Mi vida sin Fidel

Ricardo Riverón Rojas
27/11/2017

Mi vida sin Fidel son notas al pie, acotaciones, paratextos, ex libris. Dos fechas sirven para abrir y cerrar el paréntesis dentro del cual se encuentra todo lo que soy. El primero de enero de 1959 lo abre; el 25 de noviembre de 2016 lo cierra. Todo lo que vale la pena leer, contrario a la gramática común, está dentro de ese largo paréntesis.
 

Arcángeles del Alba,  Nelson Domínguez.
 

Antes hay cuentos infantiles, leyendas, la incertidumbre que toda vida es cuando no se sabe qué será. También todo el cariño familiar, intacto, nuevecito de paquete, verde y fresco. Sucedieron cosas bellas, sobre todo porque los que me querían estaban a mi servicio y tenían cómo mantenerme soñando. Fue poco lo que tuve, pero no fue poco, porque fue suficiente. Fueron 9 años en los que no sabía bien para qué servía estar vivo, ni me lo preguntaba, pero la vida se empeñaba en poner delante de mis ojos cosas que luego supe se llaman ilusión.

Otros quizás no tengan una prehistoria tan idílica, pero estoy escribiendo, casi desde la inocencia, un texto personal, íntimo, aunque después lo haga público. Antes del paréntesis hay un punto y aparte. Un párrafo que parece una arcadia.Un exergo de algo que dijo una persona común sobre lo que podía ser en mi vida: bodeguero, carpintero, electricista (oficio que matriculé por correspondencia en la National School). Pero nada de eso fui. Se abrió el paréntesis, y con él, una diversidad que me llevó por los caminos más insospechados y –hoy lo sé– gloriosos.

Vivíamos (mi madre, mi hermana y yo) con mi abuela y mis tíos. Ellos conspiraban contra Batista; en el caso de mi abuela, a caja destemplada. Mis tíos, de manera más sigilosa, escondían armas y personas que iban rumbo a la Sierra, mandaban pertrechos a los alzados, vendían bonos del 26. Tan público era el fidelismo de mi abuela que el sargento Guimbarda (militar limpio y honesto que nunca la denunció) una vez le jugó una broma echándole por debajo de la puerta la siguiente cuarteta:

Vieja, aunque usted no lo crea

Y quiera mucho a Fidel,

Batista está en el poder

Y es el toro que más mea.

Yo lo observaba todo, mi cofre se iba llenando, y el color lo ponía aquel televisor Crosley en blanco y negro en el cual veía películas, novelas jaboneras, Jueves de Partagás, El Cabaret Regalías o Ace hace de todo Y también a Willy Miranda en el short stop del Almendares. O a Minnie Miñoso poniendo a bailar el chachacha a todas las bolas que chocaban con su bate. También los biliosos (y odiosos) comentarios de Otto Meruelos.

Y llegó la batalla. Llegó el primero de enero del 59. Empecé a leer mi vida de otra forma; lo supe desde el primer momento pese a mi corta edad. Empezó lo que me pondría de verdad en el mundo. Sería una lectura larga, a la que no quiero someter a mis interlocutores, pero con una sola oración: “aprendí el oficio de hombre”, quizás consiga el resumen más urgente que me dicta el cariño.

Hace un año se cerró el paréntesis. Hay puntos suspensivos, pero también hay certezas. Tenemos a nuestro favor todo lo que hemos escrito y hecho los cubanos en este medio siglo. Solo me resta decir que en lo que vino en los días posteriores al 25 de noviembre de 2016, volví a ver (con otro signo) aquel fervor de mi primero de enero de 1959. Ojalá en mi vida sin Fidel, de ahora en adelante, siga desbordándose esa lluvia de pueblo.

Fuente: Revista Casa