Nadie creció solo

Dazra Novak
30/12/2019

A veces pareciera que se crece a solas. Que hasta ese diálogo perpetuo dentro de la cabeza no puede llegar nadie, porque nadie, en verdad, nos llega hasta el adentro total. Ni los padres, ni el resto de la familia, ni los compañeros de escuela que alguna vez tuvimos, ni los aprobados ni desaprobados del alma. Pareciera así que los derroteros personales son una suma de casualidad y esfuerzo personal. Pero no, hay algo más. Mucho más nos acompaña.

Hay algo más que corre junto a nosotros como un espejo al borde del camino. Refleja lo que vamos dejando atrás, para no olvidarnos. Refleja, también, a los otros. Los que hacen nuestro mismo recorrido mirándose entre sí, comparando/imitando ritmos, gestos, formas. Y quizá por el espejo, por esa manía de reflejarlo todo, terminamos pareciéndonos a los demás. Quizás por esa soledad que creemos inexpugnable dentro de nuestras cabezas, algo nos diferencia del resto.

Foto: Cortesía de la autora
 

Retrato de los tigres, de Sindo Pacheco, publicada por Editorial Oriente en 2018, es un testimonio de esa soledad-compañía, dicotomía en el rebote de la imagen. Es la historia de una generación que nació con el proceso revolucionario y asistió a sus primeros ensayos mientras un espejo muy grande, uno que abarcaba a todos, comenzaba a reflejar, a su paso junto al camino, el pensamiento y la existencia colectiva.

Narrado en primera persona del plural, cada sujeto es un nosotros, una familia completa, un equipo de pelota: el de los Tigres. Uno como cualquier equipo, con esas ganas enormes de vencer y esa energía de la juventud para saltar pacíficamente los escollos que van encontrando a lo largo de la vida sin alterar su esencia ni sus códigos de honor. Hechos, en principio, de la raíz común de la amistad. El sujeto que es los Tigres reconoce sus fortalezas como equipo, sus debilidades, y algo más:

“Nosotros somos unos tipos malas cabezas. Pero nadie nos preguntó nunca qué cabeza queríamos, ni siquiera sabemos quién nos puso estas que tenemos. Si encontráramos algunas mejores, seguramente ya las hubiéramos cambiado. Tal vez un día exista un mercado de cabezas para la gente como nosotros que no está conforme con la suya. A nosotros nos gusta una cabeza más tonta que la nuestra, que sirva únicamente para saber el nombre y la dirección, para firmar cuando nos levanten algún acta, y para estar de acuerdo siempre con lo que piensan las demás cabezas”.

Los Tigres juegan pelota en el pueblo. Los Tigres van a la beca. Los Tigres se fugan. Los Tigres regresan a su provincia. Los Tigres van al servicio militar. Los Tigres se fugan. Los Tigres tienen novias. Los Tigres tienen hijos. Los Tigres van a Angola. La madre de los Tigres se muere de tristeza. Los Tigres caen presos por vagos. Los Tigres no eran perfectos, tenían un Tigre enfermo desde que era un Tigre chiquito, con las uñas y los labios azules. Los Tigres lloran, primero de miedo, luego de emoción:

“Y el periódico sacó su foto en primera plana. Otro logro de la medicina cubana, de la Revolución cubana, que había llevado la salud gratis a todos los rincones de la Isla, porque en cualquier país capitalista aquella operación costaba no sé cuántos miles, y salió por Bohemia, por Granma, por Juventud Rebelde, por Radio Sancti Spíritus, por Radio Habana Cuba, por Radio Moscú y por Radio Francia Internacional, hasta que un día salió también del hospital, blanco de no coger sol, y con los labios y las uñas normales y con una herida que le atravesaba el pecho como la costura de una pelota (…)”

Ni siquiera la unicidad que impone la vida en algún momento puede romper el yo colectivo de los Tigres. Aunque tomen distintos caminos, para ellos seguirá siendo uno el camino. El espejo pareciera otro, pero hay algo que se refleja allá, en el fondo, algo que no está en la realidad que vemos con nuestros ojos, la realidad que palpamos con nuestras manos. Algo que viene desde el adentro total y nadie puede ponerle nombre. Los Tigres siguen siendo un yo múltiple, aunque se confiese la verdadera vocación frente al espejo:

“Sin pasar escuela, ni curso, sin graduarnos de nada, un mal día nos sorprendimos con un lápiz y un papel, sin saber por qué ni para qué servía ser escritor, si no era para buscarnos problemas, para que nadie nos entendiera, ni la propia familia, que nos mira de rabo de ojo: deja eso, hijo, te vas a poner mal de la cabeza, como si el hecho de escribir no fuera resultado de eso mismo, de estar mal de la cabeza, de tener una cabeza hueca, de no poder evitarlo, porque nosotros no escribimos sino que nos escriben, como si nos dictaran, como si fuera un mensaje del más allá (…)”

Es este el retrato, ante todo, de la esencia humana. Inalterable allí, en sus expresiones más íntimas, ubicadas más allá del espejo. Toda una generación diciendo sí, diciendo no, quizás, tal vez, por qué, en este coro tremendo gritado en 187 páginas, mientras nos vamos mirando en el reflejo de la lectura para descubrirnos tan parecidos, tan diferentes. Los Tigres se han retratado para decirnos que hay un solo camino y muchos destinos, “que ser verdadero es un sentimiento, una noción, algo que está en el aire o dentro de uno, pero que al mismo tiempo no se puede captar”. Esto dicen Los Tigres: Nadie. Todos somos culpables de uno mismo.