En el mundo de la canción existen tantas piezas como temáticas pueden ser abordadas. Desde momentos de gran euforia hasta los de mayor gravedad, pero todos aparecen recogidos en el infinito universo de las composiciones musicales. En tal sentido, no se exagera si afirmamos que cada sentimiento humano está plasmado en una abarcadora multitud de canciones como para escoger de acuerdo con nuestras preferencias especificas. Sin embargo, a veces escuchamos piezas donde se nos propone asumir la vida desde una liviandad tan egoísta, que francamente nos acongojan. Tal parece como si no hubiera otras perspectivas de considerable hondura espiritual por las cuales se merezca también estar vivo.

Si bien es cierto que soplan vientos donde la canción con inquietud humanista no tiene un alto índice de popularidad en el contexto actual de la música comercial, no obstante hay compositores que justamente, porque solo se vive una vez y además por muy poco tiempo, aportan una ética que dignifica nuestra especie.

Dichos músicos funcionan cual faros, que en medio de sombras propiciadas por tempestades de banalidad y de vulgaridad, guían la sensibilidad hacia un puerto donde resguardar la virtud que nos sustenta.

“Entre tanto cavilar profundo, Vicente busca el momento oportuno para establecer el equilibrio que reclama el espectáculo”. Foto: Tomada de Internet

Asistir al concierto Apuntes y otros estrenos [1], del trovador Vicente Feliú, es revalidar que no amamos menos a la vida quienes también la disfrutamos, pero desde ángulos diametralmente opuestos. Mientras para algunos, esquivar las desgarraduras que trae consigo el hecho de vivir, es el pretexto que los enajena en busca del mayor escapismo, para otros como Vicente, precisamente son aquellos dolores y anhelos del hombre contemporáneo los que lo enaltecen en la necesidad de afrontarlos más allá de nuestras limitaciones humanas. A partir de la sencillez y de la inmediatez de los tópicos a que nos tiene acostumbrados, el trovador estrena canciones escritas por él hacia comienzos de los años 70 del pasado siglo, cuya épica legendaria para nada ha extraviado su vigencia. Somos testigos de emotivos apuntes que revelan la postura vital de un artista con vehemente voz de persona, que extrae de la guitarra acordes no menos intensos para invitarnos a reflexionar acerca del privilegio que implica el hecho de nacer.

Compartir con Vicente en concierto, compartir breves minutos de canciones como “Apuntes para el presente”, “Apuntes para el futuro” y “Apuntes para el amor”, es la posibilidad de sentirnos orgullosamente cómplices de un cuestionamiento de la condición humana como razón ineludible del acontecer cotidiano. Es en la canción “Arteporética” [2] donde el trovador, genuinamente, se adhiere a un principio vital de nuestra existencia, cuando asume la voluntad de vivir en un mundo más fraternal para todos a pesar de los conflictos que esto conlleva.

Entre tanto cavilar profundo, Vicente busca el momento oportuno para establecer el equilibrio que reclama el espectáculo. Tiene como invitado al guitarrista Alejandro Valdés, quien desde un escogido repertorio y la sobria interpretación del mismo, resulta el complemento imprescindible para que este encuentro se recuerde como un suceso artístico memorable.

“Somos testigos de emotivos apuntes que revelan la postura vital de un artista con vehemente voz de persona”.

No podía ser de otro modo para quienes creemos que la vida es un don que nos ha sido otorgado y que por lo tanto merece ser amada desde el arte con toda la pasión y entereza propia de los que nos sabemos condenados a vivir [3] plenamente, como sucede con Vicente Feliú en sus canciones.


Notas:

[1] Apuntes y otros estrenos, concierto ofrecido por Vicente Feliú en el Teatro del Museo de Bellas Artes el 16 de julio del 2015 donde tiene como invitado al guitarrista concertista Alejandro Valdés.

[2] “Arteporética”

(A Joe Hill, Benjo Cruz, Jorge Salerno y Víctor Jara)

Trota el cantor peregrino colmando el sueño de amor.
Nunca es de rosas su sino. Lleva en la muerte una flor.
Suele gustarse del vino más, se emborracha de Sol.
No anda meta en su camino: paso eterno es su razón.
Canta. Canta todo lo que vive. Vive.
Lucha. Lucha todo lo que ama. Ama.
Quema. Quema todo lo que odia. Odia.
Mata. Mata todo lo que mata. Mata.
Puede partir un buen día sin rumbo fijo ni adiós,
su corazón a porfía enarbolando su voz.
Viste ojos de mediodía su mirada de candor.
Nunca discute su hombría: defiende a puño su honor.
Canta. Canta todo lo que vive. Vive.
Lucha. Lucha todo lo que ama. Ama.
Quema. Quema todo lo que odia. Odia.
Mata. Mata todo lo que mata. Mata.
Poco se edita su canto, su canto no es de señor.
Su canto viene del fuego donde se funde el cantor.
Se puede verle de espanto si alguien, pensando en favor,
le pone precio a su canto y rienda a su corazón.
Canta. Canta todo lo que vive. Vive.
Lucha. Lucha todo lo que ama. Ama.
Quema. Quema todo lo que odia. Odia.
Mata. Mata todo lo que mata. Mata.
Y va el cantor peregrino burlando al tonto censor
con su lenguaje felino contra cualquier represor.
Nada le importa el espino, ni la nieve, ni el verdor.
Va con su pueblo al camino que lo condena al amor.
Canta. Canta todo lo que vive. Vive.
Lucha. Lucha todo lo que ama. Ama.
Quema. Quema todo lo que odia. Odia.
Mata. Mata todo lo que mata.
Quema, lucha, ama, canta,
canta, canta.       

                                Alamar, 1989.

[3] “Ay, mujer”

(A Fefé)

Ay, mujer,
si encontrara palabras para consolar
esta hora del día
que me hinca en el pecho una daga encendida,
como quien va a morir
aplastado por un comején de la vida.
Ay, mujer,
si encontrara el resorte con que detonar
la pólvora escondida
que se halla en un rincón de tus tantos sentidos,
brillaría al estallar
junto a todo tu miedo de abrir una herida.
Ay, mujer,
si supieras del luto que cuesta sentir
una nueva arrancada al mundo del amor,
sin pensar cuánto más ha de quedar en el crisol.
Ay, mujer,
si supieras del tiempo que va a terminar,
del pedazo perdido que pudo quedar,
de la casa sin luz, de la tristeza de no estar.
Si tú supieras que el cobarde no ha nacido para amar.
Ay, mujer,
si se queda en el lodo el corazón,
no me culpes, ni culpes mi oración,
que sólo amo la vida
como un condenado a vivir.

                    Neptuno, 1975.