Quo usque tandem abutere… patientia nostra?

Cicerón. Primera Catilinaria.

La Historia, dama veleidosa, ama el progreso en espiral. El Eterno Retorno nietzscheano. Lo que un día sucedió ante ojos ya hoy apagados regresa, sempiterno, danza frente a nuestros ojos, estos, los de hoy, ojos nuestros desconcertados y nunca ahítos de asombro. Hacemos la Historia pateando la misma gastada piedra, reincidiendo en la misma fangosa agua, agua que hacemos discurrir bajo el mismo vetusto puente. Eso hacemos, por ejemplo, con los odios. Con los intereses. Con el afán de dominio. Con las guerras. A eso, en resumen, se le ha llamado geopolítica. Ese es el fantasma que recorre hoy el mundo. Y no solo lo recorre: aúlla, asola, envía a morir —y a matar— a cientos de miles de seres, lanza poderosísimas bombas, misiles inteligentes, y, triste es decirlo, asesina, hiere, mutila, destroza, deja sin hogar, desplaza a millones de seres, seres ocupados en el duro quehacer de vivir y sobrevivir —especialmente en el luctuoso deshacer que es morir—, seres sin esperanza o misericordia, que poco o nada sospechan de la existencia misma de la palabra —i.d. geopolítica— y de lo que desde ella mana y emana.

“Hacemos la Historia pateando la misma gastada piedra, reincidiendo en la misma fangosa agua”. Foto: Tomada de Pixabay

Común en siglos anteriores resultaban las pendencias en que los pendencieros se agredían en sus respectivos lares, hacían sufrir a sus respectivas ciudades, a sus pueblos, a su gente, a sus economías, de tal suerte que, una vez finiquitados los espurios objetivos que a los pendencieros animara —geopolíticos, desde luego—, pues abandonaban la pendencia con… sus países derruidos, su gente muerta, herida, mutilada, desplazada, empobrecida, desgraciada. Mas… he ahí que poco antes de la primera mitad del siglo XX tal práctica experimentó un cambio. Radical. Desde entonces, cuando la pendencia está a las puertas —geopolítica mediante—, los pendencieros designan —también geopolítica mediante— un sitio, bien lejano a sus viñas, a sus ciudades, a sus pueblos, a sus economías, a su gente… para escenificar —lejos de todo peligro para sus vidas y haciendas— la pendencia. Para ello aprovechan, desde luego, ciertos rasgos —desafortunados, infaustos— típicos del sitio que en malvada suerte elijen y sobre ellos, y por ellos, y gracias a ellos, arman y alimentan pendencia. Son guerras en el extrarradio. Es la manera ideada por los pendencieros en aras de pendenciar en… terreno ajeno. Ah, los pendencieros del siglo XX descubrieron el falaz andamiaje de las guerras proxys. ¡Pobre del sitio que los temibles pendencieros elijan! ¡Pobre de sus lugareños! ¡Pobre de sus ciudades!

“Resulta muy sagaz guerrear lejos de casa para… mantener limpia y sana la casa al tiempo que se destroza la casa de otro”.

Guernica o el primer rostro de las guerras proxys

La Europa de 1936 era la premonición misma del desastre. En 1936 Adolf Hitler invade la Renania y la política de Lebensraum, acuñada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, llevada a política de Estado, se proclama a voces. En marzo de 1938 llegará el Anschluss,la anexión de Austria. En septiembre de 1938 Inglaterra y Francia ceden, inmoralmente, los Sudetes a la Alemania nazi. Hitler salta, eufórico, ante la política de cobarde apaciguamiento. La URSS de Stalin discurría en stand by en espera del Tratado Ribbentrop-Molotov: pronta estaría la conquista de la zona oriental polaca, los países bálticos y la guerra con Finlandia. La Italia de Mussolini invade Etiopía. La Segunda Guerra Mundial se agitaba ante portas. La oportunidad de la primera de las guerras proxys llegó: en julio de 1936 España tiembla con la asonada militar del general Francisco Franco, un golpe a la Segunda República española. La calamidad española colocó a los pendencieros en oportunidad de elegir sitio. La guerra que se cernía sobre Europa se ensayó —y ensañó— en España. Se pre/localizó allí. Ese fue entonces el extrarradio. Todas las fuerzas, todos los odios, todos los desmanes se dieron cita en la antigua Hispania. Los pendencieros, esos que más tarde cargarían unos sobre otros en sus propios lares, se fueron —inicialmente— a las manos en España. España fue —inteligente y malsanamente— convertida en… campo de pruebas de las armas y estrategias de los pendencieros. Francisco Franco fue el mero catalizador, el vehículo, para que los pendencieros eligieran sitio. Hagamos la guerra… lejos de casa, se dijeron, todos a una. Y es que resulta muy sagaz guerrear lejos de casa para… mantener limpia y sana la casa al tiempo que se destroza la casa de otro. Dirimir rencores en sitio lejano. Mantener la paz aquí para hacer la guerra allá. Y todo ello en aras de váyase a saber qué contrahechos intereses. España fue un inmoral y cruel laboratorio. 620 mil vidas segadas, la mayoría españolas, desde luego, fue la resultante.

