El más reciente montaje del Teatro de la Luna, que dirige Raúl Martín, es la reposición de Reportaje Macbeth, basado en La tragedia de Macbeth, de William Shakespeare, y pudo verse por cuatro fines de semana —once funciones— en la sala Adolfo Llauradó, con el espacio completamente cubierto hasta donde lo permitieron las medidas sanitarias y excelente acogida del público. Estrenada el 6 de diciembre de 2019, como parte de la semana de la cultura británica en Cuba, y en aquella oportunidad fueron únicamente tres funciones las programadas. Luego, la llegada de la pandemia impidió otras programaciones previstas. El regreso, un año después, requirió de algunos cambios en el elenco y se apreció mucho más maduro, luego de otra etapa de ensayos.

Tipificada a lo largo del tiempo como la “tragedia de la ambición”, Macbeth constituye junto con Hamlet,
una de las obras más conocidas y más sólidas de Shakespeare.

La tragedia clásica de Shakespeare, escrita alrededor de 1606 y basada libremente en la historia de un personaje real, rey de Escocia entre 1040 y 1057, partió de las Crónicas de Holinshed, fuente que nutrió también sus obras históricas. Tipificada a lo largo del tiempo como la “tragedia de la ambición”, constituye junto con Hamlet, una de las obras más conocidas y más sólidas de su creación, aunque contiene pasajes de cierta oscuridad. Con ella, Shakespeare quiso condenar el personalismo, el crimen, la usurpación del poder y el orden feudal que amenazaban con reinstaurarse en su época con la inminente subida al trono de Jacobo VI, en una etapa en que se había cerrado el primer período de su creación, lleno de optimismo y espíritu humanista. El envilecimiento del guerrero valeroso, instigado por la codicia de su esposa y por el vaticinio de tres brujas fatídicas, alimentan en él el ansia ilimitada de poder y convierten su llegada al trono en objetivo principal, pero junto con su arrojo criminal, crecerá el miedo, que lo llevará a la locura y a la muerte.

Si bien es esta una tragedia que por la actualidad mencionada se estrena y repone regularmente en escenarios internacionales, para la escena cubana este de Raúl Martín es, apenas, su segundo montaje. El estreno absoluto en Cuba lo emprendió Berta Martínez, allá por 1984, al frente de un notable elenco del extinto Teatro Estudio, protagonizado nada menos que por Herminia Sánchez y José Antonio Rodríguez.

El proceso de montaje de Reportaje Macbeth se había realizado en tiempo record, pues en poco más de un mes Raúl Martín debió emprenderlo para satisfacer la invitación de integrar la cartelera de la festividad cultural británica en 2019. Con su innegable talento, el director se valió de efectivos presupuestos que, a la vez que le permitieron aligerar el proceso sin hacer la más mínima concesión artística, contribuyeron a darle al montaje la marca de actualidad que demandaba para él volver a un texto como ese, cuyos parlamentos nos recuerdan acciones de la actualidad política del mundo.

Al exponer luchas por el poder en las que se ven envueltos personajes enceguecidos por el afán de dominio, capaces de la traición y el crimen, y de manera descarnada un camino de sangre que se prolonga por la impunidad, inevitablemente podemos articularlos en nuestra memoria con trampas y asesinatos que se perpetran contra adversarios en turbias contiendas políticas de estos tiempos.

El director Raúl Martín se vale de la intermedialidad y el video, proyectado en una pantalla al fondo,
y nos induce a pensar la trama como una narrativa común a estos tiempos.

Esas ideas guiaron el sentido de retitular a esta puesta Reportaje Macbeth, para lo cual el director opta por introducir un plano de acción nuevo, el de los partes de guerra y resúmenes narrados que habitualmente forman parte de las reseñas y reportajes de los noticieros televisivos. Así, se vale de la intermedialidad y el video, proyectado en una pantalla al fondo, suple pasajes de la obra que sintetizan importantes giros de acción y que, en contrapunto con la acción viva representada, constituyen elementos de una aguda perspectiva brechtiana, al subrayar la cercanía de la peripecia desde la virtualidad mediática y, al emplear comunicadoras reales de los espacios noticiosos de la televisión cubana, nos induce doblemente a pensar la trama como una narrativa común a estos tiempos. El recurso se explota al máximo y cumple más de una función dramática, lo que lo valida como un elemento expresivo consustancial al discurso, pues también sirve para magnificar en la gran imagen la figura del rey Duncan y su bondad, al mostrarlo por única vez de ese modo, a su llegada a los dominios de Macbeth. A cargo del actor Osvaldo Doimeadiós, nos hace sonreír desde la fina ironía con que resume el candor del monarca en la fugaz aparición del personaje. También reproduce una encuesta en la que se expresa el sentir popular frente al restablecimiento del orden. Y al final, en broma colosal, Malcolm aparece en el podio de la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas afirmándose como mandatario.

Al final, en broma colosal, Malcolm aparece en el podio de la Asamblea General de la ONU,
afirmándose como mandatario.

