Recientemente una amiga, mientras veíamos el noticiero estelar de la televisión, me dijo casi con rabia: “Yo no sé qué hace Díaz-Canel reunido con los ‘culturosos’ esos en lugar de hacerlo con los que producen la comida para el pueblo”. No sé si esperaba mi imposible aprobación: soy uno de los “culturosos esos”. Quizás, conociéndome, supuso que andaba yo mosqueado por no estar en el cónclave.

“El diálogo de la vanguardia política cubana con la intelectualidad ha aportado luces y estrategias de notable impacto”. Imagen: Tomada de Pixabay

Tampoco, al parecer, notó mi expresión de disgusto, pues continuó: “Esta gente fue la que puso malo el pica’o con sus protestas y amenazas de desfiles con rosas y ropitas blancas”. Parece que para ella todos los “culturosos” (sigo con su renca clasificación) somos clones de aquel muchacho que sí desfiló, solo que por una ruta no anunciada: la aérea.

Los prejuicios anticulturales no son cosa nueva en el pensamiento de quienes, como simples consumidores, de manera armónica o conflictiva, además de las entregas artísticas de excelencia han debido soportar las chapucerías, egos desbordados y prepotencia de aquellos que, sin estar al servicio del enemigo, como decisores le han rendido, involuntariamente o no, mejores servicios que sus teóricos y académicos. Tampoco desconocen esos consumidores avisados que algunos cultores formados en nuestras instituciones han puesto sus ínfulas mesiánicas, o su autoritarismo sabichoso, al servicio del satánico imperialismo, cuya etapa superior —lo digo sin separarme de Lenin— se caracteriza por el monopolio del concepto de cultura (en sinonimia con el de derechos humanos), a expensas del monopolio mediático, voz del gran capital.

Mucho hemos tropezado en nuestro país —y mucho más debatido, mayormente con éxito— con las tendencias burocráticas en la administración de la cultura, vena alimenticia de los “descarriados”, pocas veces ingenuos. Está demostrado sobradamente que en dinámicas socioculturales de tanta complejidad como las nuestras, con las oscilaciones del péndulo, lo superado hoy no tiene cerrada la puerta para siempre; las máscaras son diversas y mutantes.

Gracias al totalitarismo mediático mundial cobra brillo humanístico el régimen más hipócrita de la historia, bien sabemos cuál. No solo los bulos cotidianos lo cimentan, sino también todo el repertorio de fosilizadas noblezas donde no se les confiere espacio a los principios de equidad que el pensamiento socialista extrajo de las asimetrías capitalistas con el propósito de convertirlos en patrimonio de la mayoría. No olvidemos que aquel “SOS Cuba” (¡qué bonito!, ¡cuánta solidaridad!) no tuvo un parigual “SOS Brasil” o “SOS Estados Unidos”, pese a que la descomunal diferencia de casos y defunciones asociados a la pandemia de la Covid-19 se pintaba peor para ellos que para nosotros. La selectividad deviene discriminación cuando se aplica con fines espurios.

Volviendo al terreno de los manejos asociados a la aplicación de la política cultural, nuestro país podría dar lecciones de ecumenismo y excelencias, aunque determinadas acciones alegremente democratizadoras a la larga también generaron ínfulas de profesionalidad en cultores que se volaron con un leve brinco el imprescindible tránsito por las tarimas de aficionados. La falta de una crítica sistemática y analítica, despojada del ímpetu promocional que se estableció como modus operandi en la mayoría de nuestros medios, tiene buena parte de responsabilidad en esa coexistencia malsana que colocó en los mismos espacios al maestro y al aprendiz, y muchas veces al farsante.

Como antes expresé, el diálogo de la vanguardia política cubana con la intelectualidad ha aportado luces y estrategias de notable impacto. La presencia de Fidel en los congresos de las agrupaciones de intelectuales (Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Asociación Hermanos Saíz, Unión de Periodistas de Cuba, Unión de Historiadores de Cuba, entre otras), desde “Palabras a los intelectuales”, dio origen a numerosos proyectos que hoy son orgullo de nuestra cultura. También el actual presidente, en su intervención final del último congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 2019, incentivó amplias y hondas expectativas que fueron sucedidas por acciones concretas.  

Sin embargo, llegaron de sopetón el recrudecimiento del bloqueo; la etapa más cruenta de la Covid-19; las afectaciones a la economía; el obligado distanciamiento; los lamentables sucesos de desorden social, donde una cantidad limitada de artistas —alguno que otro garrapateando su protagonismo espurio— se fundió en dudosa aleación con sectores marginales cuya fama desmedida a través de nuestros medios los legitimó. Y aquellos truenos trajeron estos torbellinos que confunden a personas como mi amiga hasta llevarla a ver en cada artista un enemigo en potencia.

El congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba de 2019 con certeza es el mejor que hemos celebrado desde que Fidel, tras el de 1998, no pudiera comparecer más debido a su salud quebrantada. Allí se eligió, por voto directo y secreto, un Consejo Nacional que, al día de hoy, solo ha podido realizar, de manera presencial, un encuentro, en noviembre de 2019. Como consecuencia de las restricciones de movimiento impuestas por la pandemia, se pasó de esa modalidad a encuentros entre quien es a la vez Presidente del país y Primer Secretario del Comité Central del Partido y un grupo no muy amplio de representantes; que nuestros medios reseñan como “encuentros con la vanguardia artística”.

“¿Qué sentido tiene que los consejeros residentes en las provincias no podamos aportar nuestras ideas y proposiciones en ese foro para el cual nos seleccionaron nuestros colegas?”.

No pienso que sobran algunos de los presentes en esos intercambios, pero sí que faltamos la mayoría de los electos para el Consejo Nacional, incluso aunque solo fuera mediante teleconferencia. Si las acciones del gobierno van con buen tino hacia la descentralización, en viaje activo y creador hacia los barrios y comunidades, ¿qué sentido tiene que los consejeros residentes en las provincias no podamos aportar nuestras ideas y proposiciones en ese foro para el cual nos seleccionaron nuestros colegas?  

Finalmente reconozco que, pese a estar completamente equivocada mi amiga al calificar de inútil, de manera tan radical, el diálogo de la dirección del país con los “culturosos”, tenía parte de razón en eso de que yo me sentía mosqueado por el ninguneo al que, a estas alturas de la situación sanitaria y con las posibilidades de la tecnología, no le veo justicia.

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