Moisés Finalé: la metáfora hecha mujer

Yamile Tabío, Rafael Acosta de Arriba
17/5/2017

En la ya vasta andadura de Moisés Finalé por el arte cubano e internacional la figura femenina fue siempre uno de sus temas principales. No ya un recurso pictórico, sino tema, argumento e imagen discursiva. Cuando digo esto, pienso en los griegos de la antigüedad clásica, quienes hicieron del cuerpo humano algo mucho más importante que un tema, hicieron una forma de hacer arte (Kenneth Clark dixit); y esa consideración, que pertenece al devenir de la historia del arte, me hace pensar en el papel que ha ocupado siempre la figura femenina en la obra de Finalé.


El peso de su cuerpo, escultura metal. Fotos: Cortesía de los autores

Hablar de las mujeres en el quehacer pictórico del artista es casi como hablar de su obra entera. En la mayoría de sus cuadros aparece la mujer como aliento e imagen que compone o ayuda a estructurar la arquitectura de la pieza. Moisés pinta en prosa, cada cuadro suyo lleva el peso de una historia, el peso de su propio cuerpo. Y es que la figura femenina es él mismo. Cada una es un Finalé. Es él, es ella, es minotauro y es hembra.

Seleccionar las obras que conformarían este divertimento no ha sido fácil. A veces la figura del cuerpo femenino opera como epicentro de la imagen, en otras sirve para titular la pieza, pero casi siempre en una condición protagónica. Ella aparece en cada esquina, acodada, adivinando el sexo, lenguas pulposas que se entrelazan. Las mujeres de este Moisés abren el telón y salen, a cuerpo entero, en blanco y negro, en ocre, con máscara o sin ella, con el brillo emanando de sus manos. Mujeres negras, mestizas, blancas, provenientes de todas las latitudes étnicas. Desnudas, semivestidas, con túnicas o antifaces, en cualquier disposición estética, en fin, mujeres-imágenes que salen gritando, poseídas por el mito del artista, cobran vida, se atreven, sugieren. Mujeres centauros, mujeres estilizadas, en grupos lésbicos, con hombres o solas, mujeres-pájaros, mujeres-mujeres, haciendo el amor o procurando la caricia, consumando la cuestión de género examinada en todas sus variantes. Y he aquí que la idea central de la muestra sea cómo la imagen femenina ha atravesado transversalmente toda la obra del artista y, más aún, la emblematiza.

Lo erótico es otra de las estaciones por las que atraviesa esta muestra. Las mujeres de Finalé están erotizadas, a pesar de cierto hieratismo que asumen en algunas piezas. Ellas pueden copular al ritmo de posiciones propias del Kamasutra, besar, devorar al otro o la otra, abrazar o simplemente seducir, pero nunca están inactivas sexualmente. Vientres fecundos entrelazados con animales, la beldad de rostros egipcios, mayas, aztecas; la perfección de la fémina, ha acompañado su arte de París a La Habana, sus símbolos los lleva siempre a cuestas, las máscaras africanas que guarda en su colección allende los mares, salen a esculpir las Venus vestidas o desnudas, en comunicación constante con enmascarados masculinos que se yuxtaponen y observan de cerca o de lejos la historia tejida en este novelar del artista que, como ya se ha dicho antes, es un esteta en toda la línea, que nutre la capacidad del cuerpo desnudo como potente surtidor de signos.


Tejedoras de amores, 2001. Acrílico sobre tela. 220 x 130 cm

Lo historicista, otra de las vertientes cardinales de su poética, también tiene en las mujeres-imágenes su piedra angular. Las piezas de Finalé siempre están narrando y con mucha frecuencia ese discurso es realizado por los cuerpos femeninos. Una iconografía de esta naturaleza tiende a ser sensual por derecho propio y es así que las mujeres-imágenes reinan y dominan en el imaginario del artista. A Julio Girona, otro pintor de mujeres, cuando le preguntaron el porqué de dicha predilección en su obra, respondió con naturalidad desarmante, “porque amo a las mujeres”. Otro tanto puede repetirse en este caso, para Finalé ese imaginario es su vida toda, es, también, el centro de su sentido antropológico del arte. Como él mismo ha afirmado: “El cuerpo femenino es lo más perfecto dentro de la forma humana. He aquí donde me siento cerca de la mujer… Libera y me eleva a mí también”. La temática central en la obra la dominan estos diálogos femeninos, tesis-antitesis, sin llegar a sintetizarse jamás. En dicha amalgama iconológica de tiempos y espacios el artista demuestra rigor en su estilo, el cual sigue evocando su lírica mitológica.

Dejemos pues que estas damas mantengan su dominio sobre el arte de Moisés Finalé, es bueno para todos, incluso para su arte. Dejemos que la insinuación casi perfecta y generosa de cada una de ellas, juntas o separadas, inevitables y necesarias, se abran paso en el diálogo continuo de carboncillos y acuarelas y acrílicos. Dejemos que el peso de la imagen de estos cuerpos caiga como una bendición sobre sus telas y cartulinas, sigamos admirando las mujeres que brotan de sus cuadros. Que la espuela del deseo, la imaginación, haga el resto.