…ni mal que su bien no traiga

Luis Toledo Sande
29/4/2020

En la familia del articulista, alguien proclive al pesimismo y que se creía dueño de la objetividad alteraba el muy conocido refrán para convertirlo en “No hay bien que con mal no venga”. En cambio, sin ser portadora de optimismo iluso, pero nada propensa a la resignación, la abuela adaptaba la máxima original y daba continuidad discrepante a lo dicho por el pesimista: “…ni mal que su bien no traiga”, versión espontánea de “grandes crisis propician grandes soluciones” o “a grandes males, grandes remedios”.

 “…un sistema social que ve en la salud un derecho basado en el respeto a la vida y no lo supedita al mercado”.
Imagen: Instituto Superior de Diseño (Isdi)

 

Ante la pandemia que asola al mundo, y en él a Cuba, vale recordar aquel diálogo, sin olvidar que si aquí los daños no son mayores no es obra de un milagro, sino de un sistema social que ve en la salud un derecho basado en el respeto a la vida y no lo supedita al mercado. Los logros cubanos vienen de una Revolución que asumió los ideales socialistas y se mantiene firme y en pie a pesar de lo mucho y muy criminal que los poderosos Estados Unidos han hecho y hacen para asfixiarla y apoderarse de Cuba.

Pero la pandemia ha puesto más claramente sobre el tapete carencias y desafíos que este país debe encarar y vencer. En un artículo anterior, “La indisciplina también mata”, el autor abordó la urgencia de poner fin al desorden y a la corrupción. Y en no menor medida urge fortalecer y consumar otras aspiraciones. Una de ellas concierne a la información; otra, a la agricultura, a la producción de alimentos.

“Estimula ver que se fortalece la lucha contra la delincuencia y se informa sobre lo hecho en ese terreno, tanto como sobre la pandemia y lo que el país hace para enfrentarla”.
 

La transparencia informativa ostensible en estos días cumple reclamos de la ciudadanía y de la prensa que en otros momentos no fueron plenamente satisfechos. Su realización promueve la debida percepción de riesgo frente a la pandemia, y a otros males que no son nuevos en la sociedad cubana. Estimula ver que se fortalece la lucha contra la delincuencia y se informa sobre lo hecho en ese terreno, tanto como sobre la pandemia y lo que el país hace para enfrentarla.

Este artículo trata, sobre todo, la necesidad de alcanzar una agricultura eficiente. Ubicada en el muy urbano Vedado habanero, muy lejos de los escenarios de la agricultura, la sede de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños —que no se bautizó “de Pequeños Agricultores” para evitar que su sigla fuera ANPA— ostenta el lema “Cultivando ideas”, que está muy bien. Pero incluso como signo de pensamiento y realidad debería mostrar a no menor altura, y también explícitamente, otro que condensaría sus fines centrales: “Produciendo alimentos para el pueblo”.

Cultivando ideas. Imagen: tomada de la página de facebook Cultivando ideas.
 

Ni hoy ni nunca garantizar comida será cuestión de meta para probar fuerza al modo como se hace en el deporte, sino un propósito ineludible para la vida saludable del país —para su vida—, y que él pueda seguir enfrentando el bloqueo. Indudable vocación de justicia muestran quienes —personas, organizaciones, pueblos— reclaman el fin del bloqueo impuesto a Cuba por la poderosa potencia estadounidense. Pero tiene sabor de ingenuidad suponer que las circunstancias generadas por la pandemia son especialmente propicias para ello. Si del imperialismo se trata, tales circunstancias lo animarán a mantener el bloqueo y buscar las roscas que le permitan seguir apretando la tuerca.

“Mientras el imperialismo sea lo que es —tenga en la Casa Blanca a un césar con tácticas de seducción o a otro tan grosero como el actual—, Cuba debe empeñarse no solo en mantener su rumbo, sino igualmente en perfeccionarlo”. Ilustración: Brady
 

El pueblo cubano, su gobierno y sus autoridades a todos los niveles tienen que aprender a convivir con el bloqueo, y hallar caminos para continuar venciéndolo. Hacer depender de su desmantelamiento la solución de los problemas nacionales puede conducir a la parálisis, y a fomentar el espejismo de que la salvación del país está en manos de los imperialistas. Mientras el imperialismo sea lo que es —tenga en la Casa Blanca a un césar con tácticas de seducción o a otro tan grosero como el actual—, Cuba debe empeñarse no solo en mantener su rumbo, sino igualmente en perfeccionarlo.

Si el imperialismo anunciara que hoy mismo levantará el bloqueo, piénsese en qué estará urdiendo en su afán de doblegar a Cuba por otras vías. Hay hechos que la poderosa potencia no le perdonará jamás. Uno de ellos le pesará toda la vida y no se lo perdonará a sí mismo: haberla subvalorado hasta no intuir desde los primeros momentos, desde la etapa de lucha armada incluso, el significado que tendría la Revolución: no un mero cambio de gobierno para echar a un tirano cuyo desprestigio era ya incómodo para los propios Estados Unidos, que lo apoyaban a cambio de usarlo.

Con su territorio violado por la presencia de una base naval de la potencia imperialista, y a pocos kilómetros de ella, Cuba se declaró socialista y pronto aplastó a la inversión mercenaria con que la poderosa nación aspiraba a establecer en suelo cubano una cabeza de playa donde implantar un gobierno títere que solicitara la intervención estadounidense. Pero Cuba aplastó la invasión, y a las bandas de alzados criminales que, diseminadas por varios puntos de su territorio, servían a los Estados Unidos.

