Nuevo fruto de la pasión de Hart

Luis Toledo Sande
4/12/2018

Ya circula —se presentó el jueves 29 de noviembre en el Centro de Estudios Martianos— una nueva compilación de textos (50 en total) de Armando Hart Dávalos. Publicada por la Editorial Letras Cubanas y con el lema temático de “Cuba, una cultura de liberación”, es el tomo 5 de Revolución y cultura. Tiene más de 400 páginas y se presenta como volumen inicial de Pasión por nuestra América. No será, pues, el único acerca de ese tema concreto, expresión de lo que fue el sustrato martiano en el pensamiento del autor. Añádase que, en él, pasión no termina en núcleo nominal de un título aislado, sino que, junto con entusiasmo, define la entrega del autor a las tareas que emprendió y cumplió.


 

Como en otras de páginas de Hart, la compilación estuvo a cargo de Eloísa M. Carreras Varona, a quien se deben además el prólogo y la dedicatoria, también personalísima. Viuda del autor, dirige el Proyecto Crónicas, el cual —concebido por ella como “Historia y memoria de la Revolución Cubana en la voz de uno de sus protagonistas”— se dedica a conservar la obra de Hart y favorecer su conocimiento.

No es pertinente contarle en detalles el contenido del libro al público lector, que preferirá explorarlo y apreciarlo por sí mismo. Antes resulta útil detenerse en lo que significa difundir una obra de pensamiento gestada al calor y en función del quehacer político desplegado por el luchador que, tras la victoria de la Revolución cubana, en cuya etapa de lucha armada había sobresalido, fue su ministro de Educación desde 1959 hasta 1965.

Quien siempre se enorgulleció de ser un leal soldado de esa Revolución —y, por tanto, de Fidel Castro, su líder—, contribuyó a encaminar tempranamente uno de los logros más enaltecedores de la Cuba revolucionaria. Muchos y grandes fueron los frutos cosechados en aquella labor ministerial, pero bastaría uno de ellos para dar idea de su alcance: la Campaña Nacional de Alfabetización, que libró del analfabetismo al país en 1961, año en que el pueblo uniformado aplastó a la invasión mercenaria en Playa Girón y en sus inmediaciones, y enfrentaba las bandas de alzados que fueron, junto con el bloqueo que todavía hoy perdura, otro de los recursos manejados por el imperialismo estadounidense en su frustrado afán de derrocar a la Revolución y doblegar a Cuba.

La inspiración martiana de la Alfabetización, como parte de la obra educacional llevada a cabo en el país, se condensó en el lema “Ser cultos para ser libres”, acuñado para sintetizar una máxima plasmada por José Martí en su artículo “Maestros ambulantes”, de 1884: “Ser culto es el único modo de ser libre”. La orgánica lealtad que en la brega política encarnó Hart, fusionando el fomento de la educación y de la cultura —inseparables una de otra—, explica que en 1976, cuando la nación estaba urgida de afinaciones y saneamientos en ese terreno, se le confiara el Ministerio de Cultura, que él dirigió hasta 1997.

Ya el incansable revolucionario había cumplido y seguiría cumpliendo otras importantes misiones asignadas por el Partido Comunista de Cuba, de cuyo Buró Político formó parte largamente, y por el gobierno de la nación. Del Ministerio de Cultura pasó a dirigir, hasta su muerte el 26 de noviembre de 2017, la Oficina del Programa Martiano, mientras presidía la Sociedad Cultural José Martí. En el conjunto de su desempeño ratificó su condición de integrante de la vanguardia que desde el centenario del nacimiento del Apóstol acometió la transformación del país. En los testimonios de esa trayectoria se inscribe el nuevo tomo de su obra, en cuya preparación brindó asesoría la bibliógrafa Araceli García Carranza.

El trabajo del cual salió la compilación afrontaría desafíos naturales para un conjunto de textos nacidos, en gran parte, de la improvisación discursiva, y de una obra que, en general, revela el signo de la oralidad. Ello advierte sobre los desvelos y cuidados que habrán sido necesarios para hacer y fijar transcripciones. Pero el empeño habrá tenido asimismo un apoyo básico en la sostenida coherencia con que el autor de esas páginas mantuvo y defendió sus ideas, sin desmedro del enriquecimiento requerido por la evolución de la realidad y los retos de las tareas emprendidas para revolucionarla.

