Mal anda el mundo

Rafael de Águila
14/5/2019

“Es necesario seguir reglas claras,
que no son de izquierda o de derecha […]
Esto se los digo yo: un guerrillero vegetariano”
José Pepe Mujica

 

Una actriz devenida princesa y su príncipe consorte exhiben en la Tv a su hijo recién nacido. El FC Barcelona pierde dramáticamente con el Liverpool. Avengers: Endgame quiebra todos los records de taquilla. Las belugas se estrenan como espías en el mar del norte. Jennifer Aniston a sus 50 se atreve con un topless. Un grupo de Whatsapp debate sobre el 8×04 de Game of Thrones. El Dow Jones Industrial Average cae un 1,79 %. Madonna alza la voz en defensa de Michael Jackson.

Horror. Ese es el mundo hoy. Esos los titulares trending topics. Muy mal el mundo. Aburrido. Bored. Banal. Venial. Absurdo. Dos de esos eventos, tan solo dos, Avengers: Endgame y Game of Thrones, capitalizan más la atención del mundo que el contencioso comercial USA – China, o el diferendo USA – Irán, o los cientos de miles de muertos en Siria, o la tragedia en la Franja de Gaza, o los sucesos en Venezuela. Menos aún importan los gritos de hambre en Sudán del Sur. Se donan millones para reparar el tristemente derruido techo de Notre Dame y no aparece un mísero adarme para compensar los millones de muy tristes y hambrientos estómagos, o poner en fuga enfermedades curables, esas que a millones aquejan y a millones matan. Ni hablar de impedir o mediar para hacer desaparecer guerras. O limitar conflictos.

 Avengers: Endgame y Game of Thrones, capitalizan más la atención del mundo
que el contencioso comercial USA – China. Foto: Semana

 

La prensa mundial es hoy —más que nunca— un atolladero de fake news. Se informa acercando tanto la noticia a la baza de turno, que urge leer siete diarios del planeta; recorrer todo el espectro ideológico, ese que nos legara la Revolución Francesa, para intentar alguna idea, algún mero vaticinio, cierta mínima elucubración, en fin para, humanamente, intentar el descalabro de discernir el qué, el cuánto, el cómo, o el por qué asoma, asola y defenestra algún evento, se estremece hasta los cimientos un país, o se atilda hasta el clownesco desenfreno algún encumbrado personaje.

Un mismo evento puede ser silenciado, magnificado o presentado como si se presenciara lo mayúsculo execrable o acaeciera lo inveterado insignificante. Todo ello según las particulares bazas del medio que lo presente, oculte, magnifique o mediatice. En consecuencia, la gente cree cada vez menos en los medios. La gente cree cada vez menos en “algo”. La gente se desinteresa. La gente se encoge cada vez más de hombros. La gente, de tener diez brazos, dejaría caer la decena. De tener diez espaldas se daría la vuelta diez veces. Sí, la gente deja caer cada vez más los brazos y la gente ofrece cada vez más la espalda. La gente se refugia en Avengers: Endgame o Game of Thrones. O en el bello hijo de la muy bella y suertuda Meghan Markle y su muy principesco príncipe Enrique.

La gente cree cada vez menos en los medios. Fotos: Internet
 

Muy explicable que así actúe la gente. Urge entenderlos. Como embauca la prensa, como los políticos mienten roban, se enriquecen, no responden a la gente, la misma gente que antes los llevó confiada al poder. Así pues, la gente lleva ahora al poder a confiados millonarios, a confiados cantantes, a confiados comediantes, a confiados ex capitanes del Ejército. Seres confiados que a la gente parezcan graciosos, seres que, al menos en apariencia, se comporten diferente a los ladrones y anteriores mentirosos, esos que no lo parecían pero terminaron siéndolo. Seres nuevos, que digan lo que antes los otros no dijeron, no sepan todo lo que antes los otros sabían, seres que hasta parezcan físicamente diferentes. Y es que está harta la gente, muy harta de esos otros, los que antes se declararon gentlemans, que lo semejaban, que, al menos en público así se comportaban, y resultaron ladrones; otros que proferían discursos culteranos —con un excelente en relaciones públicas, todo muy very polite— y actuaron como marranos, exhibían vastos conocimientos y ejercieron como ignorantes. La gente está muy harta. Y si esos otros supuestamente recomendables y políticamente correctos solo han hecho a la gente promesas, todas incumplidas, si les han mentido, si les han robado, si les han llevado a peor… ah, pues he ahí que la gente opta hoy por elegir seres no precisamente recomendables.

Veamos como lo hacen estos, dice la gente. Eso es lo que —asombrados como nunca— estamos presenciando. Eso lo que —para peor suerte—, si el estado de cosas no muda a mejor, seguiremos presenciando. Algunos de tales seres ordinarios llevados a ejercer poderes extraordinarios actúan como en un circo. Resulta muy lógico eso: lo ordinario no puede intentar lo extraordinario.

