La noveleta El mensajero es una de las opciones literarias que la Casa Editorial Abril somete por estos días a nuestra consideración. Merecedora en el 2019 del Premio Calendario, y publicada un año después con edición e ilustraciones de Laura Álvarez Cruz y Hanna G. Chomenko, respectivamente, debemos su autoría a la poeta y narradora Leidy González Amador (Vueltas, 1988), una de las voces más significativas dentro de la literatura para niños, adolescentes y jóvenes que actualmente se produce en nuestro país. Testimonio de ello ofrecen los varios reconocimientos obtenidos en certámenes de relevancia nacional y la incuestionable calidad de su obra, especialmente de su poesía.

El mensajero aborda un tema poco trabajado por los autores cubanos que hoy día nos dedicamos a escribir para los más chicos: las guerras de independencia, y lo hace a través de las aventuras de Manu Tejeda, niño que en 1895 partiera “monte adentro, dispuesto a encontrarse con Maceo” e incorporarse al Ejército Libertador.

La poeta y narradora Leidy González Amador dialogó sobre la literatura infantil contemporánea y sus retos actuales, en una de las emisiones del programa Paréntesis. Foto: Tomada de Cubahora

Leidy conduce la narración con pulso firme y economía de recursos, ofreciéndonos un breve pero interesante recorrido por las dinámicas internas de las huestes mambisas, sus escaramuzas y enfrentamientos con los españoles durante la invasión a Occidente, las vicisitudes, enfermedades y penurias de un grupo de hombres que, desnudos, mal alimentados, sin provisiones ni armas, ofrecieron sus vidas por la libertad de Cuba. Personajes históricos reales (Antonio Maceo, Máximo Gómez, Quintín Banderas, Panchito Gómez Toro, Martínez Campos) conviven con otros, producto de la ficción (el propio Manu, Julián Planazo, Encarnación Peláez, los negros Cebiche y El Cernícalo), en un rejuego literario que entremezcla lo ocurrido y lo que pudo ocurrir (la gran epopeya con esos acontecimientos cotidianos que no recoge la Historia, pero la conforman), siguiendo una línea de trabajo igualmente explorada por autores ya consagrados, como Julio M. Llanes y Luis Cabrera Delgado, y otros, más jóvenes, entre los que destaca Eldys Baratute Benavides.

Leidy esquiva con prestancia todo adoctrinamiento y afán moralizante para ofrecernos un relato ágil y conciso, muchas veces doloroso, rico en contrastes: de un lado, ese aferrarse con uñas y dientes a la Patria y luchar por ella a cualquier coste; del otro, los horrores de la guerra, el terrible rastro de la tea incendiaria, el hambre, las penurias y la muerte, siempre la muerte, gravitando sobre los campos como un ave de mal agüero, sembrando viudez, tristezas y orfandad entre mambises y rayadillos por igual.

“Leidy esquiva con prestancia todo adoctrinamiento y afán moralizante para ofrecernos un relato ágil y conciso, muchas veces doloroso, rico en contrastes”.

Si leer implica vivir muchas vidas en una sola, las páginas de El mensajero nos ofrecen la posibilidad de transformarnos en un niño mambí que abraza la adultez demasiado pronto, termina luchando en el campo de batalla y comprende el verdadero porqué de los conflictos bélicos cuando ve caer a su amigo Julián bajo una bala española. Un niño que se adentra en la Historia montado sobre un caballo, regalo del Generalísimo, al que nombra con el contundente nombre de Cuba.

A un lector quisquilloso le extrañará la presencia, a inicios del relato, de Panchito Gómez Toro, quien se incorporó a la Guerra del 95 en septiembre de 1896, y no desde un inicio, tal y como asegura la noveleta. La autora se tomó esta libertad por lo atractiva que resulta para ella la figura histórica del joven capitán caído en combate junto a Maceo. Asimismo, Leidy planea retomar a Manu Tejeda en historias contextualizadas durante el machadato, la Revolución del Treinta y con posterioridad a 1959. Mientras llegan estas nuevas propuestas disfrutemos de El mensajero, cuyo principal atractivo radica en el amor por la Patria que palpita en cada una de sus páginas.

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