Nelson Valdés: ¡El sol tiene mil costados!

Joaquín Borges-Triana
3/11/2016

La Asociación Hermanos Saíz (AHS) cumple 30 años de fundada en 2016. Durante el tiempo transcurrido desde su fundación en octubre de 1986, la organización cultural de los jóvenes cubanos se ha destacado por apostar en pro del desarrollo artístico-literario de las nuevas generaciones en nuestro país, y concebir espacios de visualización para formas de hacer llevadas adelante por los más noveles creadores, en ocasiones modos de expresión incomprendidos por otras instituciones.

No está de más recordar que, al nacer en 1986 la AHS a partir de la integración de tres organizaciones existentes hasta entonces (la Brigada Hermanos Saíz, el Movimiento de la Nueva Trova y la Brigada Raúl Gómez García, encargada esta última de agrupar a los instructores de arte), lo hace justo en un momento en que también emerge en el país una nueva generación que tiene algo que decir y reclama un espacio. Claro que insertarse en ese ámbito complejo que es la sociedad misma, a una generación nueva le cuesta trabajo, lucha y sacrificio y, aun cuando tales contradicciones no resulten antagónicas, en el camino quedan siempre  heridas y traumas.


Foto: Internet

En materia de arte y literatura, entre nosotros la AHS ha sido el espacio propicio para acunar en su seno la irrupción de todo un movimiento de creadores, justo en la etapa de provocación y transgresión, de acuerdo con el criterio de que cada edad tiene su función en la cultura. Esa vocación por la experimentación e irreverencia también se ha dado en la escena musical nacional, y ha sido rasgo de la movida en torno a una manifestación como la de la Canción Cubana Contemporánea, híbrido derivado de la Nueva Trova y  expresión ideoestética que encontró en la AHS el mínimo (y a veces el único) respaldo necesario para desarrollarse.

Prueba de lo antes afirmado es el hecho de que no pocos trovadores ex integrantes de la Asociación, al salir de la misma por haber cumplido 35 años de edad, continúan encontrando sus posibilidades fundamentales de presentación en los diferentes espacios auspiciados por la organización de los jóvenes escritores, artistas e intelectuales cubanos. A fin de cuentas, es una señal inequívoca de una importante carencia en el accionar de otras de nuestras instituciones culturales.

Durante una buena cantidad de años, la AHS devino solitaria posibilidad concreta de realización en el país para los jóvenes  trovadores y/o cantautores. Puede que hubiera quien desarrollase su propuesta artística con independencia de dicha organización, e incluso fuera de las otras instituciones culturales; pero, en cualquier caso, sería la excepción de la regla, lo cual es su confirmación.

Si bien la AHS a lo largo de estos 30 años ha sido una suerte de mediadora entre el sistema institucional de la cultura y las expresiones artísticas desplegadas por los jóvenes, con vistas a su inserción en el ámbito de las instituciones dependientes del Ministerio de Cultura, estoy convencido de que el trabajo más difícil y, por tanto, de mayores logros en dicha línea, es el relacionado con la música. Un balance de lo llevado a cabo en estos 30 años de intenso trabajo en dicha esfera, puede arrojar momentos de mayores o menores  aciertos en diferentes etapas del período transcurrido, pero resulta innegable que su apoyo para el florecimiento de otras maneras de entender el arte musical y lo cubano dentro de la creación, ha sido fundamental a la hora de colocar los cimientos de lo que en el presente vivimos en materia de cultura nacional.

El cienfueguero Nelson Valdés, hijo legítimo del accionar de la AHS y formado en su condición de trovador al influjo de festivales de la Asociación como el Longina, en Santa Clara, o el denominado Al sur de mi mochila, en su tierra natal, ha querido rendir tributo a los 30 años de la organización por medio de lo que mejor él sabe hacer: trovar. Pero no apostó por involucrarse con su obra personal en un proyecto de carácter puramente individual, sino que quiso aventurarse en una obra mayor y correr el riesgo de compilar un puñado de canciones de autores que, de uno u otro modo, han estado vinculados a la AHS. En el propio nombre del disco, Te doy otra canción, va implícito el rescate de la memoria de lo llevado a cabo por la Asociación, pues a inicios de los noventa y por iniciativa del entonces responsable de la sección de música en la organización, Omar Mederos, bajo idéntico rótulo se realizó un importantísimo ciclo de conciertos en la desaparecida, pero siempre recordada Casa del Joven Creador en la Avenida del Puerto.

