Matanzas y los “cinco grandes” en Series Nacionales

Hassan Pérez Casabona
24/1/2020

Acaba de culminar, por todo lo alto, la 59 Serie Nacional de Béisbol. No es exagerado señalar que se trató, probablemente, de la contienda más reñida de toda la historia de la pelota revolucionaria. Durante los primeros 45 juegos los cuatro elencos que se disputarían los dos comodines (Matanzas, Industriales, Granma y Sancti Spíritus) finalizaron con el mismo registro de 26 victorias y 19 reveses. En el borde delantero de ese tramo inicial, Santiago de Cuba y Camagüey acumularon 29 y 16, mientras que Las Tunas y Cienfuegos mostraron 28 y 17.

Foto: PL
 

Meses más tarde, en la etapa decisiva de cara a la postemporada, Camagüey finalizó en el primer escaño con 53 éxitos y 37 fracasos, mientras que los Cocodrilos de Matanzas, Leones de Industriales y Leñadores de Las Tunas quedaban abrazados, con 52 sonrisas. Una campaña, de principio a fin, en la que casi hay que acudir a las imágenes de foto finish, imprescindibles muchas veces en las justas atléticas o ciclísticas para conocer al vencedor. Así de cerrada fue la porfía que arrancó en agosto del 2019 y cerró sus cortinas el sábado 18 de enero del 2020.

La corona obtenida por Matanzas tuvo ribetes históricos, en múltiples direcciones. El más relevante, el hecho de que la tropa comandada por Armando Ferrer saltó desde el último puesto en la edición precedente, el 16 en la tabla general, hasta el sitial más encumbrado. Ese brinco “galáctico” (que me disculpen los seguidores del Real Madrid) no había ocurrido antes en Cuba en ningún deporte, y es casi seguro tampoco sucediera en otras latitudes en cualquier disciplina. Son tantos los factores que deben conjugarse para ello que resulta una empresa poco menos que de ciencia ficción.

Otra cuestión que quedará inscrita en los libros es la presencia de Erisbel Arruebarruena con los yumurinos, convertido en el primer jugador salido de las Series Nacionales que se desempeñara en Grandes Ligas (Dogders de Los Ángeles) y que retornara al clásico doméstico. Todo ello aderezado con la conquista del campeonato, en lo colectivo, y el liderazgo de jonrones, en lo individual, para el estelar jugador cienfueguero. Esta es la primera ocasión en la historia de las Series (Eduardo Paret lo hizo en una Superliga) en que un parador en corto se alza como líder en los bambinazos, si bien la cifra de “El Grillo”, 19 pelotas enviadas más allá de las cercas, no es la más alta conseguida en una lid, mérito que corresponde al tunero Alexander Guerrero, con 22, en una campaña donde otros rebasaron con creces esa cifra. El tunero Guerrero —por cierto, miembro del team Cuba juvenil campeón mundial en el 2004 (última vez que ganamos a ese nivel en dicha categoría, con un elenco en el que también militaron Alfredo Despaigne, José Dariel Abreu y el desaparecido lanzador Yadiel Pedroso) fue en el 2017 líder de jonrones en la Liga Central de Japón, con 35 cuadrangulares, vistiendo entonces la franela de los Dragones de Chunichi. Esa misma cantidad de vuelacercas despachó Alfredo Despaigne,en el propio año, para los Halcones de SoftBank, y encabezó también la Liga del Pacífico. Fue un acontecimiento inédito que dos cubanos se erigieran en mandamases, en cuanto a fuerza en sus muñecas, en los terrenos japoneses. Despaigne adicionó a esa formidable demostración el encabezar también las impulsadas en su circuito, con 103 carreras.

