Otros sucesos esenciales de 1968 se encuentran registrados en estos Documentos... Resultan cardinales, para analizar la historia de la Revolución, tres discursos de Fidel de ese año, desencadenantes de un mar de opiniones diversas: el relativo a la llamada “Ofensiva Revolucionaria”, en el acto conmemorativo del onceno aniversario de la acción del 13 de marzo de 1957; la difícil comparecencia ante la televisión el 23 de agosto para examinar los acontecimientos de Checoslovaquia, y el memorable resumen de la velada conmemorativa del centenario del grito de libertad en el ingenio Demajagua el 10 de octubre de 1868.

Fidel en la Zafra de los Diez Millones. Foto: Tomada de Bohemia

Después de las derrotas militares de Playa Girón, de la necesaria contención de algún ataque a la Isla por el ejército de Estados Unidos posterior a la Crisis de Octubre, como compromiso del gobierno norteamericano ante la URSS, y del fracaso de la guerra irregular con la infiltración de bandas armadas, prácticamente liquidadas en 1965, la impotencia para derrocar a la Revolución cubana desesperó a los círculos más reaccionarios del vecino norteño. En 1966 fue promulgada por el Congreso de Estados Unidos la Ley de Ajuste Cubano para estimular la emigración y dejarnos sin profesionales y cuadros capacitados; se vigorizó asimismo el bloqueo económico, comercial, financiero, diplomático y mediático, con el argumento de que Cuba, con su ayuda a las guerrillas y su solidaridad hacia el movimiento revolucionario mundial, “exportaba revoluciones”. Con la unidad del pueblo en torno al liderazgo de Fidel, se combatió simultáneamente en todos los frentes; la más problemática y menos exitosa fue y ha sido la batalla económica.

En 1966 fue promulgada por el Congreso de Estados Unidos la Ley de Ajuste Cubano para estimular la emigración y dejarnos sin profesionales y cuadros capacitados; se vigorizó asimismo el bloqueo económico, comercial, financiero, diplomático y mediático.

El choque con la versión distorsionada del socialismo en la URSS, con una clase política devenida parasitaria y privilegiada, y las discrepancias en torno a la vía de los movimientos revolucionarios, especialmente en América Latina, para tomar el poder, creaban desacuerdos sobre la construcción del socialismo desde las particularidades del subdesarrollo y el neocolonialismo. El 17 de mayo de 1959, el gobierno revolucionario cubano dictó la Ley de Reforma Agraria encaminada a eliminar el latifundio, proscripto desde la Constitución del 40, pero incólume hasta el momento, y se adoptaron sucesivamente otras medidas populares como la reducción de las tarifas eléctricas y telefónicas, y la rebaja del 50 % de los alquileres de las viviendas. En julio de 1960 se estableció el monopolio del comercio exterior y luego se intervinieron refinerías de petróleo, compañías de electricidad y teléfonos, y 36 centrales azucareros norteamericanos; en agosto de ese año se nacionalizaron 382 grandes empresas cubanas, entre ellas 105 centrales azucareros. Para mantener el proyecto de justicia social y consolidar la participación del pueblo en la edificación socialista, se necesitaba mayor independencia en la economía. Las dificultades con el abastecimiento de alimentos y servicios aumentaron y el clima ideológico se polarizó cuando avanzaba la segunda mitad de la década del 60.

En ese contexto se habían intentado gestas colosales para hacer más sólida la economía nacional. El 17 de abril de 1967 se inició el Plan Cordón de La Habana, un gigantesco proyecto agrícola alrededor de la capital con 30 000 hectáreas de café, cítricos y otros árboles frutales: unos cien millones de plantas, incluido el gandul como alimento para el ganado; el propósito era no solo el autoabastecimiento de estos productos en la capital, sino, además, un aumento de rubros exportables, cuestión que nunca se sostuvo. En noviembre de 1967 —año en que Cuba se convirtió en el primer productor mundial de azúcar de caña— se había inaugurado la Brigada Invasora de Maquinarias Ernesto Che Guevara, cuyo propósito fundamental era el desbroce a gran escala de tierras infestadas de malas hierbas, especialmente marabú, por todo el territorio nacional; dotados con 500 máquinas de estera y 1500 camiones de 10 toneladas, miles de trabajadores realizaron un enorme esfuerzo por dejar listo el 55 % de las tierras cultivables; un noticiero ICAIC lo reportaba valiéndose de las vistas de una enorme esfera de acero con picos ciclópeos tirada por cadenas y dos buldóceres, que arrasaba todo a su paso.

