Lo rico de un festival son los encuentros

Omar Valiño
15/1/2016

Sí, lo rico de un festival son los encuentros. Quiero decirlo con palabras más apegadas a la calle porque, de hecho, recogen ese placer de toparse en cualquier cruce con decenas de colegas, conocidos y amigos de manera programada, fortuita o sabida. También, por supuesto, de pararnos por primera vez ante quienes no hemos visto nunca, ante grupos cuya trayectoria desconocemos, ante conversaciones o espectáculos que ingresarán o no en la vasta memoria familiar del teatro.

Ese es el centro, la nuez que cargamos a casa como algo perdurable, de ninguna manera solo superficial contacto de saludo, sino otra capa de tierra de un diálogo hecho de tiempo, de sumas, de búsquedas y hallazgos, de enriquecimiento intelectual y espiritual. Intersecciones para la plenitud y la celebración de la vida.

Por desgracia, no puedo contar de manera completa a la Habana con su Festival de Teatro. Fue esta vez un cruce de caminos para unos pocos días. Pero sí quiero detenerme en su evento teórico, con la felicidad de verlo “desde fuera”. Aunque su organización recayó, como es habitual, en nuestro equipo de la Casa Editorial Tablas-Alarcos, esta vez lo encabezó Yohayna Hernández, auxiliada por Lily Broche, Ámbar Carralero y Sophia Saura, con el apoyo de otros trabajadores de la institución.

El evento teórico fue un festival en sí mismo. Una enorme fiesta de ideas, abierta a flechas en muchas direcciones. Yo no recuerdo un antecesor tan grande y tan nutrido. Constituye, en mi opinión, una reforzada característica del Festival de Teatro de La Habana que debe enunciarse como uno de sus valores.

El evento teórico fue un festival en sí mismo. Una enorme fiesta de ideas, abierta a flechas en muchas direcciones. Yo no recuerdo un antecesor tan grande y tan nutrido. Constituye, en mi opinión, una reforzada característica del Festival de Teatro de La Habana que debe enunciarse como uno de sus valores. Me parece un resultado de su propia tradición en directa sintonía con el papel que desempeña en Cuba la teatrología, con una acción y una impronta que van mucho más allá de un simple “acompañamiento” crítico del teatro. El resultado más abarcador de una carrera, dentro y fuera de los muros, como dijera Raquel Carrió, que pronto cumplirá 40 años de su fundación por Rine Leal.

La concepción de los eventos teóricos y pedagógicos tuvo su centro en la compaginación de varios segmentos para tributar la mayor diversidad de pensamientos, estéticas, lenguajes y métodos al quehacer de un teatro actual. Tal capacidad de asumir y proponer multitud de miradas, pero en función de una utilidad hacia el presente, fue el eje conceptual que atravesó la propuesta. Nada de vejeces moribundas, el teatro se construye siempre en presente.

Topografías escénicas, paneles temáticos, seminarios, talleres y clases prácticas, presentaciones de publicaciones, ex-puestas y un encuentro de creadores internacionales con estudiantes de artes escénicas de la Escuela Nacional de Arte y el ISA, entre otros, fueron la rosa de los vientos de esta parte del festival, de principio a fin del mismo.

Y aún hubo más en una zona especial dedicada a contactos e intercambios entre directivos de eventos internacionales, programadores y visitantes, de un lado, y agrupaciones cubanas, de otro. La presentación de DIEC o la Difusión Internacional de la Escena Cubana, el propio panel de programadores internacionales, otro de proyectos editoriales y la difusión del teatro cubano e internacional, así como un pitching de proyectos escénicos nacionales y un show case, apuntaron en esa dirección. Mientras, el Foro UNIMA recogió, en intensa jornada, el quehacer del universo de titiriteros y animadores de figuras, bajo la guía de Rubén Darío Salazar.

La inauguración del evento teórico estuvo asociada a la figura de Peter Brook, a quien el festival se dedicó por su 90 aniversario. Impactó la proyección de la película Tell me Lies, del propio Brook, realizada en 1968, muy poco vista en el mundo, recién rescatada y restaurada. El público pudo conversar con su hijo Simon Brook, destacado cineasta que ha legado notables documentaciones sobre la vida y el trabajo de su padre, entre ellas El funambulista, un extraordinario registro de un habitual taller del gran teatrista inglés que pudimos ver en la pasada cita habanera y resultó el estímulo inicial para celebrar ahora el cumpleaños de Brook en la capital cubana.

Otro momento especial de la arrancada del evento teórico lo constituyó el panel “30 años en escena. ¿Cómo seguir haciendo teatro hoy?”, en homenaje a las tres décadas de fundación de Teatro Buendía.   

Tuve el honor de moderar dicha sesión que atestiguó el amplio concurso de amigas y amigos admirados por la trayectoria del colectivo de teatro de la directora Flora Lauten y la dramaturga y profesora Raquel Carrió.

Rindieron testimonios Julia Varley y Eugenio Barba, del Odin Teatret, Diana Taylor, del Hemisférico de Performance y Política; Carrie Houk y David Wilson, de Webster University, en EE.II.; Henry Godínez, director del Festival Latinoamericano de Chicago; Rachel Clare, directora artística y productora del Reino Unido; así como el narrador y dramaturgo cubano Eduardo Manet.

A esa constelación se sumaron Lilliam Vega, directora de El Ingenio en Miami, Antonia Fernández, su par al frente del Estudio Teatral Vivarta y Carlos Celdrán, líder de Argos Teatro. Salidos de Buendía, agrupación madre y escuela, junto a tantos otros que con su presencia en la sala patentizaron su pertenencia a su colectivo de formación y origen, sus emocionadas palabras fueron la nota más profunda de una conversación memorable.