Foto: Trabajadores
 

La presencia de Yurisbel Gracial en la victoria ahora de los matanceros repitió de paso lo conseguido hace dos temporadas, cuando Despaigne unió al éxito con los Halcones en la NPB japonesa, a finales del 2017, la primera sonrisa en Series Nacionales con los Alazanes de Granma, en el comienzo del 2018. Semanas atrás, no es posible dejar de reverenciarlo, Gracial no solo se impuso defendiendo el uniforme de los Halcones (tercera vez consecutiva que triunfa este conjunto, quinta en los últimos seis años y sexta en los nueve años recientes; décima en total, colocándose detrás de los Gigantes de Yomiuri [22] y los Leones de Seibu [13], en la que está considerada, con justicia, la segunda lid beisbolera más fuerte del planeta, superada únicamente por las Grandes Ligas estadounidenses) sino que se levantó como el MVP de la Serie final.[1] Gracial compiló para 375, con tres cuadrangulares y seis impulsadas en los cuatro juegos de la finalísima nipona. En la temporada regular (que se vio interrumpida por su presencia en el verano con la selección cubana en los Juegos Panamericanos de Lima) participó en 103 partidos, en los cuales disparó 28 jonrones, 68 impulsadas, 319 de promedio y slugging de 595. Extraordinario en todos los sentidos. La única vez en que un jugador cubano obtuvo esa distinción en la tierra del sol naciente, en dicha etapa definitiva, fue en 1990, por la labor del santiaguero Orestes Destrade con los Leones de Seibu.[2] Otro hecho histórico para matanceros a nivel internacional, en la temporada que recién concluyó, es que José Miguel Fernández, uno de los puntales de los Cocodrilos en los años recientes, e integrante de la selección cubana al III Clásico Mundial en el 2013, consiguió una fenomenal actuación con los Osos de Doosan, implantando un récord de hits dentro de la Liga Profesional Coreana (KBO, por sus siglas en inglés).[3]

Serie 60: recuento, desafíos y propuestas…

La pelota en Cuba nunca cesa y, sin apagarse aún los ecos de la ceremonia final en el Cándido González de Camagüey (todas las palmas asimismo para los agramontinos de Miguel Borroto, en lo que constituye la mejor actuación de la provincia desde 1991, en que cayeron frente a Henequeneros; dirigidos aquella vez los de la tierra de El Mayor por ese pelotero que tanto brillo aportó, Felipe Sarduy, en el cuerpo de dirección actual con Borroto) ya echó a andar la maquinaria de cara a la 60 Serie Nacional. Javier Camero, industrialista devenido, durante toda la lid, bujía de los matanceros, afirmaba en ese sentido, con el sudor en el rostro: “Estamos deseosos de que comience la próxima Serie y salir a defender nuestro título”.

No se ha divulgado todavía la fecha de apertura ni la estructura que tendrá (ojalá se preserve la esencia de un formato que lleva millones de espectadores a los estadios y que no se cambie, por enésima vez, bajo el pretexto de que es el organigrama de la justa el responsable de nuestro descalabro internacional en los últimos años, cuestión que es mucho más compleja) pero de algo tenemos certeza: cualquiera sea el ordenamiento que adopte la justa, el público (ello es patrimonio casi exclusivo de los cubanos, que no puede explicarse por razones meramente formales) volverá a dar rienda suelta a su imaginación, en aras de apoyar lo que representa una verdadera e inamovible pasión entre nosotros.

El objetivo de estas líneas, sin embargo, no es opinar sobre ese tema. Mi intención es otra: hacer una propuesta, tomando en cuenta que la edición 60 traerá aparejada seguramente, en no poca medida, una dosis de remembranzas, recuentos y proposiciones mediante las cuales evoquemos una parte sustantiva de la impresionante historia tejida con estos certámenes.

La idea en cuestión es la siguiente. La prensa deportiva acuñó hace algún tiempo la frase de los “cuatro grandes” para referirse a los conjuntos de Industriales, Santiago de Cuba, Pinar del Río y Villa Clara. En mi opinión (idea que ratifiqué con la victoria de hace unos días) fue siempre un agrupamiento incompleto, pues considero debía hablarse de los “cinco grandes” e incluir en esa lista, por derecho propio, a Matanzas.

Armando Ferrer. Foto: TV Yumurí
 

Vayamos por partes. Mi valoración la fundamento en dos planos: la historia y los resultados en las Series Nacionales. El marco metodológico que adopto —es importante que se observe bien dicha precisión— se circunscribe al examen de las Series Nacionales, y no de las 21 Series Selectivas, debido a que en estas últimas los torneos de más alto nivel que hemos organizado, por la concentración de fuerzas en la etapa dorada de la pelota antillana, el agrupamiento regional iba más allá de una provincia en específico, aunque Matanzas y Pinar del Río competían cada una de ellas con elenco propio.

Aclaro que a ambos (historia y resultados) los combino, como un solo haz, si bien cada uno de ellos tiene potencia suficiente, lo cual permite esclarecer el debate sin que se superpongan aspectos para “rellenar” supuestos vacíos. En el primero de ellos nadie puede objetar el peso de la Atenas de Cuba en la majestuosa urdimbre beisbolera edificada por los cubanos desde hace más de 150 años. El mítico juego en el Palmar de Junco, el 27 de diciembre de 1874, con la victoria entonces del Habana frente a Matanzas 51 “corridas” a 9 (esta es la instalación beisbolera en activo más longeva del mundo, cuestión que en modo alguno puede ser interpretada como nota al pie), pasando por la presencia de conjuntos de esa provincia en la Liga de Béisbol Profesional, desde su fundación en 1878, y en todas la variantes semiprofesionales y del amateurismo presentes hasta la irrupción de las Series Nacionales, son demostraciones de enorme contundencia.

