Mis 22 años

Rubén Darío Salazar
11/8/2016

Hace tiempo yo anhelaba

encontrar la dicha eterna… [1]

Parece que 1994 fue ayer. Cuba vivía el llamado Período Especial junto a la llamada “crisis de los balseros” y un grupo de artistas amigos creamos en el Teatro Sauto, de Matanzas, bajo el título ¡Viva el verano!, un espectáculo paliativo para aquellos difíciles momentos. Ese fue el inicio de todo, un canto a la felicidad en un agosto incandescente. Actores, cirqueros, titiriteros, bailarines, músicos y pintores nos mezclamos en un proyecto que 22 años después todavía perdura.

Con ese fusionado principio de Teatro de Las Estaciones, que no es mío —como profesional de los retablos cumpliré tres décadas dentro de un año, pues comencé en 1987 en Teatro Papalote—, nunca podría expresarme sobre la creación dramática con criterios absolutos. Viví los tiempos del Instituto Superior de Arte de La Habana (ISA), en que las diversas manifestaciones artísticas se mezclaban como un todo, libres de riendas. Podíamos encontrarnos lo mismo al pianista Gonzalito Rubalcava ensayando en el aula magna, que al director y actor Roberto Blanco, con su voz estentórea, montando escenas para una graduación de actuación; al pintor Roberto Fabelo de paseo por los laberintos de la facultad de artes plásticas; o al gran teatrista Vicente Revuelta con su figura desgarbada y enigmática, desandando los pasillos de la edificación que todos llamábamos  Elsinor. También recuerdo ver pasar al excelso bailarín José Manuel Carreño, muy joven, por los pasillos inferiores de los albergues de estudiantes ¿A quién de los que allí estudiamos en esa época puede olvidársenos la imagen de la maestra Flora Lauten practicando con sus alumnos el método de las analogías y homologías? Demasiadas y diversas influencias como para salir del Instituto marcado por algún tipo de purismo.

Recorridos por Las Estaciones los primeros caminos de promesas, encontronazos y resultados, recibimos el siglo XXI mirando hacia detrás y hacia delante, atentos a la relación actor-figura, al encuentro del arte de la manipulación de muñecos con la imprescindible imaginación, al enfrentamiento del signo y el símbolo en una puesta en escena compartida por actores y títeres. Dar una ojeada hacia dentro y hacia fuera nos ha permitido conocer mucho de la historia titiritera nacional e internacional, plagadas ambas de lagunas, cimas, vados y desiertos.


Foto: Cortesía Teatro Las Estaciones

No soy un director escénico formado en una academia especializada, me gradué como actor y luego me fui haciendo en la práctica. Ver dirigir al maestro René Fernández y diseñar a Zenén Calero, otro maestro, me llevó a crear mis propios métodos, pero sobre todo me llenó de interrogantes sobre la profesión. En ese fragor me encontré con otras poéticas escénicas que no conocía: la de los hermanos Camejo y Carril, Roberto Fernández, Félix Dardo, por citar algunos nombres imprescindibles que ya no están. A unos los conocí personalmente y hasta alcancé a dialogar con ellos.

Al viajar a otros países hallé propuestas titiriteras tan inquietantes como las del Marionetteatern, de Michael Meschke, en Suecia; la Compañía francesa de Phillipe Genty, la obra del norteamericano  Roman Paska, o los juegos de sombras de Fabrizio Montecchi con el grupo Gioco Vita, de Italia. Todo eso ha conformado el estilo de Teatro de Las Estaciones, somos una especie de “Frankenstein” donde lo inamovible y lo inerte está ausente de nuestras razones.

“Pero como ser humano,

me contradigo y me opongo…” [2]

Del unipersonal La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón (1996), según un cuento popular andaluz recogido por García Lorca, a El sueño de Pelusín (1999), de nuestra simpar amiga Dora Alonso, los caminos iniciados nos han permitido pasar del títere de guante y bastón a las sofisticadas varillas, la máscara, el esperpento, los objetos, la sombra. El teatro de figuras parte siempre de una imagen esculturada, de una técnica de manipulación precisa; su concepto espectacular incluye banda sonora, textos, movimientos y al actor, el cual tiene que estar presente con todas sus potencialidades psicológicas, físicas y culturales, nunca como un títere más.

El teatro de figuras es esencialmente teatral; aun en los montajes más simplificados, donde se utiliza apenas un títere digital o un sencillo objeto, es dificultoso huir de la teatralidad, de la metáfora, de la ironía, de lo alegórico, es algo consustancial al oficio, a su desarrollo en el tiempo, desplazado en la actualidad hacia nuevas tecnologías, muñecos animatrónicos, proyecciones holográficas, deslumbrantes mecánicas, lo cual no representa ninguna garantía de éxito.


Foto: Sonia Almaguer

Como director artístico he ido cambiado y enriqueciendo mis conocimientos con los nuevos aprendizajes, es natural; pero no he desechado nada de lo anterior, sigue ahí como el escalón primigenio. Dirijo discutiendo y dialogando. No soy dueño de ninguna verdad, solo de mis sueños y elucubraciones. Para que esa sensación onírica bajo la que uno crea se haga realidad, emoción, asunto cuestionador, tienes que armonizar con tus colegas [3], después todo toma su propia ruta.

