Miguel Barnet, ¿también un hombre de cine?

Fidel Antonio Orta
27/11/2018

Aunque el espacio es ideal y el tema bien interesante, existe un enemigo que impone su voluntad a toda costa: el tiempo. Por tal motivo, no me queda otro remedio que ser breve, pues en solo 15 minutos tendré que responder la pregunta que da título a mi intervención: Miguel Barnet, ¿también un hombre de cine?

Gaetano Longo y Fidel Orta Pérez. Foto: Abel Carmenate

Un collage en blanco y negro de imágenes en movimiento me hace recordar ahora el año 1963: el ciclón Flora; la muerte de Benny Moré; el atentado al presidente John F. Kennedy; revuelo mundial de Los Beatles con su disco Please Please Me, y la publicación de un revelador poemario, La piedra fina y el pavo real.

He ahí el primer libro de Miguel Barnet, que en aquel momento tenía 23 años. Lo traigo al ruedo para fijar, con toda intención, que estamos ante un escritor que tuvo, tiene y tendrá siempre en la poesía su emblema dominante. Para mí, y como parte de un proceso integrador ascendente, es la lírica el elemento sustancial que lo define. El Barnet poeta, dueño de un contenido síquico que lo hace orgánico desde la raíz, está en todas partes, donde alcanzan vuelo después los otros migueles: el narrador, el etnólogo, el ensayista, el folclorista, el fabulista, el periodista y el promotor cultural por excelencia.

Decía Miguel hace ya varias décadas:

Hay gentes como tú

que se pasan la vida amando o maldiciendo

Haciendo muecas y hablando solos

en los pasillos oscuros

Que toman un taxi

se quejan, comen frutas y pájaros secos

                            Dicen que la vida es algo terrible o maravilloso

No leen un poema, pero se acarician el pelo y la cintura.

                            Gentes que devoran la Biblia,

sin embargo,

el Manifiesto Comunista acaso

y un día se levantan

con los estruendos habituales,

dan un manotazo en la puerta,

una víscera o un poco de ternura

y mueren para que la Revolución no sea un montón

de papeles y comience de nuevo.

Y es así como el joven poeta, en el mismo 1963, hace su primera incursión en el cine: asesor del documental Cuentos del Alhambra, de Manuel Octavio Gómez. Tres años más tarde, convertido ya en un intelectual de alto calibre, escribe y publica Biografía de un cimarrón, una novela-testimonio que es hoy un auténtico mito literario, como también lo son, para gloria de la narrativa cubana, Cecilia Valdés o La loma del ángel, de Cirilo Villaverde; El reino de este mundo, de Alejo Carpentier; Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante y Paradiso, de José Lezama Lima.

Foto: Internet

En el cine cubano de los años 60 existía un hervidero intelectual sin precedente, visualizándose una realidad de especial significado: muchos hombres de cine eran también hombres de letras; y muchos hombres de letras, eran también hombres de cine. ¿Cómo no pensar entonces que Miguel Barnet continuaría acercándose a ese mundo? Su presencia en todo aquel universo-irrepetible se hacía lógica, y yo diría que hasta necesaria, lo que me lleva a formular la siguiente pregunta: ¿fue solo una cuestión del azar que el rostro de Miguel Barnet apareciera en la película Memorias del subdesarrollo? Hablo de la antológica escena de la mesa redonda, presidida por Salvador Bueno y Edmundo Desnoes. La cámara, auxiliándose en los poderes de un paneo lento, muestra un plano del público asistente. Y es allí, con espejuelos casi oscuros, donde aparece Miguel Barnet, sentado a la derecha de otro muy talentoso joven: Ambrosio Fornet.

