Oda por Ramón Guirao: De guitarra, clave y cajón (Desde “el ordenado silencio de la piedra”)

Rafael de Águila
22/1/2021

Evocar, a poco más de 112 años de su nacimiento, a Ramón Guirao, es un acto de rotunda y absoluta justicia. Para muchos lectores cubanos hoy día Ramón Guirao es, infortunada e injustamente, un olvidado. Un desconocido. Un precursor que dormita en el olvido. Con este texto le rindo homenaje. Le niego esa triste dualidad: el silencio y el olvido.

 Recordar a Ramón Guirao, poeta e intelectual multifacético, es una acto de absoluta justicia. Fotos: Internet
 

Nació Mongo Guirao en Cabañas, Pinar del Río, el 11 de octubre de 1908, de padre y madre naturales de España. Guirao, no obstante, como millones de hijos de españoles, será un cubano de muy recia estirpe. Muy temprano llega a la literatura, a la poesía. Vastas debieron ser las lecturas de aquel adolescente para que apenas a los 20 años, en 1928, apareciera en un conocido diario habanero su mítico poema “La bailadora de rumba”. Otros han publicado poemas a esa corta edad. Pocos, sin embargo, han alcanzado a tales años a refrendar lo iniciático: no suelen abundar precursores de 20 años. Iniciático y precursor porque ese poema, “La bailadora derumba”, digámoslo al fin, ¡fue el primer poema negro publicado en Cuba! Casi inmediatamente después aparecería “La rumba”, poema escrito por ese otro gran poeta cubano que fue José Zacarías Tallet. Recordaremos esos versos: “¡Cómo baila la rumba la negra Tomasa! ¡Cómo baila la rumba José Encarnación!”.

Un héroe negro había asomado en el entorno literario de la Isla, Salvador Golomón mediante, con Espejo de paciencia, la discutida y famosa obra de 1608, de Silvestre de Balboa. Se citan algunas incursiones de poetas del círculo que rodeaba a Domingo del Monte. El énfasis temático en lo negro había aparecido con cierta fuerza en el arte de la Europa de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Las primeras dos décadas de ese siglo ven surgir lo negro con fuerza inusitada en la obra de poetas de Cuba, República Dominicana —no se olvide al poeta dominicano Manuel del Cabral— y Puerto Rico —en esa isla el ciclo tiene su bautismo en 1926, dos años antes de la aparición en Cuba de La bailadora de Rumba”, con la publicación del poema “Pueblo negro”, del poeta Luis Palés Matos, texto que ve la luz, elemento coincidente, también en un diario, esta vez de la cercana y muy caribeña San Juan—.

El ciclo de la poesía negra en Cuba tiene un bautismo —inequívocamente— musical: tanto Tallet como Guirao aluden a la rumba en sendos poemas escritos casi a un tiempo. El propio Guirao, en ensayo de 1937, nos lega lo siguiente: “Nuestra poesía afrocriolla se manifiesta estrechamente articulada, por no decir supeditada, a los ritmos musicales del hombre de piel oscura, es decir, a su más genuina actividad estética, y tiene de vehículo universal su sensibilidad —y su sexualidad— fácilmente gustada por el blanco”. Después llegaría el grandioso e inolvidable Emilio Ballagas (otro de los pioneros que sufriría temprana e infortunada muerte: falleció el camagüeyano a los 45 años) conformándose el trío con el que se encumbra el llamado “periodo de la rumba”.

Más tarde, casi enseguida, arriba el paradigmático Nicolás Guillén. Recuérdese que Motivos de son, aquellos ocho poemas, aparecen —otra vez aludamos a las páginas de un diario habanero— en 1930, dos años después de “La bailadora de rumba.” Precisamente de Guirao a Guillén se tiene un periplo en el que la poesía negra deriva de la rumba al son. De lo negro por antonomasia —signado por la rumba— al eclecticismo criollo-caribeño —dibujado por el son—. Ángel Augier calificó al son de “danza cálida nacida del encuentro negriblanco bajo la luz antillana”. El ajiaco transcultural, aludido por Don Fernando Ortiz, en palabras de Guillén: “hidrografía social de tantas corrientes capilares, que sería trabajo de miniaturistas desenredar el jeroglífico”. Y el pionero, el hombre que lanzó a rodar la piedra cuesta abajo (¡más bien cuesta arriba!), el precursor, fue Ramón Guirao. Permítaseme citar, suerte de palingenesia, ese poema primero de Guirao. Hacerlo, además, con el fervor con que solían los antiguos egipcios negar muerte y olvido desde la lectura de los misteriosos salmos del Kitab ad Mayitum. Poesía negra: salmo negador de la muerte. Del olvido. Del silencio. Palingenesia desde la negritud. Desde la poesía. Desde la sensualidad. Neguemos muerte y olvido para Guirao, y hagámoslo precisamente desde ese salmo vivificante, esa pieza bautismal, esa mixtura inaugural de ritmo y baile, de sudor y vocablo, de colorida imagen y movimiento hipersensual, ese texto del que nos separan apenas hoy 92 muy juveniles años:

   Bailadora de guaguancó  

   Piel negra, tersura de bongó.

