de Quentin Tarantino, “El coronavirus es un golpe a lo 'Kill Bill' al capitalismo… y podría llevar a la reinvención del comunismo”, el filósofo encuentra en la pandemia actual una suerte de momento límite después del cual las relaciones humanas pudieran (y deberían) ser reconstruídas para que los humanos vivan en lo adelante en un mejor mundo:

Hace años, Frederic Jameson llamó la atención sobre el potencial utópico en las películas, sobre una catástrofe cósmica (un asteroide que amenaza la vida en la Tierra, o un virus que mata a la humanidad). Una amenaza mundial de este tipo da lugar a la solidaridad mundial, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes, todos trabajamos juntos para encontrar una solución, y aquí estamos hoy, en la vida real. No se trata de disfrutar sádicamente de un sufrimiento generalizado en la medida en que ayude a nuestra causa; al contrario, se trata de reflexionar sobre un triste hecho de que necesitamos una catástrofe que nos haga capaces de replantearnos los rasgos básicos de la sociedad en la que vivimos. (Zizek: 2020)

Aunque el título del artículo es, sobre todo, una provocación, la propuesta abre puertas hacia transformaciones de la actual existencia humana que no podemos siquiera imaginar. En palabras de Jameson, tomadas de La política de la Utopía (2004), esto crearía una situación en la cual podríamos “… tomarnos libertades mentales hasta ahora inimaginables con estructuras cuya modificación o abolición real difícilmente parece posible.” La actual pandemia ha generado una ola mundial de temor, tanto por el peligro verdadero que comporta la infección como por el efecto multiplicador de semejante acumulación de noticia crítica en un mundo interconectado al nivel de nuestro presente. Si lo anterior significa que habrá concertaciones políticas de nuevo tipo entre países y regiones, así como que los aparatos de reproducción cultural van a estimular a nivel global vidas que privilegien la solidaridad, ojalá ocurra. En términos básicos, se trata de combinar simple supervivencia, estabilidad, sostenibilidad, desarrollo y felicidad de un modo coherente y en dirección al futuro.

En el esquema de Asimov el orden ascendente de las catástrofes depende de la mayor cercanía o alejamiento entre estos eventos y el orden cósmico, de manera que una enfermedad infecciosa global pertenece al tipo de cuarta clase. Como el profundo conocedor del psicoanálisis que es, Zizek analiza el presente (todo cuanto antes hemos descrito y más) como síntoma de esa variante de futuro donde es posible una crisis mayor en el punto de catástrofe, y mirando desde allí el modo de transformar el presente pasa por el cambio político, económico, conceptual, cultural.

Ojalá sea.

 

Bibliografía:
 
Zizek, Slavoj: El coronavirus es un golpe a lo 'Kill Bill' al capitalismo… y podría llevar a la reinvención del comunismo, en https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/.
Jameson, Frederic. La política de la Utopía. (originalmente publicado como “The politics of Utopia”, en New Left Review, Jan-Feb, 2004.)