En el invierno austral de 2012, Hugh Masekela figuraba entre los anfitriones de la gala ofrecida por el gobierno sudafricano a los asistentes a la Conferencia Internacional de África y la Diáspora, efectuada en Sandton, urbanización de lujo cercana a Johannesburgo.

Apenas irrumpió en el escenario del Sandton Convention Center, los asistentes, entre los que se hallaban jefes de Estado y cancilleres de más de una veintena de países africanos y de otras naciones, incluida Cuba, pidieron que no dejara de interpretar Bring him back home (Tráiganlo a casa), canción que acompañó la recta final de la campaña por la liberación de Nelson Mandela. El 11 de febrero de 1990, Madiba salió de prisión, tras un larguísimo e injusto encierro.

Hugh Masekela. Imagen: Tomada de Internet

Cuando el líder de la lucha contra el apartheid se encontró nuevamente con su gente, todos entonaban la canción de Masekela; a pesar de que su difusión había sido prohibida por el régimen de Pretoria, la conocieron de boca en boca. Bring him back home —en cuyo texto colaboró el poeta Michael Timothy— abría el disco Tomorrow, grabado en 1987, y aunque su distribución internacional estuvo a cargo del emporio Warner, no autorizaron su importación en territorio sudafricano.

Mandela no acudió a la Conferencia de Sandton. Pocas semanas antes, quien fuera el primer presidente negro en la historia de su nación, tuvo que ser hospitalizado por una grave afección pulmonar. Con la salud en declive fallecería dos años después, el 5 de diciembre de 2013. Masekela aparentaba estar fuerte como un roble; sin embargo, venía padeciendo de un tumor maligno en la próstata, que lo derribó el 23 de enero de 2018.

En Sandton nada hacía notar el avance de la enfermedad. Masekela cantó y tocó trompeta y fliscorno a sus anchas. Se dejó querer por el auditorio. En las tiendas de discos de Johannesburgo, sus fonogramas clasificaban entre los más apreciados. La edición de Phola, álbum registrado en 2008 por el sello Four Quarters en Ciudad del Cabo, se había agotado, por lo que fueron necesarias dos tiradas adicionales. Muy solicitado era también el video del concierto ofrecido en la Plaza del Mercado de Johannesburgo, en junio de 2006.

Sobre esa presentación, el crítico Jeff Tamarkin escribió en Jazz Times: “Masekela es un símbolo orgulloso de la lucha contra el apartheid, ya que se negó a ser segregado. Regresó a casa desde principios de los años 90 después de décadas en el exilio, y sigue siendo una figura adorada allí. Para Masekela, el jazz nunca ha sido solo música, sino el sonido de un pueblo que se eleva por encima. En su voz añeja y su interpretación imperturbable, Masekela sustenta innumerables cargas históricas”.

Cuando el líder de la lucha contra el apartheid se encontró nuevamente con su gente, todos entonaban la canción de Masekela; a pesar de que su difusión había sido prohibida por el régimen de Pretoria, la conocieron de boca en boca.

Al finalizar el espectáculo del Sandton, en uno de los pasillos sostuve un rápido intercambio con Masekela. Luego de enterarse de que venía de Cuba, me dijo rápidamente dos cosas; una, algo así, como “ah, los cubanos, los que nos ayudaron a dar el tiro de gracia al apartheid”, y otra: “sin la música cubana no hay jazz, eso se lo digo siempre a mis músicos”.

Dos temas en su obra denotan este último sentimiento. En el disco Colonial Man, octavo álbum de estudio grabado entre Nueva York y Chicago en 1976, se escucha Vasco da Gama (The Sailor Man), un chachachá con todas las de la ley. Casi al final de su carrera, en 2016, lanzó el álbum de la despedida, No borders, en el que incluye Shangó, tributo a la cultura yoruba y su impronta en la resistencia africana y en la diáspora forzada por la esclavitud.

El contacto de Masekela con Cuba ocurrió en los primeros años del exilio norteamericano. La Nueva York de los años 60 era un espacio donde se naturalizaban el mambo, el chachachá, la pachanga y, más que todo, lo que se denominó jazz afrocubano. Aunque los intereses del joven trompetista sudafricano pasaban por, en primer lugar, el mainstream del jazz —beber de los grandes trompetistas de la época como Dizzy Gillespie y Miles Davis, quien le orientó tratara de ser fiel a sus raíces si quería triunfar—, asimiló las aristas puestas de relieve por los Palmieri, Cal Tjader, Ray Barretto, Tito Puente y Mongo Santamaría. Más que los arreglos de Mario Bauzá y Chico O’Farrill, quedó seducido por las pequeñas formacionesde cubanos y otros latinos, entre estos los brasileños, que abundaban en la escena nocturna de la Gran Manzana.

Miriam Makeba y Hugh Masekela. Imagen: Tomada de Pinterest

El consejo de David lo puso en práctica con su primer disco como líder, Africaine (1963). Le faltaba entonces integrar, al estilo que fundía los legados de Estados Unidos, África y el universo latino resonante en Norteamérica, un compromiso político con las reivindicaciones de los suyos, la gran mayoría del pueblo sudafricano, sometido a un infame sistema discriminatorio.

En 1976 la represión de los racistas masacró a los jóvenes y adolescentes que protestaban en Soweto, suburbio de Johannesburgo, contra la implementación obligatoria del afrikaans (de la minoría blanca) como lengua oficial en las escuelas. No se sabe a ciencia cierta cuántos muertos hubo, cifras conservadoras dicen 170, otras llegan a 700.

Un año después, Masekela dio a conocer una canción que denunció el crimen, Soweto Blues. La interpretó con Miriam Makeba, ícono mundial de la canción africana que, una década antes, estuvo casada con el músico. Más allá de la disolución del matrimonio, entre ambos hubo una relación cordial. En lo sucesivo Masekela llevaría parejamente la creación artística con el activismo contra el apartheid.