El 17 de abril de 1967 se inició el Plan Cordón de La Habana, un gigantesco proyecto agrícola alrededor de la capital. Foto: Internet

Todas estas tareas preparaban la estrategia para conseguir la Zafra de los Diez Millones que, como sabemos, quedó en un poco más de ocho. En ese contexto se produjo la Ofensiva Revolucionaria. Un extensísimo discurso de Fidel colmado de cifras económicas y sociales intentó dar respuesta a descontentos de la población con los desabastecimientos, y eliminar el apoyo a la contrarrevolución por parte de propietarios incapaces de rebasar la barrera de sus intereses individuales. Se tomó la controversial medida de “nacionalizar” unos 58 000 establecimientos privados a lo largo del país —casi todos, hasta los más insignificantes—, con el objetivo y las buenas intenciones de elevar la productividad, el ahorro, la disciplina laboral y el control de la economía. En la práctica, se estatalizó la economía, aumentó la burocracia y el Estado no pudo administrar ni controlar eficientemente desde un central azucarero o una fábrica de acero, hasta un vendedor de granizado o un zapatero remendón.

El año 1968 fue uno de los más complejos en el escenario internacional: se inició la gran escalada contra Cuba por Estados Unidos —el libro da fe de la intensificación de las agresiones de todo tipo—, y también contra Vietnam, con el aumento de manifestaciones internas en varias ciudades estadounidenses en que se unieron protestas por la guerra y el reclamo de la población negra por sus derechos civiles. En Europa estalló la rebelión estudiantil, intensificada en Francia durante el mes de mayo, y el 2 de octubre ocurrió en México la matanza de Tlatelolco, de amplia repercusión. El 20 de agosto las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Praga, lideradas por la URSS, en medio de la Guerra Fría y la confrontación con Estados Unidos, que había realizado una amplia labor subversiva que iba desde la preparación ideológica mediante Radio Europa Libre hasta el apoyo a grupos sociales internos que se manifestaban contra la influencia soviética. En su comparecencia ante las cámaras de televisión para analizar los acontecimientos en Checoslovaquia, con el coraje político acostumbrado, el líder de la Revolución declaraba: “Algunas de las cosas que vamos a expresar aquí en algunos casos van a estar en contradicción con las emociones de muchos, en otros casos van a estar en contradicción con nuestros propios intereses y en otros van a constituir riesgos serios para nuestro país”.

Resultan cardinales, para analizar la historia de la Revolución, tres discursos de Fidel de ese año, (…) el relativo a la llamada “Ofensiva Revolucionaria”, (…); la difícil comparecencia ante la televisión el 23 de agosto para examinar los acontecimientos de Checoslovaquia, y el memorable resumen de la velada conmemorativa del centenario del grito de libertad en el ingenio Demajagua el 10 de octubre de 1868.

Una amplia introducción analítica ofrecía información detallada sobre las campañas de publicidad y las acciones subversivas de Estados Unidos y sus aliados europeos a favor del modo de vida capitalista —desarrollado a costa de la miseria y explotación de los países del Tercer Mundo—, para provocar acciones que avivaron los problemas políticos de los checos. Fidel, aun con las imprescindibles relaciones económicas de Cuba con la URSS en aquellos años, tuvo el valor de declarar que “lo que no cabría aquí es decir que en Checoeslovaquia no se violó la soberanía del Estado checoeslovaco. Eso sería una ficción y una mentira. Y que la violación incluso ha sido flagrante”. Sin embargo, el experimentado político complementó esa evidencia, añadiendo: “Desde el punto de vista legal no puede ser justificable. Eso está clarísimo. A nuestro juicio la decisión en Checoeslovaquia solo se puede explicar desde un punto de vista político y no desde un punto de vista legal”. El líder cubano matiza estas afirmaciones con la importancia de crear en el socialismo una verdadera conciencia revolucionaria; sin embargo, no escatima oportunidad para recordar algunas cuestiones relacionadas con la prédica de la paz por la URSS: “En todo caso, vaya y predique la paz en el campamento del enemigo, pero no predique la paz en su propio campamento, porque con eso a lo único que contribuirá es a hacer desaparecer el espíritu de combate, a debilitar la preparación de los pueblos para afrontar los riesgos, los sacrificios y todas las consecuencias que una realidad internacional impone”.

