Obsesiones y símbolos

Nelson Herrera Ysla
17/4/2019

Desde mucho tiempo atrás, la arquitectura y sus correlatos con el diseño, los objetos, el espacio circundante y su propia representación en dibujos, maquetas, planos, constituyen una de las obsesiones trascendentes en la obra de Dayana Trigo. No concede límites al tiempo, pues acude a realizaciones harto o poco conocidas desde el siglo XII hasta nuestros días.

 De manera reveladora, Dayana Trigo se ha propuesto organizar una gran instalación conformada por un conjunto de dibujos, objetos y planos, con sonidos diferentes.
 

Su atracción hacia construcciones concebidas y realizadas por “causas amorosas” acusa una sensibilidad personal, yo diría exagerada, por emociones y sentimientos que despiertan ciertas obras descubiertas por la artista en medio de un alud de edificaciones a nivel mundial en cualquier lugar del planeta. Donde quiera que se encuentren, ella las entresaca y traduce en proyectos originales y complejísimos, para llamar la atención en todo aquel capaz de descubrir el poder de los afectos en la concepción de una obra arquitectónica, ya sea una modesta vivienda, un palacio o un conjunto habitacional en medio de plantas, jardines y senderos.

Sus búsquedas la han llevado por Francia en el siglo XIX, transitando además por Inglaterra, Estados Unidos, Colombia, hasta finalizar en Cuba, donde todo lo observa desde una perspectiva antropológica, museística, casi entomológica por su nivel de disección; pues tal variedad de documentos y restos de edificaciones e imágenes antiguas, le han permitido rearticular estas en propuestas estéticas inéditas en el arte cubano contemporáneo y que mucho deben a una suerte de operatoria “forense” en el universo de la arquitectura. No se trata, a pesar de su apariencia, de las consabidas apropiaciones que estallaron en los años 80 del siglo pasado y que permanecen aún en el imaginario de muchos, ni tampoco de parodias o pastiches tan a la usanza hoy, sino de un fenómeno que asume otros saberes, otros conocimientos, otros territorios intelectuales de gran poder de seducción no solo en el arte, sino también en la literatura, el cine, el teatro, la música y la danza.

Con minuciosidad extrema, Dayana se introduce a corazón abierto y mente despierta en el mundo fascinante de la investigación histórica, cultural, estética, y en el de la multidisciplinariedad con insistente profundidad y fundamento científico, más una cuota nada desdeñable de razones personales. No hay asomo de ligereza, vanidad o tendencia a estar de moda en sus planteamientos, a sabiendas de que ello puede resultar un alto costo de incomprensiones, rechazo o asombro dado la inusual característica que pudiera asomar en sus proyectos. Pero a nada de esto teme desde que deconstruyó hace varios años el espacio de un mínimo apartamento en planchas de plywood acumuladas con el fin de que el espectador imaginara la totalidad en ellas, ya que solo dispuso de una o dos colocadas sobre el suelo de la galería, acotadas con medidas, para trasmitirnos su idea central acompañada con lámparas en el piso y dibujos en paredes.

Su tenacidad es impresionante, como la de otros artistas jóvenes cubanos que no reparan en las condicionantes abrumadoras del mercado del arte para expresarse desde lo más íntimo y natural, desde la honestidad y la franqueza.

Una de las claves significativas de su interés en este tipo de “construcción” artística, de “proyecto” estético, se la ofreció La máquina de Leedskalnin en los Estados Unidos, un conjunto a micronivel urbano concebido como homenaje en tanto especie de parque (Rock Gate Park) por un hombre en memoria de su querida esposa recientemente fallecida (bien alejada, por cierto, de la extraordinaria y sobrecogedora majestuosidad del Taj Majal en la India). La máquina… hace alusión a la fabricada por el propio Leedskalnin para manipular los pesados bloques de piedra que empleó en la construcción real de su proyecto y que, desafortunadamente, permanece hoy en estado ruinoso. La obsesión de ese rico y enamorado personaje surtió en ella un efecto tal que, indudablemente, le acompaña hasta hoy de modo subrepticio y oculto.

Dayana disfruta de esa deconstrucción, tanto material como intelectual, de proyectos específicos, moviéndolos hacia estados sólidos que intentan mantener vivo lo original e inmanente en ellos, convertidos así en algo familiar en la medida que organiza las planchas de madera, columnas, dibujos, objetos y cualquier otro elemento estructural como códigos capaces de apoyar sus ideas, símbolos y obsesiones.

De manera reveladora Dayana se ha propuesto, en esta ocasión que le ofrece la XIII Bienal de La Habana, organizar una gran instalación conformada por un conjunto de dibujos, objetos, planos, con sonidos diferentes buscando, según ella, “otra escala de sentido por su capacidad de crear una imagen (o un conjunto de imágenes) que trasciende la impresión del lugar y asciende para convertirse en una potencia mental”.

Recreando ejemplos de diversas culturas, crea un relato de grandes proporciones simbólicas y, a su vez, sígnicas por cuanto el uso de instrumentos gráficos y volumétricos reconocidos en construcción identifican de inmediato al receptor con la obra.

Sencilla y elocuente resulta esta propuesta en cuya piel podemos leer e interpretar lo inacabado, lo que fluye en un proceso continuo cuyo cierre, si es que lo tiene, dependería de nosotros. A eso nos conmina esta artista que sostiene un pensamiento coherente y orgánico alrededor de fuentes documentales y experiencia viva mediante el uso de archivos, restos de edificaciones e imaginación desbordante: eso sí, con modestia y dominio de un particular instrumental artístico y estético.

Con un título locuaz y literario: La máquina de Lideskalnin y otros relatos, el proyecto de las causas amorosas, Dayana Trigo incorpora a la complejísima heterogeneidad del arte cubano contemporáneo un discurso único en su ideotemática. No se enfrasca en los vericuetos de lo vernáculo, lo popular, lo religioso, lo histórico, lo social, lo económico: prefiere la voz de la arquitectura, esa arquitectura parlante que tanto ha dicho a través de cientos y miles de años; solo que esta vez lo hace desde un costado poco habitual y explorado por otros sin necesidad de acudir al consabido “rescate” y “recuperación” de valores que tanto claman, en ocasiones, muchas sociedades y culturas.

Ella coloca una pica más en Flandes, consciente de las posibles interpelaciones y sobresaltos que implica. Su obra se enfoca hacia la apertura de infinitos caminos en el arte, donde todo puede ser nuevo otra vez.

 

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