La Revolución se ha sobrepuesto igualmente a los demás actos terroristas orquestados por la potencia. Entre ellos cuentan el sabotaje —que ocasionó la muerte de civiles cubanos y franceses— contra el vapor La Coubre, que trajo a Cuba pertrechos necesarios para su defensa, y el derribo de una nave de la aviación civil cubana en que volaban decenas de viajeros de Cuba y de otras naciones, asesinados en su totalidad.

No le perdonarán los Estados a Cuba que ella diera emplazamiento en su territorio a cohetes soviéticos, y que, cuando estos fueron retirados tras las presiones que la potencia norteña ejerció sobre una Unión Soviética que cedió a ellas, el pequeño país diera otra prueba de soberanía, y de su decisión de seguir defendiéndose, ratificada en los hechos y con los históricos “Cinco Puntos” que reafirmaron su dignidad y su coraje. En la carta de despedida que antes de partir a otras tierras le dirigió al guía de la Revolución, Ernesto Che Guevara sostuvo: “sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días”.

El sistema de salud cubano constituye una joya invaluable para la humanidad. Imagen: Isdi
 

No le perdonarán a Cuba que, pese al bloqueo, haya formado un personal de la salud y una industria biotecnológica de gran valor para su pueblo y para otros. Ni que mientras la pandemia de la Covid-19 ocasiona en los escenarios capitalistas daños que ponen al desnudo la naturaleza criminal del sistema, el proyecto socialista de un país bloqueado protagonice el ejemplo que suscita la admiración del mundo, y brinde solidaridad a muchas naciones, como ha hecho para contribuir a la independencia de países africanos.

Nada de eso habría logrado Cuba sin el tesón con que se ha defendido, y sin la visión del líder que —con una pasión que algunos, no solo detractores, habrán considerado locura, pero una locura merecedora del elogio de un nuevo Erasmo de Rotterdam— se planteó que su país, agredido y bloqueado, lograse en el quehacer científico lo que parecía inalcanzable. Erguido sobre el ejemplo de José Martí, Fidel Castro se planteó metas que también parecían imposibles, y muchos tendrían por tales.

Lo que se propuso que las ciencias —y no solamente ellas— lograsen en Cuba, debe seguir en pie para el conjunto de las tareas vitales que al país le urge realizar. Una de ellas radica en la agricultura, perjudicada por hechos como la descampesinización, indeseable pero debida a una realidad de la cual el país debe sentir orgullo, y a la que sería deshonroso y criminal renunciar: las posibilidades de instrucción masiva y gratuita para el pueblo. Sin ellas no tendría Cuba el potencial científico y profesional que tiene.

Se deben combinar el desarrollo técnico y científico y —de acuerdo con el proyecto socialista, no sucumbiendo a las leyes del mercado— las fórmulas económicas necesarias en todos los órdenes, incluida la producción agropecuaria. Confiarlo todo al turismo puede terminar provocando que el país, o ya lo ha provocado, deje de producir plátanos y frijoles suficientes, y se dé a importarlos. Así, una pandemia que impida el tráfico turístico puede provocarle una insolvencia letal, al verse imposibilitado de cerrar a tiempo sus fronteras para que no sigan entrando viajeros y virus.

“ (…) no hay más alternativa de salvación que proponerse alcanzar niveles de producción satisfactorios”.
Imagen. Internet

 

Es suicida que un país que tiene tierras ociosas y otras con bajos niveles de explotación o productividad, no se aplique a conseguir resultados mucho mayores en la agricultura. Contra ese propósito conspirarán contingencias climáticas —no todas imprevisibles ante el calentamiento global— y, sin descontar hábitos de trabajo y de administración deficientes, las horcas del bloqueo, que impedirá o dificultará la compra de insumos y recursos útiles. Pero no hay más alternativa de salvación que proponerse alcanzar niveles de producción satisfactorios.

¿No se pueden —mero ejemplo— criar pollos en el país, revitalizando afanes y éxitos como los del Combinado Avícola Nacional? Entre bromas y veras alguna vez se llegó a decir que esa entidad merecía la Medalla de la Salvación de la Patria. Hasta hizo posible que el genial Carlos Puebla imaginara un modo de ganarle la pelea al enemigo: “a huevazo limpio”. Una mayor producción en ese terreno podría hoy aminorar las filas que conspiran contra las medidas del país para ganarle la partida a la pandemia. Si solo sirviera para eso, ya estaría plenamente justificada.

Reconforta ver la lucha declarada contra la delincuencia, contra la corrupción, y oír los reclamos de alcanzar la productividad que se necesita no solo en la agricultura. Pero sería terrible que todo quedara en consignas enarboladas en medio de la pandemia, y luego, cuando ella pase, tales requerimientos, ni punto menos que vitales, se olvidaran. Los virus no solo no desaparecen, sino mutan y ganan fuerza contra medicamentos y vacunas. El desorden y la corrupción son también virus, y de los peores.

Tampoco se debe descartar que la pandemia de la covid-19 no sea la última que ataque a la humanidad. Pero, si lo fuera, no se necesita ser adivino para prever que, a su paso, a la nación le quedará un erario aún más menguado que antes, y le resultará más difícil el acceso al mercado y la producción de otros países, que —cabe igualmente el vaticinio— también se verán seriamente maltrechos.

Hasta hoy parece que no hemos sido capaces de lograr la sistematicidad necesaria en nuestros actos, y que la heroicidad se dé en lo cotidiano, no solo en circunstancias especiales. Pero llegó un momento —sin que necesariamente sea el primero, aunque sí de especial gravedad— en que no es solo cuestión de honor, sino de supervivencia, asimismo, hacer cada día cuanto sea necesario para que lo alcanzado en la lucha contra el SARS-CoV-2 y otros virus permita decir con plena propiedad: no hay mal que su bien no traiga.