Mi crónica de los Rolling

La Jiribilla / Foto: Yander Zamora
1/4/2016

Todavía recuerdo cuando se comenzó a hablar en los años 60 de la “invasión británica”, pues grupos de rock and roll provenientes de ese país y encabezados por Los Beatles, alcanzaron gran popularidad en Estados Unidos. Ellos, junto a Los Rolling Stones y otras bandas inglesas como The Animals o The Dave Clark Five, irrumpieron en el estrellato gracias al famoso show de Ed Sullivan, pero a Cuba llegaron por las vías más diversas: la radio de onda corta, discos que traían furtivamente algunos padres de amigos, grabaciones en “placas” y luego en las cintas de las inmensas grabadoras de la época, y, de vez en cuando, alguna canción que se escurría en el programa Nocturno o en Sorpresa musical, después de una docena de grupitos españoles que sonaban a lata y del “mejor oyente de la WQAM (Estación de radio de la Florida) ”, el mexicano Roberto Jordán, unánimemente detestado por los amantes del rock “de verdad”.


Foto: Yander Zamora

En 1965 o 1966, cuando cumplía el Servicio Militar Obligatorio (SMO), escuchamos en la radio de onda corta ―a escondidas, pues algún “ideólogo” podía acusarnos de estar “penetrados”― “(I Can’t Get No) Satisfaction”: fue una apasionante revelación. La pieza denunciaba la frustración de un adolescente frente al comercialismo salvaje, reflejo de lo que encontró la banda en EE.UU., y marcaba el cambio de espíritu en jóvenes que protestaban ante la falta de esperanza y el cinismo capitalista. Sin embargo, paradójicamente, dogmáticos e ignorantes, y algún que otro oportunista o dirigente lleno de prejuicios, podía interpretarla, gracias a su ritmo y al inglés, como una música perjudicial para la juventud cubana. Mas, como no se podía ocultar la presencia del rock en la música contemporánea, se radiaban algunas patéticas versiones al español.

En Héroes de Yaguajay, el preuniversitario militar donde pasé mi SMO, habían varios grupos musicales: en sentido general, los formadas en la unidades militares de artillería antiaérea se inclinaban por las canciones de Los Beatles y la música pop, mientras los de la artillería terrestre preferían a los Rolling Stones y las sonoridades del rock más “duro”; pero cuando los grupos tocaban juntos —gustos aparte— terminaban disfrutando y mezclándolo todo, y entre canciones en español para no levantar sospechas, se deslizaban piezas en inglés, no porque era “el idioma del enemigo”, sino “para practicar estructuras gramaticales impartidas en clase”. Los Cáncer, de artillería antiaérea, habían montado “Nowhere Man” y “You can’t do that”, de los Beatles, y su garantía de éxito era el gran parecido con el original; Los Terrestres, que copiaban a los Rolling, siempre comenzaban con “Jumping Jack Flash” y cerraban con “Satisfaction”, si antes no se fundía el bombillo 5-U4.

Sus piezas transmitían singular pasión, quizá por una combinación de factores: frases rotundas que le movían el piso a hipócritas y calambucos; deseos que no se confesaban habitualmente en las relaciones de pareja; fusión de ritmos que armaban un collage de géneros, y aunque emergían del rock and roll, coqueteaban con el country, el folk, el reggae, el jazz, el gospel, el blues… y daban paso al rock psicodélico.Así entraron los Rolling Stones en mi gusto musical; sus piezas transmitían singular pasión, quizá por una combinación de factores: frases rotundas que le movían el piso a hipócritas y calambucos; deseos que no se confesaban habitualmente en las relaciones de pareja; fusión de ritmos que armaban un collage de géneros, y aunque emergían del rock and roll, coqueteaban con el country, el folk, el reggae, el jazz, el gospel, el blues… y daban paso al rock psicodélico. Muchos años después, cuando vi sus videos, pude disfrutar en las pantallas gigantes que ya los acompañaban, el juego de símbolos, incluidos los satánicos, para complementar una proyección escénica única: Mick Jagger agitando los brazos, entrecruzando las piernas, haciendo vibrar su cuerpo más de medio minuto, improvisando movimientos bruscos henchidos de pasión; la sonrisa de Keith Richards y su espectacular y limpia digitación en la guitarra; la aparente pasividad del baterista Charlie Watts, en admirable ejercicio de concentración para su impecable ejecución; el ataque de los riffs de Ronnie Wood caminando por el escenario…

