Entre los libros proyectados por José Martí que se esbozan en los “Cuadernos de apuntes”, al menos hay uno que, por su intencionalidad y trascendencia, y por la centralidad del tema en la obra del escritor, puede considerarse escrito en una parte quizás considerable. Me refiero al concertado sobre “El concepto de la vida”[1] que, al fin y al cabo, fue escrito no como quiso, sino como pudo.

Si revisamos detenidamente dichas anotaciones, nos percatamos con rapidez de que vierte allí las mismas ideas que son fundamento de su importante ensayo “El poema del Niágara”, como es sabido, publicado como prólogo al libro homónimo del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde, 1882, y a veces con las mismas palabras y ligeras variaciones:

El gran trabajo de escribir este libro (El concepto de la vida) es este: distinguir la vida postiza de la vida natural: lo que viene en el hombre, de lo que le añaden los hombres que han venido. So pretexto de completarlo, lo interrumpen. La tierra es hoy una vasta morada de disfrazados. Se viene a la tierra como cera, —y el azar nos vacía en moldes prehechos. —Las condiciones creadas deforman la existencia verdadera, —y la verdadera vida viene a ser como corriente silenciosa que corre dentro de la existencia aparente, como por debajo de ella, no sentida a las veces por el mismo en quien hace su obra sigilosa. Garantizar la libertad humana, dejar a los espíritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios las naturalezas (puras y) vírgenes, ponerlas en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada he ahí el único modo de poblar la tierra de una generación vigorosa y creadora que le falta. Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad política no estará asegurada, mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge libertar a los hombres de la tiranía, de la convención que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso.

“Libros”. Cuaderno de Apuntes no. 4, Obras Completas, t. 18, p. 290.

El secreto anhelo de Martí no era otro que prevenir al hombre de todo aquello que le impide lograr su verdadera naturaleza. Imagen: Adigio Benítez / Tomada del Portal José Martí

¡Mas, cuánto trabajo cuesta hallarse a sí mismo! El hombre, apenas entra en el goce de la razón que desde su cuna le oscurecen, tiene que deshacerse para entrar verdaderamente en sí. Es un braceo hercúleo contra los obstáculos que le alza al paso su propia naturaleza y los que amontonan las ideas convencionales de que es, en hora menguada, y por impío consejo, y arrogancia culpable, alimentada. No hay más difícil faena que esta de distinguir en nuestra existencia la vida pegadiza y postadquirida, de la espontánea y natural; lo que viene con el hombre, de lo que le añaden con sus lecciones, legados y ordenanzas, lo que antes de él han venido. So pretexto de completar el ser humano, lo interrumpen […] Así es la tierra ahora una vasta morada de enmascarados. Se viene a la vida como cera, y el azar nos vacía en moldes prehechos. Las convenciones creadas deforman la existencia verdadera, y la verdadera vida viene a ser como corriente silenciosa que se desliza invisible bajo la vida aparente […] Asegurar el albedrío humano; dejar a los espíritus su seductora forma propia; no deslucir con la imposición de ajenos prejuicios las naturalezas vírgenes; ponerlas en actitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada. ¡He ahí el único modo de poblar la tierra de la generación vigorosa y creadora que le falta! Las redenciones han venido siendo teóricas y formales. Ni la originalidad literaria cabe, ni la libertad poética subsiste mientras no se asegure la libertad espiritual. El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos: urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos, acelera el despertar de sus sentidos, y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Solo lo genuino es fructífero […]

“El poema del Niágara”, Obras Completas, t. 7, p. 229-230.

La preocupación por el tema de la vida es central en la obra martiana.

Su secreto anhelo: no otro que prevenir al hombre de todo aquello que le impide lograr su verdadera naturaleza. Por otra parte, su obra da pruebas sobradísimas de cuáles deben ser las bases, los principios para la vida. Así lo expone en sentencias y reflexiones, motivos de artículos sobre la vida de artistas y hombres famosos, y propiamente en sus poemas. De los tres libros que confiesa acumula, y no tendrá tiempo de hacer, es el segundo el que creo que dejó más avanzado, aunque disperso entre su magna obra:

1°. El Universo, en lo vario y en lo uno, hasta hoy: el mundo como es, y por qué lo fue y cómo ha venido a ser, y por qué lo es, en el instante en que lo hallo: todo lo que hasta hoy ha dejado ver de la vida universal el mundo: cuanto hasta hoy hay que decir: el jugo del mundo: 2°. En poema, personificación del alma eterna humana: En poema: mi tiempo: fábricas, industrias, males y grandezas peculiares: transformación del mundo antiguo y preparación del nuevo mundo. Grandes y nuevas corrientes: no monasterios, cortes y campamentos, sino talleres, organizaciones de las clases nuevas, extensión a los siervos del derecho de los caballeros griegos: que es cuanto, y no más, se ha ganado desde Grecia acá. Fraguas, túneles, procesiones populares, días de libertad: resistencias de las dinastías, y acometimientos de las ignorancias. Cosas ciclópeas.[2] 3° Tercer libro: Esencia de la Historia: el Alma de la Historia. Cuanto enseña la vida de los pueblos. Estudio paralelo; y luego que todo esté visible y corpóreo como un mapa, ante los ojos, deducir la real significación del progreso, prever y entrever el mundo futuro en la organización terrenal, y el destino final de nuestro espíritu.[3]

Eso es lo que se propone en su poesía y logra con creces en los Versos libres, que son, para decirlo con sus propias palabras, “personificación del alma humana” e irrupción de un mundo nuevo. Asimismo parte de la poética que esboza en este proyectado segundo libro está originalmente vertida en sus híbridas Escenas norteamericanas.

Ya lo decíamos, que la preocupación por el tema de la vida es central en su obra. Por lo pronto, y para atenernos a nuestros objetivos, rastrearemos su presencia en los primeros cuatro “Cuadernos de Apuntes”, centro de nuestra reflexión. La concepción de la vida como lucha y ascensión halla muestras en las aseveraciones más íntimas de estas notas:[4] “La vida del combate es mi vida”.[5] Que dice mucho de sí y es una prueba de que ya está comenzando a conocer las esencias del “común existir”. Ese proceso mediante el cual el ser humano se desata de sus propias limitaciones, de sus propios prejuicios, es el que vela todo el tiempo, y tiene a bien en su obra señalar cuál es el camino para que el hombre logre un equilibrio entre su cometido y su satisfacción en el tramo vital. Así muchas serán sus máximas en este sentido: “Un hombre no es hombre hasta que en sí no funde a una mujer y de sí sale desarrollado y desenvuelto en hijos”.[6] “La vida es una prueba: ¡la muerte es un derecho!”.[7] Llegará incluso a reconocer la primacía, la legitimidad del tema en cualquier conceptualización intelectual humana: “Mientras el hombre dure, la representación de la personalidad humana será lo que más le conmueva e interese”.[8]

Parte de la poética que el Apóstol esboza en este proyectado segundo libro está originalmente vertida en sus híbridas Escenas norteamericanas. Imagen: Liborio Noval / Tomada del Portal José Martí

Observamos, luego de nuestra lectura, que en las diversas modalidades que cultivó en su obra, paralelamente va avanzando hacia un mismo terreno, hacia una misma certeza: hallar los fundamentos de la existencia para poder discernir cuál debe ser el cabal desenvolvimiento del hombre en ella.[9] Eso prueba la siguiente reflexión que hubiera sido original párrafo del libro prometido:

La vida humana es una ciencia, a cuyo conocimiento exacto no se llegará jamás. Nadie confesará jamás completamente sus desfallecimientos y miserias, los móviles ocultos de sus actos, la parte que en sus obras ejercen los sentidos, su encorvamiento bajo la pasión dominadora, —sus horas de tigre, de zorra y de cerdo. —Y como cada hombre es un dato esencial para esta ciencia —el hombre mismo estorbará perpetuamente que sea conocido el hombre. Y, sin embargo, aunque nada es en apariencia más descompuesto— nada es en realidad más metódico y regular, más predecible y fatal, más incontrastable y normal que nuestra vida. —[10]

Como para él la vida es una ciencia, incurrirá en aproximaciones sucesivas hacia ella, hacia el límite y la realidad.[11] La actitud humana ante la existencia es algo que provoca y fascina su pensamiento desde su primera juventud y durante toda su vida. En tal sentido fijémonos cómo en su proyectado ensayo sobre José Espronceda y en sus ensayos posteriores sobre las más diversas figuras, ya sean literarias, políticas o del mundo de la ciencia, lo que se cuestiona del poeta y sus otros héroes es su actitud ante la vida. La actitud batalladora, tenaz, es la que él reclama y ensalza, la que promueve en toda su obra en prosa y verso.[12]

