Después de La Habana, la ciudad que mayor número de congresos de historia acogió fue Trinidad, en cuatro ocasiones (1944, 1947, 1949 y 1955). La sexta reunión de los historiadores cubanos se desarrolló en la villa trinitaria en octubre de 1947, bajo el lema de “Historia y Patria”. Para finalizar la parte social del evento, los invitados se dirigieron el 12 de octubre al sitio desde donde partió Hernán Cortés a la conquista de México, y se develó otra lápida en el espacio del desembarco de Colón en su segundo viaje. Recordó aquellos sucesos de la historia colonial temprana la Dra. Hortensia Pichardo, profesora de historia del Instituto de La Víbora. Entre las conferencias más notorias estuvo la del presidente del congreso, el erudito remediano José Andrés Martínez Fortún y Foyo, sobre la “Unidad histórica de Las Villas” y “La historia legendaria del Guaurabo”, impartida por la Dra. Pichardo. Su esposo, el Dr. Fernando Portuondo, disertó sobre la vida del patriota trinitario José María Sánchez Iznaga, y Salvador Massip discurrió acerca de “La obra americanista y liberal de Humboldt”. En la sección de acuerdos, se expusieron razones de carácter legal y testamentario, que demostraban la postura antiesclavista de José de la Luz y Caballero, y se razonó extensamente sobre la naturaleza funesta de las ambiciones políticas de los Estados Unidos hacia Cuba.

Los congresos nacionales de historia fueron celebrados entre 1942 y 1960 bajo la impronta de Emilio Roig y sus colaboradores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Foto: Tomada de Internet

Bajo el lema de “Reivindicaciones históricas” se celebró el Séptimo Congreso Nacional de Historia, que fue amparado nuevamente por Santiago de Cuba. Fungió como presidente de honor el ministro de educación, Dr. Aureliano Sánchez Arango, quien expuso sus ideas sobre el “Relieve cultural y patriótico de los congresos nacionales de historia”. Las secciones más numerosas fueron, como era ya tradición, las de historia de Cuba y los estudios de acontecimientos, personajes y lugares de Oriente. También se dedicó espacio a homenajear al Padre de la Patria, a quien Fernando Portuondo calificó como “prócer de grandeza moral incomprendida”, a José Martí y a reseñar aspectos de la biografía del mayor general Calixto García. En esta ocasión, se añadieron a los trabajos de historia de la medicina, otros relacionados con las ciencias matemáticas, físico-químicas y naturales. El discurso de clausura fue pronunciado por el destacado historiógrafo santiaguero Leonardo Griñán Peralta, quien terminó su ilustrada oración con estas proféticas palabras: “Hace cincuenta años que terminó la guerra hispano-cubanoamericana. La Guerra de Independencia, la lucha por la liberación económica y política, no ha terminado todavía”.

El Octavo y el Undécimo Congreso Nacional de Historia regresaron nuevamente a Trinidad en diciembre de 1949 y mayo de 1955. El lema de 1949 fue “Conmemoraciones históricas”. Enrique Gay Calbó y Felipe Martínez Arango recibieron sendos premios por obras presentadas en anteriores concilios, José Luciano Franco pronunció un discurso ante la tumba de los mártires trinitarios en el cementerio local y las palabras de clausura fueron dichas por Manuel Isaías Mesa Rodríguez, en sustitución de Fernando Portuondo. Algunas de las ponencias de mayor relieve fueron “Martí como historiador”, de Manuel Isidro Méndez; “Consideraciones referentes a la enseñanza de la historia”, a la cuenta del ministro de educación Aureliano Sánchez Arango, y “Utilidad y finalidad práctica de los congresos nacionales de historia”, por Mario Guiral Moreno, quien fungía como presidente del encuentro. Se acordó reconocer a Narciso López como autor exclusivo de la bandera y resaltar la evidente filiación masónica de la enseña nacional; se hicieron diversas consideraciones sobre la historia de Remedios y Holguín, las hazañas de Quirino Zamora (El capitán chino) y se encargó la publicación y amplia difusión de biografías de cubanos ilustres cuyo centenario se cumplía en 1949, entre ellos el general José María Rodríguez, Enrique José Varona, Esteban Borrero y Tomás Romay. Por último, se exhortaba al próximo congreso a abordar el periodo del cese de la dominación española en la Isla y la instauración de la primera intervención estadounidense.

Después de La Habana, la ciudad que mayor número de congresos de historia acogió fue Trinidad, en cuatro ocasiones (1944, 1947, 1949 y 1955).