Fidel sabía que Checoeslovaquia tenía una dirección “saturada de muchos vicios, de dogmatismo, burocratismo”, y que no era modelo revolucionario; también conocía que nunca se habían pronunciado directamente contra el imperialismo yanqui, “principal responsable de la conjura y de la conspiración mundial contra el campo socialista”; y además, estaba al tanto de que aquel partido había dejado de ser instrumento del poder revolucionario; por tal razón, era indefendible su proclamación como país socialista. Ahora bien, en la declaración de TASS, la agencia de noticias soviética, en relación con la invasión a Checoeslovaquia, se afirmaba: “Nunca se permitirá a nadie arrancar ni un solo eslabón de la comunidad de estados socialistas”, y Fidel se preguntaba: “¡¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a Cuba si los imperialistas yanquis atacan a nuestro país, o incluso ante la amenaza de ataque de los imperialistas yanquis a nuestro país, si nuestro país lo solicita?!”. Evidentemente, dejaba sin respuestas a los soviéticos —recordar su incoherencia en medio de la Crisis de Octubre. Y aclaraba que “lo que defiende a esta Revolución es la unidad de nuestro pueblo, su conciencia revolucionaria, su espíritu de combate, su decisión de morir hasta el último hombre en defensa de la Revolución y de la patria”; y más adelante, ratificaba: “Conocida es nuestra filosofía: aquí no habrá que dar jamás orden de combatir, porque esa orden está dada ¡siempre!”. De más está decir que para cualquier invasor.

Volver, con las experiencias de hoy, a las vivencias de aquel año crucial, bebiendo en fuentes directas, es una de las maneras de explicarnos el presente, y una de las ganancias fundamentales de estudiar Documentos de la Revolución Cubana: 1968.

El otro discurso de Fidel, uno de los más trascendentes de ese año, fue el que conmemoró el centenario de nuestras guerras independentistas. Posiblemente sea la lección sobre historia de Cuba más eficaz para la política que se haya impartido en nuestro país, según el contexto que se vivía. Unos cuatro años atrás, en la secundaria básica, un maestro de Historia me había asegurado que Carlos Manuel de Céspedes era un terrateniente burgués y José Martí un “demócrata revolucionario” —soy nieto y sobrino nieto de comandantes del Ejército Mambí, y cuando se lo conté a mi padre, se quedó sin palabras…. Se trataba de conceptos salidos de los manuales soviéticos que inundaban la educación cubana con análisis mecánicos y simplistas que no diferenciaban entre los orígenes de clase y los posicionamientos de los individuos; por eso se denominaba “demócrata revolucionario” a Martí, comparándolo con Nikolái Chernishevski en Rusia, Sándor Petöfi en Hungría, Jristo Botev en Bulgaria… poetas y escritores considerados socialistas utópicos, héroes románticos y nacionalistas europeos; además, no se tenía en cuenta la verdadera composición social del pueblo cubano. Fidel se desmarcaba de esas interpretaciones mecanicistas cuando, casi al inicio de este discurso, afirmaba: “Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la Revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una Revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes. No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia”.

Fidel llamó a Céspedes “Padre de la Patria”, y recordó que su levantamiento en armas no solo fue acompañado por una proclama política de independencia, sino también por elotorgamiento de la libertad a los esclavos y la abolición de la esclavitud. No dudó en llamar Apóstol a Martí, y reafirmó que no solo había sido el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, sino “el más grande pensador político y revolucionario de este continente”. Debido a su autoridad, nadie refutó después la tesis de los “cien años de lucha”. Hoy se pueden hacer otras lecturas de ese discurso y matizar frases dichas enfáticamente para detener una ola de dogmatismo que seguía al pie de la letra enfoques ajenos, pero es innegable el valor político de esta pieza a la luz de entonces, que trazó un rumbo apropiado para el estudio de figuras como Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García, Vicente García y otros próceres de nuestras luchas independentistas, sin las pesadas rémoras del dogmatismo, bajo el pretexto de las banderas de un falso marxismo y un tergiversado leninismo.

Volver, con las experiencias de hoy, a las vivencias de aquel año crucial, bebiendo en fuentes directas, es una de las maneras de explicarnos el presente, y una de las ganancias fundamentales de estudiar Documentos de la Revolución Cubana: 1968

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