Mantener los espacios ganados y conquistar cada vez un poco más

Roxana Rodríguez Vila
8/4/2019

La XVIII Muestra Joven ICAIC movió por estos días uno de los más prestigiosos circuitos audiovisuales de la capital cubana: los cines Chaplin y 23 y 12, así como la sala Sala Terence Piard. Allí transcurrió uno de los momentos más dinámicos del séptimo arte nacional, pues los más jóvenes realizadores, nucleados por un evento que celebró su mayoría de edad, debatieron, expusieron y exhibieron sus obras y novedosas estéticas.

De ahí que conformar un programa que llenara las expectativas tanto de seguidores como de participantes se convirtió en una compleja tarea, que este año la junta directiva del evento asumió con la intrepidez y agudeza que le caracteriza. Sobre cómo organizó, los debates propuestos y el desarrollo de esta nueva edición de la Muestra Joven, conversamos con uno de sus miembros, el joven y talentoso realizador José Luis Aparicio.

Cada año la Muestra organiza espacios de debate como parte de su afán de darle mayor profundidad al evento. ¿Qué temas se abordaron esta vez y qué piensas sobre el resultado de esos análisis?

Durante la Muestra, el espacio de debate que existe es Moviendo Ideas, que se realiza diariamente a la 1.30 p.m. y a las 4.00 p.m. Generalmente varía el número de obras en discusión, según el metraje y la temática. Hay otro espacio similar durante todo el año, que lleva por nombre El Teque y que también funciona de forma parecida, con una curaduría de obras que han pasado por la Muestra. Lo bueno de Moviendo Ideas es que los audiovisuales presentados se pueden discutir directamente con los realizadores, incluso con los miembros del equipo. Tiene la finalidad de hablar sobre el cine que hacemos y ayudar a que se viabilice el proceso creativo, que sea más interesante y se analicen los temas con más complejidad y responsabilidad.

Se han abordado tópicos como el cine de género, desde la irreverencia o la parodia, los personajes femeninos en los cortometrajes de ficción, los documentales, la relación con la historia, el diálogo intergeneracional, el mundo futurista, el individuo situado al borde de la sociedad, y la decadencia de muchos de los contextos contemporáneos. Nos parece que esos temas responden a las preocupaciones y obsesiones de los cineastas jóvenes de hoy.

¿Dentro de ese debate hay un análisis más allá de los temas, entiéndase otros aspectos como las estéticas abordadas o técnicas empleadas?

El cómo tú haces la película es indisoluble de la temática. Hay Moviendo Ideas que están más enfocados hacia un tema en particular y otros que profundizan sobre el proceso cinematográfico en sí. Es una relación de simbiosis.

¿Crees que hay una recurrencia en tópicos medulares del cine cubano? ¿Por qué?

Hay temas que se abordan casi todos los años desde el principio de la Muestra, como el diálogo con la historia, las relecturas, el pasado de la nación, el rescate de la memoria, el diálogo intergeneracional; y hay temas que están enfocados a nuevas búsquedas.

Son jóvenes menores de 35 años, interesados en cuestionar el proceso en cual están inmersos, de dónde vienen, establecer un diálogo con la tradición, con sus padres, con la historia… Es algo que creo no se puede eliminar nunca de nuestras discusiones.

¿Ese acercamiento a la realidad cubana y los problemas sociales se queda solo en la representación o busca ir más allá, quizás intentando transformarla?

Debemos partir de la idea de que ninguna película va a cambiar la realidad ni va a arreglar el mundo; pero sí puede lograr que el espectador tome conciencia de muchas cosas que están sucediendo alrededor, empoderarlo y aportarle, al menos, la necesidad de dudar y hacerse preguntas. El cine no debería responder, sino preguntar, y hacer que el espectador salga movido y entonces se genere un cambio en él.