Masacre en Corea: La segunda aparición de las guerras proxys

Once años después de concluida la Guerra Civil española, apenas cinco años más tarde del fin de esa carnicería bestial que resultó la Segunda Guerra Mundial, pendencia que nos lanzó al rostro más de 60 millones de muertos —40 millones de ellos civiles—, en apariencia nada exhaustos los poderosos pendencieros, estalla una nueva y muy feroz carnicería. La Segunda Guerra Mundial fue, en puridad, un nuevo reparto del mundo. Un nuevo trazado de mapas. Si la Primera Guerra Mundial lo fue… la Segunda no lo fue menos. Se escindió Alemania; se escindió, absurdo mediante, su capital, Berlín; se escindió la península coreana. Los otrora aliados —circunstanciales— regresaron a ser enemigos —irreconciliables—. Millones de los que en esta nueva guerra murieron lo hicieron a la grupa insospechadamente sancta de las ideologías. Aquellos que movieron los hilos, sin embargo, lo hicieron a la grupa, otra vez falaz, de la geopolítica. La necesidad de irse al extrarradio para pendenciar estaba ahora signada por la existencia de armas nucleares: no solo era necesario irse al extrarradio sino limitar la pendencia al empleo de armas convencionales.

“La Segunda Guerra Mundial fue, en puridad, un nuevo reparto del mundo. Un nuevo trazado de mapas”.
Foto: Tomada de dipublico.org

En ese contexto, el 25 de julio de 1950 tiembla la dividida Corea: estalla una guerra bestial entre los otrora hermanos. Otra vez la calamidad colocó a los pendencieros en oportunidad de elegir sitio. La guerra que se cernía sobre Europa, sobre el planeta todo, ahora capaz de destruirlo tras lo acaecido en Hiroshima y Nagasaki, la enemistad —¡en realidad los intereses geopolíticos de los pendencieros de turno!— se ensayó, y ensañó ahora en Corea. Se prelocalizó allí. Ese fue entonces el extrarradio. Todas las fuerzas, todos los odios, todos los desmanes se dieron cita en la muy pequeña península. Las potencias, esas que amenazaban con cargar unas sobre otras en sus propios lares, con bombardearse a más y mejor con armas atómicas, decidieron que era mucho más inteligente irse a las manos convencionalmente en… Corea. El término acuñado por el consejero presidencial estadounidense Bernard Baruch —“Guerra Fría”— se calentó de manera rotunda con el empleo del término “Guerra Proxy”. Corea fue —inteligente y malsanamente— convertida en… campo de pruebas de las armas y estrategias de las potencias pendencieras. La argamasa ideológica, los alimentados y antinaturales odios y la calamidad resultante de un país dividido fue el mero catalizador, el vehículo, para que los pendencieros eligieran sitio. Hagamos la guerra… lejos de casa, volvieron a decirse, todos a una. 21 naciones participaron en semejante pendencia. Una suerte de guerra mundial… en el extrarradio del mundo. En aquel sitio pequeñito y localizado en una esquina del planeta, se ensayó/ensañó un Armagedón. Aproximadamente cuatro millones de soldados se vieron allí las caras. El resultado: más de un millón de esos soldados murieron, a los que se sumaron 800 mil civiles. Un millón de seres desaparecieron. Eso nos lanzó al rostro aquella baladronada de la geopolítica. En el pequeño sitio, la península coreana, nada cambió: el país quedó dividido, y… devastado. Solo muerte y destrucción produjo aquella guerra, si se llegara a aceptar que alguna guerra resulta capaz de producir algo más. La pendencia, brutal, se prolongó tres años, un mes y dos días. Los artífices de la pendencia parecían satisfechos: sus ciudades estaban incólumes. Habían guerreado feroz —mas muy sabiamente— en el extrarradio. Como decimos en español castizo: se habían quitado las ganas. Se congratularon. Muy sabias y útiles resultaban las guerras proxys.Sí, señor. En el futuro, se dijeron, cuando nos regresen las ganas de pendencia, regresaremos a este método. Es lo ideal, se dijeron. Libera tensiones, acordaron. Es catártico, convinieron. 