Otros comienzan a proferir exactamente lo que la gente desea que profieran. Lo que la gente desea oír. Pueden incurrir en soberanos dislates, no importa… resultan entonces graciosos. La gente se ríe. Es un payaso, dicen, pero lo está haciendo bien. Eso, al menos, me han dicho amigos. Amigos que viven en ciertos países, esos en los que ciertos seres ordinarios han sido encumbrados por la —muy harta— gente para ejercer poderes extraordinarios. Nueva variante del populismo, dicen los expertos.

No importa si lo que dicen tales seres ordinarios resulta incierto, ilógico, irreal, imposible, brutal, banal, risible, arriesgado, torpe, absurdo. No importa eso. Urge decir lo que la gente quiere y espera que digan. Eso mantiene alto el rate. Al menos… un tiempo. Después… ya se verá. La gente ya no quiere leer grandes textos para informarse. No. La gente quiere ahora textos pequeños. Rápidos. Dinámicos. Ligeros. Simples. Todo muy light. Una idea por párrafo, me dice un amigo. Intenta aleccionarme. Puede suceder que dos veces se haya intentado escribir para algún medio que bien pague y dos veces asome el rechazo. Muy denso es el juicio. Y es que no puede ser muy denso. No. Debe de ser ligero. Esa es la norma, me dice mi amigo. Una idea por párrafo, párrafos cortos, los tuyos son muy largos, muy densos, la gente hoy no lee eso, buenamente me alecciona.

 La gente ya no quiere leer grandes textos para informarse. 
 

Sucede que a los medios y a los políticos y a la cotidianidad no les interesa hacer crecer a la gente. No. A los medios, y a los políticos y a la cotidianidad les interesa ser seguidos, les interesa ser vendidos, les interesa el rate, de ahí que prefieran… “descender hasta la gente”. Si la gente creciera demasiado pudiera lanzar lejos a los medios, lanzar lejos a los políticos, lanzar lejos a la cotidianidad. Elegir otros políticos: políticos éticos. Hacer quebrar a los medios: negándose a leer medios mentirosos. Elegir otra cotidianidad: cambiándola.

Hasta ayer en el mundo se ejercía algo denominado: hegemonía. Hoy el mundo carece de ella, de alguien que la muestre, la ejerza, la exhiba. Lustrada, limpia, pulcra, escrutable hasta el hartazgo sin que ese hartazgo halle la más exigua mácula. La hegemonía como la enunció ese italiano sin mácula: Antonio Gramsci. No hablo de hegemonía de cañones. De Imperios. No. Eso no es hegemonía. Eso es poder. No se puede confundir poder con hegemonía. Porras con moral. Hablo de hegemonía moral. Así la entendió y la enunció Gramsci. Por suerte hubo un Nelson Mandela. Un hombre que se esperó lleno de odio y venganza tras decenios de cárcel inmunda propiciada por sus captores y llegó para unir a todos, captores incluidos, en la armonía de todos los colores del arcoíris. Por suerte he ahí a Pepe Mujica. Eso es hegemonía. Moral. Un ser incólume. Al poder llegó incólume. Del poder salió incólume. Regresó a su modesta chacra cuando hoy la mayoría abandona el Despacho Presidencial para irse a la cárcel y ser perseguido por las alertas rojas de Interpol. Para ser wanted como en los films gringos del Oeste. Eso cuando no incurren en eventos dignos de Game of Thrones en función de no abandonar tales despachos y no perder todos sus millones.

Un amigo, médico de profesión, sostiene que el incólume hoy día lo es tan solo porque se nos ha vuelto loco. ¡Válganos Dios!, tan desacostumbrados estamos hoy al estado de incolemitud, que buscamos la etiología de semejante ético y frugal estado en la espuria honestidad de la locura. Hace algunos años se creía que el villano lo era dado estar irremediablemente loco. ¡Hoy se cree irremediablemente locos a los buenos! Horror. Se pregunta a un grupo de estudiantes universitarios acerca de sus lecturas: ¿qué leen? Somos estudiantes de Ingeniería, responden. Y es que nunca han leído un libro. Ni siquiera las peripecias del niño mago Harry Potter. Todos han visto, eso sí, las pelis. No hemos leído esos libros porque somos estudiantes de Ingeniería, reiteran. Serán excelentes ingenieros, podemos convenir. Mas… no serán buenos ciudadanos. No podrán serlo. No lo harán bien cuando deban ejercer como tales. Ciudadanos: sujetos de derecho político. Sujeto que participa activamente en la toma de decisiones de un Estado. Elecciones, referéndums. La vida de una nación no se reduce a logaritmos e integrales cuando X tiende al infinito. ¿Cómo alcanzar a decidir deslastrado de la herencia cultural, histórica, política, social, de la humanidad? ¿Cómo se vislumbra, se busca y se elige y se mantiene el bien común sin los sacrosantos e imperecederos contrapesos de la cultura? Muy útiles los logaritmos si se obra en la necesaria construcción de puentes. O edificios. O buques. Tales conocimientos, sin embargo, no bastan per se en el empeño de construir y mantener sociedades. Sociedades saludables. Libres. Armónicas. Dignas. Éticas. Justas. Democráticas. Si no se tiene la debida cultura, si no se es ciudadano, pueden aparecer estropicios. Podemos todos —junto a X— tender al endemoniado infinito.