Quiero resaltar este aspecto vinculado al rescate de la propia memoria de la AHS, pues soy de los que cree que si algo ha estado abandonado en el quehacer de la organización, es justo la preservación y consiguiente difusión del tremendo legado que, a través de sus tres décadas de vida, ha ido dejando para nuestra cultura. Si ahora mismo un investigador se propusiese trabajar, por ejemplo, con lo sucedido en los plenos, congresos y demás eventos llevados a cabo por la Asociación en los años transcurridos desde su fundación, se encontraría con la triste realidad de que no hay nada compilado al respecto, ni siquiera determinados discursos de dirigentes del gremio o del Estado que han sido fundamentales en el devenir de las dinámicas de la política cultural durante el período en cuestión.

De  ahí que un fonograma como Te doy otra canción, tanto por su contenido como por su título, posea el valor agregado de proyectarse en función del rescate de lo realizado en el pasado por la AHS y sus afiliados. Difícil tarea para Nelsito (como se le suele decir en el medio de los trovadictos) la de seleccionar un número limitado de composiciones, cuando se piensa en la cantidad de buenos temas que han surgido en el ámbito de la canción de origen trovadoresco desde 1986 hasta el  presente. Obviamente, en este fonograma pudieran estar otros nombres de trovadores y una selección de piezas diferentes. El repertorio escogido responde solo al gusto del intérprete por esta o aquella melodía y a un determinado sentido de coherencia dramatúrgica en el contenido del álbum, en el que se puede parafrasear la frase popular de que, si bien no están todos los que son, sí son todos los que están.

Llamo la atención sobre el método utilizado para la selección del repertorio, o sea, el trabajo colectivo en aras de encontrar canciones que tuviesen una extensión vocal adecuada al rango en que se mueve como intérprete Nelson Valdés. Y es que un déficit en el desempeño de lo que sigue aspirando a ser alguna vez la industria musical en Cuba consiste justamente en la ausencia de la figura del repertorista, esa persona que ayuda a escoger piezas para ser montadas por un solista o para incluirlas en un disco. Gracias a tal labor, en el CD encontramos más de un tema que, pese a su belleza, apenas se ha conocido, incluso en el original de su autor.

Como muestra inequívoca de que no hay hoy sin ayer, en el fonograma también aparecen cuatro composiciones de trovadores que no han sido miembros de la AHS, pero que por su legado resultan fundamentales en el devenir trovadoresco de las emergentes generaciones de cantautores cubanos. Son ellos Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y Lázaro García. De ahí que en la pieza “Te doy otra canción”, escrita especialmente por Nelson para la producción discográfica, se afirme: “Te doy otra canción, / el sol tiene mil costados, / van a cantar los caballos, / los gallos finos respetan, / que esta Isla es un cometa”.

Así pues, en su conjunto, el disco Te doy otra canción, ideado y protagonizado por Nelson Valdés con la complicidad de José Manuel García como productor y Emilio Vega como orquestador (en ocasiones,  los arreglos remedan el estilo de orquestar imperante en el momento en que circuló originalmente la pieza en cuestión), nos transmite como mensaje una señal inequívoca de que los cultores de la Canción Cubana Contemporánea, surgida al amparo de la AHS, han logrado brindarnos una propuesta artística que algunos podrán odiar, pero que nadie, sin traicionarse a sí mismo, podrá desmentir, porque puede trascender el mero equilibrismo generacional a sabiendas de que, como ha escrito Sigfredo Ariel (destacadísimo poeta perteneciente a la generación de los 80) en un texto suyo incluido en el poemario Algunos pocos conocidos (Premio David, 1986): “se borrarán los nombres y las fechas / y nuestros destinos / y quedará la luz, bróder, la luz / y no otra cosa”.