No sé si las obras aporten soluciones o traten de llegar a eso, porque generalmente no hacemos un cine muy didáctico, pues se queda en la ambigüedad. Muestra la inseguridad del contexto presente, la imposibilidad de encontrar verdades absolutas o certezas, o sea, juega mucho más con la fragilidad del conocimiento del mundo, del país que tenemos y que todo el tiempo se está cuestionando a sí mismo: es como metarreferencial, se cuestiona si está representando de una manera adecuada la realidad y busca otras estrategias para hacerlo. También creo que si no están esas respuestas, no es tampoco el trabajo de las películas darlas, sino mover a la gente, y las respuestas, si acaso, saldrán después de este diálogo con las obras de los jóvenes realizadores.

Algunos de esos temas han sido abordados ampliamente en la cinematografía nacional por realizadores muy reconocidos. ¿Crees que volver sobre esas temáticas es una forma de ruptura o de continuidad?

Están implícitas las dos posturas, porque la Muestra siempre ha tenido esa misión de dialogar con la tradición fílmica del país y de alguna manera rescatar muchas de las figuras olvidadas o menos reconocidas de la historia de nuestro cine —como Nicolás Guillén Landrián, Bernabé Hernández, Sara Gómez—, y colocarlos en el espacio que merecen por la importancia de su obra, por la significación estética de las creaciones que hicieron en los años 60 y 70. Además de abordar figuras mucho más canonizadas y establecidas, como Santiago Álvarez, que ha estado dentro de nuestros acercamientos. Pero, por supuesto, para evaluar su legado, revisar cómo permanece entre nosotros, y no para repetir, copiar, ni asimilarlo mecánicamente; se trata de tomar de ellos lo que sintamos cerca de nuestro espíritu y hacer nuestra propia obra. Hay ruptura y cosas que se rechazan —es normal en los jóvenes—, pero también hay complejidad, quedarse con lo que importa y convertirlo en algo nuevo: es una doble articulación.

Desde que se dio a conocer el programa de la Muestra se avizoraba que sería una edición más ambiciosa. ¿Cómo valoras el evento?

Este año concebimos un programa bastante complejo, no solamente son las obras en concurso, que nos parece que siguen ganando en calidad: los documentales, por ejemplo, llevan unos cuantos años en una especie de supremacía, de madurez alcanzada; la ficción parecía un poco más rezagada, pero en esta edición tuvo un crecimiento y ya no se sienten tantos desniveles respecto al documental. También hemos logrado que estén presentes obras en la sección Fuera de concurso y en los espacios Bonus o Proyecciones especiales, las que enriquecen este panorama. Además, están las muestras internacionales, que en esta oportunidad crecieron con festivales como Clermont-Ferrand, Annecy, Kimuak, Signes de Nuit, entre otros, los cuales permiten conocer lo que se hace fuera de Cuba y establecer un diálogo con esas obras, no quedarnos encerrados en nosotros mismos.

De igual forma, los programas teóricos fueron más complejos: hubo talleres de animación sobre celuloide, realidad virtual, realidad aumentada y cine hecho con móviles. Dentro de esos encuentros fueron muy importantes las dos mesas dedicadas a Santiago Álvarez y a Guillermo Cabrera Infante, que nos permiten acercarnos a la tradición del ICAIC, institución que celebra 60 años a partir de la obra de uno de sus principales documentalistas y uno de los más celebres críticos de cine cubano.

Documentalista cubano Santiago Álvarez. Foto: Internet

Fue un programa más variado y ambicioso, que aspiró a hacer evolucionar el evento y pensar en el futuro, sin olvidar de dónde venimos. Por ejemplo, pusimos el último documental de Nicolás Guillén Landrián, que no se había exhibido nunca en Cuba. Se mantuvo Haciendo cine, que este año recibió mayor cantidad de proyectos, lo que habla de lo mucho que está gestándose; hay nuevos apoyos y nuevas formas, que cada vez llaman más la atención de los realizadores para llevar a término su trabajo. Poco a poco vamos creciendo.

¿Qué se podría hacer para fortalecer el diálogo entre la Muestra, el ICAIC y otras instituciones?

