Los herederos

Emanuel Gil Milian
6/5/2019

La Compañía de Teatro Lírico Ernesto Lecuona acaba de estrenar Los herederos, un texto y puesta en escena del dramaturgo Dunieski Jo.

Foto: Internet
 

Antes, en 2018, había llevado a la cartelera pinareña La Verbena de la Paloma y Parece Blanca. Sin embargo, cuando valoramos estos espectáculos de profundis, vemos que se resienten en aspectos comunes. Ambas versiones, por diversos motivos, no son más interesantes, renovadoras o provocadoras que los originales de los cuales surgieron. Sus estructuras emergen endebles, en estas no es aparente una búsqueda de diálogo con el espectador, y resulta inquietante la inclinación por una comicidad supeditada a clichés y chistes intrascendentes. En el caso de Parece Blanca, los momentos cantados provenientes de la zarzuela Cecilia Valdés, de Gonzalo Roig, más que reforzar y enriquecer, dilataban bastante el argumento creado por Estorino. También sucedía que en ambas obras nunca fue resuelto el problema interpretativo de los actores, a quienes les costaba imbricar la actuación (movimientos y acciones físicas, fundamentalmente) y el canto.

En Los herederos (2019), estos escollos todavía muestran su rostro, pero es visible y aplaudible la voluntad de mejorar. Lo primero es que, aun cuando a muchos no les ha parecido acertado que la Compañía de Teatro Lírico Ernesto Lecuona se haya alejado de su repertorio tradicional formado por clásicos, creemos que esto ha sido sabio, pues —¡qué bueno!— se ha apostado por validar un autor y una dramaturgia escrita en Pinar del Río; los que originalmente no estaban orientados para la escena lírica y ahora felizmente están en sintonía con esta práctica artística. Además, algo cardinal, el espectador se reconoce en la nueva fábula escénica que sube al Teatro Milanés.

En Los herederos, hay un trabajo superior de dirección escénica con relación a otros espectáculos que ha presentado la Compañía de Teatro Lírico pinareña. En ese sentido, encontramos, aunque de manera un poco costumbrista y quizás necesitado de un tratamiento más profundo, un relato escénico que discute temas medulares como la ambición, el oportunismo, la falta de tolerancia, algunas miserias humanas que pueden ser tan verídicas en la ficción —donde los personajes de la obra, tres primos se discuten la casa heredada de un tío fallecido y un alcalde pretende apropiarse por artimañas de este bien— como en cualquier parte del mundo. De manera que la obra nos parece cercana.

Asimismo, hay una labor más acertada en cuanto a la disposición y visualidad del espectáculo: una mejor organización de las evoluciones escénicas de los actores, la escenografía es mucho más funcional, y vemos un mayor cuidado de las imágenes y el ritmo de la puesta. Aunque en esta hay momentos, partes cantadas —no todas— que constituyen sendos apéndices repensables (cuando los parientes recogen el resultado del veredicto sobre la posesión de la casa) y otros prescindibles, como el desfile de modas que dirige Yoyo y que nada aporta a la acción; salvo el efecto de la entrada por el público y la fanfarria de los coloridos trajes de los actores. En cuanto a algunas soluciones como los cambios de espacio escénico, creemos que son seriamente cuestionables, pues estos están determinados por constantes bajadas y subidas de telón, proceder bastante decimonónico que retrasa la fábula escénica. Además, dichos cambios de espacio no determinan nada en el curso de la obra; más bien son un desliz creativo, pues la dirección no transforma o utiliza en toda su extensión semántica el territorio en disputa.

Pero nos satisface que el cuerpo de actores de la  Compañía de Teatro Lírico Ernesto Lecuona, haya crecido. Los dos elencos que asumen los roles en Los herederos, demostraron seriedad, entrega, incluso momentos laudables. Estos jóvenes han vencido el reto que antes les había sido tan difícil: poder cantar y actuar orgánicamente sin caer en la reconocida pose que se les asocia a estos intérpretes. Un hecho que se le debe en gran medida a la mano directriz de Dunieski Jo y formativa de Julio César Pérez.

Los espectáculos escénicos marcados por lo cómico y farsesco, han devuelto al público al teatro pinareño. Sin desdeñar otras propuestas, creemos que Arró con avicheula (2015) y la conocida peña La Potajera, de Teatro Rumbo, han sido referentes para en el inteligente tratamiento de temas viscerales desde la comicidad. Después de estas propuestas y con presupuestos cercanos, Aquí nadie llora (2018), de Lisis Días y ahora Los herederos, convocan a disfrutar y reflexionar desde la escena. Ello nos convence de que, desde la comicidad, también se puede dialogar con el espectador. No obstante, no deja de preocuparnos el hecho de que este detonante, lo cómico, se convierta en un recurso socorrido, mal trazado y a la larga pierda toda eficacia, como ya ha sucedido en reiteradas ocasiones en los escenarios pinareños y en las propias producciones de la Compañía de Teatro Lírico Ernesto Lecuona.

En Los herederos el público ríe y ello es tomado por muchos como signo de calidad. Pero no nos engañemos: paradójicamente, no siempre la risa es sinónimo de valor artístico, abundan en nuestra escena los casos que han sido loados y han degradado el teatro por buscar la frase, el referente o el chiste del momento, olvidándose de su contexto, de una situación y un discurso teatral bien pensado. Por suerte, este no es el caso de Los herederos, donde si bien habitan todavía desconcertantes elementos como la fábula escénica elemental y poco resuelta en su cierre, un jocosidad lograda a través de recursos trillados (el ademán o la figura caricaturizada al extremo); también delineamos una voluntad de divertir y establecer un encuentro digno entre la propuesta escénica y el espectador.

Con el estreno de Los herederos, la Compañía de Teatro Lírico Ernesto Lecuona de Pinar del Río ha demostrado un crecimiento agradecible. Pero todavía este elenco debe afinar más la cuerda, buscar una exacta y cuidada medida de los recursos, del sentido que da a la acción escénica y su relación con el espectador. También creemos que no se debe ir en busca de los efectismos chatos o de la risa por la risa, sino de la risa que viene acompañada del pensamiento inteligente que desprende la escena.