Mijaín López y la “película” que debemos regalarle

Hassan Pérez Casabona / Foto: Carlos Guzmán Negrini/Vanguardia
9/8/2019

Los Juegos Panamericanos de Lima reservan sus mayores emociones en las jornadas finales. Más allá de la posibilidad latente de rebasar la treintena de pergaminos dorados y el lugar colectivo final que ocupe nuestra embajada atlética (en fraterna porfía, principalmente, con Canadá, México, Colombia y Argentina, habida cuenta de que Estados Unidos y Brasil están instalados en la cima de la justa) un acontecimiento, entre las múltiples alegrías proporcionadas por los exponentes de la Mayor de las Antillas, adquiere ribetes especiales por derecho propio. Me refiero a la quinta diadema alcanzada por el excepcional Mijaín López, proeza nunca antes conseguida por gladiador alguno en estos eventos.

El Coloso de Ébano vueltabajero ha sido, desde la convocatoria de Santo Domingo en el 2003, mandamás absoluto en estos certámenes; primero en los 120 y luego en los 130 kilogramos, ciñéndose cada corona en disputa de una forma categórica. Es tal su dominio que fue en la cita de Río de Janeiro, en el 2007, donde por última vez sus oponentes lograron marcarle un punto técnico. En la capital peruana, como mismo hizo en Guadalajara 2011 y Toronto 2015, ninguno de sus rivales ni siquiera lo inquietó dentro de la duela.

Se trata de un refinamiento extraclase, en el sentido más abarcador, de que estamos en presencia, simplemente, de faenas de ensueño, para cualquier profesión. En el universo deportivo en específico, actuaciones de este talante son prácticamente poco menos que imposibles, dada la naturaleza misma del quehacer relacionado con la cultura física y el elevado nivel competitivo que, cada vez más, exhiben los torneos que se organizan a lo largo y ancho de la geografía planetaria. Mijaín lleva años no solo en la cúspide de su disciplina, sino que ascendió a ella teniendo como pilares de la maestría que fraguó, sin concesiones de ninguna índole, la belleza y elegancia en sus presentaciones.

Ahora bien, el propósito de estas líneas no es profundizar en cada detalle de la ejecutoria fenomenal de este gigante (confieso que es difícil resistir esa tentación), cuyo carisma y sencillez, además, son dignos de emular con su grandeza dentro de los colchones. La intención es otra: hacer una propuesta con la que, probablemente, coincidirán no pocos de nuestros compatriotas y, es válido apuntarlo, un número nada despreciable de personas procedentes de diversos confines.

La gesta de otra galaxia cincelada por este ser humano merece ser llevada al celuloide. Aclaro que me detengo en el séptimo arte porque, desde la invención, en el ocaso decimonónico, de los hermanos Lumiere para acá, el impacto de esta actividad creadora, por razones que no es necesario enumerar aquí, desborda encasillamientos etarios o regionales, de manera especial cuando se trata de una verdadera obra de arte.

Es obvio que los resultados obtenidos por el pinareño pueden despertar el nacimiento de novelas, documentales, obras pictóricas, elegías, temas musicales, puestas en escena teatrales o series televisivas, por solo referirme a varias de las más conocidas. De hecho, algunas de ellas de seguro ya existen y otras, a no dudarlo, proseguirán en el futuro. Pero el cine se me antoja —reitero, sin negar ninguna de las otras manifestaciones— como puente idóneo entre la leyenda cimentada por un ser humano de carne y hueso y las presentes y futuras generaciones.

Sé que es un reto, el cual muchas veces se prefiere no asumir, debido a que hay un temor nada infundado de no ser capaz de atrapar, en toda su dimensión, la excelencia de una trayectoria vital de esta envergadura. Es algo que ha sucedido y que, desgraciadamente, también ocurrirá en lo adelante. Existen también, por fortuna (no hace falta hacer una relación de ellas) no pocos ejemplos de extraordinarias producciones cinematográficas que, con relación a la vida de hombres y mujeres de las más disímiles órbitas, se convirtieron en auténticas muestras de elevado rigor artístico que siempre debemos agradecer.

Mi convocatoria va en esta última dirección. Me “aprovecho” al mismo tiempo —no me sonrojo al revelarlo— de la cuota elevada de simbolismo que entraña este caso concreto. En Mijaín se condensan, superando lo metafórico, las historias fecundas, para no abandonar el entorno deportivo, de Stevenson, Juantorena, Sotomayor, Ana Fidelia, Mireya Luis, Driulis González, Omar Linares, y tantos otros de los más emblemáticos representantes del devenir atlético insular de las últimas décadas.

No hablo de reflejar únicamente los innumerables momentos de gloria que este luchador nos ha brindado, en los más exigentes escenarios y desde la más temprana juventud. Tampoco de la descripción cronológica detallada sobre cada pegada espectacular con la que desbancó a sus contrincantes, en el estilo clásico.

Me refiero al desafío de captar (desde la realización más excelsa que constituye la epopeya deportiva) las “esencias” de este ser humano que se abrió paso desde un pequeño poblado del occidente del país, hasta convertirse en ícono de los mejores valores de la juventud a escala global.

Mijaín, como si fueran pocos sus tres metales áureos olímpicos en Beijing 2008, Londres 2012 y Río de Janeiro 2016 (y el hecho de que es candidato a levantar su cuarto trofeo en la venidera contienda bajo los cinco aros de Tokio 2020, algo que no pudo conseguir ni siquiera el también fenomenal Alexander Karelin) muestra cinco preseas de oro en Campeonatos Mundiales, ha llevado en ocho oportunidades (es un secreto a voces que en la capital nipona lo hará por novena ocasión) nuestra enseña nacional en los desfiles inaugurales de juegos multideportivos centroamericanos, panamericanos y olímpicos. En todos los casos correspondió a ese honor supremo escalando a lo más alto del podio y haciendo que se escuchara en los altavoces de dichas instalaciones las notas formidables del Himno de la Patria. Esas ceremonias refrendaron que su condición de portaestandarte rebasaba con creces el firmamento atlético.

Foto: Granma

Reitero que mi proposición tiene mucho de reto, pero tampoco tengo dudas del enorme patrimonio en directores, guionistas, productores, camarógrafos, actores, maquillistas y personal de apoyo en general cultivado en todos estos años.

En el aniversario 60 de la Revolución, y la enorme puerta que con ella se abrió en el terreno cultural —esa que según nos enseñó Fidel convierte en realidad la premisa de que el talento y el genio son fenómenos de masa, solo posibles de cultivar con el socialismo— a través de Casa de las Américas, el ICAIC, el sistema nacional de escuelas de arte y decenas de instituciones diseminadas a lo largo y ancho del país, me parece un desafío que podemos encarar con la misma altura con que los deportistas hacen que fulgure en Lima, de muchas maneras, lo mejor de nuestro pueblo y, en buena medida, de cada uno de nosotros.

No ignoro, en modo alguno, que cada proposición tiene implícito un componente material, pero ello nunca ha sido obstáculo para que dejemos de soñar y crear. Desde esa óptica es que me atrevo a sugerir que le “regalemos” un filme, desde la gesta de su vida, a este muchacho grande y risueño que nos alienta invariablemente, en cualquier ámbito, a ir por más y no dejar de superarnos.