Mutar: ser un solo cuerpo en el cuerpo del mundo, de la nación

Rafael de Águila
14/4/2020

Un ente invisible, acelular, pone de rodillas hoy al mundo. Un ser cuyo tamaño oscila entre 16 mil y 31 mil pares de bases de ARN intimida a la humanidad. Poco podría intimidarnos, se pensaría, cuando los humanos, genéticamente, lo superamos por miles de millones de pares de bases. Poco, cuando ese ser, al que la virología discute incluso la condición de ser vivo, solo posee su ARN y su cubierta de proteínas. Poco, repito, cuando la Humanidad tiene de su lado a la ciencia, la medicina, los laboratorios, las finanzas, la cibernética, la organización. Poco, cuando el homo sapiens, en la cima de la escala biológica, posee cerebro, neuronas, materia gris altamente organizada. Por tres meses, sin embargo, el ente acelular se planta desdeñoso ante todo ese supuesto poder y persiste en doblegarnos.

Multitud de virólogos habían predicho que la humanidad corría serios peligros frente a los virus. Varias pandemias han asolado antes con no poco poder: la peste en la Edad Media, que llegaba desde una bacteria; la llamada gripe española, en 1918; el HIV; el ébola; el SARS. Ahora es la COVID 19. Cada una de estas enfermedades se ha cebado con la humanidad. Cada una ha segado la vida de miles, cientos de miles o millones de seres. Y si antes el mundo era ancho y ajeno, y las pandemias se sufrían de manera más sectorial ―aunque la peste y la gripe española del 1918 asesinaran a millones―, hoy el mundo deviene mera aldea y las pandemias se sufren a escala global. Y es que en un mundo globalizado los virus también se globalizan.

“Mutemos todos en el planeta en función de asegurar la vida presente y futura de la patria grande,
la humanidad”. Ilustración: Brady Izquierdo

 

El planeta se enfrenta hoy a un peligro sin precedentes. Muchos peligros penden sobre las cabezas de todos en el mundo de hoy: las armas nucleares, el cambio climático, las guerras interminables, las crisis económicas, la pobreza, el hambre. Ahora se trata ¡otra vez! de un virus. Ya no uno que ataca nuestra libre sexualidad sino uno que ataca nuestra libre sociabilidad. Ya no uno que nos obliga a amar enfundados en látex sino uno que nos obliga a aislarnos del otro, a no acercarnos a menos de dos metros, a encerrarnos en nuestras casas, a decir a nuestros amigos y a nuestra familia que se abstengan de visitarnos, a no besar o abrazar a nuestros seres queridos, a abandonar nuestras labores, nuestros paseos, nuestros furtivos amores, un ente invisible que nos obliga a paralizar vidas y países, a temer toda cercanía y todo contacto con el prójimo. Todos hemos visionado filmes de virus y contagios. Solíamos sentarnos frente a nuestros televisores y consolarnos, diciéndonos que semejante aberración ocurría solo en una pantalla, jamás en la realidad, esa en la que vivimos, que aquel desmadre era, por fortuna, mera ciencia ficción. Hoy, por desgracia, ha dejado de serlo. Hoy ya ha contagiado a casi 2 millones de seres humanos y asesinado ―fuera de las pantallas― a cientos de miles.

Pese a las predicciones de virólogos, cineastas, escritores de ciencia ficción, científicos, y hasta de Bill Gates, la humanidad, no estaba preparada para esto. Tendrán que morir quizá otros cientos de miles para que tome conciencia. Al asomar la crisis financiera del 2008, muchos sostuvimos que el mundo sería otro cuando tal desmadre acabara. Que el capitalismo se reformaría y se reformularía. Han transcurrido los años, para muchos los efectos de aquella crisis continúan asolando, mas el mundo y el capitalismo continúan sin cambios. O cambiaron, sí. A peor. Pareciera que los humanos fuéramos incapaces de repensar, rehacer, reformular, reformar, extraer experiencias de nuestros errores. Pareciera como si los humanos persistiéramos en nuestros deslices. Orgullosos. Despectivos. Enemistados. Egoístas.

Hoy casi los 6 mil millones de seres del planeta vivimos reclusos en nuestras casas. Miramos afuera aterrados: afuera está el peligro. Un virus. El contagio. La asfixia. La muerte. La tesis mágica y alada de Saint-Exupéry, aquella que sostiene que lo esencial es invisible para los ojos, deviene también, como alguna vez sostuviera Sábato acerca de todo enunciado, llevada al terrible revés: lo peligroso puede ser  invisible para los ojos.

Nadie es capaz de vaticinar cómo o cuándo saldremos victoriosos los humanos de estatragedia. Algunos vaticinan que más temprano que tarde; los más optimistas aluden que en unos meses; otros, que tal vez en un año; los más reservados, que en dos. Indudablemente, saldremos victoriosos. El virus solo cuenta con el azar de sus mutaciones; nosotros con toda la inteligencia humana. La economía, las finanzas, en todo el mundo, serán, sin embargo, muy dañadas. Muy. Hoy, en mitad de esta terrible pesadilla, se imponen indudables cambios. Si los virus, esos entes arteros, mutan en función de asegurarse la existencia, los humanos, infinitamente superiores, no podemos hacer menos: debemos mutar. Sí. No en nuestra morfología o en nuestra fisiología. No a nivel celular. O genético. No. Debemos mutar en nuestro comportamiento. Mutar para asegurar nuestra existencia. La existencia misma de la humanidad.

