El caso de José Martí dentro de las letras hispánicas finiseculares es esencialmente particular: en ningún otro escritor como en el propio Martí se combina el pensamiento filosófico y la concepción estética y ética de la literatura con un proyecto político de liberación nacional, que va más allá de la independencia, aunque es sin duda su punto de partida para buscar un modelo de república. Define, desde sus primeras páginas mexicanas en la Revista Universal, su integración al proyecto civilizatorio moderno en el que el hombre como individuo es el centro. Muchos años después dirá: “Yo quiero que la primera ley de mi república sea el culto a la libertad plena del hombre”, con lo cual sella el destino personalísimo de cada individuo. El proyecto ético que domina el universo estético, si es que hay posibilidad de separación en la escritura martiana, se complementa con un deseo que pasa de la pluma a la obra al preparar una guerra y una república nueva, en cuya literatura política plasma iguales aspectos que en su poética. La idea, la añoranza de tiempos pretéritos y fundacionales presente en sus contemporáneos, las llevó a cabo en la guerra que organizó y peleó.

“Desde este prólogo Martí asume en su escritura una contradicción que definirá su poética y la de sus contemporáneos”. Imágenes: Internet

Martí había descrito en el prólogo a “El Poema del Niágara” de Pérez Bonalde la estética de unos nuevos tiempos que podríamos llamar modernos: “Las obras de los tiempos de reenquiciamiento y remolde son por pura esencia mudables e inquietas; no hay caminos constantes. (…) Se anhela incesantemente saber algo que confirme, o se teme saber algo que cambie las creencias actuales. La elaboración del nuevo estado social hace insegura la batalla por la existencia personal y más recios de cumplir los deberes diarios”.[1] Ello tiene sus primeros síntomas en autores que, como el propio Martí, poseen dos virtudes: ser conscientes de su protagonismo y ser portadores de actitudes aparentemente contradictorias, felizmente estructuradas en una nueva dimensión por la sensibilidad de lo moderno; en estos escritores habitan el amor por la tradición y la fe en el progreso, junto a la experimentación de nuevas formas de expresión. Según Ángel Esteban, también en ellos coexisten “la conciencia del estatus privilegiado que ostenta el poeta como ser superior y el desencanto ante el progresivo desplazamiento a que se ve sometido el escritor en la nueva sociedad tecnificada, los estados conscientes o luminosos y los paraconscientes rodeados de vaguedades, el ansia de libertad en la forma poética y la disciplina”.[2]

Desde este prólogo Martí asume en su escritura una contradicción que definirá su poética y la de sus contemporáneos: la incorporación del sujeto moderno al proyecto modernizador, entendido como progreso e industrialización, y la crítica a la propia modernización que pone en crisis, entre otras muchas cosas, el papel del intelectual en la nueva sociedad. Para Julio Ramos es “una meditación sobre el lugar impreciso de la literatura en un mundo orientado a la productividad, dominado por los discursos de modernización y progreso”.[3]

La resolución de esta crisis en el interior del individuo tiene lugar tras la incorporación de la tradición, su asunción como base de la modernidad, la búsqueda de una originalidad, la conversión de la historia en elemento literario e incluso antropológico en el discurso moderno, y en la incorporación como actores, y no como simples espectadores, de los desheredados sociales: obreros, emigrantes y niños dentro del discurso literario. Para Ángel Rama “esos escritores transmutaron el liberalismo económico y político en subjetivismo estético, con sus otros dos grandes demonios: originalidad y novedad, y lo transformaron en literatura”.[4]

Pincelada de la modernidad que recoge su esencia son estos versos:

Oh, sed de amor! —Oh, corazón, prendado
de cuanto vivo el Universo habita;
(…)
De los árboles presos, que a los ojos
me sacan siempre lágrimas: del lindo
bribón que con los pies desnudos
pisa la nieve, y diario o flor pregona.
Oh, corazón, —que en carnal vestido
no hierros de hacer oro, ni belfudos
labios glotones y sensuosos mira,
sino corazas de batalla, y hornos
donde la vida universal fermenta!
Y yo, pobre de mí, preso en mi jaula,
la gran batalla de los hombres miro.

Es la impotencia del hombre, como individuo, que percibe el crecimiento del mundo, la aceleración de los tiempos modernos y que se reduce a un mero espectador, como sujeto poético.

