La vida nocturna de los años 80 alcanzaba casi todos los rincones del país. Además de La Habana, Varadero y Santiago de Cuba, las noches de Santa Clara eran notables, con su centro en dos lugares fundamentales: el hotel Santa Clara Libre y el motel Los Caneyes, ubicado este último en la periferia de la ciudad. También existían el Venecia y el Cubanacán, situados en la carretera central, que complementaban el importante circuito de la vida nocturna de esa urbe.

Hotel Santa Clara Libre, otrora Gran Hotel, inaugurado en abril de 1956. Foto: Tomada del periódico Vanguardia

Cierto es que ya en los 80 la provincia de Las Villas —ahora llamada Villa Clara— ya no se extendía de Matanzas a Camagüey, como había sido conocida hasta 1976. Su extensión territorial se había subdividido para dar cabida a los nuevos territorios de Cienfuegos, Sancti Spíritus y algunos municipios de Ciego de Ávila. Esta nueva realidad provocó una redistribución del talento musical de la zona central del país, donde el más beneficiado en un comienzo fue aquel que se desarrollaba y vivía en la ciudad de Santa Clara y sus municipios colindantes.

El talento de la ciudad era, lo mismo que el santiaguero y el camagüeyano, lo suficientemente interesante y apto para satisfacer las demandas de quienes disfrutaban de sus espectáculos de cabarés y variedades. No obstante, muchas veces organizaban presentaciones de figuras de otras zonas geográficas y de gran impacto a nivel de público, sobre todo provenientes de La Habana.

La peculiaridad de los shows de esta ciudad radicaba en la popularidad que en ese momento tenían orquestas como la Aliamén, que protagonizaba el espacio bailable en el cabaré Cubanacán, y el grupo Raíces Nuevas, dirigido por el pianista Víctor “Pucho” López en el Venecia. La Aliamén es una de las orquestas más renombradas de la década del 80 en Cuba. Aunque su órbita profesional se desarrollaba en la zona central del país, su influencia se extendía por toda la Isla gracias a dos elementos fundamentales: el enfoque dialéctico de combinar la música cubana, y la voz peculiar de su cantante, Sixto Llorente El Indio, considerado siempre una de las mejores voces soneras de su generación.

“La Aliamén es una de las orquestas más renombradas de la década del 80 en Cuba”.

Las noches en el Venecia y en el Cubanacán también fueron enriquecidas —mientras sus agrupaciones se encontraban de gira o de vacaciones— con dos de los elencos más sui generis de la música cubana: Irakere, como banda acompañante de Elena Burke antes de ejecutar su parte bailable, y la orquesta Aragón, que a pesar de estar cerca de sus primeros 50 años y de contar con un repertorio clásico, no envejecía para el público.

En el motel Los Caneyes, más que un cabaré clásico, se hallaba una gran pista iluminada. Lo más destacado eran las presentaciones, al menos una vez al año, de un elenco conformado por el villaclareño Héctor Téllez, en cuyo grupo acompañante a veces participaban orquestas como Ritmo Oriental, el Conjunto Roberto Faz, o los solos de tumbadoras de Tata Güines.

El espacio del hotel Santa Clara Libre de alguna manera recordaba al habanero Hotel Saint John’s. En su lobby bar se presentaban al atardecer —para calentar la ilusión de los noctámbulos— la pianista Freída Anido y su grupo con un reconocido repertorio internacional; comparable en cuanto a calidad y variedad de estilos al del pianista Felipe Dulzaidez y su grupo Los Armónicos, que asistían cada noche al elegante bar del hotel Habana Riviera.

Según avanzaba la noche se abrían dos espacios en aquel hotel. Uno de ellos era la terraza, que ofrecía una vista panorámica de Santa Clara y en el que muchas veces el anfitrión que acudía desde la capital era el cantante Héctor Téllez, además de las voces de Ania Linares, Farah María, y una importante figura de la provincia. El otro espacio del Santa Clara Libre era su sótano, que abría una vez que concluía el espectáculo de la azotea, y en el que comenzó a relanzar su carrera el cantante Alfredito Rodríguez en lo que se llamó la gira Opina, organizada por la revista del mismo nombre y dirigida artísticamente por Arístides Pumariega. Además de Alfredito, esta incluyó a las cantantes María Elena Pena, Elizabeth de Gracia y Sergio Farías. Terminada esta presentación el sitio se convertía en lugar de encuentro para muchos artistas, que a golpe de descarga recibían el amanecer. Entonces convergían en el escenario figuras conocidas y locales durante una interminable noche de música.

Sin embargo, las presentaciones —por más de dos meses— de la naciente NG La Banda y la cantante Malena Burke fueron el plato fuerte de las noches de Los Caneyes en los años 1988 y 1989. Se llegaron a organizar tres shows en ese período. Un primer momento estuvo conformado por el espectáculo propio del lugar, que daba paso a la banda de Pucho López —para ese entonces ya radicado en La Habana—, que tenía como cantante a Adam Rey. El cierre estaba a cargo de NG La Banda, que en una primera tanda acompañaba a Malena Burke, y luego, casi al filo del amanecer, ejecutaba su repertorio y solía invitar a El Indio para interpretar algún bolero.

Así transcurrían las noches en la ciudad más importante del centro de Cuba; la misma urbe que mientras cantaban los gallos observaba el desfile de guaguas que regresaban a la capital con el talento que regalara brillo a sus noches y goce a sus habitantes.