Los cromatismos de Un Don del cielo

Octavio Fraga Guerra
10/11/2016

Hermosa y apacible, hospitalaria y altiva, por sus calles aún pululan los olores de sus ingenios azucareros y el salitre venido de ese lejano mar por donde arribaron hombres y mujeres de otras geografías y otras culturas. A la Villa de la Santísima Trinidad también fueron llevados cientos de esclavos provenientes de África, en cuyas espaldas recayó el desarrollo de esa localidad, fundada por la Corona española a principios de 1514.


Foto: Cortesía del autor

A Trinidad le abraza ese sol que castiga los tiempos y las tardes de luz, muchas veces rojizas. Ese mismo sol que nos quema la garganta, el pecho, los brazos y la mirada. Una ciudad de colores brillantes que evoluciona en llana relación con los cimientos, columnas, herrajes, paredes y calles de arrogantes pedregales. Todas ellas persisten virtuosas de ser huellas tangibles de un patrimonio que nos toca “descubrir”.

Parte de ese espíritu de nuestra memoria histórica, de nuestras excepcionales tradiciones, reside en el documental Un Don del cielo (2010), de la cineasta cubana Aliosca Morejón; una producción del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) acompañada por la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios.

Esta obra cinematográfica, sustentada por una sólida investigación histórica, transita fortalecida por la inclusión de planos originales y grabados de la época, que son las esenciales huellas discursivas de esta entrega fílmica.

Esos pliegos cartográficos y artísticos, algunos de ellos descascarados, renacen en la puesta integrados en cuidada edición, gracias al oficio y el talento de Daniel Diez Jr. y a la labor de la artista Yudit Vidal Faife.

La propuesta evoluciona respaldada por los recursos ideoestéticos de las nuevas tecnologías, herramientas que aportan nuevas visualidades para el lector contemporáneo. Pensadas para el cine como hacedor de lenguajes, son reconocidas como recursos imprescindibles para la construcción de renovadas iconografías y demandados resortes culturales que entronquen con el lector en red, con la volátil sociedad que se “alimenta” de ceros y unos.

Daniel compone varios collages, edifica y superpone simbiosis de imágenes, así como texturas digitales concebidas (también logradas) para autentificar los documentos como parte del valor intrínseco de esta puesta documental. Reescribe el discurso apropiándose de artesanales textos que en la pantalla documental apuntan a legitimar la narrativa y la intencionalidad del filme.

En Un Don del cielo la banda sonora no es un elemento secundario o de acompañamiento, adjetivaciones con las que suelen rotular este capítulo algunos periodistas de la cultura cubana. Cabe subrayar entonces el exquisito y descollante trabajo de arquitectura de la música y de otras legítimas sonoridades desarrolladas por Ana María Sánchez y Aliosca Morejón. El tratamiento dado al filme, en este apartado, es parte vital de toda la puesta para fortalecer la columna del texto cinematográfico.

En la obra se subrayan las transiciones, las reconstrucciones narrativas, los puntos de giros o los cauces dramatúrgicos. Todos ellos asestan pensados resortes encaminados hacia la emocionalidad del lector audiovisual, al moderado conjugar de las piezas que resaltan los distintos momentos del filme.

Las sonoridades que nos aportan los formatos de la música de cámara y orquestales, son propicias para redimensionar el documental. La realizadora Aliosca Morejón recurre, fundamentalmente, al repertorio de autores cubanos como Ignacio Cervantes y José White, para solventar las evoluciones escénicas y los diversos campos que nos aporta la música, insertados como huellas perdurables, esenciales para revelarnos otras inéditas lecturas. fundamentales

Los fragmentos musicales “contaminan” las partes y el todo de esta “no ficción”, donde predominan los instrumentos de cuerdas y vientos, medulares para edificar el empaque de todo su entramado estético.

Un Don del cielo se construye desde un sobrado abanico de testimonios de personas autorizadas, investigadores de los ejes temáticos del filme, ejecutores de las políticas propias del patrimonio nacional y universal. Ellos son parte de ese tercio de diálogos entrecruzados, a veces protagónico, en otros jerarquizados en imaginarias baldas de acento narrativos, tomadas para fortalecer el tema: el rescate de los materiales documentales.

Resulta imprescindible destacar el uso de la dramatización en esta pieza. La realizadora recrea en austeras dosis las apariciones de un actor que interpreta al agrimensor y cartógrafo francés Francis Lavallée, a quien se le encargó la realización de mapas de la ciudad.

Lavallée, interpretado por Ronald Noa, narra historias, establece puentes temáticos, humaniza los conflictos y las evoluciones que fueron partes esenciales de la historia de la Villa, como parte de ese otro tercio narrativo al que la directora del filme le da carácter de narrador en primera persona. Aliosca se apropia de las notas de este agrimensor y cartógrafo para legitimar el diálogo con el pasado, con el tiempo pretérito. Un texto fílmico donde cabe también el discurso, las huellas, el desarrollo de las edificaciones, los argumentos de los entrevistados, entretejidos como discursos de valor en nuestro presente.

En este trenzado cinematográfico toman fuerza las huellas de los mapas e ilustraciones de la época, presentes también como parte de una puesta que nos sugiere, nos invita a transitar en los espacios arquitectónicos y ser parte de un imaginario colectivo donde cabe la interpretación personal y la idealización de espacio remoto.

El eje central de esta obra es el apremio por salvaguardar nuestro patrimonio cultural e histórico, muchas veces erosionado por las condiciones climatológicas y de conservación. Un asunto vital, torpedeado también por la carencia de medios tecnológicos adecuados para desarrollar una labor de restauración documental.

La alianza del ICRT con instituciones de la cultura cubana que asumen las labores del patrimonio es una señal de que podemos desarrollar esta línea temática desde el documental, para materializar muchos más filmes como Un Don del silencio. Se impone construir un catálogo de obras documentales que contribuyan al conocimiento de nuestra historia y a los valores que persisten en estos espacios.

Sobre esta misma idea, al cine le asiste el deber de socializar contenidos semejantes más allá de los espacios tradicionales de la comunicación. Los sistemas de enseñanza primario, secundario, preuniversitario y tecnológico, son los primeros a conquistar como parte esencial de una estrategia de la cual no debe desentenderse la comunidad. Bien valdría pensar en un catálogo de filmes documentales que aborden los disímiles enfoques que caracterizan el patrimonio.