—Todo es una mentira, vives engañando a la gente… le solté al mismísimo mago Ayra. La provocación, como era de esperarse, encontró el centro de la diana.

―Te equivocas, yo no miento. Yo llevo a todos a vivir una ilusión. Y los que hacen eso, son artistas.

Créalo o no lo crea. Era mi saludo habitual, por el nombre de aquel programa que iluminó los veranos del Canal 6, desde 1986 hasta 1992. Las cartas rodaban de aquí para allá, de allá para acá, desafiando los primeros, primerísimos planos. Nos asombraba con sus rutinas de prestidigitación, nos abrió la puerta al mundo, al gran espectáculo: David Copperfield atravesando la Gran Muralla China, los tigres blancos de los míticos Sigfried and Roy, el material inédito y fantástico.

José Álvarez Ayra ―con sus dotes de conductor, con su mirada múltiple―, es un capítulo imprescindible en la proyección televisiva de la magia en Cuba. No hay que olvidar que estrenó en 1978, el primer programa de su especialidad en la pantalla chica, El arte de la magia, en aquel Tele Rebelde de tantos milagros.  

“Ayra fue la magia y fue Cuba en una veintena de giras internacionales que lo llevaron por cuatro continentes (…)”.

Cumplía su servicio militar y jugaba en serio, cuando se inició en la magia, en el club Kumora de Guantánamo, en 1963. De las fiestas de amigos pasó a los festivales universitarios, y un poco más tarde, le vemos fundar las Escuelas de Magia en Santiago de Cuba, en Camagüey. Es autor del libro Magia para niños (Editorial Oriente, 1983) y creador del evento Areíto Mágico de la Uneac, donde reunió a los maestros. Allí podrías asomarte a la conducción a ciegas por las calles, a un escape en las alturas, a piezas exquisitas de cartomagia.   

Ayra fue la magia y fue Cuba en una veintena de giras internacionales que lo llevaron por cuatro continentes. Le invité varias veces a las peñas y descargas que coordinamos: conservaba el hálito de la primera vez, el impulso inicial, el frescor perpetuo. No se cansó de defender su arte, lo mismo en los espacios académicos que en los lúdicos. Compartí con él más de una confidencia, más de un desvelo, en su propio apartamento de la Avenida Victoriano Garzón, mientras la ciudad asomaba sus luces, sus penumbras.

Lo vi llorar en su casa cuando murió su compañera y no supe qué decirle. No supe qué decir cuando hizo su última rutina, en un infausto abril de 2019. El silencio es tantas veces la única palabra. Y uno quisiera entonces, sacar la liebre del sombrero, voltear la carta escondida, ser Houdini, ser él.

“(…) El silencio es tantas veces la única palabra (…)”.

El príncipe Alberto

Alberto Ramón Pujals Villalón (Santiago de Cuba, 7 de julio 1916- 29 de diciembre de 2014) es una leyenda. Todos los hilos remiten a él. Desde la década del cuarenta del pasado siglo, su magia comenzó a ganar admiradores, a desbrozar caminos. Se presentó en las principales plazas de la ciudad, como el Group Catalunya y el teatro Oriente. Su atuendo persa, su porte de caballero, le granjearon el apelativo de “El Príncipe Alberto”.

“(…) Su atuendo persa, su porte de caballero, le granjearon el apelativo de ‘El Príncipe Alberto’”.

A mediados de los sesenta, funda la Escuela de Magia y organiza el Primer Encuentro Nacional de esa especialidad. En 1970 ―el año de la zafra infinita―, encabeza una brigada artística que fue de central en central, de campamento en campamento. Creará, asimismo, en su larga carrera, el grupo de magia del Instituto Superior de Ciencias Médicas y la sala especializada del parque Baconao, en su ciudad natal.  

El interior de su casa (Santa Lucía 510) es conocido como El Patio de la Magia. Por allí han pasado los más importantes ilusionistas del país. Me sobrecogió encontrarle justamente allí, recostado en su balance, como un noble patriarca, envuelto siempre en el cariño de su hija Edith. Invitarle a la gestación de Tele Rebelde, fue un acto de justicia. Este será el escenario que abriremos, acomodémonos para viajar en el tiempo…

“Alberto Ramón Pujals Villalón (…) es una leyenda (…)”.

