Cuarenta años después de la voladura de un avión civil cubano cerca de las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976, donde perdieron la vida 73 personas inocentes, este horrible acto terrorista aún permanece impune pese a las abrumadoras pruebas que existen y han sido presentadas contra sus autores materiales e intelectuales y sus cómplices en los servicios de Inteligencia de Estados Unidos.

El pueblo cubano, su gobierno revolucio­nario, y en particular los familiares de las víctimas del crimen de Barbados, no han descansado en todos estos años en su lucha por hacer justicia. El dolor fue transformándose en fuerza y coraje para plantar la verdad del caso, en todos los escenarios, no solo de la Isla sino de muchos países del mundo. Sin embargo, la esperada justicia nunca apareció.

Por el contrario, los terroristas de origen cubano Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, autores intelectuales confesos del abominable crimen, fueron protegidos por el gobierno de Estados Unidos y puestos a salvo de la justicia en su territorio, donde recibieron todo el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que los adiestró desde la década del 60 para cometer todo tipo de atentados contra el pueblo cubano y su Revolución.

“Este horrible acto terrorista aún permanece impune pese a las abrumadoras pruebas que existen”. Foto: Tomada de Granma

La voladura del avión de la línea aérea Cubana de Aviación —vuelo CU-455, que cubría la ruta Guyana-Trinidad y Tobago-Barbados-Jamaica y finalmente La Habana— fue un hecho estremecedor, jamás había ocurrido uno igual en el hemisferio occidental. La maquinación para planificar el asesinato de personas inocentes con el amparo del gobierno venezolano de entonces, presidido por Carlos Andrés Pérez, y la anuencia de la CIA, revelan la verdadera esencia criminal de cuantos estuvieron involucrados en el crimen.

Tal vez las nuevas generaciones no conozcan completamente cómo se articulaba la maldad contra Cuba en aquellos años, cuando murieron miles de cubanos a consecuencia de los actos terroristas que alentaron y financiaron sucesivas administraciones norteamericanas para destruir la Revolución Cu­bana.

Ahora, cuando se cumplen 40 años del atentado contra el avión cubano en Barbados, tenemos el deber de rescatar la memoria de aquellos hechos que no deben repetirse jamás.

Nada es ficción

Recordaba que hace un par de años, al concluir un conversatorio con un grupo de estudiantes de secundaria, se me acercó un muchacho de mirada vivaz y me preguntó con mucha curiosidad si el spot de televisión en el que se oye la voz del copiloto del avión cubano antes de caer al mar era una recreación de ese dramático momento.

Yo me sorprendí y le pedí que me explicara por qué él pensaba así, al tiempo que le explicaba que ese grito desgarrador (“¡Eso es peor, pégate al agua, Felo, pégate al agua!”) era tan auténtico que expresaba la gran humanidad de estos hombres que, hasta el último momento, trataron de impedir que el avión se desplomara.

El joven no tenía una idea clara sobre esta tragedia que enlutó a familias de Cuba, Guyana y de la República Popular de Corea. Creía que la imagen de la nave cayendo frente a las costas de Barbados era ficción. Como él, no se sabe cuántos aún ignoran o permanecen confundidos en relación con este triste episodio de la historia de las agresiones contra la Isla.

Es por esta y otras razones que estamos comprometidos con denunciar el crimen de Barbados y aprovechar estos momentos de recordación para transformarlos en tribuna y transmitir a los más jóvenes la verdad, que es el camino más cierto para alcanzar la justicia.

Mirando a los ojos de los terroristas

Algunos de los lectores recordarán que yo fui la periodista venezolana que denunció a los terroristas Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Hernán Ricardo y Freddy Lugo, por su participación directa en el atentado a la nave de Cubana de Aviación.

Solo por casualidades de la vida, visité en la prisión del cuartel San Carlos de Caracas, a Freddy Lugo, un fotógrafo, compañero de trabajo de la revista Páginas, que estaba preso por presunta participación en la voladura del avión cubano. No creía que él y el otro fotógrafo del diario El Mundo, Hernán Ricardo, estuvieran implicados en un crimen tan horrible.

Mucho antes de que Lugo y Ricardo pusieran los explosivos en el avión de Cubana, ya eran parte de mi vida laboral; los conocía como muchachos trabajadores, un poco más a Freddy Lugo, con quien salía frecuentemente a hacer reportajes para Páginas.

A través de Lugo surgieron las relaciones con los otros terroristas presos también en el cuartel San Carlos, mientras se desarrollaba en los tribunales el proceso que, durante mis visitas a esa prisión, descubrí que era completamente amañado con la venia del gobierno del presidente Pérez, y después, al concluir este su mandato, con el apoyo del presidente Luis Herrera Campins y su policía política (DISIP), de la que Posada Carriles había sido comisario.

