Tras el domingo 6 de febrero, que sobrevino la adversidad, la noticia viajó de Santiago de Chile a una Habana teatral que se resistía incrédula: la investigadora, ensayista, crítica, pedagoga dedicada por más de medio siglo al estudio de la escena no se hallaba ya entre nosotros.

Tal vez la exacta dimensión de la muerte, su terrible peso para quienes permanecen vivos sea la ausencia total, sin esperanza. Creo que es ante esa ausencia, absoluta, y la impotencia en que nos sume, ante lo cual, inútilmente, nos rebelamos.

En lo personal me costó aceptar el hecho, en primer lugar por el enorme valor intelectual y la voluntad de servicio de la persona de quien se trataba. En segundo plano porque apenas cuatro días separaban nuestro más reciente intercambio de correos sobre temas profesionales. Como tantas otras veces disfrutaba y me estimulaba la agudeza de su pensamiento disciplinado, el rigor que exudaban sus búsquedas, su cultura, su solidaridad y su generosidad intelectual.

Quienes la tuvieron como directora de tesis para cualquier ejercicio científico o docente contaron durante ese proceso con un real tesoro. Hasta donde mi conocimiento del medio abarca, Magaly destaca en el breve número de nuestros pensadores de excepción.

Sin dejar de ser pulcras y elegantes sus exposiciones, lo mismo a través de la escritura que del ejercicio docente, tenían una vocación de apego a la expresión precisa para cada asunto y cada momento, a la par que mostraban una profunda coherencia metodológica y temática. Por fortuna, y como suele ocurrir con la vida bien vivida —y aún mejor pensada— y ante el cambio de paradigmas, su prosa para estas ocasiones fue ganando en soltura y flexibilidad, en creatividad y gracia.

“Magaly destaca en el breve número de nuestros pensadores de excepción”.

Su formación académica comenzó con el estudio de la Lengua y la Literatura Francesa, especialidad en la cual se graduó en la Universidad de La Habana. Con posterioridad, sobre el inicio de los setenta, según testimonian mis colegas, integró el breve grupo de investigadores que conformó un centro de documentación teatral casi borrado de nuestra vulnerable memoria escénica que fue conocido como la Casa del Teatro, ubicado alguna vez, nada menos, que en el Torreón de La Chorrera, próximo al mar, y, posteriormente, en los salones de la edificación situada en la esquina de Calzada y 8, en El Vedado, en el sitio que, por un tiempo, identificamos como la Casa de la Cultura de Plaza.

Más tarde laborará como asesora teatral del recién creado Teatro Político Bertolt Brecht, agrupación que heredó gran parte de los recursos humanos y materiales del Teatro del Tercer Mundo. En este colectivo, además de acercarse a la práctica teatral concreta desde su base, desarrolló particulares vínculos con la dramaturgia y el ejercicio teatral del mundo europeo socialista, en especial con el teatro ruso y soviético.

Portada del libro Teatro latinoamericano del siglo XX. Modernidad consolidada, años de revolución
y fin de siglo (1950-2000). Foto: Tomada de Casa del Libro

Tras crearse el Instituto Superior de Arte, en 1976, Magaly se halló entre los docentes de la Facultad dedicada al Arte Escénico. También laboró en la Dirección de Teatro y Danza del Ministerio de Cultura en la etapa paradigmática en que dicha instancia fue conducida por Marcia Leiseca, quien había sido solicitada especialmente por el titular de ese Ministerio, Dr. Armando Hart, a la Casa de las Américas, donde Marcia era una figura cercana y esencial para su Directora, Haydée Santamaría. La petición daba cuenta de la relevancia que se le otorgaba al teatro y la danza en los orígenes del nuevo ministerio, y de la experiencia de dirección del Dr. Hart, quien necesitaba armar un sólido equipo de trabajo para acometer la delicada misión asignada.

Fiel a su pasión por el conocimiento sistematizado, Magaly decidió continuar sus estudios y, en cuanto fue posible, realizó su doctorado en Estudios Teatrales en el Instituto de Investigaciones Científicas del Teatro, en Moscú, con relevantes resultados en la defensa de su tesis, dedicada a la investigación de un objeto esencial e inédito en el ámbito de la reflexión académica: el denominado “teatro de arte” que se inicia en Cuba en 1935, y la etapa de las pequeñas empresas teatrales (las llamadas “salitas”) en la geografía del teatro habanero, que tiene lugar en la década del cincuenta, previo al triunfo revolucionario del primero de enero de 1958, y colabora en la animación de una vida teatral y en la formación de un público para la escena, a la vez que prefigura con su estética el teatro por venir. De sus resultados se nutre su importante libro El teatro cubano en vísperas de la Revolución, editado por la casa editorial Letras Cubanas en 1988.

Entre 1986 y 1992 dirigió el Departamento de Teatro de la Casa de las Américas y su revista Conjunto y participó en la gestación de la Escuela Internacional de Teatro de la América Latina y El Caribe que presidió el reconocido dramaturgo e intelectual argentino Osvaldo Dragún. En 1992 fue reconocida con el importante Premio Ollantay, en el perfil de Investigación, que otorga el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT).

