Lo siento, Martin Scorsese, pero los lobos andan sueltos

Mauricio Escuela
12/1/2021

“Solo para locos”
El lobo estepario, de Hermann Hesse

 

Un titular de fin de año era portada en el diario El País de España: “La pandemia dispara las fortunas de los más ricos del planeta”. Sin recato alguno, en el mismo discurso normalizador y cómplice de siempre, el rotativo celebraba que la mudanza de las actividades al mundo virtual servía para acelerar el traspaso, tan anhelado por la élite, hacia la digitalización de la vida. Con maestría Martin Scorsese colocó esta metáfora en la voz de su protagonista en el film El lobo de Wall Street: “¿Cómo se vende una pluma de escribir? Fácil, creando la necesidad de su uso. El director de cine, a través de una de sus cintas mejor narradas, dejó clara la naturaleza del sistema: oferta y demanda son las caras de un mismo monstruo. ¿Cómo suben las riquezas basadas en la vida virtual? O sea, ¿cómo aumentar la solicitud de tales acciones? El País calla esta porción lógica de la metáfora. El artista Scorsese, en cambio, habla y denuncia.

“El mundo ya no es más un escenario real y tangible, sino un universo de números en el aire”. Fotos: Internet
 

Jordan Belfort es un personaje fílmico tomado de la vida real que se hizo millonario mediante la venta —en sus propias palabras— de basura: simples ilusiones, números volátiles que dejaban en el camino ganancias en forma de comisión. Parece una herejía que Hollywood denuncie a través de sus genios los mecanismos y la evidencia de los robos de Wall Street. Todo tiene una explicación en el sacrosanto templo de la supuesta libertad de expresión: a veces es necesario lucir progresista, lavarse la cara y autodenunciarse, sin que ello los desempodere. Así son, a fin de cuentas los filántropos.

Sí, El País pasa a mencionar en su artículo una serie de nombres encabezados por Jeff Bezos, Elon Musk y Bill Gates, los tres jinetes del Apocalipsis, impulsores de la digitalización de la vida bursátil, de la cripto moneda y del control estricto y monopolista que ello implicará. Para eso ha servido la pandemia, para marcarnos un paso más hacia la esclavitud electrónica. Sin embargo, en el rotativo español, vestido ahora en sus artículos como un “medio progre”, queda elidida la metáfora de Scorsese sobre la venta de la pluma y la creación artificial del mercado de oferta y demanda. Lo que nos llega a través del titular es la gloria, brillantez e inteligencia de estas ricas y buenas personas preocupadas por todos nosotros.

Para Bezos, con 56 años y un patrimonio de 193 700 millones de dólares (según la medición de Bloomberg), su fortuna creció en el año 2020 en un 68 por ciento, o sea, 78 900 millones más. El rendimiento en la bolsa de las acciones de Amazon —el gigante que está bajo la custodia de este magnate—  fue de 1,6 billones de dólares, lo cual deja claro que el mundo ya no es más un escenario real y tangible, sino un universo de números en el aire, donde el dinero, y no los bienes raíces, levantan y derrumban una empresa en cuestión de segundos. En esta misma lógica, los que se benefician del traspaso civilizatorio de la vida al código binario no dejarán de crearnos la necesidad de uso y de compra, tal y como sucede con la metáfora de la pluma en el filme de Martin Scorsese. Eso deja muy escépticos a los analistas acerca de si el capital, una vez beneficiado en la dinámica del coronavirus, renunciará a dicho pico de crecimiento. Ya sabemos lo que esto último implica en el interior de las teorías conspiratorias que a veces no son tan inventadas y secretas, sino tangibles y evidentes.

Elon Musk, director de SpaceX y Tesla, tiene dos ases bajo la manga: un futuro poblamiento de Marte, para cuyo efecto ya posee escrita la constitución, y el neuralink, el principio de la mezcla entre hombre y máquina, a partir del ajuste de un chip vinculado al cerebro que permite, en teoría, multiplicar la inteligencia. Con un patrimonio de 160 700 millones de dólares, el magnate de origen sudafricano apuesta por “una nueva vida”, y abre al capitalismo oportunidades en el espacio y en la creación de transhumanos, ciborgs, cuya existencia se vería regenerada a cambio de más control y dependencia, de más dominio corporativo. Con las puertas que abre Musk, viene la metáfora de la creación artificial de la necesidad de escribir —o del uso del microchip, en este caso— que te impulsa a comprar. ¡Oh, gran Scorsese! En un mundo hiperconectado, o en Marte, ¿quién dudará de la omnipotencia de personas como Musk, Bezos y Gates?