Ya fueran el fruto de intervenciones en foros internacionales o en encuentros desarrollados dentro del país —en reuniones de trabajo, digamos—, y trataran sobre asuntos de carácter abarcador, acontecimientos históricos o individualidades, Hart mostró su comprensión de un hecho fundamental: para valorarla, asumirla y encauzarla por los caminos creativos que ella exige, la cultura requiere seguir orgánica y creativamente caminos culturales, lo que va dicho sin temor a una redundancia no gratuita. Sabía que, si bien en el concepto de política cultural el núcleo lo marca la política, el adjetivo que lo acompaña no es mero ornamento, adherencia prescindible, sino una definición medular.

En ello Hart no solamente legó el ejemplo del trabajo cumplido, sino también el de un entendimiento aleccionador para hoy y para el futuro: una luz que, bien atendida y aplicada, recuerda que la cultura no se limita a lo más ceñidamente artístico y literario, por muy importantes que estas vertientes sean. Tan esencial intelección está incompleta si no se asume junto con otra verdad: la política, para encauzarse como es apetecible que se encauce, debe ser también profundamente culta: forma parte de la cultura, en una relación que la nutre y la alumbra.


“Armando Hart Dávalos tuvo en la ética y, por tanto, en la equidad, en el sentido de justicia,
una guía a la cual debemos mantenernos fieles”. Foto: Internet

 

El Martí cuyo legado abrazó Hart como brújula en el mismo camino asumido por Fidel, y que acuñó aquella máxima tomada como base para la divisa rectora de la Campaña de Alfabetización, ya había sostenido: “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, solo lo es uno: y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia”. Si una advertencia de tal envergadura debe ser respetada por el pueblo en su conjunto, ¿cómo podrían permitirse ignorarla, o desobedecerla, quienes tengan la misión de dirigirlo u orientarlo? Es necesario tenerla presente con lucidez, entre otras cosas, para impedir que los opresores —o aspirantes a serlo— impongan sus designios culturales como recurso de dominación.

Bastarían esos elementos de juicio para apreciar la importancia de la difusión de los textos de Hart, y agradecer cuantos esfuerzos dignos se hagan al servicio de ese empeño, así como para estar atentos a señales o demandas que su obra plantea por la misma ética que él encarnó. El menor de esos elementos no sería la necesidad de observar el carácter de acarreo colectivo que coadyuvó al nacimiento de páginas a las que Hart —quien supo promover, recibir y reconocer esa contribución— imprimió el sello inocultable de su personalidad y de su vocación de político aglutinador. Tal claridad no brotó de un caudal fortuito, sino de la conciencia con que él pensaba creativamente y con voluntad de servicio masivo.

Ese mismo político revolucionario —que abrazó como ideales de justicia superior los del comunismo— fue, y de vivir seguiría siéndolo, un defensor de la equidad, del equilibrio necesario y justo, en la promoción de autores y autoras cuya irradiación merece mantenerse viva en la cultura, en el alma de la patria, como saldo de un empeño no confiable a la espontaneidad y, menos aún, a la ingratitud o a la desidia. Por distintas razones, incluido el extraordinario sentido común, el país no podría operar a base de la proliferación de fundaciones consagradas a cultivar memorias y legados individuales, ni tal empeño debe depender estrictamente de coyunturas o circunstancias extraprofesionales, extraculturales. Ello ha de observarse al ponderar y reproducir las aportaciones de quienes —creadores más ceñidamente literarios, o de alcances más representativamente políticos e históricos, como el propio Hart, para no decir Martí, el Che, Fidel— deben considerarse y venerarse como lo que son y seguirán siendo: exponentes, frutos y soportes del alma de la nación, cada quien a su modo.

Reducir la valoración y la difusión de la obra de autores relevantes a coyunturas eventuales, puede conducir a modos de promoción limitados o viciados por ellas, y también al silenciamiento injusto, o más, de creadores básicos. Piénsese en un cuentista como Onelio Jorge Cardoso —de tan escasa o nula presencia hoy en el ámbito editorial— y en otros a quienes ondas y modas, vaivenes y péndulos, pueden perjudicar con silencios inaceptables. También frente a errores posibles o consumados en esos terrenos resulta estimulante mantener vivas las aportaciones de Armando Hart Dávalos, político revolucionario que tuvo en la ética y, por tanto, en la equidad, en el sentido de justicia, una guía a la cual debemos mantenernos fieles. Como parte de su obra, esas aportaciones vibran también en el libro que acaba de entrar en circulación.

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