   Agita la maraca de su risa

   Con los dedos de leche

   De sus dientes.   

   Pañuelo rojo -seda-bata blanca-almidón-

   Recorren el trayecto  

   De una cuerda  

   En un ritmo afrocubano  

   De guitarra,    

   Clave

   Y cajón.

Desde el primer verso deja el autor tácita constancia: ¡se trata de un guaguancó! Guillermo Rodríguez Rivera asegura que el poema glosa versos que no tienen su origen en una rumba… sino en un son. Según Rodríguez Rivera se trata de una pieza de la autoría de Guillermo Castillo, concretamente del son “Eres mi lira armoniosa”. Guillermo Castillo integraba por aquel entonces el Sexteto Habanero, grupo insignia del son en la década del veinte del siglo pasado. Dejemos a los especialistas musicales el debate; Guirao hace constar en el primer verso que la bailadora lo es de rumba, bien que lo dice: “piel negra, tersura de bongó”, bailadora de pañuelo rojo y ataviada de blanco —bien se sabe: colores rituales—, bailadora que se afana en esa variante de la rumba que es el guaguancó. Eso que según otro Ramón, esta vez Mongo Santamaría, sucedió cuando lo afrocubano trató de cantar flamenco. Guirao, hombre de piel blanca, elige un ritmo absolutamente negro. Cuba: negro, blanco, mixtura que hermana. Todos lo mismo. Elemento de alto interés: el trío de autores del llamado “ciclo de la rumba”, ¡todos! son hombres de piel blanca. Blancos que, por vez primera, cantan a lo negro. Se deslumbran ante lo negro. Están hechizados. Lo admiran. Lo reverencian. Se hermanan. Se entrecruzan. Sin duda se trata de un elemento del que no puede perderse de vista la valiente ruptura: ello ocurría en un espacio / tiempo en el que imperaba en la sociedad cubana un no desdeñable racismo. Especialmente las clases media y alta, la aristocracia, despreciaban rotundamente todo lo negro. El blanco aristocrático solo deseaba a una chica negra para colocarla debajo —o encima— de su cintura; mientras la alcurnia femenina —pese al desprecio— no dejaba de mirar / admirar las muy abultadas entrepiernas. 

 

No se aludirá en esta poesía negra escrita por blancos a la sempiterna cantada belleza de la mujer blanca; no, para ellos no serán los ojos azules, el blondo cabello o la rozada piel, no, la piel será negra; los dientes blanquísimos: “con los dedos de leche de sus dientes”, será el culto a la sacra belleza de la mujer negra; Guirao lo anuncia en el poema: ¡la bailadora de rumba tiene la piel tersa! Tampoco se bailará un vals de frío aire vienés, y no habrá violines: ¡habrá bongó, guitarra, clave y cajón! Lo negro y Cuba: uno solo los dos. Guirao alude a la rumba, al guaguancó; ritmos negros, ritmos que la vetusta burguesía caribeña recibía con miradas de desprecio y ojos de desdén. Baile y mujer: ah, soberana e impúdica mixtura. No hay dudas: se trata de una reformulación de la belleza, de su canon mismo, una revolución de la estética del cuerpo y de la piel desde la poesía. Desde un canon que funda se funda otro. Dúplice cualidad genésica. No existe vehículo de mayor autenticidad espiritual para formular o reformular la belleza que la poesía, así acaeció desde los poetas alejandrinos a los míticos trovadores del amor cortés. Desde Cuba, Ramón Mongo Guirao retomó la reformulación del mito. Recordemos a finales del siglo XIX los cantos primigenios del poeta haitiano Oswald Durand. Evidentemente la representación de la mujer gira en torno al ímpetu de un discurso otro. Una sensibilidad otra. Sin dudas contestataria. Sensual, poética y socialmente contestataria. Se trata, a todas luces, de un contradiscurso poético de profunda connotación social, elemento que se entroniza desde el ajiaco ortiziano, el “encuentro negriblanco” citado por Ángel Augier o el “jeroglífico” aludido por Guillén. Y la poesía, no se dude, funda —y trasfunde— imaginarios. Poematizar es exaltar maneras de sentir y de vivir.

