El próximo jueves 31 de marzo —y hasta el 27 de mayo próximo— se exhibirá en la hermosa y habanera galería Villa Manuela, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), una exposición del reconocido grabador y pintor José Omar Torres, que ha titulado Memorias de un tiempo y que constituye su personal, íntima y reflexiva mirada a lo que para él significó la pandemia y el tiempo de aislamiento necesario que, responsablemente, vivimos los cubanos.

José Omar Torres. Foto: Joel Guerra

Como siempre, el arte salva y regenera y, quizás, para José Omar aferrarse al pincel y pegarse a la tela constituyó su mejor terapia, pero ¿por qué Memorias de un tiempo? Esa fue la primera interrogante de la conversación sostenida en exclusiva para La Jiribilla con el creador, en su casa/taller del Vedado.

“El arte salva y regenera”.

Memorias de un tiempo es el tiempo que hemos estado con un cambio en la vida: el tiempo de la pandemia, en el que la visión de todas las cosas se ha cambiado, se ha modificado el actuar de uno —porque al estar confinados todo cambia— y sobre todo qué hacer cuando te encuentras bajo estas circunstancias.

”Lo primero fue la voluntad política que hizo que nuestros científicos pusieran todo su empeño y lograran las vacunas para poder, poco a poco, ir saliendo de este confinamiento. Pero de inicio éramos nosotros, es decir cada uno en su casa, con su familia y la ciudad comenzaba a circunscribirse a un núcleo muy pequeño y decidí, primero ponerme a leer.

”Soy un intenso lector, pero sobre todo leo mucha poesía —confieso que soy un fanático a la poesía— y empecé a pintar y leer. Y cuando tenía varias obras realizadas —no olvidar que fueron dos años— me visitó Lesbia Vent Dumois, que preside la Asociación de Artistas Plásticos de la Uneac y vio algunas obras que estaba haciendo en papel. A Lesbia le gustó y me propuso hacer una exposición en Villa Manuela, galería que pertenece a la Uneac.

Memorias de un tiempo es el tiempo que hemos estado con un cambio en la vida: el tiempo de la pandemia”.

”En ese momento se inserta Virginia Alberdi, que es la actual directora de Villa Manuela, y Arlette Sandó Ramos, especialista de la galería. Vinieron a casa y vieron lo que estaba haciendo, pero la propuesta de Lesbia —solo papel— fue variada y nos propusimos hacer la exposición que fuera pintura sobre tela y sobre papel manufacturado con dimensiones mayores. Es una exposición en la que quise conjugar todo lo que hemos pasado en este tiempo, pero mezclándolo con la visión poética de nueve importantísimos intelectuales cubanos que son: Roberto Fernández Retamar, Eliseo Diego, Fayad Jamís, Nancy Morejón, Waldo Leyva, Alex Pausides, César López, Norberto Codina y Sergio Corrieri.

”Fui tejiendo esa visión —una visión mucho más poética— de lo que es un desastre: la pandemia. Pero con una mirada, con una percepción de esperanza”.

Estos doce acrílicos sobre tela y estos tres fabulosos papeles manufacturados, que son de gran tamaño, ¿pueden considerarse una apropiación de estos textos? ¿Es la poesía la fuente inspiradora o —posterior a realizar la obra— conjugaste texto con trazos hechos? ¿A tu interior cómo fue el proceso creativo?

Seguí el consejo que me dio Marilyn Sampera, una curadora que trabaja mucho mi obra; cuando le planteé mis inquietudes me sugirió que leyera toda la poseía que fuera capaz de asimilar, y como mi tema es la ciudad, me recomendó rastrear la obra de poetas cubanos que se han inspirado en la ciudad. Busqué a Lezama Lima, leí mucho Tratados en La Habana, pero también busqué textos que me inspiraran sobre la idea que yo tenía de cómo ver la ciudad. No quería ver la ciudad vacía, desolada, quería ver una ciudad de esperanza.

“No quería ver la ciudad vacía, desolada, quería ver una ciudad de esperanza”.

La ciudad estática, paralizada, no te interesaba…

No, quería otra ciudad. Tengo la plena confianza en que la ciudad tiene que retomar todo su esplendor: hay un hombre al que todos los habaneros tenemos que agradecerle esa visión, que es el Historiador de la Ciudad, doctor Eusebio Leal; él nos enseñó que siempre hay una esperanza, que siempre se puede soñar y hacer una ciudad con todo su esplendor. Su obra lo ratifica. Y esa era la visión que quería dar de La Habana: dar mi cuidad —la que he venido trabajando durante muchos años—, pero no la urbe triste sino la de la ilusión. Esa es la razón por la que me basé en esos poetas que cantaron y celebraron la ciudad.

“Esa era la visión que quería dar de La Habana: dar mi cuidad (…), pero no la urbe triste sino la de la ilusión”.

