Michelangelo infinito

Daniel Céspedes Góngora
9/12/2019

¿Hacia dónde va el documental en la actualidad? ¿Cuáles son los límites de un género en apariencia restringido a unas fórmulas o moldes entre tradicionales y en “escasos” tanteos? ¿Cómo se atreve, con la información verídica que existe, a ampararse descaradamente en lo (e)fictivo del relato fehaciente, de la posibilidad estimable? Es que importa más recrear un testimonio que registrarlo. En consecuencia, la (re)creación estimula a llenar los vacíos de la Historia y estetizar lo acreditado como lo desconocido porque, desde hace tiempo, no nos incumbe tanto qué pasó, sino cómo pasó, imaginárnoslo.

Michelangelo infinito. Foto: Internet
 

El contenido influye en la forma. Pero sabemos cómo la forma determina la asimilación del contenido. En eso se concentra la vitalidad expresiva del documental. Más del documental biográfico sobre artistas, en que, sin abandonarse el consabido método de la entrevista mediante la exposición de quienes confiesan o protagonizan, la voz en off del narrador, como la curva de interés, pueden adquirir menos valor adrede en la búsqueda de otra visualidad que custodie e influya en el relato cronológico y hasta en la manera de narrar o viceversa. Lo hemos visto en algunos materiales que, sin alardes visuales como remedar por ejemplo tableaux vivants (pinturas vivientes), el pintor mira a la cámara y, cuando no es el propio narrador como en Rubens, la exaltación de la sexualidad (Philippe Picard y Jérôme Lambert, 2004), se opone a él, le habla directamente al espectador como en un audiovisual actual sobre Caravaggio. En otros, se advierte cierto apego a una visualidad que parece tradicional; sin embargo, cuanto se nos muestra y nos dice es lo dominante, caso de Diego Velázquez o El realismo salvaje (Karim Aïnouz, 2015), Goya, el secreto de la sombra (David Mauas, 2011), El jardín de los sueños (José Luis López-Linares, 2016) y hace no mucho, con los privilegios de la alta resolución que supone el empleo de 4k y 8k según corresponda, empiezan a aparecer documentales (Bernini en la galería Borghese, Francesco Invernizzi, 2018, por ejemplo) entre la ficción y el testimonio que son, asimismo, atractivos por sus imágenes o, como se dice en los avances de Caravaggio, el alma y la sangre (Jesús Garcés Lambert, 2018): “un evento cinematográfico único, una experiencia visual extraordinaria, un viaje sin precedentes a través de la vida, las obras y los tormentos de uno de los artistas más queridos en el mundo”. De Emanuele Imbucci nos llega Michelangelo infinito (2018), con Enrico Lo Verso como Miguel Ángel e Ivano Marescotti como Giorgio Vasari.

Miguel Ángel y Vasari, ya ancianos, y por separado, reflexionan sobre la descomunal capacidad creadora del primero a partir de obras representativas: La Piedad, el David, el Moisés, los frescos de la Capilla Sixtina, La cúpula de San Pedro… Vasari (1511-1574), escritor de Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, le sobrevivió diez años a Michelangelo Buonarroti (1475-1564). Acaso el autor de El tondo Doni conociera la primera edición del volumen biográfico mencionado, pues se publicó entre 1542 y 1550. Él moriría precisamente en el mismo año en que nacieron Galileo Galilei, William Shakespeare y Christopher Marlowe.

Michelangelo infinito se centra en el acontecimiento visual de la obra de uno de los tres grandes creadores del Renacimiento italiano. Pero no renuncia a repasar aspectos de la vida del también poeta que repercutieron, claro está, en soluciones técnico-formales, cuando no conceptuales de su arte. Pues Miguel Ángel era tan intelectual como artista y estuvo al corriente de cuanto sucedía a su alrededor. Admirado y con malas pulgas, supo de rivalidades, aunque tenía poco tiempo para resentimientos. Gustaba más del garbo y afecto masculinos que femeninos. Enterado del mérito tanto estético como temático de su arte, llegó a dominar pronto el concepto plástico-pictórico del Cinquecento, al paso que aproximaba —por el dramatismo de las figuras, en que sobresalió lo teatral y hasta coreográfico— el advenimiento del Barroco.

El documental de Imbucci resalta por la puesta en pantalla, donde amén de lograr el ambiente y contexto epocales, con un hermoso claroscuro en las escenas interiores, luce la relación de aspecto de lo que el director sabe que tiene para mostrar: el vínculo de las diferentes manifestaciones artísticas: arquitectura, pintura, escultura, música… Para ese entonces, tal vez era habitual que genios como Miguel Ángel y Da Vinci poseyeran una visión de conjunto o totalizadora que luego asentaría el séptimo arte. Entre el montaje alterno y el monólogo frente a cámara, Lo Verso y Marescotti procuran (y lo logran) armonizar aportando sus fuerzas interpretativas a la jactancia visual de una propuesta que complementa lo que no pudo mostrar en su momento La agonía y el éxtasis (Carol Reed, 1965). Michelangelo…, no lo niega, es un material concebido con fines didácticos divulgativos según las exigencias fílmicas de los espectadores contemporáneos.

Al contemplar la obra de Miguel Ángel, uno puede llegar a preguntarse: ¿podía uno de los genios del Renacimiento reflexionar sobre algo o alguien sin descuidar otros asuntos de su atención? Para Marguerite Yourcenar esto podía acarrear un conflicto antes de la elaboración e incluso durante el proceso de la obra. A propósito de un texto tántrico de Cachemira, la autora de Memorias de Adriano aconseja lo siguiente: “No se debe fijar el pensamiento”; otra cosa es la atención. Pero fijar el pensamiento no, porque ya este es una opinión y “se trata de que el espíritu permanezca sin opinión para reflejar todas las cosas”.

Cuesta trabajo aceptar que Buonarroti lograra fijar el pensamiento a un tiempo que reparar en todo mientras creaba. Casi que es imposible figurárnoslo sereno y, en rigor, tenía que lograrlo, no obstante luego su pintura y escultura lo desdijeran en esa consecuencia formal exquisita y bella que lidiaba con la convulsión de las circunstancias. Había que desvivirse, arrastrar duro una época cambiante y muy competitiva. De ahí esos pares encontrados en su obra: contención-exaltación, éxtasis-impulso, ascensión-caída, amor-odio, juventud-vejez, belleza-fealdad, vida-muerte… y todo bajo la eterna inconformidad de quien le imponían y se imponía desafíos sobrehumanos para cumplirlos. Aquí no deja de insinuarse que cada conquista y seres humanos van con su época. Son pocos, muy pocos, los que la trascienden.

Con la sospecha que implica interactuar con la obra de un creador muy distante, aunque solo en apariencia, entreguémonos al esparcimiento sensorial ante Michelangelo infinito (2018), certeza de un artista aún extraordinario e influyente, quien fuera llamado el Divino.