Nunca hubiera creído que vendrían a Cuba. Aunque la presencia de Mick Jagger en La Habana fue como un presagio. Cuando se anunció la actuación de la banda, me di una palmada en la cara para comprobar que no estaba soñando, y solo me convencí de que era cierto cuando transitaba por la calle Santa Catalina y veía crecer el increíble escenario con gigantes pantallas, torres, carpas, series de bafles y luces, contenedores y toneladas de equipos. Me preparé para presenciar el mayor espectáculo musical que jamás hubiera sonado en Cuba: el 25 de marzo ―paradójicamente, un Viernes Santo― sería mi acontecimiento histórico. Desde por la mañana preparamos en casa panes y agua, chocolates y refrescos, y salimos después de almuerzo a recorrer nuestro “camino de Santiago”, en compañía de tribus del rock de todas las edades, visitantes de varios países con banderas a veces inidentificables, recién llegados de alguna provincia preguntando la dirección, madres con hijos y abuelas con bastón guiadas por sus nietas, familias enteras e incompletas, adolescentes desde 12 años hasta cerca de 80 con el mítico logo de la lengua y los labios estampado en pullovers y camisetas, jóvenes tatuados y con piercings que avanzaban juntos y eufóricos vestidos de negro, muchachas de mejillas pintadas, estudiantes con un ruidoso desborde de alegría, obreros que cantaban bajito las canciones de los Rolling e intelectuales con espejuelos oscuros y disfrazados que caminaban en silencio… parecía una rara marcha del “pueblo combatiente”.


Foto: Yander Zamora

Al llegar, un policía ayudó a mi compañera a cruzar la base donde estaba la cerca perimetral de la Ciudad Deportiva, y a mi hijo, con su tipo de extranjero ―muy alto, rubio, de ojos claros y mirada distraída― no le registraron la mochila donde llevaba un botellón de vodka que repartió a su grupo de amistades, a buche y medio por persona. Nos tiramos en la hierba para esperar la hora señalada, encontramos a los leales del rock, identificamos rostros conocidos y otros que reconocimos solo por el destello de complicidad epocal que brillaba en sus ojos. La larga espera nos ayudó a entablar conversación con desconocidos y a repasar con los amigos las historias de siempre. Y por fin, las 8:30, y las y 35, y la escena se iluminó con los primeros acordes de “Jumping Jack Flash”; todos comenzamos a brincar y a gritar en un ataque de frenesí colectivo: no era un sueño, ahí estaban los Rolling Stones en vivo, con su esperado repertorio: “Brown Sugar”, “Sympathy for the Devil”… “Angie” la bailé entre lágrimas y bajo una luna que anunciaba la primavera.


Foto: Kike

Mick Jagger prodigó en español elogios al enardecido público, y me conmovió su gratitud a Cuba por la buena música que ha regalado al mundo. Algunos no pararon de bailar en más de dos horas y media de concierto; vi pasar tres “maduros” desmayados por falta de oxígeno después de sus libaciones etílicas. Dicen que la multitud sobrepasó el millón. Cuando “Satisfaction” anunció el final, pensé que Los Terrestres habían adelantado en más de 50 años el inicio y el cierre de este concierto. Me quedé en el aire cuando se apagaron las luces, y de regreso a casa todos íbamos tarareando canciones, hasta hoy.