“Y yo, pobre de mí, preso en mi jaula, la gran batalla de los hombres miro”.

Para Nietzsche y para Freud la represión rencorosa, o sea, el conflicto interno del hombre, es el primer motor que pone en movimiento la creatividad del poeta (La genealogía de la moral, Nietzsche, 1887), pues el resentimiento es propio de las naturalezas a las que se les niega la acción verdadera, la de las hazañas, y así dan nacimiento a los valores: en el caso de Martí, el resentimiento se vuelca en la poesía, particularmente en Versos libres, y da cauce en su vida a la preparación de la guerra libertaria y su llegada a la guerra que lo lleva a materializar la hazaña tanto tiempo anhelada.

Martí declara en su poesía cuán profundo es su desajuste en el nuevo universo social, y lo resiente, como el sentimiento (como la sedimentación positiva) de un sentimiento (negativo) de humillación e impotencia, pero que llega a ser creador, y da origen a los valores éticos y estéticos que plasma en su poética:

“Homagno” (fragmento)

¿Por qué, por qué, para cargar en ellos
un grano ruin de alpiste maltrojado
talló el creador mis colosales hombros?
Ando, pregunto, ruinas y cimientos
vuelco y sacudo, delirantes sorbos
en la creación, la madre de mil pechos,
las fuentes todas de la vida aspiro.

Como se aprecia, hay en la poesía de Martí una autocomprensión de la situación del poeta y del artista ante la institucionalización decimonónica: “Ganado tengo el pan: hágase el verso”. Se da una contradicción: los sujetos son modernos y contramodernos a la vez, porque integran en sí mismos y en su obra aspectos sustanciales del programa cultural, al tiempo que lo resienten y denuncian.

En su poética, en sus versos refinados que a menudo viajan al mundo exótico del árabe, a los jardines y habitaciones del Alhambra, a los siglos de oro españoles, se esconden dos ideas opuestas, contradictorias, pero coexistentes: por un lado, la huida a un mundo paralelo, y por otro, la reactualización de la historia para la construcción del presente.

Yo quiero salir del mundo
por la puerta natural:
en un carro de hojas verdes
a morir me han de llevar.

Y también:

Yo quiero, cuando me muera,
sin patria, pero sin amo,
tener en mi losa un ramo
de flores, —¡y una bandera!

Los anteriores versos tienen como antecedente directo:

—Madre, cuando me muera, no me entierren en sagrado.
(…) Me entierren en un verde prado,
donde me pisen las damas y paseen los ganados.

(Del romancero español, aquí reactualizados)

El modernismo, por su parte, da cauce expresivo a un momento de crisis intensa de la modernidad. Tiene sus raíces en el Renacimiento, pues el hombre comienza a situarse en “el centro del mundo”, aunque su trayectoria posterior sea la búsqueda de ese “antiguo centro perdido” que, en el caso que nos ocupa, da lugar a un discurso antropocéntrico en el cual el hombre-poeta actúa como redentor del universo.

“Su sensibilidad es también romántica, pero ese romanticismo está frenado, equilibrado”.

Martí, con un rasgo típicamente romántico, penetra en los caminos profundos de lo existencial, en las reflexiones en torno al destino y la función del hombre en el mundo; su sensibilidad es también romántica, pero ese romanticismo está frenado, equilibrado. Con mayor acierto podríamos decir que en sus textos hay una amalgama de tendencias que hace coetáneas —algunas antiguas, otras nacientes—; su deseo de nutrirse de todo —aspecto que no solo se trasluce en la lectura de sus versos, sino que se corrobora con el estudio de los manuscritos que constituyen su taller de escritura, Cuadernos y hojas de apuntes— le otorga a su poética un carácter sincrético que le confiere actitud modernizadora.


Notas:

[1] José Martí: Prólogo a “El poema del Niágara”, Obras completas. Edición Crítica, t. 8, pp. 146-147.

[2] Ángel Esteban: La modernidad literaria de Bécquer a Martí. Impredisur, Granada, 1992, p. 11.

[3] Julio Ramos: Desencuentros de la Modernidad en América Latina, p. 7.

[4] Ángel Rama: Rubén Darío y el modernismo,Afadil, Caracas, Barcelona, 1985, p. 15.