Fue Ramón Guirao un poeta, un autor, un intelectual multifacético de rotunda formación autodidacta: laboró como empleado en centros comerciales para lograr el humano y cotidiano sustento. Su vida fue algo bohemia. En 1934 publicó Bongó. Poemas negros, apenas tres años después de la aparición del clásico Sóngoro Cosongo, de Guillén. En 1947 publicaría el volumen Presencia. Dejaría inéditos dos libros de poesía: Cuadrante, poemas escritos alrededor de 1930 y Seguro secreto, de 1936. Poeta, periodista, crítico, ensayista, investigador, mereció elogios y reconocimientos: a un año de su muerte Gastón Baquero publicaría su Recuerdo de Ramón Guirao; Enrique Labrador Ruiz, Raúl Roa, Max Henríquez Ureña —quien vislumbró en Guirao una “personalidad poética de positiva fuerza original”elogiaron a Guirao. Cintio Vitier le llamaría “poeta pudoroso”. 

 

Encomiable y vasta resultó su labor periodística: entre 1933 y 1940 colaboró asiduamente con importantes medios de prensa cubanos, la Revista de Avance, La Prensa, Orbe, Carteles, Revista de La Habana, Social, Confederación, Línea, Masas (Línea era el órgano del Ala Izquierda Estudiantil; Masas, el órgano de la Liga Antiimperialista), Resumen, Revista Bimestre Cubana, Revista Cubana, Bohemia, La Verónica. ¡José Lezama Lima le abre las puertas de Espuela de plata, Verbum y Orígenes! Bien se sabe de muchos a los que la entrada a esos templos lezamianos les fue negada. Trabajos suyos aparecieron en Repertorio Americano (Costa Rica); Semanario Ercilla (Santiago de Chile) y Sur, la conocida revista rioplatense de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges. Hasta 1940 ejerció Mongo Guirao la jefatura de redacción de Grafos. Ya en las postrimerías de su muy corta vida —falleció triste y prematuramente el 17 de abril de 1949, apenas a los 41 años— trabajó en las redacciones de Avance y Alerta.

Fue miembro fundador de la Sociedad de Estudios Afrocubanos y autor de numerosos ensayos críticos. No fue solo poeta Ramón: su mente profunda penetraba largo como estilete. Y no solo lo negro le impelía a la poesía: estaba realmente hechizado, divinamente hechizado, por todo lo negro. Bajo ese divino influjo se embarcó en aventurero viaje a África, a Nigeria. El objetivo: desentrañar el misterio yoruba. La revista Bohemia publicó, en agosto de 1934, el enjundioso estudio Poetas negros y mestizos de la época esclavista. No podemos obviar en modo alguno una obra que resulta verdadera calamidad no ver hoy en nuestras librerías, Orbita de la poesía afrocubana 1928-1937; antología, selección, notas biográficas y vocabulario (publicada en 1938). Fue Guirao un muy profundo estudioso y conocedor del tema negro. De sus investigaciones y vasto saber emergió como legado una segunda antología, esta vez ya no de poesía, aludo a Cuentos y leyendas negras de Cuba (publicada en 1942). Le sorprende, sin embargo, la temprana e injusta muerte, y no logra ver publicada esa otra obra que es Juan Francisco Manzano, introducción, autobiografía y obra poética. En 1937 gana el Premio Nacional de Ensayo de tema cubano; concurso auspiciado por la Secretaría de Educación. Junto a Tallet tuvo a su cargo Guirao la primera edición de La semilla estéril, el célebre poemario del inolvidable Rubén Martínez Villena.

 

Desentrañar las claves del olvido en que injustamente ha dormitado la obra —y la vida— de Ramón Guirao no resulta desdeñable. En ello puede haber jugado importante papel su muy temprana muerte. Otros pueden rastrear esas causas. En los últimos años se ha deslastrado de tan execrable pátina a no pocos insignes nombres. Justo y necesario resulta suprimir ese infausto efecto que es el olvido. Hagámoslo. Honrar, como escribiera el mayor y más sacro de los poetas y los héroes cubanos, honra.

Hoy, Ramón Guirao, voy a concluir hablándote. Invocándote. Voy a negar muerte, silencio y olvido desde tu poesía. Y es que hoy, Ramón Guirao, letras mediante, he hablado de ti. Y no lo he hecho como alguna vez vislumbraste, “desde el polvo”. No. Desde el polvo nunca. Hoy he hablado de ti, Guirao, como alguna vez lo deseaste tú mismo: desde “el ordenado silencio de la piedra”.