Según El País, Bill Gates, el magnate de Microsoft ahora devenido experto en vacunas y filantropía médica gracias a su patrimonio de 131 500 millones de dólares, no ocupa el puesto primer número en la lista debido a que tuvo la “grandeza” de donar buena parte de su capital a la Fundación que lleva su nombre y el de su esposa. De esta manera el rotativo santifica al dueño del negocio de las computadoras, cuya leyenda hacker y antisistema es falsa, ya que en realidad el origen de tal triunfo estuvo en la extorsión de pequeñas firmas y en el aplastamiento de otros competidores científicos mediante el abuso bursátil y la presión especulativa. Eso no lo contará El País, empeñado como está en la creación, al igual que toda la gran prensa, de una imagen acerca de lo necesario de estas fortunas para el mundo, incluso para los pobres.

Recordemos lo que anota el filósofo Slavov Zizek en su libro Sobre la violencia: “En un nivel fantasmático, la noción subyacente es en este caso que Gates es un hooligan subversivo y marginal que se ha hecho con el poder y se ha disfrazado de respetable presidente”. ¡Vaya, si al final resulta que las veinte mayores fortunas del mundo son los revolucionarios y nosotros, el pueblo, los conservadores y resentidos!

Esa es la imagen que el sistema quiere que tengamos en este momento: el rico es uno de nosotros; la maldad no está en el mercado, sino en particularismos, como la cuestión racial y de género, en contra de los cuales contamos con la alianza de ese gran capital. La otra noción que flota en santificaciones como las de El País es que cualquiera de nosotros, con un poco de suerte, trabajo e inteligencia, pudo haber sido Musk, Gates o Bezos. La leyenda del dueño de Amazon llega hasta las calles de Cuba: ese muchacho genio, adoptado por un cubano de quien toma el apellido, y que, a base de dar lo mejor de sí, es hoy la mayor fortuna del mundo. La metáfora denunciada por Scorsese en El lobo de Wall Street no se menciona en este caso, ya que todo lo injusto es tomado como natural, aceptable y necesario: el capital, la oferta y la demanda. Poco importa que una acción en la bolsa sea, si acaso, un número en la pantalla.

“Esa es la imagen que el sistema quiere que tengamos en este momento: el rico es uno de nosotros”.
 

Volviendo al libro de Zizek acerca de estos personajes y la imagen pública trasmitida: “Su objetivo no es ganar dinero, sino cambiar el mundo, aunque ello les proporcione más dinero como consecuencia colateral”. Un silogismo brillante para defender la necesidad de la iniciativa privada, que esconde el hecho de que los mismos millonarios a través de la estructura del sistema han creado esa dependencia del pueblo hacia las firmas y su contratación y trabajo extractivo de recursos y fuerza laboral. No esperemos que  El País o The New York Times citen a Zizek en serio o que renuncien a presentarnos una utópica y supuesta revolución antirracista y pro igualdad de género de la mano de estos magnates, filántropos, buenas personas a fin de cuentas. Los periodistas viven de algo, incluyendo a los que reciben órdenes, salarios y reprimendas por parte de la gran prensa.

Hartos del mito de Greta Thunberg

El País regala además la primicia, en tono de reallity show, de que la niña sueca, la activista ecologista, llegó a la mayoría de edad. En verdad el público ha hecho manifiesta su duda acerca de este ícono que cuenta con una sobrexposición en la gran prensa y el apoyo de figuras del sistema y del poder monetario (viajes, conferencias, cursos, manifestaciones). Una muchacha que ni siquiera ha terminado la secundaria —la abandonó— recibe el tratamiento de un genio visionario que viene a decirnos cómo vivir, qué hacer, cuál es el camino más correcto. La estrategia mediática e ideologica del sistema consiste en el victimismo, las desgracias y las enfermedades: incluso el síndrome de Asperger que padece la niña se usó como elemento o punto a su favor a la hora de promocionar el mensaje ecologista.