En los últimos años no ha existido un diálogo fluido ni con el ICAIC ni con la institucionalidad como un todo, que permita discutir algunos temas sin que surjan choques; pero considero que la mejor manera de mejorar esto es seguir trabajando. Ya lo hemos hecho. Pensamos que no iba a existir una Muestra 18 y se reconstituyó la junta, se fortaleció el equipo y nos hemos nucleado mejor para articular este diálogo, que no siempre es comprendido cuando uno lo pide. A veces se cuestionan las formas en que lo hacemos, pero son las que encontramos y las que están cercanas a nuestra manera de ser, y de igual forma, aspiran a dialogar. Eso hace que hayamos trabajado mucho.

Me parece loable que la nueva dirección del ICAIC, sin estar de acuerdo en todas las cosas todo el tiempo, nos escuchó y apoyó. Se discutió todo lo que hubo que discutir, y al final estuvo en la Muestra aquello que nos propusimos. Siempre habrá debates y cuestiones en las que tendremos que ponernos de acuerdo, pero espero que se mantenga lo que conseguimos este año: que se respete nuestro criterio y el diseño del evento, que se nos de la legitimidad que merecemos ya con 18 ediciones y con resultados que tanto han contribuido al desarrollo del cine nacional por parte de muchos de los realizadores más importantes actualmente, como Carlos Quintela, Carlos Lechuga, Miguel Coyula y Alejandro Alonso, quienes han salido de la Muestra Joven.

Lo básico es eso: saber que el diálogo siempre es duro, doloroso, complicado; pero es necesario seguir debatiendo. Nos hemos respetado mutuamente y hemos sabido poner nuestras diferencias sobre la mesa para llegar a lo realmente importante, que el evento exista y se pueda hacer en los términos que los jóvenes queremos que se haga. Mantener los espacios ganados y conquistar cada vez un poco más.

Antes de concluir, quisiera que me hablaras sobre tu corto El secadero, que participó en la Muestra.

Es un corto de ficción de unos 27 minutos que se desarrolla en La Habana de 1993, cuando un asesino en serie está decapitando policías. Eso es solo el trasfondo de la historia, porque lo que persigue es una pareja de policías que durante una noche y una mañana viven una serie de peripecias disparatadas, ilógicas, absurdas, que juegan mucho con el humor negro, con la parodia del género policiaco. Es un corto que me da mucha satisfacción, y creo que es mi trabajo más logrado hasta la fecha en todos los aspectos técnicos y cinematográficos. Establece un diálogo más cercano con el público en comparación con otras obras que he realizado, y más allá de la percepción de los espectadores, espero que no deje indiferente a nadie.

El secadero es un corto de ficción de 27 minutos que se desarrolla en La Habana de 1893.

Es un homenaje al cine que me gusta, que me motivó a convertirme en cineasta. Un respeto a la tradición del cine cubano, a la necesidad de que se haga un cine negro en Cuba, un cine más irreverente, menos solemne y que no por eso deje de ser serio, pues se puede ser serio haciendo comedia. Un cine que aspire a cierta universalidad, a salir de ese localismo que caracteriza a las películas que hacemos aquí y que trabaja con elementos que pueden ser entendidos en cualquier parte del mundo por cualquier espectador.

El proceso fue un poco complicado en varios sentidos porque era un corto ambicioso para producirlo; en las condiciones que tenemos aquí, era prácticamente imposible, pero usamos técnicas como el crowdfunding para ganar buena parte de los fondos de la producción con el apoyo de amigos, amantes del cine, mecenas. Así, con la ayuda de varias productoras independientes, pudimos hacer el corto en condiciones bastante afortunadas para las que tenemos normalmente. Significaba mi tesis de graduación de la Facultad de Medios Audiovisuales, pero producto de una incomprensión no pudo ser. Sin embargo, la Muestra Joven acogió la obra y eso es algo que me alegra: siempre apuesta por nosotros y se pone del lado de los realizadores, los artistas. Nunca desde la duda o la sospecha, ese es su deber ser.