Leal a Céspedes

Félix Julio Alfonso López
10/10/2020

Es tradición antigua de la Oficina del Historiador, en víspera de la conmemoración del Grito de Independencia lanzado por Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio Demajagua, honrar la memoria del prócer del que, en aquel hermoso paralelo entre el hombre del Diez de Octubre y el Bayardo camagüeyano, dijo Martí refiriéndose al primero:

Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella!

Como sabemos, el texto de Martí que acabo de citar lleva por título “Céspedes y Agramonte”, y mis palabras de esta mañana quiero titularlas: “Leal a Céspedes”. Devoto del legado de Emilio Roig, a quien siempre llamó con admiración y respeto “mi predecesor de feliz memoria”, Eusebio Leal, historiador de La Habana durante más de medio siglo, continuó la tradición de exaltar las grandes figuras y fechas patrias, con especial destaque para aquel que había fundado, con gesto magnífico, la nación cubana.

Mucho hizo Emilito por honrar su memoria en los tiempos difíciles de la República burguesa y el resumen de sus desvelos fue justamente colocar en este espacio público, de la mayor jerarquía en el imaginario urbano de La Habana, una gallarda estatua del mártir de San Lorenzo, obra que lo muestra altivo y desafiante al poder colonial, en sustitución del monumento de Fernando VII, funesto representante de aquel colonialismo decadente. Aquella mediocre escultura, al decir de otro historiador contemporáneo, era un agravio a la memoria de los cubanos virtuosos que, como Heredia, Varela y Saco, habían sufrido los desmanes del absolutismo.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana, el culto a Céspedes, que tuvo en Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo —amigos y colaboradores de Emilio Roig— a dos venerables maestros, encontró eco en la prédica patriótica de Eusebio Leal. Él allegó en el Museo de la Ciudad piezas fundamentales en la vida del prócer, entre ellas el hermoso retrato al óleo realizado en los Estados Unidos en 1872 por J. Devich, copia de una fotografía de 1857; la bandera de La Demajagua, enviada por Céspedes a Anita con el encargo de traerla de vuelta a la patria libre —una promesa que ella cumplió íntegramente—; el revólver de seis balas con cachas de marfil que llevaba en San Lorenzo; el trío de plumas y abrecartas de madreperlas, ébano, nácar y oro y los bonos de la República de Cuba en Armas, firmados por su primer presidente.

 

En paralelo con la misión patrimonial del museo, Leal fue durante décadas un entusiasta defensor y divulgador de la figura de Céspedes, y en este sentido, disertó en numerosas ocasiones sobre aspectos biográficos y épicos del héroe, en un ramillete de discursos, artículos y evocaciones. Entre muchos ejemplos que podrían citarse, en ocasión del aniversario ciento siete de su caída en combate, el 27 de febrero de 1981, Leal escribió en las páginas de Granma un emotivo texto, donde señala que: “Fue Céspedes la síntesis más acabada y a la vez simbólica de los cubanos, en su admirable capacidad de integrar las urgencias y las necesidades de nuestra tierra, en el contexto de la época en que a él le tocó existir y hacer”.

Leal hizo de Céspedes una figura tutelar de su pensamiento y, con el paso del tiempo, fue forjando una biografía personal del insigne bayamés que lo llevó a conocerlo en profundidad, desde su grandeza como libertador hasta sus desgarramientos como ser humano de carne y hueso. Hay un momento particularmente hermoso en esta pasión cespediana de Leal y es cuando llegan a sus manos los dos cuadernillos de su último Diario, ocupado por los españoles en la catástrofe de San Lorenzo, y cuya destinataria debía ser Anita, su esposa, que nunca lo recibió. Fue rescatado por los hermanos Julio y Manuel Sanguily y este último jamás accedió a entregarlo a la viuda, claro síntoma, dice Leal “de la inocultable acritud que el vehemente orador y autor de ensayos y artículos patrióticos, combatiente en la guerra de los Diez Años, reservó a Céspedes”.