Hay muchas verdades en el teatro de figuras, en la imagen, en sus palabras metafóricas o soeces, en el silencio o sonoridad musical, en el cuerpo del actor o del muñeco, o entre ambos, cuando comparten escena. Comencé haciendo grandes revistas musicales infantiles y luego trasladé mis ideas hacia un teatro íntimo. Recientemente he vuelto a los grandes públicos, como ocurrió con Cuento de amor en un barrio barroco (2014), producción con la cual me di el gusto de unir títeres con orquesta en vivo y tener como protagonista principal a William Vivanco, un cantautor popular de estilo tan fusionado como el nuestro.

Crecimos del Teatro Sauto a la Sala Pepe Camejo, por lo que a la fuerza hemos tenido que pensar en espectáculos elásticos, que pueden atomizarse desde lo grande a lo pequeño —así sucedió con La caja de los juguetes (2003), Los zapaticos de rosa (2007), Federico de noche (2009), Canción para estar contigo (2011), Pinocho corazón madera (2011) y Alicia en busca del conejo blanco (2013)—; o de lo pequeño a lo grande, como La niña que riega la albahaca…(1996), El patico feo (2006), Una niña con alas (2009), o El irrepresentable paseo de Buster Keaton (2014). Tengo ejemplos clarísimos de esa ductilidad en festivales de Cuba y el mundo [4].

“Mi tristeza la sepultaré en la nada,

y el dolor del brazo de ella irá…” [5]

Reitero mis ansias de escapar junto a mi grupo de lo “químicamente puro”, de lo aséptico como criterio de verdad escénica. La autenticidad del teatro de títeres reside, para mí, en las contaminaciones con otras artes: estoy seguro que puede congeniar con otros mundos imaginativos y salir renovado. Quien sienta que para su obra lo experimental es lo raigalmente valedero, no debiera limitarse de hacerlo, teniendo claro que cualquier intención de epatar a través del arte será siempre una denuncia en la escena de nuestras propias manquedades. Lo mismo sucede con el llamado teatro tradicional, con sus propios valores y dignidades. El estudio de esta profesión no termina nunca, no está apto para encerrarse en cajitas con los rótulos de tradicional o experimental.

Los teatristas debemos ser, por fuerza, observadores de lo cotidiano. El pulso de los espectadores es el nuestro. Servir, entretener y estimular las entendederas es la labor; no anquilosarnos en formas y estilos que hayan sido exitosos, porque ninguna fórmula es para siempre. No quisiéramos ser los primeros desconcertados ante las reacciones del público por no conocerlo o subvalorarlo. Necesitamos un diálogo real, enriquecedor y, de cierta forma, también educativo. Somos responsables en materia de arte para con nuestra sociedad, por ello no debiéramos tener prejuicios contra la manera de crear de cualquier artista, so pena de aislarnos y desaparecer.


Foto: Sonia Almaguer

El público en Matanzas, La Habana, Santa Clara, Santiago de Cuba o Camagüey,  ha seguido lo que hemos hecho en estos 22 años. Lo único que no ha variado es que se han encontrado en escena a gente feliz, encantada de hacer teatro de títeres. Debe ser por eso que no me interesa buscar la proporción exacta de un montaje a otro, encasillar mis espectáculos en un molde escenográfico, sonoro, dramatúrgico o de técnica de animación. Prefiero la sorpresa. Me encanta provocar el desconcierto en el público o en el especialista que intenta medirte, calibrarte y definirte. Si dejara de apostar por la sorpresa terminaría aburriéndome, hastiándome de lo que más me gusta hacer en la vida.

“Adiós, que de ti no tengo

interés en saber nada, nada…

Nada.” [6]

Somos una nación joven, con una cultura conformada por otras culturas, lo cual marca todo lo que hacemos. Es más fácil distinguir a un mamulengo brasilero, un pupi siciliano o una silueta de sombra hindú, que a un títere cubano. Lo cubano en nuestro teatro de títeres está en muchas cosas, intrínsecamente ligadas a la cultura personal de cada quien del equipo artístico, pero principalmente de los directores, los guías en definitiva de cualquier nave teatral.

Teatro de Las Estaciones no ha terminado. Los premios recibidos, tan disfrutados, quedaron atrás. Lo que consideramos realmente importante es seguir en el camino hacia el futuro, no hacia rincones museables. Quiero que sigan pasando cosas nuevas entre el público y nosotros.

Notas:
1, 2, 5, 6. Fragmentos de la canción Mis 22 años, del cantautor cubano Pablo Milanés.
3. Actores como Freddy Maragotto, Melba Ortega, Arneldy Cejas, Fara Madrigal, Yerandy Basart o Luis Torres, entre otros, han dejado una huella particular con sus brillantes aportaciones en estos 22 años. Lo mismo ha sucedido con las promotoras culturales Cecilia Sodis y Mercedes Fernández, con músicos como José Antonio Méndez, Raúl Valdés, Maricusa Menéndez o Bárbara Llanes; la coreógrafa Liliam Padrón, el joven bailarín Yadiel Durán, el dramaturgo Norge Espinosa, las asesoras Yanisbel Martínez, Yamina Gibert y Yudd Favier. A los actores Migdalia Seguí, Iván García, María Laura Germán, Karen Sotolongo, María Isabel Medina y el diseñador Zenén Calero, miembros actuales, se suman otra larga lista de amigos y colegas inolvidables.
4. Teatro de Las Estaciones se ha presentado a lo largo de toda la Isla, e internacionalmente, en España, Francia, Italia, México, Costa Rica, Venezuela, Brasil, Uruguay, República Dominicana, Martinica y los Estados Unidos.