Máximo Gómez Báez y su impronta humana actual

Astrid Barnet
3/3/2021

La obra de la Revolución debe ser eterna
Máximo Gómez Báez

Para muchos Máximo Gómez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836 – La Habana, Cuba, 17 de junio de 1905) no era tan solo un hombre sumamente fuerte de carácter, mando y acción; ríspido con sus subalternos, capaz de sobreponerse de inmediato ante cualquier adversidad enemiga o muerte súbita de algún compañero querido o caído en combate. Sin embargo, pocos desconocían los altísimos valores sentimentales que engrandecían el corazón de aquel gran hombre, de aquel gran ser humano.

Era el Generalísimo entre generales, entre altos oficiales, suboficiales y soldados de indiscutible trayectoria revolucionaria; el hombre que se autodefinía como “revolucionario radical”, por ello la guerra que dirigió  también llevaba el sentido y el fervor del radicalismo. Algo que lo diferenciaba del contexto americano de aquella época, distinguida por la existencia del imperio norteamericano en pleno proceso de desarrollo y expansión.

“Tengo fe en la sangre y las lágrimas de esta tierra fecunda, en los sacrificios consumados por este pueblo”.
Fotos: Internet

Innumerables misivas escritas de su puño y letra así lo revelan también: con la amplitud de su humanidad, con su inteligencia, presencia y valor ilimitados, a la vez que por su elegancia, respeto y amistad sincera. Pertenece a Máximo Gómez Báez, El Generalísimo, la cita siguiente, de indiscutible vigencia para los tiempos actuales, cuando imperialistas y mal llamados cubanos tratan de chantajear y aplastar la obra revolucionaria de más de sesenta años de justicia y sacrificio:

Tengo fe en la sangre y las lágrimas de esta tierra fecunda, en los sacrificios consumados por este pueblo. (…) Todo esto que presenciamos ahora es natural que suceda. Es el período crítico. El país, como un enfermo, se halla bajo una fiebre muy intensa, pero el enfermo no morirá porque es un ser robusto. La lucha ahora es puramente moral y sin consecuencias lamentables para el país, mientras no se perturbe la paz pública.[1]

Igualmente, y exponiendo su desinteresado sentimiento internacionalista, escribió a sus amigos puertorriqueños Lola Rodríguez de Tió y Sotero Figueroa. Este último fue colaborador y editor del periódico Patria e integrante de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. A continuación fragmentos de ambas cartas.[2]

A Lola Rodríguez de Tió:

Los cubanos muchos de ellos y el mundo se figuran que yo estoy dispuesto a ponerme la corona de espinas de la Presidencia de esta República, y cada vez que se me presenta la ocasión yo la aprovecho para repetir mis propósitos. Pero hay más, y asómbrate, que si Cuba no queda constituida, con el honor y la gloria que yo soñé, me pongo la tienda al hombro y me voy a buscar otra tierra en donde se entierren mis huesos. Yo no puedo vivir ni en Cuba ni en Santo Domingo como extranjero, teniendo dentro del pecho un corazón Cubano y Dominicano.

A Sotero Figueroa:

La obra de la Revolución debe ser eterna, y solo puede serlo aquello que tiene por base la justicia, por lo que yo deduzco que la mayor habilidad política consiste en inducir a que las mayorías caigan del lado en que están representadas las ideas que armó el brazo del hijo de esta tierra para hacerla libre. (…) Lo que tenemos que estudiar con profunda atención es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera. (…) Muchos hombres de reconocido talento e instrucción son víctimas de la duda de que podamos gobernarnos, y hasta ven un fantasma amenazador en la raza de color, la que ha dado en todos los tiempos las más ostensibles muestras de humildad y mansedumbre, por una parte; de sagacidad e inteligencia por otra.

Otra misiva que no podríamos excluir es la siguiente, dirigida también a su amiga puertorriqueña y de la familia, Lola Rodríguez de Tió. Esta fue escrita con motivo del aniversario del Diez de Octubre de 1900. A continuación, uno de sus fragmentos:[3]

Ayer se daba un suntuoso banquete en Tacón. Una comisión vino a invitarme para que los presidiera, pero yo me excusé como pude, porque por un lado no me gustan esos banquetes celebrando cosas sagradas el ideal de la independencia. Yo no sé qué pueda decir levantando mi copa. Evocar tristes recuerdos del pasado o lamentar amargas realidades presentes. A nada grandioso conducen esas cosas que tampoco cuadran al carácter de los guerreros. Por otro lado, yo, con mi familia, habíamos hecho el propósito de irnos a pasar el Diez de Octubre al Cacahual y así lo hicimos. Aquello estaba precioso, revestido de esa poesía, mística, en donde por serio que sea el acto lo embellecen las mujeres y las niñas con su presencia. Más de 400 niñas de los colegios vecinos fueron allí, en orden y compostura admirable: fueron ayer a depositar flores sobre la tumba de los héroes. Yo me sentía conmovido y a la vez encantado, viendo aquel, como enjambre de mariposas, revoloteando alrededor del Mausoleo. Hubo un momento en que me sentí envidioso de los muertos.

Máximo Gómez, el insigne internacionalista dominicano-cubano, impronta de revolucionario para todos los tiempos, bien atesora el pensamiento de uno de sus más leales amigos y colaboradores. “No mueren nunca sin dejar enseñanza los hombres en quienes culminan los elementos y caracteres de los pueblos; por lo que, bien entendida, viene a ser un curso histórico la biografía de un hombre prominente”, expresó el Apóstol José Martí.[4]

Eterno agradecimiento al jefe y estratega de un sinnúmero de ofensivas y contraofensivas, al compañero de armas del Titán de Bronce Antonio Maceo Grajales durante la invasión de Oriente a Occidente —única concebida en la historia hasta nuestros días. Tomemos el ejemplo del hombre cuyo concepto de “la revolución de los desheredados” revelaba el cumplimiento de determinados objetivos y delimitaba la parte de la sociedad que debía ser beneficiada con las transformaciones tras la guerra.

Notas:
[1] Carta de El Generalísimo Máximo Gómez Báez al general de división del Ejército Libertador José Miró Argenter, 21 de octubre de 1901, durante la presencia del gobierno interventor norteamericano en suelo cubano. Máximo Gómez, selección de documentos (1895-1905). Selección y prólogo de Yoel Cordoví. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
[2] Cartas a Lola Rodríguez de Tió, 15 de marzo de 1901, y a Sotero Figueroa, 8 de mayo de 1901.  En: ob. cit.
[3] Ob. cit.
[4] José Martí: Periódico La Nación, Buenos Aires, 4 y 5 de febrero de 1887, en Obras completas, t. 13, p. 255.
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