Había una fiesta de los CDR en Infanta y Manglar. Eugenio caminaba no tan totalmente lúcido, pero como siempre andaba con su sonrisa socarrona. Quizás por eso quiso utilizar como seudónimo “El Papi”, en su correo electrónico.

No éramos amigos, más bien compartíamos aquel solar vertical (según le escuché decir a Luis Toledo Sande, uno de nuestros agudos vecinos del reparto San Martín); pero de vez en vez, —a pesar de mi miedo claustrofóbico— subía a su piso 18 para algún encuentro con amigos cercanos. Y también porque, de vez en vez, le ayudaba a Ana, actriz y esposa de Eugenio, cuando requería de algún ingrediente para la cocina o un aparato para el asma.

“Eugenio consolidó una obra prolífica, pero es con María Antonia (1964) que el autor se visibiliza con fuerza y perspectivas en el mundo teatral cubano”.

En esas idas conocí mejor a Eugenio. Escuché de su diabetes, enfermedad familiar que no le impedía beberse su trago, comer un poco de dulce. Su risa le hacía no tener miedo o por lo menos era lo que aparentaba.

Por supuesto que yo conocía del teatro de Eugenio: María Antonia y Mi socio Manolo, entre otras obras. Estas dos me gustaron mucho, especialmente la primera, una pieza que en cine inmortalizó Alina Rodríguez.

Insistí en entrevistarlo cuando mereció el Premio Nacional de Literatura en el 2020 y de Teatro en 2005. Esperaba conseguir una entrevista en la que Eugenio con su simpatía singular nos hablara de su historia.

“Las obras de Eugenio Hernández Espinosa tienen una vocación profundamente crítica en torno a lo social”.

Eugenio consolidó una obra prolífica, pero es con María Antonia (1964) que el autor se visibiliza con fuerza y perspectivas en el mundo teatral cubano.

María Antonia ha llegado al público en versiones diversas. En 1990 se insertó en el universo cinematográfico de la mano de Sergio Giral, con guion de Armando Dorrego. Ha vuelto muchas veces a la escena en grupos de teatro de aficionados, y es una obra estudiada en las carreras de artes escénicas de nuestros centros de enseñanza.

Las obras de Eugenio Hernández Espinosa tienen una vocación profundamente crítica en torno a lo social. En Mi socio Manolo, Calixta Comité, La Simona, María Antonia, entre otras, el autor asume desprejuiciadamente elementos del universo popular cubano y erige un ambiente en el que lo marginal se coloca como centro del drama.

“En su doble condición de actor y director, se ha caracterizado por la búsqueda de un teatro inspirado en la vida popular y las tradiciones de nuestra cultura sincrética”.

Para Ambrosio Fornet, en María Antonia se pueden observar los dos lados de la tradición: el positivo y el negativo. El mundo gobernado por los Orishas es, en esencia, machista; lo cual es negativo. En consonancia, oponerse a ese mundo, transgredirlo, es positivo. Los Orishas garantizan un orden, un respeto social; María Antonia se niega a aceptar ese orden. ¿Quién tiene la razón? María Antonia es como las mujeres de Eurípides. Su acción está encaminada contra la injusticia social.

Director artístico, profesor, director general del Teatro Caribeño, la obra creativa de Eugenio se distingue por exploraciones en la cultura popular y las tradiciones afrocubanas. En su doble condición de actor y director, se ha caracterizado por la búsqueda de un teatro inspirado en la vida popular y las tradiciones de nuestra cultura sincrética, especialmente en la influencia yoruba, que se da entre nosotros en ese complejo mágico religioso que es la santería, síntesis del culto a los Orishas Yorubas, con el catolicismo popular español.

Eugenio Hernández Espinosa fue un importante dramaturgo cubano contemporáneo. Ese conocimiento no le quitó su natural y socarrona sonrisa. Para mí seguirá siendo “el Papi” y “el vecino del solar vertical”.  

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