Más allá de las posturas mediocres de líderes de la extrema derecha como Trump y Bolsonaro, a muchos activistas consagrados y personas responsables les molestó la manera en que la causa verde fue usada como reallity show por las distintas cadenas. Quizás el anuncio de la mayoría de edad de Greta y su regreso a la secundaria sean las clarinadas de que este pico de mercado ya terminó y que la gran prensa pasará a utilizar otros íconos. Como quiera que se analice, el mito sirvió para encubrir la realidad de millones de chicos de la generación del milenio, que ni viven en Suecia ni contarán con el beneficio de los medios; para ellos, como se encarga de reseñar en una fría nota la revista Forbes, no hay ni habrá posibilidades de comprar un apartamento o casa, una vida normal fuera del peligro de las deudas o el simple hecho de planificar descendencia y familia. Greta, de alguna manera, sirvió de distracción ante la realidad de una juventud a la cual de veras le han quitado los sueños, hundiéndola en lo más profundo del pantano de la crisis artificiosa y de burbuja financiera creada por la élite.

 “A muchos activistas consagrados y personas responsables les molestó la manera en que la causa verde fue usada como reallity show por las distintas cadenas”.
 

Una vez más existe un apropiación discursiva de las causas emancipatorias y se nos vende un pico de mercado, bajo la necesidad de consumir un producto (Greta) para sentirnos parte de algo incluyente, progresista, que nos beneficia a todos como humanidad. Por otro lado, la gran prensa, a través de sus diferentes líneas ingenieriles, normaliza el desastre y lo transforma en un entretenimiento más. Sin ofrecer otras soluciones que un reallity show con Greta o con el que sea, este sistema nos deja sentados en la sala de nuestras casas, en la inactividad y el shock de una era en la cual pareciera que no existen asideros de lucha y que el ultrapoderoso mercado sabe convertir cada cosa en un activo vendible.

Ya Greta se gastó, y sus acciones en la bolsa no cotizan lo suficiente. Aparecerá otro pico de mercado para seguir haciendo dinero en el juego de números de mentiritas. El proceso de normalización del caos y de banalidad de la vida se asemeja al mundialmente famoso show Gran hermano, en el cual el público puede ver, desde cámaras escondidas, la existencia de un grupo de personas para las cuales la privacidad queda eliminada. ¿Nos preparan de esta forma para aceptar nuestro futuro como humanidad, tratados como cuadrúpedos en un corral?

Nos crearon una necesidad, la de una niña genio que denunciara los males del universo, vendieron dicha acción al por mayor, y ahora todo seguirá su camino dentro del mercado.

El lobo de Wall Street sigue suelto

Jordan Belfort, el protagónico de Scorsese, termina la cinta huyendo de las autoridades. Aunque se hizo una crítica velada al sistema de acciones bursátiles que vende humo, la cinta intenta rescatar la moral y limpieza en las personas de los agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) que, con un salario magro, se enfrentan a estos lobos. La narrativa es falsa en el más obvio sentido: ¿si existiera un interés por acabar con el capital especulativo, el mundo estaría hoy al borde del Apocalipsis inflacionario y financiero? Autoridades y bolsa son un mismo monstruo; devoran la existencia del ciudadano común, ese milenial que no tendrá como Greta las cámaras o los flamantes barcos de vela para expresarse a favor de un mundo más verde.

Los lobos, los de Wall Street y demás bolsas, siguen sueltos y se reúnen anualmente en el Foro Económico de Davos, donde planifican lo que harán con el ganado, o sea, nosotros. Ocho corporaciones que manejan la información mundial se encargan de dos cosas: normalizar el caos y convertirlo en una verdad inevitable y cotidiana, y hacer banal todo discurso que pretenda un cambio. Ni siquiera Scorsese, que denunció con fuerza que una acción es algo creado artificialmente a través de mecanismos de coerción y poder, pudo terminar de forma coherente su pieza maestra: el intento por salvar la moral del sistema está en el final caótico de Jordan Belfort, al que trata como una especie de ángel caído en desgracia. La realidad es que los lobos tangibles andan sueltos, secuestran los medios y sobornan al FBI.

El personaje que nos regala Scorsese es una obra maestra del cine, pero una quimera en el mundo real. La bolsa vende humo y engaña a los que creen en el sistema. La pandemia del coronavirus aceleró, como catalizador, dicho mecanismo, haciendo que la gente compre, en medio del miedo y del deseo de no morir, acciones a Bill Gates, Bezos y Musk. Lo que El País calla es que, cuando el mercado posee un pico de venta, no lo abandona hasta que termina de explotarlo. Si la Covid-19 disparó el crecimiento de las fortunas mundiales, ¿quién o qué disparó la Covid-19?

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