Foto: Girón
 

De igual manera la pléyade de jugadores salidos de sus entrañas en aquellos años (José de la Caridad Méndez, el Diamante Negro; Martín Dihigo, el Inmortal, u Orestes Miñoso, por solo citar tres de los exponentes cimeros) no dejan lugar a dudas de que los suelos matanceros han sido semilleros fecundos desde la medianía decimonónica, cuando este juego era apenas conocido incluso en predios estadounidenses.

La segunda dimensión (la actuación de los elencos de dicha provincia, a partir del 14 de enero de 1962) es igualmente relevante, si bien no ha gozado siempre del favor, al menos de una parte, de la crítica. Una interrogante se impone: ¿Qué debemos entender por “grande” en esta materia? La respuesta primigenia apuntaría a contabilizar el número de trofeos exhibidos en las vitrinas. Es cierto que esta formulación, meramente cuantitativa, prevalece en cualquier geografía, como también lo es que resulta insuficiente para atrapar la médula, ascendencia y legado de un conjunto.

Menciono solo tres ejemplos dentro de la MLB que ilustran esta apreciación. ¿Es posible no contemplar como equipos “grandes” a los Cachorros y a los Medias Blancas de Chicago o los Medias Rojas de Boston porque durante décadas no triunfaron, o llegaron siquiera a la denominada Serie Mundial? Los Cachorros, sacudidos por la “Maldición de la Cabra” estuvieron sin ganar 108 años, es decir, entre 1908 y el 2016. Hace cuatro años rompieron el maleficio conducidos por Joe Maddon, y con jugadores estrellas como Krys Bryant, Anthony Rizzo y el puertorriqueño Javier Báez. Una movida esencial fue hacerse de los servicios, a mitad de la justa, del cubano Aroldis Chapman. El “lanzallamas” holguinero devino pieza esencial en el triunfo in extremis ante los Indios de Cleveland.

Otro tanto ocurrió con los Medias Rojas (sobre cuyas espaldas cayó la “Maldición del Bambino”, una vez Babe Ruth abandonó el uniforme de Nueva Inglaterra para vestir el a rayas de los Yanquis de Nueva York, a partir de 1920) cuya sequía se prolongó hasta el 2004, o lo que es igual, durante 86 años. Los Red Sox habían ganado en 1915, 1916 y 1918, con un Ruth imponente, no solo con el madero, sino con actuaciones de ensueño desde la lomita. Ello hizo todavía más criticable la decisión de Harry Frazee de vender a Ruth, en diciembre de 1919, a sus acérrimos rivales de los Yanquis. El objetivo del magnate era financiar una serie de producciones teatrales en Broadway. A los White Sox les ocurrió algo similar. Luego del escándalo en la Serie Mundial amañada de 1919, ante los Rojos de Cincinnati (ellos ganaron en 1917 frente a los Gigantes de Nueva York) la agonía se extendió durante 88 años hasta que vencieron a los Astros de Houston en el 2005, en ese momento los tejanos dentro de la Liga Nacional. El pinareño José Ariel Contreras fue la bujía clave dentro del staff de lanzadores para el timonel venezolano Oswaldo “Ozzie” Guillén, haciendo realidad la vieja aspiración de imponerse de los del lado sur de la Ciudad de los Vientos.

En el fútbol, por citar otro ejemplo, el Liverpool, que en la actualidad juega como una aplanadora, lleva 29 años sin imponerse en Inglaterra. Su último título data de la campaña 1989-1990, cuando no existía todavía la Premier League, que apareció en la escena en el torneo de 1992-1993.

Nadie ha dicho nunca que la tropa que hoy comanda el DT alemán Jurgen Klopp, en este instante la maquinaria más demoledora dentro de las canchas de todo el orbe —con figuras del calibre del egipcio Mohamed Salah, el senegalés Sadio Mané, el holandés Virgil Van Dick y los brasileños Roberto Firminho o Alison Bécquer, entre otras luminarias—, no pertenece, desde la visión histórica, a lo más selecto de los conjuntos ingleses (junto al Arsenal, Manchester United, Chelsea, Manchester City y Tottenham) por estar tanto tiempo sin hacer delirar a sus seguidores, en la ciudad de los Beatles y otras partes del planeta. Los Diablos Rojos de Anfield, que se constituyeron en el ya distante 1892 (con uno de los himnos más impactantes en el universo balompédico: You'll Never Walk Alone) muestran, en total, 18 galardones, solo en las distintas denominaciones en el principal torneo del Reino Unido.

