Martí, el Che y el “hombre nuevo americano”

José Ángel Téllez Villalón
13/6/2020
 

Están entre los más sólidos de nuestros símbolos, entre los más hacedores y “nacedores” de todos. Por eso los subvierten, manipulan y traicionan. Al Che, por comunista, lo acusan de odiador, y a Martí, por amoroso, de anticomunista. Por constituirse en pensamientos a caballo, como opinara Manuel de Jesús Galván sobre el caribeño. Porque decían lo que pensaban y hacían lo que decían, como dijo Eduardo Galeano del suramericano. Y, sobre todo, por echar su suerte con los vilipendiados del mundo, como expresión de las profundas raíces fraternales que comparten el republicanismo democrático del Mediterráneo y el socialismo de gorro frigio. En una red con nodos tan densos como Massini, Garibaldi y Gramsci.

José Martí, en junio de 1880, le contó a un amigo cómo forjaba sus cimientos teóricos. “De un lado, un rimero de libros políticos, para que ni una de las afirmaciones de la Historia de la Campaña vaya sin cimiento sólido. De otro, Historias italianas, para refrescar recuerdos de Garibaldi, sobre quien tuve que hablar ayer”.

 

Influjos que llegan a Ernesto Guevara, por capilaridades en las que vale profundizar y de las que Jaime Massardo comparte algunas pistas. La primera, Ernesto Sabato, a quien conoció desde su infancia en Argentina y con quien mantuvo correspondencia más tarde. Este publicó, en 1947, en la revista Realidad de la capital argentina una nota a propósito de un premio que acababa de ganar en Italia el autor de Lettere del Carcere. La otra, Aníbal Ponce que, al decir de Roberto Massari, jugó un papel “en el redescubrimiento que realiza el Che del humanismo del joven Marx”. Uno de los textos claves de Ponce, “Humanismo burgués y Humanismo Proletario”, fue publicado en Cuba en 1962, probablemente por iniciativa del Guerrillero Heroico.

El tercer nodo es peruano, Carlos Mariátegui, con reconocidas influencias del marxismo italiano y quien se dice fue el primero en Nuestra América, en 1921, en citar a Antonio Gramsci. Aunque no se han encontrado referencias a Mariátegui en la obra escrita por Guevara, sus ideas debieron ser mencionadas por el doctor Hugo Pesce ―leprólogo y militante comunista al que conoce en Lima durante su primer viaje por nuestra “Mayúscula América”―, con el que tiene “largas conversaciones y a quien llama ‘el maestro’”. O por su compañera Hilda Gadea, militante de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), a quien conoció en la Guatemala de Arbens, a donde había llegado ella como refugiada política.

Precisamente en tierras peruanas, en Tacna, el 24 de marzo de 1950, después de tomar notas sobre la pobreza de la región, el joven argentino glosa a José Martí: “Yo quiero unir mi destino al de los pobres del mundo”. Expresión de un humanismo y de una filosofía de la praxis, desde el periférico Sur, con preeminencia de lo político embridado con lo ético-moral y que comparten Martí, Mariátegui y Guevara. Un ideario que germina en el ideal de República democrática de Aspasia, en aquella metáfora fraternal en la que “son todos hermanos de una misma madre”. Y que el Apóstol traduce así: “el alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y color”; si “la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”. Para ello, la libertad “tiene que ser sincera y plena”.

 

Martí y el Che se constituyen en dos cumbres de un mismo propósito y de una misma voluntad. Con un “sentido heroico” nuestramericano que tiene como rasgos ―al decir de ese marxista y martiano que es Armando Hart― “ese sentido de la vida como deber y vocación del servicio social. Ese sentido que trasciende el interés individual para convertirse en propósito social, y ese sentido, diríamos heroico, de la vida, que muchas veces no es comprendido en muchas partes del mundo en relación con América Latina”. Resultante de tres elementos que, como también destacara Hart, estaban presentes en sus pensamientos y actuaciones: “sensibilidad intelectual”, “vocación hacia la acción política y social” y “sentido ético-moral como compromiso histórico”. Un “pensar haciendo” asentado en la cultura cubana de hacer política. Orientado a la transformación de la realidad, alejada del intelectualismo y la diletancia, que evidencian en su actuar consecuente.

Por eso dijo el Che, en el acto homenaje a José Martí, el 29 de enero de 1960, que la mejor manera de honrar a Martí es “en la forma en que él querría que se le hiciera, cuando decía a pleno pulmón: ‘La mejor manera de decir, es hacer’”. Tal vez no todos podemos ser como Martí, pero sí “todos podemos tratar de comprenderlo y de revivirlo por nuestra acción y nuestra conducta de hoy (…)”. Para el pensador comunista, la frase que “define como ninguna otra el espíritu del Apóstol”, es aquella que dice: “‘Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre’. Eso era, y es, el Ejército Rebelde y la Revolución cubana ―generaliza el Guerrillero Heroico―, un ejército y una revolución que sienten en conjunto y en cada uno de sus miembros la afrenta que significa el bofetón dado a cualquier mejilla de hombre en cualquier lugar de la tierra”.