Tal libro proyectado, así como algunos de los otros, “son ciertamente prolepsis, pertenecen a la categoría de lo dilatorio. Pero lo dilatorio, denegación de lo real (de lo realizable) no está por ello menos vivo: estos proyectos viven, nunca los abandona; suspendidos, pueden cobrar vida otra vez en cualquier momento o, al menos, como la huella persistente de una obsesión, se realizan parcialmente, indirectamente, como gestos, a través de temas, fragmentos, artículos […] Invirtamos ahora todo esto: estas maniobras dilatorias, estos esconces del proyecto son tal vez la escritura misma. En primer lugar, la obra no es nunca más que el metalibro (el comentario provisional) de una obra por venir que, al no hacerse, se convierte en esa obra precisamente. Proust, Fourier no escribieron más que “Prospectos”. Luego, la obra no es nunca monumental: es una proposición que cada quien vendrá a saturar como quiera, como pueda”.[13]

La actitud humana ante la existencia es algo que provoca y fascina el pensamiento de José Martí desde su primera juventud y durante toda su vida.

Por otro lado, el tema de la vida y sus esencias, en su interrelación dialéctica con la muerte, es tema principal de toda su poesía que se viene manifestando desde las primeras muestras que aparecen recogidas en los “Cuadernos de Apuntes”:

Los hombres se devoran: no se admiran

Sino cuando se temen; nunca ensalzan

Sino a los muertos.[14]

No hay muerto, por bien muerto

Que en las entrañas de la tierra yazga,

Que en otra forma, o en su forma misma,

Más vivo luego y más audaz no salga.[15]

Este último poema no aparece recogido en Poesía Completa, Edición Crítica. En él se hace patente la interrelación de la vida y la muerte, que es un elemento semántico–expresivo que predomina en la lírica de Martí, con su consiguiente sugerencia del ejemplo ético que irradian las buenas conductas.

También habrá muestras en verso de su idea sobre el hombre que nace enjaulado y cegado por la variedad de pasiones, que es la que lo lleva a incursionar en muchas de estas reflexiones que comentamos, y a proyectar un libro sobre el concepto de la vida:

Corderos ¡ay! nacidos

A manchar su vellón, ¡y a andar perdidos!

Sin más mentor, desde la blanda cuna

¡Que la razón vendada, y la fortuna![16]

“No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos —o un hombre de su tiempo”. Imagen: Pedro Pablo Oliva / Tomada del Portal José Martí

Tiene conciencia de la idea del cuerpo y de la vida como cárcel y camino prehecho, común, sin miras, sin pretensiones que hay que recorrer. Del hecho trascendente o heroico al hombre lo separa un abismo que este debe ser capaz de remontar:

Allá va, las entrañas encendidas,

La mole gemidora,

Y esclava colosal, por hierros duros

Por selvas y por cráteres se lanza,

Mas si torpe o rebelde el hierro olvida

Y de los rieles fuera altiva avanza,

Monte abajo deshecha se abalanza.

Del vapor del espíritu movida

Va así, por entre hierros, nuestra vida:

Si el camino vulgar audaz desdeña

Monte abajo quebrada se despeña. —[17]

Seguidamente muestra una manera de transgredir este abismo muy vinculada a su vocación de apostolado y a su necesidad constante de develar las esencias de la vida: “No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos —o un hombre de su tiempo”. Queda así el libro semiescrito, fundamentado y “disipado”. Sus ideas, pregonadas y recurrentes aquí y allá, están a la espera del tino del lector, pues, como dice Arturo Carrera, en todo lo que se repite algo se agota y algo madura. Una especie de equilibrio más profundo es oscuramente buscado y parcialmente hallado —el libro que tras la apariencia del fragmento esconde la centralidad—.


Notas:

[1] En el “Cuaderno de Apuntes” no. 4, tras la temeraria máxima: “Joven —espera a tus treinta años”, aparecen las varias notas sobre “El gran trabajo para escribir este libro (El concepto de la vida)” que Gonzalo de Quesada publica junto a otros proyectos de libro, a manera de artículo en el tomo 18 de las Obras Completas.

