La cultura cubana es el resultado de un perseverante sincretismo de original apropiación e integración, cuyos orígenes fundamentales son la ancestral y autóctona raíz arahuaca y de algunos pueblos originarios americanos; la europea, especialmente de determinadas zonas de España, de carácter dominante en un período formativo desde los siglos XVI al XIX; la africana, en mayor medida de los pueblos de la costa occidental; la de Norteamérica, sobre todo del sur; la asiática, principalmente de algunas regiones de China y del Medio Oriente, incorporadas esencialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y las diversas culturas de América Latina y el Caribe, así como las de Europa Oriental, sumadas a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. Esta mixtura sistemática no concluye; es un proceso dinámico y dialéctico de asimilación y rechazo en la construcción de una identidad dispuesta a continuar incorporando de manera selectiva rasgos simbólicos de cualquier matriz.

La economía, el comercio, las finanzas, la religión, la política, la estética, la ciencia, la tecnología, las leyes, las costumbres… forman parte de la cultura, queno es solo música y poesía como todavía algunos creen o intentan hacernos creer; tampoco exclusivamente arte y literatura; ni siquiera se reduce a las múltiples esferas atendidas por el ministerio del ramo. Cuando falta la proyección integradora necesaria en alguna disciplina, se resiente la aplicación de cada una de ellas.

“El bloqueo no puede aceptarse y naturalizarse, pero tampoco hay que usarlo como pretexto de los problemas internos”. Ilustración: Tomada de Radio Bayamo

En la antesala de los desafíos del presente, lo esencial es convertir en pasado la pesadilla de la Covid-19. La estrategia gubernamental de subordinarse a los criterios científicos para enfrentarla ratifica su validez cuando se están cumpliendo ciclos de inmunización con candidatos y vacunas producidos en el país, a lo cual se suman medicamentos de probada eficacia para paliar padecimientos y disminuir el número de muertes. Este éxito, que se ha pretendido cuestionar o minimizar, es inobjetable; sin embargo, cuando los resultados sean más evidentes y la gran mayoría de la población en la Isla esté más protegida, los enemigos de siempre inventarán otro argumento. Asistimos a resultados exitosos obtenidos a partir de recursos humanos y plataformas productivas que ya existían, instituciones científicas y tecnológicas desarrolladas por la Revolución cubana, sobre todo en los años 80 del siglo pasado, bajo la previsora voluntad de Fidel Castro, cuya cultura lo alertó de la necesidad que tenía una isla sin recursos energéticos y con magros resultados económicos, pero con gran riqueza de recursos humanos, de adelantarse a la inminente fractura del sistema socialista mundial. 

Cuando dejemos atrás la pandemia, uno de los principales objetivos de la sociedad cubana deberá ser optimizar la productividad y la convivencia de varias formas de gestión económica, junto a la eficacia y eficiencia del comercio interno y externo, y el equilibrado manejo de las finanzas. No podemos postergarlo hasta que por “ley divina” se elimine el bloqueo, sino contando con esfuerzos y resultados propios, aminorando errores y equivocaciones posibles, y previendo que el enemigo histórico de la Isla responderá con su arsenal de medidasa cualquier éxito o fracaso nuestros, hasta que a sus gobiernos les resulte conveniente manejar ese elemento de presión hacia Cuba u otros países para intereses electorales.

El bloqueo no puede aceptarse y naturalizarse, pero tampoco hay que usarlo como pretexto de los problemas internos. No se puede abandonar la lucha diplomática y política en todos los escenarios posibles, pero lo más importante es no ajustarse o depender de la absurda idea de que el enemigo nos facilitará las cosas. En los años 60 se pudo contar con el apoyo de la URSS y los países socialistas europeos para paliar la situación desfavorable de la economía cubana; tal vez se hubiera podido aprovechar la década de los 80 para afianzar de manera más permanente y autóctona una economía estable, y remontar el retraso industrial, las trabas para el desarrollo de cooperativas no agropecuarias y de producciones privadas, la pobre inversión extranjera, la falta de tecnologías y mercados diversos… En condiciones menos favorables se aspira a lograrlo ahora, y está en juego la credibilidad de nuestro proyecto socialista ante nuestros propios ciudadanos.