La propia historia de cada uno de estos clubes, y de otros en diversas disciplinas, así como la relación con la fanaticada, entre muchos otros factores, hizo posible que nunca dejaran de ser considerados como elencos de renombre, más allá de la ausencia de celebraciones en el cierre de sus temporadas.

La calificación de “grande” hay que interpretarla, sin reduccionismos de ninguna clase, desde una dimensión integral que privilegie, en su real magnitud, el calado sociocultural. Esa categoría suprema, que brota, en buena lid, a partir de la forma en que un conjunto en específico se adentra en el imaginario popular, va más allá de lo estrictamente numérico. En primera y última instancia —si bien los deportes en general son pródigos en estadísticas y datos de toda clase—, los seres humanos, en nuestros sentimientos, realizaciones, ensoñaciones y frustraciones, desbordamos cualquier encasillamiento maniqueo que se sustente solo en una cifra.

La entrada, o no, a nuestros corazones de un elenco atlético es el resultado de una compleja amalgama en la que se entremezcla lo fáctico con lo sensorial y deseado. El dejar la piel en el terreno, el eslogan de no pocas entidades deportivas, no se mide solo a partir de anotaciones o intentos de gol y carreras fallidas. Ascender a la cúspide de la preferencia y lealtad de los aficionados es también un proceso que no ocurre de la noche a la mañana, en el cual debe sedimentarse una relación que tiene que ir en múltiples direcciones. Así de simple.

En el caso de Matanzas (convertida además en la sede donde se vive con mayor intensidad la fiesta beisbolera dentro y fuera de su estadio durante la última década) existe, en esta línea de análisis, un historial relevante a lo largo de las Series Nacionales que permite avalar nuestra propuesta. En términos generales su palmarés se expresa en seis títulos; cinco segundos lugares y siete terceros, lo cual implica su ascenso al podio de premiaciones en 18 de las 59 ediciones celebradas. Para que se tenga una idea, en el contexto de lo conseguido por los llamados “cuatro grandes”, Industriales acumula 12 coronas, diez subtítulos y cinco bronces, mientras Pinar del Río muestra (10-9-6); Santiago de Cuba (8-5-3) y Villa Clara (5-10-4). Es válido aclarar que en estos datos contemplo la actuación de estas provincias a partir de que compitieran ellas por sí mismas y no como parte de conglomerados que agruparon a otros territorios en las Series Nacionales iniciales. Es el caso de los Azucareros, no solo con representantes de Villa Clara, o de Orientales, con miembros en sus filas de la antigua provincia oriental, que incluía desde Guantánamo hasta Las Tunas.

El éxito en esta campaña con el nombre de Matanzas representó, además, que sea la única provincia que se ha impuesto con todos los equipos que ha presentado, durante todos estos años de Series Nacionales. Henequeneros abrió la senda en 1970, con Miguel Ángel Domínguez de timonel, y la multiplicó en 1990 y 1991, de la mano de Gerardo Sile Junco. Citricultores lo hizo en 1977, con Juan Bregio en el puesto de mando, y en 1984, bajo la guía de Tomás Soto, campeón antes como jugador.

Quiero detenerme en otra cuestión de la cual prácticamente no se habla. Matanzas fue la única, de las provincias que contaron con más de un elenco compitiendo simultáneamente (lo que refleja a las claras la pujanza de esta disciplina, incluso en la etapa de más rigor en todo el país) que logró que ambos conjuntos se titularan. Ello no lo pudo alcanzar Pinar del Río, cuyas victorias siempre fueron de Vegueros y nunca de Forestales, ni la capital, la cual concentra todos sus éxitos en Industriales, sin ninguna sonrisa para Metropolitanos. Lo conseguido aquellos años por los yumurinos, con sus dos elencos en condición de competir y ganar, es otro ejemplo de la fortaleza de la pelota en sus predios.

