Blonde es un filme de estos tiempos, a pesar de que una parte del público no le diera una buena acogida. Se mueve en la línea de la corrección moral imperante y hace una reactualización de la lectura de la vida de uno de los íconos culturales más grandes de la historia. El mérito del producto, más allá de la carga especulativa en torno a las cuestiones identitarias, es plantearnos una vez más la dicotomía entre arte y política: ¿deben ser el cine o cualquier manifestación vehículos para expresar ideas sociales, económicas, culturales y colectivas o tal cosa lastra la carga estética y no tendría que ser el centro ni el superobjetivo? Ese debate es fructífero, pues Blonde nos muestra ante todo un análisis de Marilyn Monroe desde los presupuestos del redescubrimiento del mundo femenino a raíz del fenómeno Me Too, que tuvo no pocos capítulos en Hollywood y que pareciera se alarga en el tiempo a partir de las resonancias que posee en la palestra cultural.

Blonde nos muestra ante todo un análisis de Marilyn Monroe desde los presupuestos del redescubrimiento del mundo femenino a raíz del fenómeno Me Too (…)”. Imagen: Tomada de hamiltonselway.com

En el contexto del ambiente woke, incluso una cinta como esta que se mueve todo el tiempo en las claves de lo identitario, fue lapidada por quienes la consideran “misógina” y “revictimizante”. Tal es el grado de fundamentalismo en ocasiones al que se llega, que ni siquiera los productos que muestran parcialidad en torno a las ideas posmodernas imperantes, escapan a la sanción, el resquemor, la censura. Blonde plantea a Norma Jean como una víctima de Marilyn Monroe y a esta última como una creación de la libidinosidad de los varones. El grado de objetualización del personaje en manos de la industria fue real y de ello hay constancia, así como de la manera en que la infantilizaron y la sexualizaron hasta el hartazgo, negándole la capacidad de entendimiento intelectual que conlleva el mundo del teatro y del cine. Norma quería interpretar a Chejov, era capaz de entender a Dostoievski, pero su papel en el cosmos —para el que se le concibió como mujer objeto— era la belleza física, sexual, el símbolo carnal turgente y salvaje que todo varón debía desear. A Norma la deshumanizan y la colocan a merced de Marilyn. De ese choque entre ambas nace el conflicto del cual se cuelga Blonde, una cinta que tuvo la oportunidad de hacer justicia, más allá del canon y de la formalidad, de la moral pacata y del regaño. Y es que, como mismo los varones son retratados casi todos, con excepción de Miller, como monstruos; Norma es puesta como una inocente chica, indefensa, sufrida, sin otro poder que el del llanto y la queja, lo cual no deja bien parada a la mujer histórica y real.

Lo que cuelga en Blonde, lo que alarga la cinta y lo que molesta es la moralización constante, el juicio perenne, el hincapié en la cuestión de la culpa y de la vergüenza. Y es que la cultura woke es una ideología de la cacería de brujas y el puritanismo de nuevo tipo que no permite fallas, que solo exige el cumplimiento de unos estándares de corrección, que no debate, sino que impone y termina haciendo un monólogo aburrido. El ritmo de la cinta es reiterativo, se recrea en lo mismo, nos pone la tesis una y otra vez en diferentes planos, en varias historias, pero no hay progresión del conflicto. Desde una escena inicial, en la cual se nos muestra un interesante planteo, se va a un lenguaje onírico el resto de la película en el cual el uso del blanco y el negro no siempre clarifica la cinta, ni intenciona, sino que tiende a poner el foco de atención en secuencias que no poseen importancia, a la par que se relegan otras que pudieran ser verdaderos núcleos de acción dramática. El guion tiene problemas en la concepción de sus prioridades y ello es entendible cuando se hace un filme que posee más compromisos con el Me Too que con el cine y su arte. Lo ideológico subordina el discurso y lo torna una masa de argumentos, que no de acciones reveladoras, las cuales por sí mismas deberían resultar suficientes para cualquier enunciado. Está bien la denuncia, pero solo la denuncia cansa, porque la gente va a ver una película, no a un acto ni a una campaña propagandística. Por ello, la actuación de Ana de Armas, si bien estelar, no es resarcida del todo en medio de escenas que se suceden en las cuales el espectador alcanza a cansarse. No es culpa de la actriz, ya que ella defiende el guion lo mejor que puede, pero los agujeros dramáticos están allí y son innegables.

Blonde plantea a Norma Jean como una víctima de Marilyn Monroe y a esta última como una creación de la libidinosidad de los varones (…) A Norma la deshumanizan y la colocan a merced de Marilyn. De ese choque entre ambas nace el conflicto del cual se cuelga Blonde”.