Las cartas, las monedas, el pequeño ilusionismo eran la base de su participación en el popular espacio infantil Recreo. Cuando una escuela era invitada, toda la familia se sentaba frente al televisor, todos los amigos, todo el barrio. Pujals nunca usó el turbante ante las cámaras, se presentaba de frac.

Los diálogos entre la sobriedad y el disparate con el payaso Pepinillo (Alfredo Maure Sanabria), eran esperados, como se espera a los amigos. Las cartas llovieron el día que el clown quiso no solo ponerle un rabo al mago, sino además…  prenderle fuego. Era un simulacro, por supuesto; pero, así y todo, los niños escribieron: “Por favor, no permitan que le pase nada al mago”. Esos divertimentos salvaron también momentos inesperados, recuerda el mago Alberto:

Miro a la cámara y cuando voy a hacer el efecto mágico… el hilo se parte, se echa a perder el número. El público no ha visto nada, porque el hilo no se ve; pero había que buscar una solución inmediata… Era en vivo… ¡Caramba, este Pepinillo, me tiene loco!, dije… y aparté el aparato de magia, todo en apariencia muy normal. Hágame el favor, usted que siempre me está buscando, explíqueme qué desea. Aproveche ahora… En las reuniones del programa, al final, siempre venían las críticas. Yo esperaba que me echaran con el rayo… y lo que recibí fueron elogios.

El mago Gascó: Premio Nacional de Arte Circense

Manuel Romero Gascó se enteró a los doce años que existía una Escuela de Magia, y “aquello fue la locura” cuando entró al patio del Príncipe Alberto. Ha transcurrido medio siglo de esa decisión y la cordura no ha regresado jamás. Por eso, cuando en el estertor de 2022, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas le concedió el Premio Nacional de Artes Circenses, le dedicó el galardón al maestro Pujals, a su ciudad, a la Compañía de Variedades Santiago, que ha dirigido en varias temporadas. “Sin ellos no sería el mago Gascó, sería como tener un brazo menos”.  

Pensé —dice— en lo que debo a tantos y tantos magos, en lo que hemos aprendido unos de otros; en que la magia y las artes circenses en general, necesitaban un reconocimiento importante, y en todos los magos que están ahí, que tal vez no son conocidos más allá de su territorio, pero que tienen valores muy importantes.

Actor, director y escritor de numerosos espectáculos de variedades en Cuba y el exterior, fundador de los más importantes festivales de magia del país (Ánfora, Areíto Mágico, Magia Centro, Festival de Cartomagia, Magia Atenas, Magia de Abril), colaborador de publicaciones en Hispanoamérica, conferencista distinguido por sociedades mágicas internacionales, el mago Gascó es un artista consumado.

“(…) el mago Gascó es un artista consumado”.

Ahora que ha entrado en la cabina, sombrero en mano, ahora que me cuenta sobre su filosofía creativa, sobre Abrakalibro ―uno de sus títulos―, recuerdo sus gestos, sus números con papel plisado o papiromagia, su rutina con corbatas. Es “un absurdo que el arte hace posible”, me dice. Una corbata que se burla de su dueño, que crece, que lo invade, que se multiplica sin control.

Recuerdo, sobre todo, la risa que ha regalado a raudales a los más pequeños, en teatros y fiestas; la risa sanadora que ha hecho aflorar en las salas pediátricas desde hace muchos años, el humor y la magia fusionados en grandes o pequeños espacios. Un artista que hace feliz a los niños, es un duende, un emisario de paz.

“(…) Un artista que hace feliz a los niños, es un duende, un emisario de paz.

Manuel Romero Gascó (Santiago de Cuba, 4 de febrero de 1959) ha recibido el Premio Nacional de Artes Circenses, en nombre de la magia cubana. Van con él sus maestros y sus alumnos. Pujals, Ayra, tantos. Y a cada paso, nos demuestra que no vale el truco, sino el arte. “Cuando tenemos una manera artística de pararnos delante de un público, de presentarles un producto, ese público sueña.

Abracadabra…