Foto: Abel Rojas/Cubahora
 

Hay otras muchas razones en el plano individual que podrían apuntarse, en la misma dirección de armonizar la fecunda historia y los resultados de la provincia, en diversos ámbitos. Hay que decir, por ejemplo, que los dos primeros jugadores en llegar a los 2000 hits, los hermanos Wilfredo y Fernando Sánchez, son matanceros, o que la familia (no la combinación exclusiva entre padre e hijo) con mayor resonancia sigue siendo esta de los Sánchez, de Jovellanos (Wilfredo y Fernando fueron, además, los dos primeros hermanos en convertirse en campeones mundiales, en un mismo equipo Cuba, con la victoria en la cita de Italia de 1978); que los “Tres Mosqueteros” (Wilfredo, Félix Isasi y Rigoberto Rosique) marcaron una época a nivel nacional; que Gaspar el “Curro” Pérez fue el Héroe de Quisqueya, en 1969, sin dudas la primera victoria internacional de enorme resonancia popular (más allá del triunfo en Costa Rica, en 1961) alcanzada luego de la aparición de las Series, y que inauguraría, de paso, un amplio período dorado que se extendió, de una u otra manera, hasta el I Clásico Mundial, en el 2006; que el primer pelotero en llegar a los 400 jonrones, Lázaro Junco, es de Limonar; que Jorge Luis Valdés es el Zurdo de Oro de la pelota cubana y quien más éxitos acumula entre los lanzadores de su mano, que el también jovellanense (al igual que “Tati” Valdés) Yoandri Garlobo fue uno de los tres cubanos incluidos en el All Star, en el I Clásico Mundial; o que, en prácticamente todos los equipos Cuba desde la década del 60, ha habido integrantes de ese terruño.

Lo más importante, al final, es reverenciar, desde una dimensión histórica inclusiva y más abarcadora (no se trata solo del último decenio, donde también hay equipos de lujo como Ciego de Ávila, Granma y Las Tunas, pero con papeles de reparto en todo el período previo), a una provincia que en el mundo beisbolero posee historia y actuaciones de lujo. Por mi parte no tengo duda alguna: son “cinco grandes” y no “cuatro” los territorios más prominentes desde que empezó a rodar la magia de las Series Nacionales.

Notas:
 
[1] La Liga Japonesa tiene una amplia historia, si bien es relativamente reciente en el tiempo comparada, por ejemplo, con los circuitos profesionales en Estados Unidos, o el que existió en Cuba. Desde el ángulo profesional se disputan campeonatos desde 1936, aunque ya se jugaba amateur desde finales de la década de 1870. El origen se remonta a varios profesores estadounidenses de inglés, quienes introdujeron el béisbol en aquellos lares. Los japoneses llamaron entonces a esta disciplina “Yakyu”. El primer conjunto fue bautizado como Club Atlético Shimbashi, su creación data de 1878 por Hiroshi Hiraoka, quien estudió algunos años en Estados Unidos. A partir de ese momento este deporte fue creciendo en popularidad, al punto de que se estableció como disciplina deportiva en escuelas y universidades. En 1915 se llevó a cabo el primer Torneo de Escuelas Secundarias, un certamen que aún se disputa y agrupa a centros docentes de todo el país. El “primer” latinoamericano en el circuito profesional (la novena fundacional con ese estatus es los Gigantes de Yomiuri, constituidos el 26 de diciembre de 1934) fue el cubano Roberto Chico Barbón. Este matancero suscribió un contrato en 1955 con los Bravos de Hankyu (en la actualidad los Búfalos de Orix) luego de haberse desempeñado en las ligas menores de Norteamérica, con un equipo sucursal de los entonces Dodgers de Brooklyn. El yumurino no solo fue el primer latino en esa liga asiática sino, además, el primer extranjero, en general, en conectar 1000 hits. Décadas después permanece entre los foráneos con más bases robadas (308). Fue escogido para participar en dos juegos de Estrellas de la Liga del Pacífico (1958 y 1959).
[2] Destrade fue líder en jonrones en 1990, 1991 y 1992. Esa distinción, con los Nippon Ham Fighters, la alcanzó también el matancero Michel Abreu, quien largó 31 cuadrangulares en el 2013.
[3] Los números que cosechó Fernández, en la temporada del 2019, fueron sensacionales. De manera global, terminó primero en hits con 197; segundo en average con 344; cuarto en OBP (413); cuarto en dobletes (34); séptimo en carreras anotadas (87); noveno en OPS (896); decimosegundo en slugging (483); décimo en carreras impulsadas (88); decimonoveno en jonrones (15). Demostró, asimismo, excelente tacto, al recibir 61 boletos de libre tránsito, que lo colocaron en el undécimo puesto de la Liga. José Miguel, en muestra de constancia, jugó los 144 partidos planificados en la etapa regular del campeonato.
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