Oculto el Diario durante más de un siglo, sus páginas se consideraban el fragmento clave, el mensaje cifrado necesario para reconstruir a cabalidad el entramado de contradicciones y desafíos que debió enfrentar la Revolución en sus primeros años. Alice Dana, viuda del Dr. José de la Luz León, albacea de dicho documento, cumpliendo la voluntad de su esposo lo entregó a Leal quien decidió publicarlo con una dedicatoria a sus maestros Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo.

En el artículo donde dio a conocer la noticia, aparecido en el periódico Juventud Rebelde el 9 de octubre de 1988, escribió Eusebio los siguientes juicios:

A través de sus páginas aparece nítida la imagen humana, la solidez moral, la lealtad a los principios, la franqueza de aquel a quien reservó la historia el singular privilegio de desencadenar las fuerzas sociales y conducir los destinos de la Cuba insurgente, desde la gloriosa alborada del 10 de octubre hasta su deposición, dictada por la Cámara de Representantes el 27 de octubre de 1873.

Y añade: “todo cuanto está escrito, día a día y hora a hora, refleja la ansiedad y la agonía, las luchas enconadas, las privaciones y la entereza del hombre que jamás perdió la fe en la victoria de su pueblo”.

Luego de una cuidadosa labor de transcripción del manuscrito, el Diario perdido fue publicado primero en Zamora, España, en 1992.

La posterior publicación del Diario perdido en nuestro país, con prólogo de la Dra. Hortensia Pichardo, y las sucesivas ediciones que se han hecho hasta el presente, le deparó a Leal grandes satisfacciones en su vida intelectual y, en particular, dos a las que me referiré enseguida. Fue sobre el Diario que reflexionó en su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua, en 1994, en presencia de la eminente poetisa Dulce María Loynaz y con ese propio documento obtuvo su Doctorado en Ciencias Históricas en la Universidad de La Habana, en 1995.

En la disertación ante los académicos de la lengua, el verbo poético de Leal alcanzó notas conmovedoras, cuando expresó: “La tensión sostiene en vilo nuestro interés, adentrándonos en una lectura tocada por un halo de tristeza y desconsuelo, dadas las trágicas circunstancias en que la pluma trazó sobre estos cuadernos los rasgos del fundador de la República” y, para dominar la emoción de los oyentes, agregó esta interpretación original y personalísima: “Céspedes es un ideal, un paradigma que emerge de las tenebrosas situaciones de una guerra donde se enfrentan cubanos y españoles como bandos opuestos, pero que en su esencia es una tormenta familiar”.

 

 

Haciendo gala de fina cortesía, Leal se justificaba de entrar en dicha corporación de letrados, por el hecho de no existir en aquellos días la Academia de la Historia. Aprovecho para decir ahora, cuando en breve los académicos de la Historia nos reuniremos también para honrar su memoria, que fue su ejemplar perseverancia la que hizo posible la refundación de esta academia, hace exactamente una década.

Sobre la defensa de su doctorado en Ciencias Históricas ha escrito otro apasionado de Céspedes y testigo del hecho, el Dr. Rafael Acosta de Arriba que, mientras se producía su disertación, “Fue algo insólito. Eusebio, mientras hablaba de Céspedes, fue interrumpido con cerrados aplausos en repetidas ocasiones por el tribunal y el público allí presente, algo nunca visto en un ejercicio de esa naturaleza. Por supuesto, no miró ni una sola vez para el documento contentivo de la tesis, todo estaba en su cabeza y en su caudalosa oratoria”.

Volviendo al Diario perdido, Eusebio revisitó una y otra vez sus páginas en numerosos discursos y conferencias. Entre las más descollantes la que pronunció en la Fundación Alejo Carpentier durante la inauguración del ciclo La intimidad de la historia, el 10 de enero de 2012. Recuerdo a la perfección aquella tarde, Leal estaba particularmente motivado y realizó una extensa lectura comentada del Diario, al tiempo que reconstruyó los avatares de su publicación. Allí dice, en una de sus metáforas favoritas, que le escuché decir muchas veces, que Céspedes era “la piedra angular del arco” que sostiene la nación cubana.

