Sergio Pitol, literatura vital

Pedro de la Hoz
16/4/2018

En El arte de la fuga —miren ustedes qué paradoja— el personaje —¿él mismo?—, no se evade de la realidad, sino encuentra otra, o mejor dicho, otras, entre memorias, escrituras y lecturas, los tres apartados de un libro al que es posible volver de cuando en cuando para descubrir instantes de luz inadvertidos en anteriores repasos.

Su autor, Sergio Pitol, acaba de hacer lo propio: se ha fugado de la cárcel del cuerpo este 12 de abril —cárcel, palabra exacta para definir el estado terminal de una enfermedad, afasia progresiva, que lo fue carcomiendo durante los últimos años—, con la certeza de que en muchos lectores de sus patrias —México y América Latina— seguirá habitando con su naturaleza ingeniosa y su pulida prosa.

Sergio Pitol
 Sergio Pitol, falleció este 12 de abril. foto: ABC
 

Poblano de nacimiento —18 de marzo de 1933—, y criado en Veracruz, su vocación cosmopolita no le alejó jamás de los grandes temas mexicanos. Formado en Derecho, tuvo una vida activa en el servicio diplomático y ejerció también como traductor en otros países. De ahí sus largas estadías en el extranjero —Caracas, Varsovia, Budapest, Beijing, Barcelona, Praga— y la falsa imagende una criatura ausente.

Pero su compromiso con su manera de entender la literatura en su tiempo y espacio mexicanoscomenzó a aflorar a partir de 1955: “Viví distintas peripecias: dirigí una revista literaria de jóvenes izquierdistas, Cauce, de la que aparecieron dos números. La idea surgió de un grupo de estudiantes de filosofía y letras. Acababa de aparecer la Revista Mexicana de Literatura que dirigían Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo. Nos parecía un baluarte del artepurismo, una embestida de la torre de marfil contra los principios del arte positivo que nosotros exigíamos”.

Si apelo a estas palabras memoriosas suyas, es porque a veces se echa de costado el talante peleador de los inicios del escritor, cuando se reseña una biografía literaria jalonada por novelas como El tañido de una flauta, El desfile del amor, Juegos florales,  Domar a la divina garza y La vida conyugal; o ejemplares colecciones de cuentos —maestro de maestro de la narración breve en nuestra lengua— como No hay tal lugar, Cuerpo presente y los reunidos en el deslumbrante volumen Nocturno de Bujara; o fecundas reflexiones que se pueden hallar en De la realidad a la literatura, El tercer personaje y sus aproximaciones a escritores ingleses. Y claro, pesan las distinciones, premios nacionales y los internacionales Juan Rulfo y el muy encumbrado Cervantes.

Estuve frente a Pitol en La Habana; la Casa de las Américas le dedicó en 2008 la Semana de Autor, foro anual en el que confluyen críticos, investigadores y compañeros de oficio para homenajear a prominentes figuras vivas de la creación literaria en el continente. En ningún momento aquel hombre cultísimo se mostró almidonado; es más, se sonrojaba sinceramente ante los elogios. A muchos, desde luego, nos ganó aún más por el fervor con que evocó la impronta de Alejo Carpentier en su iniciación creativa.

Palpitaba con el destino de México. Alguien recordó cómo dos años antes sentenciaba, en una entrevista para la Deutsche Welle, acerca del panorama político del país y la región: “La ola de gobiernos de izquierda en toda América Latina, aunque muy diversas, es el resultado de una serie de políticas neoliberales que han hecho a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, por eso celebro que en México, un político de izquierda como Andrés Manuel López Obrador, sea el favorito indiscutible en las encuestas. Sus rivales han hecho cosas espantosas, ignominiosas”. Conviene a estas alturas tomar nota de tales palabras”.

No es fácil resumir en un breve espacio el significado de la obra de Pitol. Suscribo, por ahora, a reserva de que el tiempo dirá la última frase, el juicio su compatriota, la intelectual Luz Fernández de Alba: 

“Pitol ha abierto paso a una literatura tan corrosiva y tan catártica, o más otras, sólo que organizada del lado de la ironía, de lo cómico, de lo ridículo; digamos, algo así como una literatura del lado vividor, profundamente arraigada en las tradiciones de la cultura popular”.