¿Por qué esa persistencia con la ciudad? Sé que ha habido momentos en que has asimilado otros temas, pero la ciudad regresa una y otra vez…

La ciudad es el espacio vital donde vivimos. Tal vez sea un arquitecto frustrado. La ciudad sola puede narrar la historia porque la historia se hace a partir de las construcciones. Siempre he visto La Habana como una urbe extremadamente bella. He tenido la suerte de viajar bastante y he visto ciudades maravillosas, pero La Habana tiene un encanto muy especial que no sabría cómo describirlo con palabras.

No se trata de que La Habana —como algunos aseguran— esté detenida en el tiempo; en esta ciudad convergen muchas cosas y su arquitectura es tan ecléctica que se puede hacer la historia de Cuba a partir de la propia ciudad de La Habana. Esa sensación me atrapa, me envuelve… a veces hasta en los desastres encuentro la belleza. Hay construcciones que están pidiendo a gritos que la restauren, sin embargo, si te detienes encuentras una belleza, una fascinación en ellas.

“Se puede hacer la historia de Cuba a partir de la propia ciudad de La Habana”.

Lo he dicho en otras oportunidades: la ciudad es el contenedor de alegrías y tristezas del hombre y yo quiero que esa ciudad renazca cada día y sea más bella.  

Hubo una época en que los sepias y los ocres preponderaban, luego llegó otro momento de mayor oscuridad con el empleo de los grises, y luego llegó ese azul tan tuyo. Pero me da la impresión de que en Memorias de un tiempo hay un resumen, un recorrido por todas las gamas que has empleado, ¿me equivoco?

No te equivocas. Creo que hay tres exposiciones que marcan mi trabajo. Variaciones en sepia, una exposición curada por David Mateo que se exhibió en el Museo del Ron (2005), que es como las fotos antiguas: esa Habana de los viejos grabados. Luego, en Collage Habana (2014) hice una muestra de pintura donde se veía mucho más la abstracción y se notaba que comenzaba a jugar con el color en toda la gama realmente. Más tarde, en 2017, realicé una exposición que titulé Versiones recicladas (2017) —que contenía parte de mi obra gráfica realizada en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana—, en la que elaboré piezas a partir de viejas impresiones hechas por mí, y las rehíce con una nueva visión de la ciudad; fueron colografías de un formato de un metro por 70 centímetros. Esa exposición, que fue curada por Marilyn Sampera, me encantó.

“Litoral habanero”, acrílico sobre tela, 123, 5 x 200 cm, 2021
Allí, en su borde blanco,
en su borde añil,
está tendida a beber la ciudad.

Roberto Fernández Retamar

Siempre he tenido una tendencia a inclinarme por los grises —algo que me enseñó Antonia Eiriz cuando cursaba el primer año—. Ella me dijo: “tú vienes con demasiado color y eso hay que aprender a controlarlo” y, efectivamente, me lo controló. Me tuvo seis meses pintando con rojo, verde, blanco y negro mezclados. Antonia me decía: “con esa mezcla se puede perfectamente pintar y usted va a descubrir algo que ya yo sé”. Ahí fue cuando descubrí los grises porque yo ponía el azul tal como era al igual que el verde o el amarillo. Ahora —lo que puedes ver en la obra— es aquella explosión de color, pero con todo lo que uno ha ido atendiendo durante cincuenta años de trabajo.  

Me gradué con apenas veinte años y el año venidero cumplo setenta: ¡cuarenta y nueve años pintando incesantemente!

¿No te has aburrido?

No. Al contrario, cuando no pinto me pongo muy mal. No me entiendo cuando hago otra cosa. Me encanta pintar y es lo que voy a seguir haciendo. He abandonado un poco el grabado como medio, pero no la gráfica porque voy a seguir trabajando sobre papel.

“Me encanta pintar y es lo que voy a seguir haciendo”.

Durante mucho tiempo te consagraste al grabado. Sé que los grabadores establecen una relación muy estrecha con las distintas técnicas ya sea colagrafía, litografía, xilografía, la punta seca… ¿no te es difícil pasar del lenguaje y los códigos del grabado al lenguaje de la pintura?, ¿no tienes contradicción al pasar de un tamaño más pequeño al gran formato?

En el tiempo que estuve en el Taller de Gráfica, tuve la gran oportunidad de conversar con Umberto Peña —un extraordinario grabador, pintor y diseñador— y él me dijo: el día que tú lleves estas piezas a un formato más grande te vas a dar cuenta de algo. Obviamente, aquello a mí se me olvidó, pero esas cosas quedan guardadas en la memoria y en algún momento salen.

