Las series en serio

Laidi Fernández de Juan
29/5/2018

El fenómeno es internacional: se consumen más series que películas, languidece el público en las salas de teatro, la televisión disminuye su teleaudiencia, y la radio es casi un medio anticuado. El mecanismo lucrativo detrás de los soportes de series, es inmenso, y ya se disputan las mejores productoras, con Netflix a la cabeza. Definida como una empresa comercial estadounidense de entretenimiento, que proporciona mediante tarifa plana mensual streaming multimedia y documentales bajo demanda por Internet y de DVD-por correo, Netflix fue fundada en agosto de 1997, en Scotts Valley, California, Estados Unidos. De dicha casa productora hemos visto en Cuba varios seriales, que recomiendo. Ejemplos son “Casa de papel”, española; “Mindhunter”; “The Crown”, de base histórica; “Narcos”, de temática colombiana; “Las chicas del cable”, también española, y muchísimas más. Que me perdonen los conservadores, pero estoy de acuerdo con la piratería, mientras no sea viable adquirir audiovisuales de forma legal, ya que de otra forma no tendríamos acceso al visionado de series ni de películas.


De las series buenas, se aprende mucho. Fotos: Internet

 

Más allá de quién produce una serie, lo cierto es que proliferan sus adeptos. “Juego de tronos”, monumental espectáculo estadounidense de fantasía medieval, drama y aventuras, creada por David Benioff y D. B. Weiss para la cadena HBO, sostuvo en vilo a gran parte del público mundial durante siete largas temporadas. Confieso que durante las primeras cuatro, me resistí a sumergirme en esa temática, básicamente fantasiosa. Fue Corina Mestre, nuestra gran actriz y profesora, quien me convenció, con el argumento de las magníficas actuaciones que allí se despliegan. Y claro está, con semejante recomendación, no tuve más remedio que dejarme atrapar por “Juego de tronos”. Y caí rendida, como ya me había sucedido antes con las policiales “The closer”; “Dexter”; “Chicago PD”; “Mentes criminales”, y con las comedias españolas “Aída”; “Aquí no hay quien viva”; y “La que se avecina”, por solo citar pocos ejemplos. Víctor Fowler, gran amigo y experto en el tema, es el culpable de mi devoción por “The Wire”, (de la cual sigo enamorada, y además, de Michael Williams, intérprete de Omar, personaje secundario, espléndido). En el año 2016, la revista británica Empire confeccionó un listado con las mejores series a nivel mundial, y los cinco primeros lugares los ocupan, por orden, “The Wire”; “Breaking Bad”; “El ala oeste de la Casa Blanca”; “Los Simpson”; y “Friends”. Me resistí durante mucho tiempo a “Breaking Bad”. Un fuerte prejuicio me impedía dejarme enganchar por el asunto de la droga, abundantemente tratado en series colombianas como todas las que giran en torno al psicópata Pablo Escobar. Fueron mis hijos quienes me ayudaron a superar esa predisposición, contándome que la verdadera materia de la serie es, justamente lo espantoso que se deriva de ese flagelo, además de la cuidada actuación de los protagonistas. Tenían razón, es muy buena “Breaking Bad”, y ahora mismo disponible en nuestro mercado alternativo y público.  

Obviamente, soy una serie-adicta, desde que en el programa de la televisión cubana “Tanda del domingo” comencé a enviciarme con la insuperable serie “Monk” (hasta el sol de hoy, extraordinaria), creada por Andy Breckman por la cadena USA Network, transmitida entre los años 2002 y 2009, y que le proporcionara al protagonista, Tony Shalhoub, el Premio Emmy al mejor Actor de Comedia. El desempeño de este actor transformado en el obsesivo Adrian Monk es de tal magnitud, que cuando lo veo en películas (de mafiosos casi siempre y él es “el malo”), me da la impresión de que en cualquier momento limpiará el arma con una toallita perfumada, y acomodará el cadáver de forma perfecta, simétrica.

Si de series históricas hablo, no debo dejar de mencionar  una de mis favoritas, la española de RTVE “Cuéntame cómo pasó”, con Imanol Arias y Juan Echanove, que atrapó al público durante más de doce años, y muestra la evolución de los últimos años de la dictadura de Franco y el proceso de destape que vino después. Amén de la maquinaria comercial que se mueve siempre que aparece (se crea) un filón mercantil de altos dividendos, los creadores cubanos debían ponerse las pilas, —o permitírseles calzarse, más bien—, aun con nuestros escasos recursos. Cuando hablé de mi voto a la piratería, también pensaba en la única forma gracias a la cual podemos volver a disfrutar de las emblemáticas producciones “En silencio ha tenido que ser” y “Julito el pescador”, entrañables series que muchos recordamos y necesitamos recrear a cada rato, igual a como sucede con “Diecisiete instantes de una primavera”, la inolvidable serie soviética, también disponible en los estanquillos piratas que pululan en nuestras ciudades. ¿Dónde y cómo si no, podríamos acceder a esas series? De las cubanas actuales, me inclino por “UNO” (Unidad Nacional Operativa), de Roly Peña, material de buena factura y credibilidad temática y actoral, donde por fin los policías son humanos, y los malhechores, víctimas de diversos traumas.


La comunidad de serie-adictos crece. Y se va haciendo común la conversación sobre
¿qué serie estás viendo ahora?

 

Hace unos años, existió una campaña entre nosotros, concentrada en la crítica indiscriminada a las series, en sentido general. Muchas son de pésimo gusto (y por ende, generan descalabro estético consiguiente), eso es cierto: hay mucha basura en el mundo serial, mucha estupidez, mucha cosa barata, peligrosamente influyente. Pero la pregunta es ¿acaso no sucede lo mismo con películas, con puestas teatrales, con músicas y con literatura? No es el formato lo que debemos combatir, sino el contenido. Y asimismo, identificar lo bueno, lo salvable, aquello que ilustra, enseña, divierte y genera placer, tanto ético como estético. Divertirse aprendiendo, como diría Mark Twain, es lo más productivo.

Dejémonos entonces de tanto remilgo y digamos Sí a las series. Permitamos que cada quien seleccione, y en ese punto sugeriría entrenar a los vendedores de discos copiados. Los he observado, y como serie-adicta que soy, entablo conversaciones con mis vendedores favoritos. Ellos saben lo que están vendiendo, en la mayoría de los casos. Como libreros antiguos, esos personajes de antaño (quedan muy pocos ya), que recomendaban lecturas y sugerían novedades, los vendedores de series pueden, a su vez, ofrecer las mejores producciones, las de más alta calidad, esas que atrapan no por banales, sino por instructivas. La comunidad de serie-adictos crece. Y se va haciendo común la conversación sobre ¿qué serie estás viendo ahora?; ¿qué te parece la actuación de Jude Law en “The Young Pope”?;¡qué pena que se detuvo “House of Cards”!; ¿es verdad que en la más reciente temporada de “Lo que se avecina” hay boda entre El hombre Cojín y El espetero?; ¿No te resulta impresionante la actuación de Claire Danes como la agente Carrie Mathinson en “Homeland”? Si bien es cierto que sería más elevado intelectualmente hablando, hacernos esas mismas preguntas sobre Literatura, por ejemplo, la realidad es terca, como dicta el refrán, y esto es lo que hay, lo que trajo el barco, lo que toca. Aprendamos, pues, a admitir el mundo del espectáculo moderno, sin dejarnos vencer por la chatarra y el mal gusto. De las series buenas, se aprende mucho. Vale la pena.