Poeta: ¡Hasta el momento exacto!

Racso Pérez Morejón
31/5/2017

“La poesía, Racso, ha de ser como un papalote, cada poeta le pone la pita que tenga y así ha de volar, pero como todo buen papalote, lo que sí ha de tener la poesía es un buen rabo, eso sí”.

Esto me dijo —grosso modo— Pedro López Cerviño, una tarde en que a punto estaba de comenzar el primer Encuentro Internacional de Promotores de Poesía. Reímos con el cacumen implícito que suponía conversar con él. Dos, tres poetas más estábamos a su lado, otros posaban con o más bien junto al Gabo, alguno me pidió le tomase la fotografía de marras e incentivado también me hice tomar un autorretrato con la sombra que proyectábamos el autor de Cien años de soledad y yo, pero los zapatos de Cerviño quedaban muy próximos a la cabeza del autor colombiano, lo cual limitaba mi perspectiva. Obturé a pesar de todo. Se la mostré y le dije en tono de riposta: “Hubiera querido un rabo más largo para mi foto, pero me conformo con esta, le dije mientras le acercaba el display de la cámara.

“Está buena esa”, fue todo lo que me dijo. Y los dos nos difuminamos en la dinámica del encuentro, más saludos, fotografías al por mayor, comentario aquí y risa por allá, nuestras mutuas presentaciones y la tarde avanzando sin prevenirnos de nada.

Estoy seguro de que Platón lo hubiese expulsado de palmo de su República; su inspirada, inquietante y enaltecida expresión poética hubiesen colmado la paciencia del filósofo griego, sobre todo porque Platón nunca admitió de buena gana aquellos versos que incitasen la risa —que eran los que justamente a Cerviño les daba la gana. En la risa, justificaba el pensador ateniense, va el dominio que tienen las pasiones sobre la formación de un buen carácter, y sentenciaba: “No conviene que los guardianes sean gente pronta para reírse, ya que, por lo común, cuando alguien se abandona a una risa violenta, esto provoca a su vez una reacción violenta”.

¡Válgame Dios!, Cerviño me hizo reír con no pocos de sus versos y de hecho apaciguaba mi exasperación. Con la misma hilaridad y frecuencia me puso a pensar.

S.O.S
Algunos nos saludábamos con más o menos familiaridad; él, Pedro López Cerviño, estaba apostado en una de las mesas del café literario en la nueva sede de la Casa de la Poesía, en el Liceo Artístico y Literario recién inaugurado como aquel que dice. Su estatura y sus pasos largos se venían haciendo habitual por esos lares de las adoquinadas callejuelas de la Habana Vieja. Allí coincidimos en varias de las propuestas que la veinteañera institución nos hacía. Allí convine con él en entregarle algunos poemas míos porque…

—Racso, yo nunca he leído nada tuyo. La sospecha es un don vedado a los hombres. Allí tomé sus (mis) actuales imágenes, fotografías ocasionales, sin otro propósito que dejar memoria gráfica para la casa de todos los poetas en Cuba. Allí me regaló un ejemplar de su cuaderno A la espera del juicio. Allí pospuse el instintivo gesto de desenfundar un bolígrafo para que me lo autografiara. Allí calmé la ansiedad por su lectura con las perentorias agitaciones del día a día. Allí nos vimos por última vez.

Hoy me llamó Yanelys Encinosa. La voz suspendida me hizo imaginar, mas no sospechar. La sospecha es un don vedado a los hombres.

“¿Y a ti qué te pasa con esa voz?”, le pregunté suspicaz.

“¿Tú no sabes lo de Cerviño?”. Y un silencio de apenas segundos puso proa en la eternidad.

Temblor del candil

Diríase que tiembla la luz

algunas veces

y es su estertor

abrumador y fiero

cuando fenece en su pabilo.

Diríase que tiembla

Y puede ser

El viento

Que tras la hendija

Ulula cual buen viento.

Diríase que tiembla la luz

Algunas veces

Y puede ser la mano antigua

Que la porta y teme a lo oscuro de la noche.

Diríase que tiembla la luz

Y suele ser mejor

Algunas veces,

No conocer tales misterios.

Pedro López Cerviño (Santiago de Cuba 1955, La Habana, 2017)