Memorias del subdesarrollo marcó el reencuentro de Miguel Barnet con el cine. Porque ese año, dígase 1968, se estrena como guionista en el documental Hombres de mal tiempo, del realizador argentino Alejandro Saderman. De allá para acá, suman 50 años de un sostenido vínculo con el séptimo arte. Pero este sostenido vínculo hay que analizarlo en tres vertientes:

Cuando analizamos la primera vertiente, hay algo cardinal que llama la atención: los directores con los que ha trabajado. Además de los ya mencionados Manuel Octavio Gómez y Alejandro Saderman, aparecen otros de indudable valía: Tomás Gutiérrez Alea, Juan Carlos Tabío, Enrique Pineda Barnet, Luis Felipe Bernaza, Sergio Giralt, Oscar Valdés, Mario Rivas, Miguel de los Santos, Jorge Perugorría y Rolando Almirante, este último como director del excelente documental Miguel Barnet, un animal de sueños (2008), de obligada referencia si de migueles se trata.

 Escena de Una pelea cubana contra los demonios. Foto: Internet

En estos 50 años de sostenido vínculo con el cine cubano, se cuentan más de 15 colaboraciones directas; y ajustándonos a la primera vertiente, no hay ninguna década que se quede vacía. Para demostrar un poco más lo que afirmo, recordaré algunos títulos:

    – Boniteros, documental (1969)

    – Una pelea cubana contra los demonios, largometraje de ficción (1971)

   – El tercer descubridor, documental (1981)

   – Rita, documental (1997)

   – Cimarrón, historia de un esclavo, documental (2011)

Viendo en el tiempo la segunda vertiente, se hace necesario detenernos en tres largometrajes:

    – Gallego, 1987, de Manuel Octavio Gómez, basado en la novela del mismo nombre, publicada en 1983.

    – La bella del Alhambra, 1989, de Enrique Pineda Barnet, basado en la novela Canción de Rachel, publicada en 1969.

    -.Fátima o El parque de la fraternidad, 2014, de Jorge Perugorría, basado en el cuento del mismo nombre, publicado en 2006.

Pero ya en la tercera vertiente, concentrada en aquellos elementos narrativos que le permiten a directores y guionistas de cine versionar la obra literaria de Miguel Barnet, se hace necesario explicar, desde mi propia experiencia, algunos aspectos que resultan determinantes. ¿Cuáles son entonces los principales elementos seductores? Habría que comenzar por la singularidad y originalidad que tienen los personajes protagónicos de Miguel Barnet.

Para un director (o guionista) eso es fundamental, pues se trata de interlocutores que, además de sinceros e imaginativos, no son para nada predecibles. Sobre esos protagónicos recae siempre el interés sicológico de la obra.

Miguel Barnet es un maestro en el arte de mantener la intensidad del conflicto a través de la acción, y es precisamente a través de esa acción que él va, poco a poco, caracterizando a sus personajes; algo que puede llegarnos a través de una disertación monologar, de un soliloquio o de un diálogo en cualquiera de sus variantes: discursiva, narrativa o telescópica. Por ejemplo, ¿puede existir un personaje más seductor que Esteban Montejo, o que Rachel, o que Fátima, o que Julián Meza?, este último como protagonista de La vida real (1986), una novela que, de cumplirse los compromisos contraídos, también tendrá su versión cinematográfica el próximo año.

Director y guionista quedan hechizados con la armonía que Miguel Barnet le imprime al tiempo cronológico (y también al sicológico) de la historia, lo que al mismo tiempo le permite al realizador de cine acudir a la retrospectiva en función de ir colocando en su lugar vasos comunicantes, patrones de cambios, datos escondidos, resúmenes y saltos cualitativos.

Si ya mencionamos como un elemento seductor a los tiempos de la historia, también debemos referirnos al tiempo de la acción, que en el caso de Miguel Barnet nunca padecerá los rigores de la eternidad plástica. Al director (o guionista) le fascina el ritmo, el movimiento, el poder contar una historia donde lo que impere sea el rugir enamorado de un tiempo específico y circular, única forma de tocar con las manos la llamada ley del interés: un comienzo que atrape, un punto medio que abra los márgenes de la sugerencia y un final que permita el inicio de otra historia.

Carlos Enrique Almirante y Miguel Barnet. Foto: Trabajadores

Pienso que a estas alturas ya está respondida la pregunta que le da título a mi intervención. Quede entonces registrada en esta sala una última frase: Miguel Barnet, el joven poeta del inicio, es también un hombre de cine.

Muchas gracias.