“La economía, el comercio, las finanzas, la religión, la política, la estética, la ciencia, la tecnología, las leyes, las costumbres… forman parte de la cultura”.

El otro gran empeño que se nos plantea se relaciona con el ser humano en la sociedad, desde la preparación cultural de todos los ciudadanos, porque es imprescindible para conducir cualquier proceso y para ejecutarlo de manera consciente, creativa e innovadora. Urge, asimismo, alcanzar una relación adecuada y funcional entre centralización y descentralización; establecer consensos y negociar disensos, sobre la base de una renovada política cultural, pues cuando hay desviaciones en sus principios, se desestabiliza el cuerpo social, político e ideológico del país, independientemente de la acción y el activismo de factores externos. Hoy nuestros históricos adversarios se esmeran en provocar respuestas que, aún con el propósito sincero de defender la Revolución, podrían terminar creando malestares, desconfianzas, desuniones o resquemores que actúen en contra de ella.

Actualizar la política cultural es tarea difícil. Cuando se habla de “política cultural de la Revolución”, se trata de una cultura integradora de todas las disciplinas que actúan en la sociedad. Aunque Fidel se refería en “Palabras a los intelectuales” en 1961 a escritores, artistas, pensadores y otros actores de las ciencias sociales y políticas allí presentes, hoy esta refundación tiene que extenderse al pueblo completo para estimular su libertad creativa y de opiniones, aceptar la posibilidad de opciones y criterios diferentes, sin poner en riesgo la estabilidad de la fuente de derechos de esa libertad; propiciar la crítica argumentada y constructiva, no importa a qué o a quién; construir la genuina democracia socialista y el poder popular, no como etiqueta, sino como real participación ciudadana en la solución de los problemas, con innovación y audacia.

La amenaza imperial de asfixiar a Cuba funciona como constante en la ecuación sobre la cual no podemos apenas actuar. Sin embargo, hay muchísimas variables de las cuales ocuparnos: el autoritarismo, la intolerancia y la burocracia, casi siempre vinculada a la corrupción de algunos “servidores públicos”; el fundamentalismo de cualquier naturaleza, capaz de avivar la división y el odio; el machismo y el sexismo, evidente o disimulado, que provoca la subestimación a la mujer, la relega injustamente y detiene y retrasa su desarrollo y el pleno ejercicio de sus derechos; las discriminaciones sexuales, raciales, religiosas, por lugares de procedencia o por la edad…; el dogmatismo y los prejuicios frente a temas como la propiedad privada, la nueva sociedad civil que se construye, la falta de estímulo a la innovación, etc. Los derechos constitucionales establecidos para conquistar la justicia enunciada deberán transformarse en leyes.

“Actualizar la política cultural es tarea difícil”.

La cultura medioambiental cubana tiene una deuda con nuestra naturaleza. Lograr una agricultura sostenible con seguridad y soberanía alimentaria, garantizar la disponibilidad de agua y de acceso a energías limpias, promover el crecimiento económico sin dañar el planeta, preservar la vida de las personas en los lugares, alcanzar formas de vida y cultura amigables con la naturaleza, conservar los mares y las costas, proteger los ecosistemas, luchar contra la degradación de suelos y la tala indiscriminada, entre otros, se erigen como propósitos esenciales.

Se ha debatido sobre problemas de los medios, pendientes de solución, pero creo que no se ha insistido lo suficiente en los de la educación. Métodos menos verticalistas al impartir conocimientos y, sobre todo, fomento de un pensamiento crítico, “vacuna” contra cualquier manipulación, se hacen imprescindibles en todos los niveles de nuestra enseñanza; ello constituye no solo la garantía de aquel receptor preparado para recibir la obra de nuestros artistas y escritores proyectado por Fidel en sus “Palabras a los intelectuales”, sino la formación de un ciudadano que sabe dónde y cómo encontrar la verdad para que no le pasen gato por liebre y, mucho menos, ratón por vaca.

Octubre de 2021