¿Qué méritos tiene Blonde?, hay aciertos en la factura de la fotografía y en la época, si bien el guion también lastra tales logros, al imprimirles una moral que resulta extemporánea a aquellos sucesos. No se puede juzgar el pasado desde el presente sin ser de alguna manera comprensivo con las condiciones de nuestros ancestros, porque se cae en la falacia en retrospectiva. Y de una fotografía que en esta cinta estaba llamada a formar parte del entramado dramático y de la intencionalidad, se obtiene que el uso de los colores no siempre está en sintonía con una impresión artística, sino que se pone en función del discurso consabido. El plano del interior de Norma Jean, desde el cual se filma un aborto, resulta interesante, distinto y en cierta medida un juego que replantea varios cánones habituales; sin embargo el alargamiento de este recurso, su abuso como drama reiterado en el personaje, nos deja sin aliento para intentar una comprensión y termina por agotar y ser otro de los tantos agujeros de la trama. Nos queda claro que Norma creció con un trauma a partir de la ausencia de una figura paterna, un dolor que se traduce en el hecho de que para ella tener una familia, saber de dónde viene y hacia dónde va resultan elementos cruciales. Eso la hace interesante. Pero en vez de usar este conflicto, la cinta lo recarga de aditamentos identitarios de culpa y de juicio, cuando debió primar la búsqueda, la interrogante, el carácter revolucionario de esa mujer que a pesar de la cosificación era capaz de reinventarse. En varias secuencias de hecho, el propio personaje indaga estas cuestiones, pero se dejan las preguntas en el aire, se las petrifica y prima un silencio filosófico incómodo, el cual da paso a elementos de superficialidad más en la onda de lo woke que del verdadero yo de Norma Jean. La cinta es una ficción sobre una ficción, si se tiene en cuenta que versiona una novela acerca de Marilyn, por ello había, si se quiere, más licencia creativa para ilustrar, para mostrarnos y no para aleccionarnos. El mérito de la cinta es haber tenido la oportunidad de plantearnos otra dimensión de lo femenino, pero el demérito es no llevarlo a un puerto interesante e independiente de la corrección sino irse por los derroteros de lo fácil y darle un matiz en la corriente del feminismo moderno. Por ello, se resiente por ejemplo el tratamiento de lo masculino, si bien debió ser también central por contraposición y, más allá de la condena a un padre ausente y del deseo de los varones por el cuerpo de Marilyn, no hay otra humanización de ese colectivo. Incluso en las secuencias en las que aparece Miller, se le retrata como alguien que subestimaba a Norma y la ninguneaba en ocasiones, debido a su posición como intelectual norteamericano que lo colocaba en círculos de élite. Y es que como todo producto posmoderno actual, la hechura de los personajes adolece de enfoques clasistas que le impriman realismo a los caracteres y los despojen de simplonerías.

“El mérito de la cinta es haber tenido la oportunidad de plantearnos otra dimensión de lo femenino, pero el demérito es no llevarlo a un puerto interesante e independiente de la corrección sino irse por los derroteros de lo fácil y darle un matiz en la corriente del feminismo moderno”.

Se extrañan enfoques complejos, que nos devuelvan a la realidad, desde el tono onírico del filme que se adueña de todo hasta silenciar la denuncia misma. Norma jamás toma conciencia y, cuando lo hace a partir de saber la verdad sobre su padre, viene el desenlace consabido, predecible. Un final que a nadie sorprendió y que a esas alturas de las largas horas de la cinta ya pareciera irrelevante. No sabemos entonces si Norma entendió que su vida tenía un valor más allá del papel de víctima, más que el simple impulso sexual que trazaban los periódicos. Ese discurso real, filosófico y enriquecido queda interrupto por un guion que no supo expresarse bien. Norma queda silenciada, censurada por la ideología woke, que prefiere verla como mujer destruida por las circunstancias patriarcales y no como sujeto de cambio que puede deconstruir su situación y hacerse más interesante desde lo dramático y lo cinematográfico. La cinta pudo ir más allá, pero quiso la corrección, lo fácil y lo ya trillado.