“La globalización excluye todo localismo. Así como toda epidemia local puede devenir pandemia global, toda guerra local puede devenir conflagración global”.

El napalm: Vietnam o la tercera aparición de las guerras proxys

Apenas un año después del fin de la carnicería coreana una nueva guerra proxy, todavía más bestial, estaba gestándose. El sitio a elegir sería, ¡pobre Asia!, muy cercano. Desde 1945 los vietnamitas luchaban tenazmente contra la ocupación francesa. En 1954 la batalla de Diem Bien Phu destrozó la columna vertebral del poderío galo. Entre el 26 de abril y el 20 de julio de 1964 tiene lugar la Conferencia de Ginebra, convite del que nacerá, una vez más, ¡otro país escindido! La escisión esta vez la sufriría la ya muy sufrida Vietnam, país sobre el que se cerniría —a partir de los dictados de la muy temible geopolítica, y desde los preceptos de los muy temibles pendencieros— todavía mayor horror. El 2 de septiembre de 1945 surge Vietnam del Norte. El mismo día nace el Imperio de Annam, bajo el emperador Bao Dai. Una cláusula estipulaba la celebración de un referéndum en 1958 en función de decidir la unificación del país. Si en 1950 el Gobierno de EUA apoyaba a Francia en su guerra colonialista contra los patriotas vietnamitas con una contribución que ascendía al 15 % de los gastos militares, en 1954 este apoyo se elevó al 80 %. El objetivo, desde luego, era geopolítico: impedir que en esa zona triunfaran las fuerzas comunistas, triunfo ese que otorgaría per se la ventaja, otra vez geopolítica, a China y a la URSS, dúo de naciones esas últimas que, también desde la geopolítica, perseguían el objetivo opuesto. En abril de 1955 un general sudvietnamita, Ngo Dinh Diem, protagoniza, con el apoyo de la CIA norteamericana, a la que animaba —urge decirlo— la geopolítica, of course,un golpe de estado. De tal suerte se proclama Vietnam del Sur. El acordado referéndum en función de la unificación, con innegables posibilidades de establecerla por mayoría arrolladora, quedó bye. Había comenzado la pendencia. Un nuevo extrarradio había sido definido. Los pendencieros moverían otra vez los hilos. Los ejércitos. Los necesarios recursos. Las bombas. Los cohetes. Decididos a no permitir que el comunismo se afianzara en lo que denominaban Indochina, esto es a no permitir el triunfo geopolítico de China y de la URSS, los Estados Unidos se implicarían cada vez más. Enviaron cientos de miles de soldados, buques, aviones, blindados, comenzaron los muy feroces y arteros bombardeos al Norte, el empleo del defoliante naranja, el napalm, el minado de puertos: una guerra total y brutal se cernía sobre aquel pequeño, lejano, sufrido, estrecho y alargado terruño. La guerra se extendió a Laos y Camboya. Trece países contendieron allí, de una forma u otra. En octubre de 1972 batallaban en suelo vietnamita unos cien mil norteamericanos, más de 700 mil sudvietnamitas, y cerca de un millón de norvietnamitas. La guerra fue una derrota bestial para los intereses geopolíticos de EUA: en 1973 serían obligados a retirarse para que apenas en 1975 el país quedara unificado bajo el empuje arrollador de las fuerzas del Norte. Un conflicto puramente nacional, local, acaecido en un sitio lejano y pequeño, había sido magnificado, alimentado, orquestado, apoyado y subvencionado, por fuerzas absolutamente extrañas, que no dudaron en enviar allí a morir —y a matar— a decenas de miles de sus jóvenes. 350 mil soldados vietnamitas murieron, dos millones fueron heridos, más de 58 mil norteamericanos fallecieron, 300 mil fueron heridos, otras nacionalidades reportaron casi 65 mil muertos. En cuanto a civiles, 2 millones de vietnamitas, 300 mil cambodianos y 200 mil laosianos perdieron la vida. Eso nos lanzó al rostro aquella guerra. El napalm fue uno de los símbolos de aquella pendencia. Eso ha sido hasta hoy precisamente la geopolítica: una llamarada imposible de apagar. La imagen de una niña quemada por el napalm, una chiquilla desnuda que a puro grito corre despavorida junto a otros chicos, inundó entonces las pantallas del mundo. El pequeño sitio, Vietnam, quedó devastado. La guerra se prolongó por casi 20 años. Una vez más los artífices de la pendencia, los que movieron los hilos, esos que fungieron como deus ex machina, quedaron satisfechos: sus ciudades habían quedado incólumes. Habían guerreado, quizá con más ferocidad que nunca —pero muy sabiamente— ello había acaecido solo en el extrarradio. En Indochina. Otra vez, a más y mejor, se había conjurado el peligro de una guerra total que lo hiciera desaparecer todo. Y otra vez se congratularon: ¡ah, qué sabias e inteligentes y procedentes y útiles resultan las guerras proxys! En el futuro, se dijeron, cuando nos regresen las ganas de pendencia, de conjurar odios, de jugar a la non sancta geopolítica, regresaremos a este juego. Claro, es lo ideal, se dijeron. Y está el asunto ese de la liberación de tensiones, acordaron. Ah, sí, lo catártico, convinieron. Sí, también eso. Ah, y empuja la economía, por el auge que llega desde el Complejo Militar Industrial. No lo olvidemos, se dijeron. Y, ¿los muertos? Bah, nevermind, son solo seres que tienen la desgracia de estar en el momento equivocado en el lugar equivocado. Sorry, pero no importan los muertos. Lo importante es la… geopolítica.