Del 95 al 97 colaboró con la singular labor de educación popular del Centro Martin Luther King desde la importante tarea de la coordinación de grupos.

Portada del libro El teatro cubano en vísperas de la Revolución. Foto: Tomada de Todo colección

Su más reciente cátedra docente “fija” presencial la tuvo en la Universidad de Santiago de Chile, ciudad donde residía, sin dejar de regresar a su casa de La Habana a cada tanto, de participar aquí en todo lo posible y de colaborar, gracias a las bondades de Internet, de manera sistemática, con colegas y estudiantes.

Por más de veinte años, Magaly preparó y dictó cursos sobre teatro y performance en coordinación con el CELCIT, entre ellos figura la valiosa serie de Clases Abiertas  impartida online entre 2003 y 2004 que aún puede hallarse en Internet y que tiene la virtud de mostrarnos la evolución, la vivacidad y la gracia de su ejercicio pedagógico que, cada vez más, incluyó en su dinámica los recursos propios del objeto de referencia.

También impartió cursos, talleres, conferencias en varias instituciones de Nuestra América, así como de los Estados Unidos. Tradujo a nuestro idioma, siempre primorosamente, textos dramáticos que ella consideró de particular valor para nuestros artistas y nuestros públicos, al igual que textos teóricos, en esa entrega generosa que siempre resulta la labor de traducción, pero que alcanza su cenit cuando quien la lleva a cabo es un intelectual de similar renombre que emplea parte de su tiempo productivo en promocionar y dar mayor alcance a la obra de sus iguales. Entre estas traducciones resaltan, también por cercanas en el tiempo, La puesta en escena contemporánea. Orígenes, tendencias y perspectivas , de Patrice Pavis, publicado por la Universidad de Murcia, en 2015, y el Diccionario del Performance y el Teatro Contemporáneo, del mismo autor, para Paso de gato, en 2016.

“En el corazón de toda persona de teatro hay una fuerte tendencia a identificar teatro y vida”.

Como es fácil apreciar, fue una trabajadora incansable que socializó su ingente labor investigativa en una copiosa bibliografía en la cual, además de cientos y cientos de artículos, figuran los libros Teatro: en busca de una expresión socialista, 1981; El teatro cubano en vísperas de la Revolución, 1988 —ya referenciado—; Indagaciones en el teatro cubano, 1989; Teatro y utopía ,1997; El escándalo de la actuación, 1997; El cuerpo cubano. Teatro, performance y política en Cuba 1992-2005, publicado en 2007; y los valiosísimos y ambiciosos volúmenes de Teatro latinoamericano del siglo XX: primera modernidad (1900-1950), de 2010; Teatro latinoamericano del siglo XX (1950-2000): modernidad consolidada, años de revolución y fin de siglo, de 2015, y Teatro latinoamericano a fines del siglo XX, publicado en 2018.

“El teatro se vive y se desea de la misma manera que se vive”.

Me gustaría terminar esta humilde contribución a su memoria, esta sencilla muestra de gratitud y admiración hacia su persona con una breve cita extraída de uno de sus tantos diálogos pedagógicos. En las Notas de Clase correspondientes al noveno encuentro de una de las series puede hallarse:

“(…) quisiera confiarles algo personal al respecto.

En el corazón de toda persona de teatro hay una fuerte tendencia a identificar teatro y vida. Uno piensa el teatro como si este fuera la vida a escala, y mete en él, por lo tanto, sus ideales, su visión del mundo, sus pasiones, y trata de que, al menos ahí, en el acto teatral, la vida se mueva como uno quisiera. Yo he devenido un ser muy anti-logo-céntrico. En muchas de mis visiones de las últimas dos décadas está inscrito ese dato. Tengo gustos y realzo conceptos y enfoques teóricos, y miro la práctica teatral y manejo intuiciones que vienen de esa VISIÓN. (…) No se trata de “si la palabra es más importante que lo escénico”, falso debate. Sino que el teatro se vive y se desea de la misma manera que se vive y se desea la vida de uno… o el mundo mejor. Y yo tiendo a reaccionar fuertemente no contra la palabra, pero sí contra una discursividad hegemónica que no le deja a uno espacio para moverse. Así son las visiones… Las visiones, igual no son para siempre. Pueden ir cambiando y enriqueciéndose, siempre que uno no se ponga demasiado rígido o fanático”.

Hablaba, como tantas veces, por experiencia propia. En efecto, quienes tuvimos la fortuna de ser, en alguna medida, contemporáneos de la Dra. Magaly Muguercia, asistimos, en su propia vivencialidad y desarrollo como ser humano, a esa mutación y sucesión de visiones que hablan de la dinámica del pensamiento y la dialéctica de la historia y la vida.

Gracias, Maestra Magaly. Por todo. Por tanto.