Desde sus particulares contextos y prácticas revolucionarias, los dos héroes se polimerizaron como sujetos en la vanguardia de sus respectivos tiempos políticos. Además, racionalizaron como urgencia la cocreación de un “hombre nuevo”, un “pueblo nuevo” y una “América nueva”. Martí, en Nuestra América, para el desmontaje colonial, y el Che, en El hombre y el socialismo en Cuba, para el desmontaje del capitalismo. Para salvar a los subordinados de la internalización de la opresión. Dos ejercicios críticos y propositivos. Dos ensayos enmarcados en lo que hoy se conoce como “cultura política”.

Un “hombre nuevo” posible en la misma medida en que venza el discurso de su posibilidad, en que se instituya como sentido compartido, como idea fuerza, la necesidad de una nueva cultura política, de un nuevo marco referencial, nuevas prácticas discursivas y otorgadoras de sentido a la totalidad de las prácticas sociales. La “creación heroica” por ciudadanos virtuosos de “una nueva retórica política y el desarrollo de nuevas formas simbólicas de práctica política”, de una nueva axiología, que transformen las nociones históricas sobre la política y lo político. Que aseguren a su vez, como pedía el Guerrillero Heroico, la reapropiación por el individuo de su naturaleza, mediante el trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana, mediante la cultura y el arte.

Un sujeto que, al concretar viejos sueños, adelante expectativas y nuevas reglas de organización, que expresen las intenciones y acciones colectivas. Que valore y defienda, como “derecho de hombre”, el acto de cultivar simbólicamente su naturaleza humana, a la par que la de sus conciudadanos, y que estas fructifiquen en un contexto de significación consensuado para el “bien de todos”, no impuesto por prácticas y poderes extraños. Anhelos de Martí y el Che impedidos históricamente por el capitalismo patriarcal y colonizador. Impedidos por prácticas excluyentes, sobre la base de asimetrías (económicas, militares, tecnológicas…) que se profundizan cada vez más. Asimetrías entre las élites ―que han acumulado un capital de diverso carácter, con los que pueden atribuir un alto valor simbólico a bienes, prácticas y/o discursos―, y los subordinados, una mayoría con menos recursos y con más limitadas oportunidades para atribuir valor simbólico, para contener las intromisiones de símbolos foráneos y las extracciones de sus propios recursos simbólicos.

Mediante operaciones ingenierilmente diseñadas y programadas, para minimizar, burlar o apagar el bombillo o el indicador de tales manipulaciones y violencias simbólicas, el “me están imponiendo modos de ver el mundo que no me benefician como clase subordinada”, o “estoy comportándome en base a un deseo de ser rico, en base de prácticas de saqueo y del robo de lo que no he producido”. Para sembrar o inocular como sentido común los modos de interpretar el mundo que le interesan a los poderosos; para mantener su statu quo, naturalizarlo, y asegurar su insaciable enriquecimiento. Acumulación de capitales económicos que les confiere incrementos sucesivos en su capacidad de asignar valor simbólico, de maximizar, además, la “plusvalía ideológica”.

Acciones para el embrutecimiento combinadas con el empobrecimiento de estas masas periféricas hasta el punto de reducir su evaluación simbólica a un “me sirve para sobrevivir o no me sirve”, a una axiología constreñida en la línea de la vitalidad, en la base inferior de la pirámide de Maslow. Eso explica que algunos acepten estas prácticas abusivas, por resignación.

De ahí lo iluminador de la comprensión martiana del problema nuestroamericano, de las repúblicas de papel de su tiempo y sus señalamientos sobre la “colonialidad interna” que se informa en las memorias, los discursos, la axiología, y en los marcadores económicos, sociales, culturales, étnicos y sicológicos; inventados por las élites históricas para marcar, separar y sojuzgar los territorios, los cuerpos y las mentes. Muy joven escribió para la Revista Universal: “Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos; empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de vida radicalmente opuestos a la costumbre de servilismo pasado, a las memorias de debilidad y lisonja que las dominaciones despóticas usan como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos”.

La de Nuestra América no es solo una proposición democrática, sino también una demanda por la diversidad cultural; imperativo ético, inseparable del respeto a la “dignidad plena del hombre” y a los “derechos de hombre” de las minorías. La promoción de un orgullo nuestroamericano, aun con el vino amargo, tiene además una connotación moral dirigida a subvertir la jerarquía de valores coloniales y diluir los complejos de inferioridad que producen una “deshumanización del colonizado” que, como describió Fanon, anhela ser blanco, rico y europeo.

También, para el Che, la Revolución se debía operar y manifestar “en nuestros hábitos, en nuestras mentes”; en nuestra individualidad y en nuestra relación con los demás. “Creo que lo más sencillo es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual, y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas”, anotó el Che. “El proceso es doble, por un lado, actúa la sociedad con su educación directa e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación”.

Empeño de socialización política, dirigido a hacerlos conscientes de su personal y común desintoxicación de lo que aún tienen de colonia y de capitalismo, del despotismo y de “la fórmula de casta”. Haciendo y haciéndose, con sus propias manos de acariciar y construir, el “hombre nuevo americano”. Un creador, no un adorador de los símbolos y de los conceptos que nos venden como jarabe. Un estudioso, no “bibliogénico”, no artificioso, con el sentido común, autóctono, del indio, del campesino y del obrero. Un “hombre natural” con el genio de la moderación, “por la armonía serena de la Naturaleza”, dispuesto a probar el amor y no el “odio inútil”.

Como nuestros valientes del contingente Henry Reeve quienes, por el camino abonado por Martí y el Che, adelantan el sueño de la América nueva, y el de la “otra normalidad”, sueño compartido… y posible.

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