Puede elegirse algo similar al Brexit si solo se toma cerveza en un pub vitoreando las goleadas de algún club similar al Manchester United. Puede elegirse, por ejemplo, a un troglodita para ejercer cualquier presidencia. Cualquiera. No aludo directamente a país alguno. Soy diplomático. Pero lo cierto es que hoy día suelen importar más los caminantes nocturnos, los night walkers de Game of Thrones, que esta larga noche hacia la que parecemos caminar ineludible y ciegamente todos. Confieso que algo me entristece si Lionel Messi no hizo valer su magia frente al Liverpool, mas al instante lo olvido, y es que me preocupa muchísimo más cuanto podría suceder en el Estrecho de Ormuz. O en Siria. O en Venezuela. O en la península coreana. O con la OPEP. O con la guerra de aranceles USA – China.

Me preocupa muchísimo más cuanto podría suceder con la guerra de aranceles USA – China.
 

Muy saludable y bello me pareció el bebé de Meghan Markle y el príncipe Enrique, y lo celebro, felicito a sus muy sacras majestades por tan esperado y laudable nacimiento, pero deseo fervientemente que —utopía mediante— todos los bebés del mundo sean tan sanos y bellos y felices como él. Y, especialmente, se les avizore una vida futura tan repleta de oportunidades. Lamento que el FC Barcelona haya perdido tan claramente la semifinal de la Champion League pero a la media hora lo olvidé, y lo olvidé porque lamento infinitamente más que perdamos todos en el contencioso comercial y arancelario USA – China.

Quizá, en su momento, lo confieso, no deje de ver —he ahí a lo que conduce la mera y simiesca curiosidad— Avengers: Endgame, pero no dejaré de preguntarme cada día, preocuparme hasta el hartazgo, acerca de las causas que llevan hoy día a estudiantes universitarios a no leer. Me compadezco de una pobre beluga a la que se obliga a ejercer como espía en el mar del norte, pero mucho más me hace padecer que cada año ascienda 1 mm el nivel de todos los mares en el norte y en el sur. No voy a desdeñar admirar los muy bellos pechos de la ya cincuentenaria —y aun maravillosa— Jennifer Aniston, no, señor, ¡albricias para la Aniston!, pero me lleno de soberano pavor ante lo que sucede día a día con los pechos, y los cuerpos, y los cercenados clítoris de millones de mujeres en África. ¡Pobres de ellas! No voy a negar que tal vez debata con mi hija acerca de cuanto ocurra en el capítulo IV de la octava temporada de Game of Thrones, las iniquidades de los Lannister desde el Trono de Hierro, pero al siguiente minuto lo olvidaré. Lo olvidaré para enardecerme, exasperarme y encabritarme hasta el desánimo con todos los Lannister reales que hoy medran sobre los tronos de hierro del mundo. Esos que intentan repartirse el planeta a tajadas en nombre de la geopolítica, que provocan muerte, hambre, enfermedad, desnutrición, desolación, o que tal vez no la provocan pero la permiten, o en el mejor de los casos, aquellos otros, los que juegan a ignorar el poder de los pueblos, a la mentira, a los banales y nunca veniales populismos en aras de sodomizar la voluntad y los derechos finiquitados de millones de seres sobre el planeta. Y sí, eso sí, aclaremos algo: me intranquiliza que el Dow Jones Industrial Average padezca de simple gripe al norte, porque eso podría hacernos padecer la muy fatal neumonía a los que moramos al Sur.

Muy mal anda el mundo. Aburrido. Bored. Banal. Raro. Terrible. Confuso. Quizá más confuso o absurdo que nunca antes. Convengamos que otras veces, muchas veces, a los humanos nos ha parecido antes lo mismo. Y todo se ha compuesto. Al menos, todo ha continuado. Una amiga me dijo recientemente que la hegemonía había pasado a “los otros”. No, le dije, “los otros” solo tienen el poder. Tal vez si la gente ha gratificado a los malos con el poder, los buenos deben haber hecho algo mal. Urge que los buenos dejen de acusar a los malos espíritus y pensar —precisamente— qué hicieron mal. Colocar las culpas en malos espíritus, agentes exógenos, es la garantía de… volver a hacerlo mal. Y no hay tiempo. Winter is coming. Urge que en la next season los buenos lo hagan bien. Hoy Avengers: Endgames y Game of Thrones parecen importar más que todo cuanto realmente debe importar. Mal anda el mundo cuando eso sucede. Mal la gente. Muy mal. Puede llegar el momento en que todo vaya a peor. Puede, incluso, asomar eso del Winter. Tal vez debamos invernar. Resistir… posibles Winters. Pero en medio del resistir, del invernar y del resurgir, no podemos cometer el pecado de confundir poder con hegemonía. Porra con moral. Coerción con consenso. Verdad con Mentira. Todos con un grupo. El bien con el mal. El kratos —insoslayable— del demos con el kratos —circunstancial— de unos pocos. Nada de eso se puede confundir. No, señor. No es lo mismo.