Blonde debe verse con un café al lado, para paliar las ansias de echar una siesta cuando las secuencias se alarguen en más de lo mismo. Tendríamos que ser pacientes, ya que es una obra que generó expectativas y anhelos y como suceso de la cultura posee una resonancia. No es que el filme sea aburrido todo el tiempo, sino el tiempo suficiente como para que se pierda la atención o vayamos a ver algo más útil que un panfleto del Me Too. Ana de Armas, la cubana que conquista Hollywood, coquetea con los Premios de la Academia. Quizás eso sea, en el caso de nuestro país, un motivo más para ver la cinta. No hay que estar ajenos a lo que acontece, pero debemos darle su real dimensión. Blonde era un filme del cual se esperaba mucho más. No es una cinta misógina, ni que promueva la violencia hacia ningún género, sino un producto que quiere quedar bien y como tal evita filosofar más allá, se detiene, no habla por sí mismo, quiere cosificarse y tener éxito pero no generar debate. Como elemento de la posmodernidad se debe a un mercado que le dicta las pautas, que lo amolda y lo coarta. Su palabra está lastrada por la palabra de otros. Es una cinta que no piensa, sino que es pensada. No se atreve, no cuestiona, sino que se queda en el grito comedido, formal, correcto.

“Ana de Armas, la cubana que conquista Hollywood, coquetea con los Premios de la Academia”. Foto: Tomada de Prensa Latina

Blonde está estática como cinta, no se enciende en los derroteros del cambio, sino que se apaga cuando caen unos créditos que llegan como un somnífero. El filme terminó mucho antes del final, ya nos dijo todo lo que tenía, se agotó, pero siguió. Es como una corriente que ya nada nos trae y que de pronto se detiene en su decurso. Hubiéramos querido un filme de resonancias más dramáticas y mejor escrito, pero ya los planos a esas alturas nos repletaron la cabeza y solo deseamos que todo termine. De tener la oportunidad de hablarnos de la mujer real, se termina con el discurso de la mujer irreal, lo cual desaprovecha un momento dorado en la historia del cine. La cinta no es desastrosa, pero en cierta medida sí mediocre. Como filme tiene una estructura endeble, que nos cansa. Como obra de arte no se logra el ritmo maestro necesario para el tema. Pareciera que todo quedó muy por debajo de las expectativas y que la gente en efecto esperaba a la real Norma Jean y no a una chica que todo el tiempo lloraba. De hecho, ni siquiera a los más fervientes seguidores de lo woke les gustó ese victimismo a ultranza, ¿dónde entonces hubo empoderamiento? Marilyn Monroe es un mito que amerita mucho más, que quizás requería de búsquedas filosóficas mucho mayores y mejores, de alturas artísticas que no se perdieran en qué es o no lo correcto y lo moral.

Esta es una película woke que fue víctima de lo woke. La vergüenza y la culpa de dicha cultura se tragaron todo lo que pudo ser interesante y revolucionario. El miedo generado por el abordaje de un tema como lo femenino, terminó destruyendo un gran viraje cinematográfico en el caso de una figura esencial de dicho mundo. Pareciera que el autor del guion pensaba todo el tiempo en el tribunal del Me Too e iba con pies de plomo para no caer en la hoguera y arder. ¿Será eso?, ¿el miedo ganó la partida? Esperemos que no, pues nada hay más lamentable.

“Esta es una película woke que fue víctima de lo woke. La vergüenza y la culpa de dicha cultura se tragaron todo lo que pudo ser interesante y revolucionario”.

El mito de Marilyn permanece intocado mientras tanto, en el silencio, en esa porción no descubierta de su persona, la cual la cinta apenas esbozó. La superficialidad se adueñó de este suceso de la industria y nos dejó con un sabor amargo. El llanto no resulta conmovedor cuando es solo llanto, la denuncia por la denuncia tampoco tiene ese trascender, ese fuego, ese remolino de emociones. El cine se hizo para eso, para movernos, no para la petrificación y la conveniencia. A lo mejor de eso se trata, e ir hacia Marilyn desde los orígenes del mito, desde la esencia. Solo así podremos quizás hacerle el debido homenaje, la justicia que conlleva su figura de mujer.

Hasta el momento Blonde solo crea adhesiones o rechazos, cuando tuvo que ser el filme de la reflexión y de la conciencia, de la belleza y de la profundidad. Pero el tema sobrepasó al autor, lo hundió y lo dejó sin habla. Y es que la honestidad intelectual no puede pactar con poderes de ningún tipo aunque estén de moda. Más que vender, más que recrear una ideología del Me Too, la película debió conmover. Y no lo logra. Habría que ver, si Norma estuviese viva, su opinión sobre ese personaje que solo llora, que nada más sufre y que espera en silencio una redención. ¿Estaría dispuesta a interpretarlo?

“Más que vender, más que recrear una ideología del Me Too, la película debió conmover. Y no lo logra”.

Marilyn es un ícono, pero Blonde, solo una cinta más. Que su director Andrew Dominik trabajara años en esta hechura no dice nada. Le falta para ser una obra maestra e incluso para ser una obra mediana. Norma merece otra oportunidad, quizás porque la última escena la silencia demasiado.

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