Seis años más tarde, en la primavera de 1955, Trinidad fue centro por cuarta y última ocasión de las reuniones historiográficas cubanas. En este cónclave se rindió homenaje a un grupo de ilustres intelectuales y forjadores de la nación cubana, entre ellos José Martí, Juan Gualberto Gómez, Emilio Núñez, Benjamín Guerra, Federico Pérez Carbó, María Luisa Dolz, Nicolás Heredia, Ramón Pintó y Francisco Estrampes. Al mismo tiempo, los congresistas rindieron tributo a la excelsa benefactora villaclareña Marta Abreu, colocando una ofrenda floral ante su monumento en el parque Leoncio Vidal, donde pronunció unas palabras el Dr. José Álvarez Conde, miembro de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología. Algunas de las ponencias más relevantes de esta cita fueron: “Aspectos inexplorados en la obra de Martí”, de Manuel Pedro González; “Por qué fue Martí a la guerra”, de Manuel Isidro Méndez; “Martí, su concepción jurídica y el liberalismo internacional”, por Max Henríquez Ureña; “La Revolución de Martí” y “Juan Gualberto Gómez, paladín de la independencia y la libertad de Cuba”, de Emilio Roig; “El lazo de la invasión”, por René Reyna Cossío; “María Luisa Dolz y la educación de la mujer”, por Fernando Portuondo, y el estudio de Filiberto Ramírez Corría “Reconstrucción crítica del segundo viaje cubano de Colón”. El discurso de clausura fue pronunciado por Manuel Isidro Méndez, con el título de “Camino a la inmortalidad”, dedicado a exaltar la figura martiana. Sobre este congreso, del que no se publicó resumen en los Cuadernos de historia habanera, dejó una simpática e informada crónica César Cruz Bustillo, miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Oriente.

La urbe matancera de Cárdenas, por derecho propio, fue el asiento del Noveno Congreso Nacional de Historia, en octubre de 1950, ocasión propicia para conmemorar el Centenario de la Bandera Cubana, que tremoló allí el 19 de mayo de 1850 traída por una de las expediciones de Narciso López. Esta cuestión y la primera intervención norteamericana en Cuba ocuparon las discusiones centrales del evento, que contó además con una sede alterna en el balneario de Varadero y tuvo la sesión inaugural en el Liceo de Cárdenas, donde se hizo un acto de recordación al general Carlos María de Rojas, a cargo del Dr. Antonio María Maicas, secretario del Comité Pro Centenario de la Bandera. Uno de los sucesos más importantes fue la conferencia de Manuel Isaías Mesa Rodríguez, en la Respetable Logia Perseverancia, donde evocó la presencia de Narciso López en Cuba; y también se hicieron emotivos recuerdos ante el monumento a la bandera, por la Dra. Hortensia Pichardo. Entre los acuerdos de mayor trascendencia, el congreso estimó probada la autenticidad de la llamada “nota suicida” de Francisco Gómez Toro y declaró de manera terminante que Cuba no debía su independencia a los Estados Unidos y que solo con su propio esfuerzo el pueblo cubano había luchado por conquistar sus ideales de soberanía, libertad y justicia social. Esta opinión, como es conocido, tenía como autor a Emilio Roig, quien la convirtió en libro ese propio año 1950.

De igual modo se hicieron recomendaciones para la realización de diversas obras en recordación del Centenario martiano, dedicar un parque en Remedios a la memoria del general Francisco Carrillo y se insistía en la importancia de continuar profundizando en las cuestiones relacionadas con la primera intervención estadounidense y sus funestos corolarios para el naciente Estado cubano.

La Habana y Matanzas compartieron la sede del Décimo Congreso en noviembre de 1952, consagrado a homenajear el cincuentenario de la república. En Matanzas se realizó un homenaje al comandante Luis Rodolfo Miranda y los invitados fueron saludados por el poeta nacional Agustín Acosta en el Ateneo matancero. El presidente del concilio, Enrique Gay Calbó, explicó la relación entre hispanismo y coloniaje y en sus palabras de clausura, Fernando Portuondo abogó “Para una historia de Cuba mejor”. Entre las tesis aportadoras de este evento sobresalió una de las ponencias de Roig, que afirmaba que la Guerra Hispano-cubanoamericana fue ganada por el Ejército Libertador. Otra de las intervenciones del Historiador de La Habana era tajante en afirmar que llevábamos “Medio siglo de absorción y explotación imperialista norteamericana de la República de Cuba”.

La historia de Cuba llegó a los congresos nacionales como una obra de cultura popular. Foto: Tomada de Cubarte

El Duodécimo Congreso de Historia tuvo como escenario a Jiguaní en agosto de 1956, bajo la rúbrica de “La lucha por la independencia de Cuba”, en atención a las características patrióticas y revolucionarias de aquella región oriental, presagiando sin saberlo el estallido de una nueva revolución en las montañas de la Sierra Maestra, con el desembarco del yate Granma por la costa sur de Oriente, el 2 de diciembre de aquel año. Los asistentes recorrieron varios lugares históricos de la epopeya del siglo XIX, entre ellos el poblado de Baire y los terrenos sagrados donde cayeron en combate Céspedes y Martí. También colocaron una tarja en el sitio conocido como Los Marañones, en señal de respeto a los mártires sacrificados el 7 de agosto de 1869, considerado el primer asesinato colectivo de patriotas cubanos realizado por el ejército español, dos años antes del asesinato de los estudiantes de medicina de la Universidad de La Habana, el 27 de noviembre de 1871.