La imagen de una niña quemada por el napalm inundó las pantallas del mundo. Foto: Tomada de público.es

El siglo XXI o la internacionalización de las guerras proxys:Ucrania, Siria, Yemen

Desde entonces han transcurrido casi 40 años. Casi medio siglo. Otras guerras proxys han hecho lo suyo: Nicaragua, Líbano, Afganistán, Iraq, Angola. Hoy, podría pensarse, los conflictos ideológicos, la antigua argamasa, casi ha desaparecido. Queda solo el rostro —desideologizado— de la geopolítica. Obviando la argamasa ideológica, los grandes pendencieros siempre han luchado por repartirse el mundo. Hoy juegan a designar nuevos sitios, lejanos a sus viñas, a sus ciudades, a sus pueblos, a sus economías, a su gente… para escenificar, lejos de sus bellos entornos, nuevas pendencias. Y continúan aprovechando, desde luego, las características —desafortunadas, infaustas, desventuradas— de ciertos sitios, sitios que en malvados análisis no dejan de elegir para, sobre esas características, por ellas y gracias a ellas, armar y alimentar pendencia. Los pendencieros del siglo XXI desean seguir practicando guerras proxys. ¡Pobre del sitio que los temibles pendencieros elijan! ¡Pobre de sus lugareños! ¡Pobres de sus ciudades!    

Ucrania fue uno de esos sitios. Lo peor, sin embargo, no acaece en Europa. Acaece en ese polvorín que ha sido desde mitad del siglo XX el Oriente Medio. Acaece en la milenaria Siria. Acaece aún hoy en Yemen. Todo lo aprendido hasta hoy, desde 1936, parece haberse empleado en Siria por los pendencieros de turno. Los mismos de siempre. Circunstancias absolutamente locales, infaustas, dolorosas, tristes, complejas —pero circunstancias que al cabo solo a los sirios atañen, que solo los sirios deben resolver— motivaron que los pendencieros de turno eligieran sitio. Desde marzo del 2011 en Siria estalló una guerra cruel y fratricida. En el momento de mayor auge una veintena de naciones tomaban parte en ella. Trece países participaron en bombardeos. El resultado: la cifra de fallecidos excede los 500 mil seres. Los desplazados excedieron los 5 millones. Siria está hoy devastada, repleta de cadáveres. Lo mismo Yemen, donde cada día, aún hoy, se cavan nuevas tumbas.

Recemos para que un cronista futuro no adicione a esta crónica el epílogo de nuevos desastres. Si la plegaria no resultara efectiva, habrá un lugar de merecida y rotunda condena para los humanos que no supieron o no pudieron conjurar la catástrofe. La globalización excluye todo localismo. Así como toda epidemia local puede devenir pandemia global, toda guerra local puede devenir conflagración global. Siguiendo ese axioma, todo logro de paz local puede allegar la semilla de la armonía global.

Déjese de jugar irresponsablemente a la muerte a la grupa de una geopolítica prostibularia e inmoral. Juguemos todos a una el digno juego de la paz y la ayuda solidaria, única vía de lidiar con los múltiples y profundos problemas que agobian hoy al mundo.

A los pueblos, como sostuviera en el Senado romano Cicerón hace ya más de 2 mil años, se les acaba la paciencia. La tragedia continúa: la carita sangrante de un pobre chiquillo en Yemen nos llena de horror. Ahí está. Sus ojos claman, reclaman y… condenan.

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