[2] En “El poema del Niágara” Martí reproduce ideas muy afines a estas que son, al fin y al cabo, fundamentos de su poesía. Uso las cursivas en las citas de los “Apuntes” y de “El poema del Niágara” para destacar las ideas comunes de ambos textos.

[3] José Martí. “Libros”, Obras Completas, t. 18, p. 291.

[4] Este tema también le hace retomar motivos clásicos: “Recordemos, a manera de ejemplo, cómo el vigor y el énfasis en la lucha del hombre por su liberación le atraen en la figura del titán Prometeo […] a la par que revela todo el alcance de sus palabras cuando sentidamente define “Y me hiero y me curo con mi canto, Buitre a la vez que altivo Prometeo”. (Fragmentos de un poema recogido en el “Cuaderno de Apuntes no. 1”, Elina Miranda: “Los estudios humanísticos y su impronta en la formación del joven Martí”, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, no. 17, La Habana, p. 108.

[5] JM, Obra Completas, “Cuaderno de Apuntes”, no. 1, t. 21, p. 29.

[6] Ob. cit., p. 68.

[7] Ibídem, p. 130.

[8] Ibídem, p. 142.

[9] Temprano en su pensamiento y en su accionar sobre la realidad se percatará del papel cardinal del dolor en la vida para la forja del espíritu humano, y como motivo de instintos creativos.

[10] Ob. cit., “Cuaderno de apuntes no. 4”, p. 137-138.

[11] Recuérdese que la poesía puede ser también una aproximación sucesiva al límite y a la realidad.

[12] “Si vivió en el cieno, si no fue bastante enérgico para salir de él ¿cómo no había de encenagarse? ¿cómo su espíritu, no nacido para el fango, no había de sacudirse febrilmente para despojarse de su negra vestidura? —Este sacudimiento era su hastío. —El canto a Teresa, los versos a Jarifa, —¿qué son sino el morituri te safutant de un gladiador que no tiene el valor necesario para esperar la victoria, y se deja matar sin defenderse? —¿Qué hemos, pues, de admirar en Espronceda? —¿El ánimo cobarde que no supo salir de la miseria, e, impotente para ser su vencedor, fue su poeta? —Admírelo quien pueda […] No. Espronceda no llenó la misión sacrosanta del poeta. La desconoció. La falseó.—La vida honrada, la energía del civismo, la delicadeza de los sentimientos, ese conjunto de grandezas y dulzuras que hacen el alma del poeta, faltan en este hombre que cometió la falta imperdonable de descender de la altura en que nació. El olvido de las virtudes arranca sus coronas a los genios. No basta nacer:* es preciso hacerse. No basta ser dotado de esa chispa más brillante de la divinidad que se llama talento: —es preciso que el talento fructifique, y esparza sus frutos por el mundo. —En la arena de la vida, luchan encarnizadamente el bien y el mal. —Hay en el hombre cantidad de bien suficiente para vencer. ¡Vergüenza y baldón para el vencido!”

* JM, ob. cit., p. 39-40 y 44. Observemos cómo el escritor hace alusión a la responsabilidad social del genio y esgrime una definición ética del talento, recordemos en este sentido el carácter heroico-trascendental de la ética martiana.

[13] Roland Barthes, Roland Barthes por Roland Barthes, pp. 184-185.

[14] JM, ob. cit., “Cuaderno de Apuntes”, no. 4, p. 147.

[15] Ibídem, p. 141. Estos versos están íntimamente relacionados con el siguiente apotegma de su ensayo “27 de noviembre de 1891”, O.C., t. 4, p. 283: “El árbol que da mejor fruto es el que tiene debajo a un muerto”.

[16] Ibídem, p. 139. Recogido también en Poesía Completa, Edición Crítica, en la sección de “Versos varios”, Editorial Letras Cubanas y Centro de Estudios Martianos, 1985, La Habana, p. 129, bajo el título “La madre está sentada”.

[17] Ibídem, p. 143. Estas ideas y la que se cita posteriormente en el trabajo con la ya comentada conforman un mosaico consecutivo en dicho “Cuaderno de Apuntes”.

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