Tras el triunfo de la Revolución, en el mes de febrero de 1960, se celebró el último congreso nacional de historia bajo el liderazgo de Emilio Roig de Leuchsenring. En las palabras iniciales, el comisionado municipal habanero José Llanusa excusó la ausencia del líder de la Revolución cubana Fidel Castro, y expresó el interés de Fidel y de su hermano Raúl en destacar las verdades de nuestra historia. Entre las personalidades invitadas estuvo la señora Laura Meneses, esposa del adalid de la independencia puertorriqueña Pedro Albizu Campos, a cuya causa el congreso brindó decidido apoyo.

Esta reunión incluyó en su programa una visita a la cooperativa agrícola Cuba Libre de Jovellanos, acompañados por el capitán del Ejército Rebelde Antonio Núñez Jiménez, director ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). También se hicieron recorridos por las obras en restauración a cargo del Ministerio de Obras Públicas en los castillos de la Real Fuerza y la Punta, y en los conventos de San Francisco de Asís y Santa Clara, donde fueron agasajados con un almuerzo por el titular de dicho ministerio, el arquitecto Osmani Cienfuegos. La sesión de clausura estuvo a cargo del ministro de educación, Dr. Armando Hart, y del presidente del congreso, Dr. Fernando Portuondo.

El Decimotercer Congreso Nacional de Historia hizo fervorosa adhesión de principios y apoyo de sus participantes a la Revolución cubana; manifestó el deseo de que se erigiera un parque nacional en las ruinas del Ingenio Demajagua, para honrar la memoria de Céspedes y sus gloriosos compañeros de gesta; reconoció que era Pedro Figueredo Cisneros el único autor del Himno Nacional de Cuba; abogó por la restauración de inmuebles de altísimo valor histórico, como las fortalezas del Morro en Santiago de Cuba, el Castillo de Jagua en Cienfuegos, el de San Severino en Matanzas y el Castillo de la Real Fuerza en La Habana. De igual modo estimó que debían realizarse trabajos de conservación en el Palacio del Segundo Cabo y en los monasterios de San Francisco y Santa Clara en la capital, e iniciarse obras de restauración de la casa natal de Céspedes en Bayamo.

En igual dirección, los congresistas pidieron al gobierno revolucionario la declaración de monumento nacional del busto de Martí de Jilma Madera, ubicado en el pico Turquino, y de la escalinata, la Plaza Cadenas y el edificio del rectorado de la Universidad de La Habana, como símbolos del espíritu de rebeldía del estudiantado cubano contra las dictaduras de Machado y Batista.

“Los congresos de historia fueron organizados no como foros cerrados sino como tribunas abiertas enclavadas en las distintas poblaciones del país (…)”.

Termino estas palabras de elogio y recordación de los congresos nacionales de historia, celebrados entre 1942 y 1960 bajo la impronta de Emilio Roig de Leuchsenring y sus colaboradores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, con las palabras que el Historiador de la Ciudad dirigió a los participantes de aquel evento en revolución:

Los Congresos Nacionales de Historia han deshecho por completo el relativo aislamiento en que vivían y trabajaban nuestros historiadores, muchas veces alejados por el retraimiento que a menudo caracteriza al intelectual o por su sistema de vida; y aún más alejados, generalmente por esas mismas razones, de nuestro pueblo tan necesitado de las lecciones que encierra su propia historia, del sano optimismo y del espíritu de lucha que infunden verdades tan estimulantes para los cubanos como las que constituyen nuestra lucha por el mejoramiento colonial, primero, nuestro tesón por la libertad, más tarde, y nuestra pelea titánica por la independencia nacional que llega hasta nuestros propios días. (…) Al reunirnos los historiadores cubanos en este XIII Congreso Nacional de Historia, inicia Cuba una nueva vida de verdadera democracia y libertad, conquistada por la Revolución que eliminó la sanguinaria tiranía que padecíamos y estableció un gobierno, que ha ido transformando nuestra Patria en una República efectivamente libre y soberana, por el pueblo y para el pueblo, y se ha enfrentado, valiente y triunfalmente, abatiéndolo por completo, al imperialismo norteamericano.

No caben dudas entonces de que los congresos nacionales de historia en su etapa republicana fueron, al decir del propio Roig, “la actividad principalísima de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales en el terreno de lo nacional” y que, como señalara uno de sus más cercanos colaboradores, Carlos Rafael Rodríguez: “Los congresos de historia fueron organizados no como foros cerrados sino como tribunas abiertas enclavadas en las distintas poblaciones del país, a los cuales la historia de Cuba llegó no como un ejercicio profesoral sino como una obra de cultura popular”.