Lino Betancourt estuvo ligado a mi familia durante gran parte de su vida, desde su paso por la campaña de alfabetización en que conocería a mi madre, hasta en sus épicas historias rodeado de trovadores que vivían cerca de mi casa. Un día mi tío político, por entonces aficionado a la construcción de instrumentos y luego convertido en afamado luthier, fue llevado de la mano de Lino ante el mismísimo Lorenzo Hierrezuelo, Rey Caney, con la excusa de que este probara una de sus rudimentarias guitarras. Aquella visita terminó en una tarde colmada de risas, consejos, anécdotas y mucho ron.

La amistad entre Lino Betancourt y muchos de los longevos trovadores que traspasaron el umbral de los 60 y otras décadas, fue vital para la narrativa que iríamos conociendo sobre ellos. Foto: Tomada del sitio web del Ministerio de Cultura de Cuba

Pero más allá de esas historias que pueden rozar exageraciones y añadiduras, a Lino lo vi siempre desde el cariño familiar pero con la mezcla de su linaje trovadoresco y su fortaleza musical e investigativa.

¿Cómo fue la metamorfosis del maestro y melómano hacia el musicógrafo por excelencia de la trova cubana?

Creo que en primer orden podríamos establecer como tesis el uso casi iniciático a finales de la década de los 60 de la musicografía como recurso científico, aunque no podríamos enmarcar solo a Lino, naturalmente. Si hiciéramos un ejercicio de búsqueda y justicia, tendríamos que mencionar al binomio Argeliers León y Teté Linares, quienes desde mucho antes ya habían clasificado y estudiado por todo el archipiélago diversos procesos formativos en casi todas las aristas de la música cubana, desde el análisis musicológico de lo ritual como vehículo catalizador endógeno hasta las más complejas formas de mixturas posibles entre el Caribe y nuestros contornos. Pero en los predios de la trova y sus intrincados misterios, pocos nombres descollaban en esas fechas, por lo que el estudio del género vino a gozar de algún reconocimiento y difusión a partir de las bohemias y encuentros de unos pocos jóvenes con exponentes reconocidos como María Teresa Vera, Sindo Garay, Lorenzo Hierrezuelo, Joseíto Fernández, Ñico Saquito y otros.

En mi opinión hay dos afluentes necesarios y sólidos pilares que son fundamentales en cuanto a la bifurcación generacional y estética en la Cuba de los 60: la Trova Tradicional y la Nueva Trova. Ellos son Guillermo Rodríguez Rivera y Lino Betancourt.

Ambos abrazaron a una y otra tendencia para, desde la visión poética, anecdótica e histórica, comenzar a narrar con pasión las grandes diferencias y similitudes entre una que surgía y otra que aún era consumida, y que no pueden imaginarse divorciadas siquiera.

“Lino tenía la capacidad de la oratoria y supo dosificarla con su buen humor y un sarcasmo a veces muy filoso, pero con gran cariño y respeto”.

Ahora bien, en ese sentido podríamos afirmar que en Lino existe una línea vinculante que definiría con los años sus valiosos aportes en la investigación y en la crítica hacia la trova como concepto, más allá de no provenir del mundo académico o pertenecer a una categorización musicológica per se. Es decir, si estableciéramos un rápido paralelismo entre él y figuras como las antes mencionadas (Argeliers, Teté, Guillermo y sumo además a Odilio Urfé) estaríamos de acuerdo en sentenciar el inmenso legado oral obtenido por ellos en sus investigaciones, siendo idénticos a los resultados de relatos y vivencias que nutrieron al joven Lino. La investigación in situ es una arista importante en la musicología, la cual tiene a la entrevista como una necesaria herramienta para la conformación de tesis y que fue muy bien aprovechada por todos estos grandes investigadores. Pero dentro de esas formas a veces no descritas o no convencionales, están la charla o la bohemia, que como narré al inicio, también van acompañadas de un buen ron, y en ocasiones más de uno.

Precisamente esa amistad entre Lino y muchos de aquellos longevos trovadores que traspasaron el umbral de los 60 y otras décadas (tampoco muchas más), fue vital para la narrativa que iríamos conociendo sobre ellos, ya fuera en tono fabulado o con el escarmiento sobre un inapropiado olvido. Lino tenía la capacidad de la oratoria y supo dosificarla con su buen humor y un sarcasmo a veces muy filoso, pero con gran cariño y respeto. Sobre la vida de algún trovador que moraba en una antigua casa en la Habana Vieja, un solar o barrio periférico, nos contaba con su voz de barítono y sus dotes histriónicas, y pudimos enterarnos de quién fue Longina y por qué Corona yace en una tumba cercana a la suya en un sencillo cementerio en Caibarién. Las historias que inspiraron hermosas canciones con nombres de mujer apasionaban al inquieto Lino, y tal vez encontrásemos en sus relatos lo que ningún o muy pocos libros pudieran arrojarnos al respecto. Detalles de clásicos como “Mujer perjura”,“Pensamiento”,“Las perlas de tu boca” o “Las flores de la vida”eran conocidos de memoria y narrados con franca vehemencia y fervor, además de exquisito rigor histórico.

“A Lino lo vi siempre desde el cariño familiar pero con la mezcla de su linaje trovadoresco y su fortaleza musical e investigativa”. Foto: Tomada de suenacubano.com

Pero ¿hasta dónde llegaba la creíble verdad o comenzaba la supuesta edulcoración personal del que narra? ¿Hasta dónde pudo Lino oxigenar en superlativo algún relato?

Si nos ceñimos a la Historia, coincidiremos en el papel jugado por trovadores y poetas en la narrativa de sucesos de diferentes tipologías, mas no por ello dejan de contener valores reales aunque hayan sido transmitidos por cientos de generaciones y hayan tenido adiciones en cuanto a formalismos o datos que, evidentemente, no dañan o corroen la veracidad de lo ocurrido. Si nos remitimos a fechas y eventos de orden cronológico, notaremos la credibilidad y justeza de lo escrito y dicho por Lino, y si tomamos un atajo en dirección a subjetividades y verdades no contadas, pudiéramos ciertamente dudar, aunque no hay certeza o evidencia real de alteraciones que hayan tenido origen en sus apreciaciones.

En un viaje que hicimos juntos a la querida Santa Clara para la presentación de un disco titulado Serenata con nombre de mujer, del Trío Palabras, su directora Vania Martínez lo catalogó como el eterno novio de la trova. No creo que exista otra mejor definición, ni tampoco que tengamos que rebuscar para recordarle.

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