Destacó varios de los pasajes que más le gustaban, que no solo leyó, sino que también interpretó con intensidad, subrayando en ellos la condición intelectual de Céspedes, su estro poético y su particular sensibilidad hacia los humildes y desposeídos. Lo llamó con cariño “amador sin reposo” y también “hombre de pasiones”, algunos de cuyos juicios eran demasiado severos. Antes había escrito sobre el hombre galante y seductor lo siguiente:

Enamorado y galán, mas siempre caballero, el amor le prodigó exquisitas celadas a las cuales él no fue esquivo, y esto, más que defecto, es en la estructura de su ser íntimo, encanto. De aquellos devaneos amorosos sobrevivió una estirpe que no llevó con sonrojo su nombre. ¡Quién podría enjuiciar con ojos puritanos al vigoroso genitor a quien sorprende la muerte con un último beso de mujer en la mejilla!

Pero al final lo descubre en toda su grandeza y se acerca con estremecimiento y respeto al “viajero, al hombre de mundo, al impecable caballero”, que renunció a todo lo que su clase social podía ofrecerle para irse a la epopeya, y Eusebio exclama ante su memoria: “¿Quién soy yo para no entrar en la historia con la cabeza descubierta?, ¿Quién soy yo para llorar una lágrima que no sea la suya (…) ¿Quién soy yo desde mi condición humana, para no hacer otra cosa que analizar, llorar y tener la misma esperanza que a Céspedes no le faltó nunca por Cuba y para Cuba?”.

Llevaba mucha razón la Dra. Hortensia Pichardo cuando dijo, en el prólogo a la primera edición del Diario:

Ahora, los estudiosos del Iniciador de nuestros Cien Años de Lucha han de recibir con emoción las páginas que contiene este Diario dada la tenacidad investigativa y la vocación cespediana del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, las cuales tienen la importancia de ser lo último que el mártir de San Lorenzo escribiera y donde están reflejadas, entre otras, las ideas y sentimientos de la más dura etapa de su vida. La labor de Eusebio Leal merece el reconocimiento de todo cubano amante de nuestras raíces históricas, ya que también con su constante trabajo, pudo hallar cartas inéditas de Ana de Quesada, que aparecen junto a las páginas del Diario de San Lorenzo.

En otros textos dedicados a Céspedes, sobre todo en los años más recientes, la poesía y el rigor histórico andan de la mano en la manera en que Eusebio realizó siempre su hidalguía, su pundonor, su estoicismo, su particular cosmovisión del mundo formado en los arcanos de la masonería, su condición humana que lo lleva decir que no era perfecto ni infalible, su virtud revolucionaria, el sacrificio filial que lo situó en la condición suprema de Padre de la Patria, la pobreza y el decoro cívico de sus últimos días, y de manera constante insistía en su fe inquebrantable en los destinos de Cuba.

En la hermosa crónica de sus últimos días, publicada en Granma el 27 de febrero de 2014, Leal termina diciendo: “Si fue la traición o el azar el que guió al Batallón de los Cazadores de San Quintín hasta aquel apartado y, al parecer, seguro refugio de la Sierra, poco importa ya, en definitiva. Los ignotos perseguidores del hombre de La Demajagua eran portadores, sin saberlo, de la corona de laurel para ceñir su frente”.

 

 

Y en la ceremonia de inhumación de los restos de Céspedes y Mariana, en el Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia, el 10 de octubre de 2017, todos recordamos la profunda emoción que lo embargaba cuando exclamó, al clausurar su discurso: “Padre, un día te trajeron a Santiago con ropas raídas, ensangrentado y deshecho; eras joven, y sin embargo habías envejecido en el dolor, en el sufrimiento, en la ingratitud, pero jamás te abandonó la esperanza”.

Es, con esa esperanza en el futuro de Cuba, que quiero invitar a los diez jóvenes de la Oficina del Historiador, que nos acompañan simbólicamente en este acto, a buscar en las raíces de nuestra historia y, en figuras como la de Céspedes, respuestas y actitudes para enfrentar los desafíos que tenemos por delante. Ello demandará de ustedes audacia, inteligencia y valor para dar continuidad al ejemplo de aquellos próceres. Los incito a leer con fervor y lealtad los textos cespedianos de nuestro maestro Eusebio Leal y a caminar por los senderos de la Historia, como nos pidió siempre, con la cabeza descubierta.