El puntal de Villa Manuela es muy alto, lo que exige que la obra sea grande porque si no se verán como sellitos de correo y eso me llevó a trabajar sobre dimensiones mayores. Hay cuadros hechos que tenían un 1 metro x 130 centímetros que deseché completamente y los asumí como bocetos. Luego los amplié en la mesa, los puse a dos metros y son otra cosa. Es decir, tuve la experiencia de ratificar aquello que una vez me dijo Umberto Peña. ¡Cómo es posible que una obra cambie tanto a partir de la variación en su dimensión! Se convierte en otra cosa.

No sé si es que uno al irse poniendo mayorcito comienza a hacer memoria, pero se me quedó grabado algo que me dijo otro gran profesor que tuve durante años: Antonio Vidal. Fue mi maestro durante el segundo año de la carrera. Recuerdo que en la asignatura llamada pintura libre, me decía “¿por qué con una cartulina no te haces un cuadradito o un rectángulo y lo vas pasando por encima de las piezas a ver si hay un cuadro que sea mejor?”. Evidentemente hice el experimento ¡y es increíble! la cantidad de obras que descubres dentro de la propia obra. O sea, son fragmentos que se pueden convertir en obras independientes si lo llevas a una dimensión mayor. Esa es, tal vez, la obra que andabas buscando.

Todas esas cosas han salido en este silencio de pandemia, en esta etapa en que uno se ha vuelto más reflexivo, más hablando con uno mismo… no he tenido el estrés de la calle. He tenido los problemas resueltos —otros integrantes de la familia sí han tenido y sufrido ese estrés— pero yo no. Debo confesarlo. Y he tenido todo el tiempo del mundo para pintar como debía de haberlo hecho hace mucho tiempo.

“Ciudad vertical”, acrílico sobre lienzo, 180 x 98 cm, 2021
Única ciudad me es de veras
ni mejor ni peor, ni llena ni pobre: verdadera.

Roberto Fernández Retamar

Concluyo que a pesar de lo difícil que ha sido esta pandemia por lo que ha significado, por las pérdidas humanas y por el desastre económico que nos ha dejado, para ti ha sido un tiempo provechoso.

¡Muy provechoso! Primero aprendí a vivir con menos, a cuidar más nuestro instrumento vital que es el cuerpo, aprendí a ser más disciplinado: me levantaba a las seis de la mañana y a las siete ya estaba pintando, descansaba —de una y media a cuatro de la tarde— y comenzaba a pintar nuevamente hasta las seis o las siete de la tarde. Todos los días, y no me importaba si era sábado o domingo porque no lo sabía.

¿Es importante la disciplina para un artista, para un creador… porque se habla de las musas?

La verdad es que no sé si me ha tocado alguna musa o no. Lo que sí te puedo decir es que me ha tocado trabajar como un trastornado y el trabajo rinde frutos y la disciplina brinda, también, frutos. Creo que no se puede lograr nada sin la disciplina e incluye al científico, al artista, al escritor, a los que trabajan los medios, al deportista, al que barre la calle, al plomero… si no hay disciplina, no puedes concretar ningún trabajo emprendido.

“Si no hay disciplina, no puedes concretar ningún trabajo emprendido”.

Esta muestra incluye tres obras en papel manufacturado, ¿cuál es la historia que hay detrás de ellas?

Hay un papelero que hace algunos años cerró su taller y se acercó al Taller de Grabado vendiendo esos papeles manufacturados. Eran papeles de 60 x 50 cm y de 40 x 30 cm, y entre Omar Morales y yo le compramos el lote a aquel hombre. Comencé a hacer pruebas y no lograba la calidad que deseaba porque pesaban mucho y no se podían envolver. Los guardé. Con la llegada de la pandemia, empecé a pensar qué soluciones podría encontrar para utilizar ese material. Y empecé a bajarle el gramaje lijando —a mano— aquellos pliegos, que eran grandes y parecían cartones.

Fui llenando cubitos de lo que iba saliendo de la lija. Empecé pegando unos papeles con otros buscando el tamaño que yo quería y rellenando espacios con esa pulpa que había raspado. Así logré los tamaños adecuados de los papeles. Los dejaba secar y probaba si se podían envolver, algo determinante para poder trasladarlos a la galería. Poco a poco fui buscando, técnicamente, la manera de darle la vuelta a ese papel: algunos barnices me servían para lograr envolver el papel. Recuerdo que cuando vino Virginia Alberdi le dije que estaba en la construcción de los papeles…

En 2023 cumples 70 años, ¿cómo los vas a celebrar?

Tengo una oferta de Omar Valiño, el director de la Biblioteca Nacional José Martí. La idea me encanta, pero es un reto porque la galería El reino de este mundo es una de las más espaciosas que tiene la ciudad. Ya estoy pensado qué haré: será como un recuento de toda mi trayectoria e incluirá obra nueva. No me atrevo a decir que será antológica porque ese es un término demasiado grande. Estoy muy ilusionado y agradecido con esta propuesta.