Freddy Lugo compartía celda con uno de los más connotados contrarrevolucionarios de origen cubano, Orlando Bosch, quien era una especie de héroe para él, a quien conminaba siempre a contarme sus historias de “luchador por la democracia en Cuba”. Bosch disfrutaba, se frotaba las manos y detallaba sus actos terroristas. De esta manera llegué a la conclusión de que si este hombre tenía este récord criminal y estaba preso, probablemente podía estar involucrado en el sabotaje del DC-8 de Cubana de Aviación.

“Tomé la decisión de hacer una investigación periodística sobre el caso del avión cubano con dos fuentes primarias: Bosch y Lugo”. Imagen: Tomada de Claustrofobias

Yo me sentía muy tensa cuando tenía en frente a aquel hombre de mirada inquisitiva, detrás de unos gruesos espejuelos, que insistía en darme hasta los más mínimos detalles de cómo colocaba bombas en embajadas y consulados cubanos en el exterior, así como en oficinas de Cubana de Aviación y otras dedicadas al turismo en la Isla.

Fueron momentos muy fuertes, difíciles de manejar, con una carga de sorpresa y rabia, de miedo… Porque de verdad daba miedo; me temblaban las piernas, pero trataba de guardar la compostura casi sin emitir palabras: no hacía falta. Bosch se posesionaba del escenario, gesticulaba con sus manotas, a veces se levantaba del asiento y contaba con estridente voz sus fechorías, como si estuviera frente a un público cautivo.

Entonces tomé la decisión de hacer una investigación periodística sobre el caso del avión cubano con dos fuentes primarias: Bosch y Lugo.

Me lo dijeron todo

Por espacio de más de dos años visité a los terroristas en el cuartel San Carlos. Allí conocí a la mujer de Bosch, la chilena Adriana Delgado, y a Nieves de Posada, esposa de Posada Carriles. Con ambas sostuve estrechas relaciones, siempre coincidíamos en las visitas y aportaban buenos datos para el trabajo periodístico que yo estaba preparando.

Las dos, imprudentes y habladoras, confirmaban todo cuanto Bosch contaba de sus esfuerzos “por liberar a la patria martirizada” junto con Posada Carriles. Nieves, una fuente indirecta pero muy valiosa, se vanagloriaba al resaltar que su marido había logrado prepararse en la CIA y era un experto en explosivos.

Esta mujer fue clave para conocer cómo Posada Carriles planificó con Orlando Bosch el atentado al avión de Cubana, así como otras acciones criminales de los grupos contrarrevolucionarios cubanos, incluido el asesinato del excanciller chileno Orlando Letelier y su secretaria Ronni Moffit, en Washington, tres meses antes de la explosión en pleno vuelo del avión en Barbados.

Me lo dijeron todo. Lugo me contó paso a paso cómo pusieron la bomba en el baño ubicado en la parte trasera del avión. Bosch, en un arrebato de cólera, dijo en mi presencia que había volado un avión cargado de comunistas. Posada, según documentos desclasificados del FBI anunció: “Volaremos un avión cubano”. Con desfachatez Ricardo gritó para que todos oyeran, en el patio de ejercicios del cuartel San Carlos: “Pusimos la bomba… ¿y qué?”.

El grito en el título del libro

De manera muy general he recordado episodios de aquel momento que cambió mi vida para siempre. Ya impuesta de que estos hombres eran los asesinos de 73 personas inocentes que viajaban en el vuelo CU-455 de Cubana, se planteó para mí una decisión determinante: o los denunciaba o me quedaba callada y me convertía automáticamente en su cómplice. Opté por la denuncia y tuve que hacerla fuera de mi país para proteger mi vida de los sicarios del gobierno socialcristiano de Luis Herrera Campins.

“Alerté a la comunidad internacional sobre la intención de estos criminales de continuar con estas acciones vandálicas contra Cuba y su pueblo”.

En septiembre de 1980, al conocer que un tribunal militar había absuelto a los cuatro terroristas por considerar que “fueron destruidas las pruebas” que servían de base a la acusación, convoqué a una conferencia de prensa, con medios nacionales y extranjeros en Ciudad de México, y denuncié a los responsables del siniestro del avión. Conté todo cuanto me dijeron acerca de su planificación y ejecución y la complicidad de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins.

Igualmente me referí a una serie de actos terroristas ejecutados en otros países por Bosch y Posada Carriles con saldo de muerte y destrucción, y especialmente alerté a la comunidad internacional sobre la intención de estos criminales de continuar con estas acciones vandálicas contra Cuba y su pueblo.

Posteriormente esta denuncia fue ampliada en el libro de mi autoría Pusimos la bomba… ¿y qué?, título tomado del grito de Hernán Ricardo, autor material junto con Freddy Lugo, de este abominable crimen.

Veinticinco años después de la publicación de mi investigación periodística, se lanzó una nueva edición ampliada del libro que incluía documentos desclasificados de la CIA y el FBI sobre el sabotaje del avión cubano, que corroboraron que los hechos ocurrieron tal y como los denuncié, desmontando de esta manera la campaña mediática de la derecha, que propagaba en sus medios que se trataba de una historia inventada para favorecer a la Revolución Cubana.

Tomado de Granma