Manual del botellero

Enrique Ubieta Gómez
20/9/2019

Pedir o dar “botella” en Cuba es un arte, una filosofía de la vida, como diría Zumbado. En otros países existen términos que expresan ese acto de solidaridad de los choferes para con los viajeros —ya sea el aventón mexicano, la cola venezolana o el autostop norteamericano y europeo—, pero si hablo de viajeros y no de simples transeúntes no es por capricho: en esos países se trata por lo general de viajes largos, entre ciudades o pueblos, y cuando ocurre en el circuito urbano, de un favor entre amigos o conocidos. Sin embargo, en Cuba, a partir del llamado período especial, la botella se convirtió en una de las formas más recurridas de transporte urbano. Y en una de las manifestaciones más evidentes de solidaridad ciudadana. Se generalizó en los noventa, y se ha mantenido en la primera década del nuevo siglo.

La botella tiene reglas: 1. no suele pedirse a mitad de una cuadra, o en cualquier segmento de la vía, porque en la ciudad los autos que se detienen para recoger a un pasajero son taxis o boteros; se pide en los semáforos o en las intersecciones, donde el auto debe aminorar la velocidad de forma obligatoria; 2. se solicita un “adelanto” en la dirección que sigue el vehículo, siempre hasta el punto en que este se desvíe o llegue a su destino; 3. por lo general, se pide el adelanto hasta un lugar no muy alejado del punto donde nos hallamos (los botelleros primerizos suelen pedir “la botella” casi hasta el mismo lugar de destino, con lo que se eternizan en la parada), que pueda servirnos de plataforma para pedir otra botella (por el camino se preguntará si el vehículo continúa más allá del punto escogido, y uno podrá entonces, si conviene, seguir en él). Los botelleros habituales de una ruta saben hacia donde se dirigen los autos que transitan esa vía, por donde doblan, etc.

 

Las mujeres suelen ser las más beneficiadas; a ello contribuye la tradición criolla de galanteo, que es asumida sin complejos por las botelleras. Es posible que se establezca una conversación con leves tintes de flirteo. Conozco a mujeres que no piden botella si el chofer viene acompañado por otra mujer, porque podría interpretarse “mal”, lo cual en mi opinión contribuye a distorsionar el sentido de ese acto. Algunas que se saben muy, pero muy hermosas, ni siquiera piden: se paran con indiferencia en el semáforo, hasta que un chofer las invita a subir. Y las hay que ni en el semáforo: son las que esperan como princesas abandonadas en plena vía. Pero no lo aconsejo: yo, por principio, jamás las llevo. Hay hombres que —desde cierta óptica machista— piensan que pedir botella es una humillación inaceptable, y solo la conciben para las mujeres. Y hay choferes igualmente machistas —y egoístas— que solo las recogen a ellas. Pero en realidad eso es un mito: los hombres suelen moverse en botella con casi igual velocidad que las mujeres.

Otro estereotipo que debe derribarse —y que la práctica no sustenta— es que solo se pide botella a carros estatales. Hay personas que se inhiben de hacerlo, porque no siempre es posible diferenciar los autos particulares que botean, de los que simplemente se dirigen hacia algún lugar. Mi experiencia, sin embargo, es que la mayoría de los choferes de autos particulares está dispuesta a ofrecer botella. Y que a veces los de autos estatales se conciben a sí mismos más dueños de sus carros que los particulares, y se niegan a prestar ese servicio elemental. Pero los egoístas son reconocibles: disminuyen la velocidad del carro para no frenar completamente ante el semáforo, o se detienen encima de la raya blanca, o viajan con los cristales de las ventanillas subidos.

Si el carro está muy cuidado, la música suena estridente y el chofer es un joven emperifollado, lo más probable es que ande especulando o de cacería. Pero usted no se amilane: pregunte de forma cortés, con un “buenos días” o un “buenas tardes” como preámbulo, sin disminuirse, en el tono preciso en que se pide algo absolutamente natural que nadie negaría de serle posible. Recibirá sorpresas: algún chofer de almendrón al que creía incapaz, lo invitará a subir; un muchacho metrosexual en su carro “cómico”, asentirá con gusto a su pedido. En ocasiones su pregunta causará estragos: verá algún rostro retorcido en el debate interno de querer decir que no, y saber que debe decir que sí. Esos brevísimos instantes de duda, pueden servir para sacudir la conciencia de los desentendidos. El golpe mortal podría darlo si alcanza en el carro de atrás al carro de delante, cuyo chofer acababa de decirle que no seguía por el camino que luego tomó. Lo verá tieso, mirando hacia el cristal y eludiendo su mirada. Quien lo lleva le hace un favor, sin dudas, pero usted también le hace un favor al chofer: le ofrece la gratificante oportunidad de ser solidario.

Existe también una ética entre los botelleros. No intente arrebatarle a alguien —mucho menos si es una mujer— la prioridad en acercarse a un chofer. Si acaba de llegar, sea discreto, no se muestre desesperado. Si es hombre y hay mujeres a la espera, aléjese, busque aquellos autos que ellas desprecian o que quedan muy atrás en la fila del semáforo. Averigüe a dónde se dirigen para saber si existe una segunda opción con el chofer que no las llevará. No se lance hacia un auto que llevará a una mujer en solitario, a no ser que ella se lo indique.

No hay excusas para la insolidaridad: ya sé que la gasolina o el arreglo del motor costaron caros, pero usted no tendrá que desviarse de su camino y lleva los restantes asientos del auto vacíos, ¿qué le cuesta? Repito siempre lo mismo: cuando manejo mi auto particular, doy botella a cuantas personas lo solicitan. Cuando está descompuesto, pido botella. Creo que esa relación de dar–recibir expresa de manera diáfana nuestra apuesta histórica a favor de la solidaridad. En cada persona dispuesta a dar botella triunfa el socialismo, en cada persona que se niega a darla, el capitalismo. Así de sencillo y de complejo.

 

Tomado de La Calle del Medio, No. 10, febrero de 2009