Okantomí: martianos con todo el corazón

Jorge Fiallo
27/1/2017

Con el natalicio de José Martí resonando en su ideario y accionar, hace ya 39 años que el Grupo Teatro de Muñecos Okantomí celebra su fecha fundacional. Desde aquel 28 de enero de 1978, en el Parque Lenin, aunaron su talento Haydée Sala, Marta Díaz Farré (Rirri), Arminda de Armas, Margarita Díaz y su director general Pedro Valdés Piña, Premio Caricato 2016 por la obra de toda la vida.
 


Fotos: Cortesía del grupo

 

El nombre en el idioma de los yoruba suma lo ancestral y sugestivo de su traducción al español: “con todo el corazón”, en línea con una entrega que centra su atención en los que saben querer, sin asumir un criterio etario cerrado, y mucho menos con un concepto anodino de su sensibilidad y receptividad. Ellos trabajan en función de niños como los que todos tenemos dentro y como los que llevamos al teatro, sabiendo que al compartir un buen espectáculo en agradable compañía y al abrir el camino a la percepción sensible del mundo, se los hace mejores personas.

La inspiración martiana que subyace en esto se sumó al ideario de Serguéi Obraztsov, el maestro que tanto recuerda Pedro Valdés Piña de su etapa en Moscú; pues este, lejos de proponerle la meta de un cosmopolitismo a ultranza, insistía en el concepto de que “el teatro de títeres se inspira en las profundas raíces culturales de cada pueblo”.

Es con ese espíritu que veneran al Apóstol en Okantomí, donde siempre entregan lo mejor como realización, bajo aquella sentencia de que “arte no es poner la sociología en versos”. Este es un rasgo tan presente en la generalidad de su repertorio, que hasta el momento acumulan más de 50 distinciones artísticas entre premios, menciones y nominaciones.

Pero si se trata específicamente de obras martianas, cuente Los dos ruiseñores, unipersonal de Valdés Piña en versión y dirección de Bebo Ruiz; o El camarón encantado (diseño de Derubín Jácome, dirección de Rirri), que estuvo en escena de 1982 a 1989 y obtuvo mención por actuación masculina a Jesús Ferrer, también autor de la música, en el IX Festival Nacional de Teatro para Niños de 1985. En este año llevaron al Museo Nacional de Bellas Artes La muñeca negra, dirigida y actuada por Margarita Díaz, Jesús Ferrer y Arminda de Armas, quien obtuvo Mención en el Premio Caricato 2003, como la tuvo también por la puesta de Rirri.

En 1996 presentaron un recital de poemas de Martí, con la actriz Jacqueline Arenal, acompañada de canciones de Augusto Blanca en su propia interpretación, y con su dirección artística general.
 


 

En la Fragua Martiana estrenaron en 1990 Nené Traviesa, dirigida por Leopoldo Morales, con música de Salvador Arce y la actuación de Ana Rojas, Nitzy Grau y Eduardo Rodríguez. En el mismo año hicieron Bebé y el Señor Don Pomposo, con dirección de Valdés Piña, música de Rirri y actuación de Tamara Morales, Gilliam Vargas, Salvador Arce, Juan Acosta y Araceli Rodríguez, quien también asumió la confección de muñecos. Esta obra se repuso en 2004, 2005, 2009 y 2010, en otros montajes con dirección de Rirri, sumando a los niños de su taller Verano del cohete, en locaciones como la Casona de Línea o la Sala Adolfo Llauradó, en la que se presentaron los reestrenos de 1996 y 2014. También en 2015 la obra tuvo exitosas funciones en el Teatro Nacional de Guiñol, lo cual sumó 26 años de permanencia en su repertorio, con una constante renovación.  

Más allá de sus propias obras, las ideas de Martí laten en otras puestas de Okantomí, desde aquella recurrente y permanente que postula: “salir de sí es eterno anhelo del hombre, y hace bien a los hombres quien los lleva a vivir contentos con estar en sí”.

Esto, sobre el trasfondo de evidentes y actuales problemas sociales, cubanos y mundiales, se proyecta con imaginación, como hiciera el hombre de La Edad de Oro, lejos de lo farragoso. Así lo hicieron en Dos ranas y una flor, cuento de Onelio Jorge Cardoso en versión de Rirri: como a la ranita no le gusta vivir en su charco natal, emigra al jardín; luego de algunas peripecias, retorna y encuentra que mamá rana añadió algo nuevo, y sobre la superficie del agua reluce una flor.  

Hansel y Gretel, versión y puesta de Rirri al cuento de los hermanos Grimm, presenta dos niños enviados al promisorio pero ignoto “allá”, tópico que remite con artística elipse al presente, aunque la historia se remonte a la Europa medieval y tenga réplicas en otras regiones con dificultades nuevas o viejas.

El tronco de estas repúblicas asimilando el injerto del mundo y la necesaria historia de nuestros arcontes, más que la de los griegos, también figuran en Okantomí, destacándose el impacto y vigencia de El árbol de Miya, cuento de Marina Cultelli en versión de Rirri, sobre sucesos del Perú en 2009: la brutal represión a una protesta indígena porque el gobierno vendió un pedazo de la Amazonía a la petrolera Chevron, y esta asumió que todo, hasta los indios, les pertenecían. En la Sala Adolfo Llauradó vimos cómo niños y grandes participaban en una asamblea virtual de apoyo a los indígenas, tomando partido cada cual con su lectura.

En fin, si lo sucedido en estos 39 años cumplidos por Okantomí no trasciende como merece, fuera de los que sienten más sinceramente por el teatro para niños, puede ser por una gran modestia y por la convicción de que “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Pero no es posible dejarlo pasar porque, también muy en el sentimiento martiano: “honrar, honra”.