Otra virtud significativa de la puesta en escena es el desempeño equilibrado del elenco. La certera dirección de Raúl Martín extrae de cada uno de los actores, jóvenes y hasta noveles, una presencia cabal y rica en matices. Jorge Enrique Caballero interpreta a Macbeth y moviliza una variedad de recursos psicofísicos, para transitar del honesto y valiente guerrero al taimado asesino que depondrá al rey dándole muerte con sus propias manos, y luego al temeroso culpable. A su lado, Amalia Gaute, en derroche de fuerza como instigadora principal del crimen, elige una caracterización que nos la muestra sardónica, inescrupulosa y segura del camino a seguir para conseguir el trono, aunque tanta maldad terminará por enajenarla.

Roberto Romero, como Banquo, revela cómo un actor que no ha dejado de trabajar —en montajes diversos de Raúl Martín, Carlos Díaz, Marian Montero o Jazz Martínez Gamboa—, madura a ojos vistas y explota bien su presencia y su estatura física para crear a un cortesano valeroso y resuelto a enfrentar al tirano. El más joven Ángel Ruz, en Macduff, procesa de cara a nosotros el dolor de la pérdida de sus seres queridos a causa de la codicia de Macbeth y lo convierte en pujanza justiciera. En cuanto a Malcolm, alternan el rol los noveles Víctor Cruz y Alejandro Castellón, y esta es para ellos la gran oportunidad de incursionar en una obra de gran complejidad en el lenguaje y en las caracterizaciones, de la que salen airosos después de haber mostrado ya excelentes dotes en otras puestas contextualizadas en la contemporaneidad. Freddy Maragoto pasea un Ross de efectiva sobriedad, en la que no faltan sutiles guiños.

Es admirable la fecunda visión integradora de Raúl Martín que, como parte orgánica de su poética y ya un recurso habitual en los montajes del Teatro de la Luna, amante como es de la sensorialidad rotunda en la escena, inserta en la puesta la presencia interactuante de la música en vivo. El trío que integran Laura de la Caridad González al teclado, Isaac Soler al violín y Ernesto Fonseca con la guitarra eléctrica, también compositores de la música original y arreglistas de otros temas, todos plenos en resonancias contemporáneas. Laura canta brillantemente —habrá ocasión de que se luzca en solitario en algún cabaret del grupo, y el trío, al desdoblarse de la función de acompañamiento incidental más tradicional, ejecuta coros, interviene en momentos climáticos, y genera un contrapunto permanentemente activo. No sólo porque sean ellos, desde su posición, quienes asuman a las tres brujas agoreras, sino porque todo el tiempo la música vibra al compás de emociones y peripecias, como elemento indispensable del universo sonoro de la acción trágica.

Así consigue una brillante visualidad, a partir del extraordinario diseño de vestuario de Celia Ledón quien, con imaginación e ingenio, vocación artesanal y capacidad de síntesis, logra construir hermosos trajes de época con indiscutible abolengo y reminiscencias medievales y punk, con apenas pocos géneros de tela predominantemente negra y algunos elementos en gris. Innumerables alfileres plateados de gancho, dispuestos convenientemente y distintos en cada patrón, adornan y refulgen a la distancia en claro símbolo del poderío económico, al mismo tiempo que revelan la provisionalidad del poder venido del crimen y lo hiriente de los actos traicioneros que lo sostienen. Guido Galli aprovechó el elemento icónico y la simbología para crear un hermoso cartel para anunciar el montaje. Los trajes, cuyos modelos se crean a partir de las intervenciones de la artista con rasgados que conforman caídas y sugieren corporeidades cargadas de sensualidad. Con hermosura y elocuencia se insertan perfectamente en el sobrio minimalismo de creación hecha contrarreloj y a contracorriente de carencias materiales y de producción. Al clima plástico general contribuyen las luces, de Norberto Parra, que movilizan nuestros sentidos al transitar por los estados de tensión, más allá de llenar el espacio vacío, junto con los desplazamientos actorales, pulcramente coreografiados por Raúl Martín. De tal modo que no se echa de menos ningún elemento escenográfico o de atrezzo, en brillante teatralidad de la acción y la palabra, la presencia y el gesto.

Las dos horas de duración de Reportaje Macbeth, un tiempo mayor que el promedio que ocupan los montajes de estos tiempos en nuestros escenarios, pasan volando y nos vamos con una grata sensación de goce estético y cognitivo, felices de apreciar tanto talento y visibles ganas de hacer reunidos.

El extraordinario diseño de vestuario de Celia Ledón consigue una brillante visualidad y,
al clima plástico general contribuyen las luces, de Norberto Parra.

Aún hay aspectos que deben afinarse, como la pronunciación en un inglés homogéneo del nombre del protagonista, diferente entre cada una de las reporteras y entre los músicos. Y los protagonistas apuntan potencialidades que un mayor número de funciones logrará madurar. Por eso y para disfrute de un público más numeroso, reclamo la pronta vuelta al escenario de este reportaje teatral shakespereano, sea en la sala Llauradó o sea —ojalá— en la sede propia que tendrá, por fin, el Teatro de la Luna en el Centro Cultural Roberto Blanco, nacido de la reconstrucción del antiguo cine Pionero.

Reportaje Macbeth debe ser uno de los candidatos al Premio Villanueva de la Crítica, que cada 22 de enero distingue a los mejores espectáculos del año anterior.

Salve, Teatro de la Luna, por un futuro cercano de encuentros con el buen arte.