Debemos mutar para ser solidarios. Generosos. Humanos. Compasivos. Mutar para dejar a un lado ideologías, embargos, rencillas, enconos, sanciones, egoísmos, guerras, conflictos, lanzamientos de cohetes, planes para desestabilizar o perseguir, invasiones, obstaculización o negación de ayudas, mentiras o infundios sobre el otro. Mutar para unirnos. Todos. Mutar para enfrentar ―todos en un solo cuerpo y una sola alma― a este ―y cualquier otro― futuro enemigo. Mutar para vencerlo. Mutar para, una vez vencido, enfrentarnos también con éxito a sus consecuencias. Mutar para asegurar nuestra existencia en este bello planeta. Mutar para tender la mano a quien lo necesite. El poderoso, al débil. El sano, al enfermo. El rico, al pobre. El joven, al viejo. Todos a una. En mitad de este desmadre no podemos persistir en nuestros enconos. Tales enconos se alían al virus para incrementar daños, incrementar contagios, incrementar sufrimientos, incrementar fallecimientos. Todo encono hoy daña porque en condiciones de peligro globalizado sectoriza, aísla y parcela. Y peligros comunes a todos deben enfrentarse con el esfuerzo, el tesón, el poder, la inteligencia, la cooperación y la buena voluntad de todos. Si una amenaza se globaliza los humanos debemos globalizar el enfrentamiento a esa amenaza. La solidaridad. La fraternidad.

Los cubanos estamos dispuestos a tender nuestra mano, a aliviar el dolor, a arrancar un pedazo a la muerte en cualquier sitio del mundo. Durante la epidemia del ébola en África médicos cubanos y norteamericanos laboraron hombro con hombro para salvar vidas. El mundo es la patria. Los cubanos estamos dispuestos a enfrentar esta adversidad en el país que lo solicite. Desinteresadamente, lejos de nuestros seres queridos, arriesgando nuestras propias vidas. Eso haría cualquier cubano. Cualquiera. Y hoy todos desearíamos ser médicos. Patria es Humanidad, nos legó el Apóstol José Martí. Toda muerte en el mundo nos duele. No importa el sitio, la raza, la ideología, el sexo, la nacionalidad. Todo fallecimiento hoy nos entristece y nos conmueve. No incurramos jamás en comparar ―jubilosos― la tasa de fallecimientos entre un país y otro. No es el PIB lo que se compara, ni la producción de chorizos: son seres humanos que mueren. Si las condiciones en cualquier país, por desgracia, las condiciones que sean, provocan no resulte posible mantener el mínimo de fallecimientos ―y aun la tasa mínima es dolorosa― ello nos debe mover como humanos al dolor y a la compasión rotunda. Que el sympathos o la sympatheia (el sufrir juntos) nos una. La política hoy debe moverse a un lado. Hoy todos somos seres humanos, habitantes de una misma patria. Un mismo planeta. Hermanos todos. Listos a tender nuestra compasión, nuestras manos y nuestra ayuda. La mano y la ayuda de todos en el planeta. Esa es hoy la única política, la única ideología posible.

Nuestro Gobierno trabaja con tesón y responsabilidad para proteger a nuestra nación y para tender la mano a quien lo solicite. Sin importar el sitio, la ideología, los gobiernos, la riqueza o la pobreza de quien solicite ayuda. Y lo hace en mitad de enormes dificultades, internas y externas. Cada uno de nosotros, cada cubano, es gobierno. Cada uno ha sido llamado a alertar, enviar sus ideas a nuestras autoridades, contribuir con sus proposiciones. Nuestro Gobierno ha diseñado, en muchos casos desde esas proposiciones, un Plan País. Cada uno debe hoy adecuar su Plan de Vida a ese Plan País. Cada uno, no importa filiación política o tendencia ideológica, debe dejar a un lado enconos y diferencias. Que el cuerpo y el accionar de cada cubano se fundan con el cuerpo y el accionar de la nación. Y de ahí, al cuerpo de la humanidad. Disciplina, solidaridad, responsabilidad, fraternidad, compasión. Y optimismo. Ser pesimista incidiría negativamente en nuestra capacidad inmunológica. Esa es hoy la vacuna. Seamos un solo cuerpo frente a este ser artero, acelular e invisible. Ello resulta imprescindible para vencerlo. Y ello resultará sin dudas imprescindible, en función de diseñar y aplicar con éxito la estrategia en aras de afrontar las consecuencias ―económicas y financieras― una vez logremos vencerlo.

Un virus muta para asegurar su existencia. Mutemos todos en el planeta en función de asegurar la vida presente y futura de la patria grande, la humanidad. Mutemos todos para asegurar la vida presente y futura de la patria chica, este caimancito verde, alado y querido que flota bellamente en las azules aguas del Golfo.